A su alrededor, los paramédicos trabajaban con eficiencia, conectando monitores y aplicando maniobras para estabilizar a Darién. Pero cada segundo que pasaba, la gravedad de la situación se hacía más evidente. La sangre que manchaba el suelo era un recordatorio de la fragilidad de la vida, y el temor de que el esfuerzo de los paramédicos fuera en vano comenzaba a infiltrarse en la mente de Heinst.Lucas, que había permanecido cerca de la entrada del sanitario, también observaba con una expresión sombría. Aunque intentaba ser fuerte por su amigo, la tensión en el aire lo afectaba. Sabía que este momento quedaría grabado en la memoria de todos los presentes, un punto de inflexión que podría cambiar para siempre la vida de Heinst, Clara y todo lo que conocían.Finalmente, uno de los paramédicos levantó la mirada hacia Heinst y Clara, sus ojos reflejando una verdad que no necesitaba ser pronunciada. Heinst dio un paso adelante, su cuerpo tenso, esperando el veredicto. Pero antes de que el
El sonido de la puerta al cerrarse resonó en la habitación, como un eco que se quedó suspendido en el aire. Clara permaneció inmóvil, sus manos temblorosas descansando a los costados de su cuerpo. Sabía que su esposo estaba huyendo, no solo de la tragedia, sino también de ella, de lo que habían sido hasta ese momento.El silencio volvió a reinar en la habitación, un silencio que parecía envolverla por completo, aislándola en su propia soledad. Sintió una lágrima deslizarse por su mejilla, pero no hizo esfuerzo por detenerla. No podía evitar preguntarse si había perdido a Heinst para siempre, si la muerte de Darién y el remordimiento que la consumía habían destruido todo lo que habían construido juntos.Finalmente, se dejó caer sobre la cama, abrazando sus rodillas mientras sus pensamientos giraban en torno a la figura de Heinst alejándose. Estaba atrapada en una red de emociones, y la incertidumbre de lo que vendría la llenaba de un temor profundo. Sabía que nada volvería a ser igual,
—¡Contéstame de una puta vez! ¿Quién te envió? —bramó Heinst, sus palabras llenas de veneno—. O te aseguro que te meteré en un agujero del que no saldrás por un largo tiempo.Pero Cabral no se dejó intimidar. A pesar de la furia en los ojos de Heinst, el criminal se mantuvo imperturbable, confiando en la promesa que le habían hecho. Con una voz calmada, que contrastaba con la tensión en la sala, dijo:—No puedes tocarme... Él me prometió que me sacaría de aquí. Lo ha hecho antes —enfatizó, sus ojos desafiantes clavados en los de Heinst, con una seguridad que solo podía provenir de alguien que se creía intocable.La ira de Heinst aumentó, pero antes de que pudiera hacer algo de lo que se arrepintiera, Lucas intervino, consciente de que su superior estaba al límite.—Señor, suéltelo... Nos encargaremos de encerrarlo de por vida —dijo Lucas, con un tono firme pero respetuoso, tratando de calmar a Heinst mientras veía cómo la situación se estaba descontrolando.Heinst respiró hondo, lucha
Apretó los dientes, sintiendo la tensión en cada fibra de su cuerpo. En ese momento, comprendió que el camino que había elegido lo llevaría a enfrentarse con sombras mucho más grandes de lo que había imaginado. Pero no estaba dispuesto a retroceder. Sabía que, al final del día, su deber era con la verdad y con la justicia, aunque estas le costaran todo lo que tenía.Heinst tomó aire, enderezó su postura y salió de la sala de interrogatorios con una resolución aún más fuerte. Sabía que lo que venía sería difícil, pero estaba preparado para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. La búsqueda de la verdad lo había llevado hasta este punto, y no iba a detenerse hasta descubrirlo todo, incluso si eso significaba destruir la imagen de su padre y su propio futuro en el proceso.Mientras Clara estaba sumida en sus pensamientos, el peso del pedido que le había hecho a su padre comenzaba a oprimirla con una intensidad creciente. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla
