—¡Contéstame de una puta vez! ¿Quién te envió? —bramó Heinst, sus palabras llenas de veneno—. O te aseguro que te meteré en un agujero del que no saldrás por un largo tiempo.Pero Cabral no se dejó intimidar. A pesar de la furia en los ojos de Heinst, el criminal se mantuvo imperturbable, confiando en la promesa que le habían hecho. Con una voz calmada, que contrastaba con la tensión en la sala, dijo:—No puedes tocarme... Él me prometió que me sacaría de aquí. Lo ha hecho antes —enfatizó, sus ojos desafiantes clavados en los de Heinst, con una seguridad que solo podía provenir de alguien que se creía intocable.La ira de Heinst aumentó, pero antes de que pudiera hacer algo de lo que se arrepintiera, Lucas intervino, consciente de que su superior estaba al límite.—Señor, suéltelo... Nos encargaremos de encerrarlo de por vida —dijo Lucas, con un tono firme pero respetuoso, tratando de calmar a Heinst mientras veía cómo la situación se estaba descontrolando.Heinst respiró hondo, lucha
Apretó los dientes, sintiendo la tensión en cada fibra de su cuerpo. En ese momento, comprendió que el camino que había elegido lo llevaría a enfrentarse con sombras mucho más grandes de lo que había imaginado. Pero no estaba dispuesto a retroceder. Sabía que, al final del día, su deber era con la verdad y con la justicia, aunque estas le costaran todo lo que tenía.Heinst tomó aire, enderezó su postura y salió de la sala de interrogatorios con una resolución aún más fuerte. Sabía que lo que venía sería difícil, pero estaba preparado para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. La búsqueda de la verdad lo había llevado hasta este punto, y no iba a detenerse hasta descubrirlo todo, incluso si eso significaba destruir la imagen de su padre y su propio futuro en el proceso.Mientras Clara estaba sumida en sus pensamientos, el peso del pedido que le había hecho a su padre comenzaba a oprimirla con una intensidad creciente. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla
—¿Qué ocurre, Natalia? ¿Quiénes insisten? —preguntó con el corazón acelerado, temiendo lo peor.Antes de que su secretaria pudiera responder, un grupo de hombres vestidos con trajes oscuros entró de manera abrumadora en la oficina. Uno de ellos, serio y autoritario, avanzó hacia ella con una placa en la mano, presentándose con firmeza.—Señora Clara Conrad, somos del C.I.O. —anunció con tono grave. —Tenemos una orden para confiscar todos los documentos relacionados con un posible lavado de dinero y malversación por parte del señor Darién Conrad.Clara sintió cómo su corazón se detenía por un instante. La sangre dejó de circular por su cuerpo, y su mente se quedó en blanco. Los agentes comenzaron a moverse rápidamente por la oficina, llenando cajas con documentos bancarios, archivos de ventas y cualquier cosa que pudiera ser relevante para su investigación. Era como ver su mundo desmoronarse frente a sus ojos, impotente.—¡Oigan, eso es propiedad privada! —exclamó Clara con una mezcla
—¡Heinst! —gritó Lucas, su voz resonando en el amplio pasillo. Heinst se detuvo por un momento, girando la cabeza ligeramente, pero no se detuvo del todo. Lucas aumentó el ritmo, casi tropezando con una silla en su apuro por alcanzarlo. Cuando finalmente llegó a su lado, jadeando, tocó su brazo con firmeza para que se detuviera.—Heinst... espera, no te vayas aún —logró decir entre respiraciones agitadas.Heinst lo miró de reojo, con esa mezcla de ira contenida y resignación que había estado manteniendo desde que Alfred lo apartó del caso. Aunque era evidente que no tenía deseos de hablar, Lucas notó que en su mirada había un atisbo de curiosidad, como si algo dentro de él le dijera que Lucas traía noticias importantes—¿Qué es lo que quieres, Lucas? —preguntó Heinst con voz firme, aunque claramente cansada. Estaba listo para irse, para dejar atrás la estación que había sido su vida durante tantos años, al menos por ahora.Lucas respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que no había
