El salón se llenaba lentamente de murmullos y el ruido de los cubiertos chocando contra las bandejas de metal. Pero en medio de ese caos, Román permanecía inmóvil, su mirada fija en la botella de agua, como si fuera el centro de su universo en ese instante. Los demás reclusos lo observaban con recelo, conscientes de que aquel hombre, aunque parecía tranquilo, era una bomba de tiempo que podía estallar en cualquier momento.Finalmente, uno de los reclusos, un hombre corpulento y con un rostro marcado por cicatrices de múltiples peleas, se acercó a la mesa de Román. Sus pasos eran lentos, calculados, y su mirada estaba fija en Román. Cuando llegó a la mesa, se detuvo por un instante, como si estuviera considerando sus opciones. Luego, sin decir una palabra, se sentó frente a él, sus ojos intentando descifrar las intenciones de Román.—¿Qué trabajos deseas imponer, Román? Han pasado años desde que nadie se atrevía a poner esta señal aquí adentro —dijo el hombre, su tono de voz revelando
Mientras tanto, en una de las celdas más oscuras y alejadas, Román estaba recostado en su cama, disfrutando de la perturbación que había causado. La luz que entraba por la pequeña ventana de la celda apenas iluminaba su rostro, pero la sonrisa que se dibujaba en sus labios era inconfundible. Sabía que todo estaba marchando según sus planes, y la sensación de control absoluto lo llenaba de satisfacción.Los otros reclusos lo miraban con respeto y temor. Para ellos, Román no era simplemente un hombre; era una leyenda viviente, un ser casi mitológico cuyo poder trascendía las rejas y muros del reclusorio. Había ganado su apodo, "El demonio", no solo por sus actos de crueldad, sino por la frialdad con la que ejecutaba sus planes, sin un atisbo de duda o remordimiento.Los rumores de su despiadada naturaleza corrían como un río entre los pasillos del reclusorio. Cuentos sobre cómo había torturado a aquellos que se atrevían a cruzarse en su camino, cómo había manipulado y destruido vidas si
La cena se llevó a cabo en una mansión imponente, un lugar que exudaba riqueza y poder. Los invitados, ataviados con sus mejores trajes y vestidos, conversaban animadamente, brindando por futuros negocios y alianzas. Clara, con su vestido negro elegante, caminaba al lado de su esposo, irradiando la misma confianza que siempre la había caracterizado. Pero en las sombras, los ojos de los asesinos estaban fijos en ella.Uno de los hombres, el contratado por Darién, se movía con sigilo entre la multitud, buscando el momento en que Clara quedara sola, vulnerable. Sabía que no podía actuar precipitadamente; necesitaba el momento perfecto, un instante de debilidad en el que pudiera acercarse y ejecutar la orden que le habían dado. Para él, Clara no era más que un objetivo, una tarea que debía cumplir sin cuestionamientos.El otro hombre, el enviado por Román, también vigilaba de cerca. Sabía que su misión no era solo eliminar a Darién, sino también enviar un mensaje claro y contundente a tra
Mientras Heinst luchaba por someter al hombre, un segundo disparo se escuchó desde el interior del lugar. El sonido reverberó por las paredes del recinto, llenando el aire con una tensión palpable. Heinst, con el corazón en la garganta, se dio cuenta de que algo terrible había sucedido dentro, pero en ese momento no podía hacer nada al respecto. Toda su atención estaba concentrada en el hombre que intentaba acabar con la vida de Clara.Finalmente, después de una intensa y agotadora lucha, Heinst logró someter al asesino. Con una habilidad que había adquirido a lo largo de años de entrenamiento, inmovilizó al hombre y lo dejó completamente incapacitado. Con el enemigo neutralizado, Heinst lo arrastró hacia un lugar seguro, su mente ya calculando los próximos pasos. Sabía que debía mandar al hombre directamente al Comando de Inteligencia de Operaciones (C.I.O), donde sería interrogado y se averiguaría quién estaba detrás del intento de asesinato.Pero a pesar de haber salvado a Clara en