—¿Qué ocurre, Natalia? ¿Quiénes insisten? —preguntó con el corazón acelerado, temiendo lo peor.Antes de que su secretaria pudiera responder, un grupo de hombres vestidos con trajes oscuros entró de manera abrumadora en la oficina. Uno de ellos, serio y autoritario, avanzó hacia ella con una placa en la mano, presentándose con firmeza.—Señora Clara Conrad, somos del C.I.O. —anunció con tono grave. —Tenemos una orden para confiscar todos los documentos relacionados con un posible lavado de dinero y malversación por parte del señor Darién Conrad.Clara sintió cómo su corazón se detenía por un instante. La sangre dejó de circular por su cuerpo, y su mente se quedó en blanco. Los agentes comenzaron a moverse rápidamente por la oficina, llenando cajas con documentos bancarios, archivos de ventas y cualquier cosa que pudiera ser relevante para su investigación. Era como ver su mundo desmoronarse frente a sus ojos, impotente.—¡Oigan, eso es propiedad privada! —exclamó Clara con una mezcla
—¡Heinst! —gritó Lucas, su voz resonando en el amplio pasillo. Heinst se detuvo por un momento, girando la cabeza ligeramente, pero no se detuvo del todo. Lucas aumentó el ritmo, casi tropezando con una silla en su apuro por alcanzarlo. Cuando finalmente llegó a su lado, jadeando, tocó su brazo con firmeza para que se detuviera.—Heinst... espera, no te vayas aún —logró decir entre respiraciones agitadas.Heinst lo miró de reojo, con esa mezcla de ira contenida y resignación que había estado manteniendo desde que Alfred lo apartó del caso. Aunque era evidente que no tenía deseos de hablar, Lucas notó que en su mirada había un atisbo de curiosidad, como si algo dentro de él le dijera que Lucas traía noticias importantes—¿Qué es lo que quieres, Lucas? —preguntó Heinst con voz firme, aunque claramente cansada. Estaba listo para irse, para dejar atrás la estación que había sido su vida durante tantos años, al menos por ahora.Lucas respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que no había
—¿Tu padre? —repitió Román, fingiendo sorpresa—Heinst, te sobreestimas si crees que tengo algo que ver con su muerte. Yo solo soy un hombre de negocios... aunque, claro, no el tipo de negocios que tú apruebas —dijo con esa sonrisa cínica que parecía nunca abandonar su rostro.Heinst apretó la mandíbula. Sabía que Román era astuto y que no soltaría la verdad fácilmente. Pero también sabía que había una pequeña posibilidad de que, si lo acorralaba lo suficiente, el criminal podría soltar algo, incluso sin darse cuenta.—No juegues conmigo, Román —advirtió Heinst, acercándose un poco más al cristal que los separaba —Sé que tenías cuentas pendientes con mi padre, y ahora él está muerto. No creo en las coincidencias, y mucho menos en tu inocencia.Román lo observó durante unos segundos, en silencio. La sonrisa desapareció lentamente de su rostro, y su expresión se tornó más seria, casi evaluativa.—Tu padre, Heinst... —comenzó Román con un tono más sombrío —Él no era tan diferente a mí, ¿
Heinst se detuvo en seco, su mente aun girando alrededor de la sorprendente declaración anterior. Se volvió hacia Román, su mirada fija en el hombre encadenado.—¿Qué más tienes que decir? —preguntó Heinst con voz tensa, intentando mantener la calma mientras la incertidumbre lo envolvía.Román dejó escapar una sonrisa enigmática, disfrutando del efecto que sus palabras estaban teniendo sobre Heinst. Se recostó en su silla, el brillo en sus ojos mostrando que estaba a punto de dar una última sacudida al ya tambaleante mundo de Heinst.—Te sorprenderá saber que en las venas de Clara corre sangre de dos criminales —comenzó Román, enfatizando cada palabra para maximizar el impacto —Ella no es quien parece ser. Desde el momento en que nacieron, su vida estaba destinada a tomar un camino muy diferente al que conoces.Heinst parpadeó, intentando asimilar lo que acababa de oír. La revelación era tan increíble que por un momento le pareció casi absurda. Sin embargo, el rostro serio de Román y