—¿Tu padre? —repitió Román, fingiendo sorpresa—Heinst, te sobreestimas si crees que tengo algo que ver con su muerte. Yo solo soy un hombre de negocios... aunque, claro, no el tipo de negocios que tú apruebas —dijo con esa sonrisa cínica que parecía nunca abandonar su rostro.Heinst apretó la mandíbula. Sabía que Román era astuto y que no soltaría la verdad fácilmente. Pero también sabía que había una pequeña posibilidad de que, si lo acorralaba lo suficiente, el criminal podría soltar algo, incluso sin darse cuenta.—No juegues conmigo, Román —advirtió Heinst, acercándose un poco más al cristal que los separaba —Sé que tenías cuentas pendientes con mi padre, y ahora él está muerto. No creo en las coincidencias, y mucho menos en tu inocencia.Román lo observó durante unos segundos, en silencio. La sonrisa desapareció lentamente de su rostro, y su expresión se tornó más seria, casi evaluativa.—Tu padre, Heinst... —comenzó Román con un tono más sombrío —Él no era tan diferente a mí, ¿
Heinst se detuvo en seco, su mente aun girando alrededor de la sorprendente declaración anterior. Se volvió hacia Román, su mirada fija en el hombre encadenado.—¿Qué más tienes que decir? —preguntó Heinst con voz tensa, intentando mantener la calma mientras la incertidumbre lo envolvía.Román dejó escapar una sonrisa enigmática, disfrutando del efecto que sus palabras estaban teniendo sobre Heinst. Se recostó en su silla, el brillo en sus ojos mostrando que estaba a punto de dar una última sacudida al ya tambaleante mundo de Heinst.—Te sorprenderá saber que en las venas de Clara corre sangre de dos criminales —comenzó Román, enfatizando cada palabra para maximizar el impacto —Ella no es quien parece ser. Desde el momento en que nacieron, su vida estaba destinada a tomar un camino muy diferente al que conoces.Heinst parpadeó, intentando asimilar lo que acababa de oír. La revelación era tan increíble que por un momento le pareció casi absurda. Sin embargo, el rostro serio de Román y
El ruido despertó a Clara, que había estado dormida en la cama. Sus ojos se abrieron de golpe, y en un instante se encontró alerta y en estado de alerta. Clara se incorporó con rapidez, el sueño despejándose de su mente mientras sus ojos buscaban a Heinst en la penumbra de la habitación. Vio la silueta tambaleante de su esposo, con el rostro visiblemente cansado y preocupado.—Heinst, ¿qué pasa? —preguntó Clara con una mezcla de preocupación y sorpresa. Su voz era suave pero cargada de inquietud, tratando de entender la situación en medio del desorden causado por el tropiezo de Heinst.Heinst, con dificultad, se giró hacia ella, su mirada fija y vacilante. El alcohol aún parecía tener un control firme sobre su cuerpo, y su expresión era un reflejo de la batalla interna que estaba librando. Su mente estaba tan embotada que le costaba formar palabras coherentes.Clara, viendo el estado deplorable de su esposo, se levantó rápidamente de la cama. Se acercó a él, ayudándole a estabilizarse
Mientras se mantenía a su lado, Clara no podía evitar sentirse confusa y herida por el beso desesperado que Heinst le había dado. El acto había sido inesperado y cargado de una urgencia que la había sorprendido. Clara, todavía procesando la intensidad de ese momento, se encontró examinando los sentimientos que el beso había desatado en ella.Con delicadeza, se inclinó sobre la cama y comenzó a despojar a Heinst de sus zapatos, asegurándose de que estuviera cómodo para su descanso. Cada movimiento de Clara era cuidadoso y considerado, intentando no perturbar la tranquilidad del sueño de su esposo. A medida que se ocupaba de él, sus pensamientos seguían regresando al beso, al calor que había sentido, a la desesperación en los labios de Heinst.Con un suspiro, Clara se sentó en el borde de la cama, sus dedos se posaron sobre sus propios labios, aún sintiendo el eco del beso. Se quedó allí, en silencio, contemplando el tumulto de emociones que el contacto había provocado en ella. Era como