A su alrededor, los paramédicos trabajaban con eficiencia, conectando monitores y aplicando maniobras para estabilizar a Darién. Pero cada segundo que pasaba, la gravedad de la situación se hacía más evidente. La sangre que manchaba el suelo era un recordatorio de la fragilidad de la vida, y el temor de que el esfuerzo de los paramédicos fuera en vano comenzaba a infiltrarse en la mente de Heinst.Lucas, que había permanecido cerca de la entrada del sanitario, también observaba con una expresión sombría. Aunque intentaba ser fuerte por su amigo, la tensión en el aire lo afectaba. Sabía que este momento quedaría grabado en la memoria de todos los presentes, un punto de inflexión que podría cambiar para siempre la vida de Heinst, Clara y todo lo que conocían.Finalmente, uno de los paramédicos levantó la mirada hacia Heinst y Clara, sus ojos reflejando una verdad que no necesitaba ser pronunciada. Heinst dio un paso adelante, su cuerpo tenso, esperando el veredicto. Pero antes de que el
El sonido de la puerta al cerrarse resonó en la habitación, como un eco que se quedó suspendido en el aire. Clara permaneció inmóvil, sus manos temblorosas descansando a los costados de su cuerpo. Sabía que su esposo estaba huyendo, no solo de la tragedia, sino también de ella, de lo que habían sido hasta ese momento.El silencio volvió a reinar en la habitación, un silencio que parecía envolverla por completo, aislándola en su propia soledad. Sintió una lágrima deslizarse por su mejilla, pero no hizo esfuerzo por detenerla. No podía evitar preguntarse si había perdido a Heinst para siempre, si la muerte de Darién y el remordimiento que la consumía habían destruido todo lo que habían construido juntos.Finalmente, se dejó caer sobre la cama, abrazando sus rodillas mientras sus pensamientos giraban en torno a la figura de Heinst alejándose. Estaba atrapada en una red de emociones, y la incertidumbre de lo que vendría la llenaba de un temor profundo. Sabía que nada volvería a ser igual,
—¡Contéstame de una puta vez! ¿Quién te envió? —bramó Heinst, sus palabras llenas de veneno—. O te aseguro que te meteré en un agujero del que no saldrás por un largo tiempo.Pero Cabral no se dejó intimidar. A pesar de la furia en los ojos de Heinst, el criminal se mantuvo imperturbable, confiando en la promesa que le habían hecho. Con una voz calmada, que contrastaba con la tensión en la sala, dijo:—No puedes tocarme... Él me prometió que me sacaría de aquí. Lo ha hecho antes —enfatizó, sus ojos desafiantes clavados en los de Heinst, con una seguridad que solo podía provenir de alguien que se creía intocable.La ira de Heinst aumentó, pero antes de que pudiera hacer algo de lo que se arrepintiera, Lucas intervino, consciente de que su superior estaba al límite.—Señor, suéltelo... Nos encargaremos de encerrarlo de por vida —dijo Lucas, con un tono firme pero respetuoso, tratando de calmar a Heinst mientras veía cómo la situación se estaba descontrolando.Heinst respiró hondo, lucha
Apretó los dientes, sintiendo la tensión en cada fibra de su cuerpo. En ese momento, comprendió que el camino que había elegido lo llevaría a enfrentarse con sombras mucho más grandes de lo que había imaginado. Pero no estaba dispuesto a retroceder. Sabía que, al final del día, su deber era con la verdad y con la justicia, aunque estas le costaran todo lo que tenía.Heinst tomó aire, enderezó su postura y salió de la sala de interrogatorios con una resolución aún más fuerte. Sabía que lo que venía sería difícil, pero estaba preparado para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. La búsqueda de la verdad lo había llevado hasta este punto, y no iba a detenerse hasta descubrirlo todo, incluso si eso significaba destruir la imagen de su padre y su propio futuro en el proceso.Mientras Clara estaba sumida en sus pensamientos, el peso del pedido que le había hecho a su padre comenzaba a oprimirla con una intensidad creciente. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla