Esperó en la penumbra, observando cada movimiento, cada sombra que cruzaba las ventanas del edificio. Sabía que debía mantenerse firme y no actuar precipitadamente. Esta era su oportunidad de descubrir las verdaderas intenciones de Elisa y, posiblemente, de adelantarse a los movimientos de Román.La tensión se palpaba en el aire, y Heinst se preparó mentalmente para lo que fuera que estaba a punto de descubrir. Sabía que el riesgo era enorme, pero también sabía que no podía permitirse fallar. La vida de Clara, su propia vida, y el destino de todo lo que había construido estaban en juego.El joven agente subió las escaleras del viejo edificio, sus pasos resonando en el silencio mientras su mente estaba absorta en pensamientos confusos. No podía comprender qué podría haber llevado a una mujer como Elisa, con su elegancia y sofisticación, a un lugar tan lúgubre y abandonado. Cada peldaño que ascendía lo acercaba más al misterio que envolvía a esa mujer, y el aire a su alrededor se sentía
—Veo que has encontrado una mujer que finalmente te ha movido los cimientos de tus pies, Heinst —comentó Elisa con una voz cargada de ironía, como si se deleitara en la idea de que el imperturbable Heinst hubiera caído en las trampas del amor. La sonrisa en su rostro se ensanchó, disfrutando del evidente malestar que sus palabras causaban en él.Heinst no tardó en reaccionar, su expresión endureciéndose aún más. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad ante Elisa, no cuando ella ya había descubierto lo que más le importaba en el mundo. Su respuesta fue rápida y cortante, un intento de reafirmar su posición y de recuperar el control de la situación.—Lo que siento por ella no es de tu incumbencia. Solo trata de no poner mi paciencia a prueba, Elisa —su voz salió fría y autoritaria, con una dureza que buscaba imponer límites claros. Sabía que Elisa no era alguien con quien se pudiera jugar, y que cada palabra que saliera de su boca debía ser calculada con precisión.Elisa, sin em
Cerró los ojos por un momento, tratando de calmar la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse. Su mente trabajaba a toda velocidad, intentando procesar lo que había visto y, sobre todo, preguntándose qué significaba.La pregunta que persistía en su mente era quién había enviado esa foto y con qué propósito. No era solo la imagen lo que la perturbaba, sino el hecho de que alguien, en algún lugar, había decidido que ella debía verla. Era evidente que esa foto no había llegado por accidente; alguien quería que Clara supiera lo que Heinst estaba haciendo. Pero, ¿quién? ¿Y por qué? Las posibilidades eran muchas, y cada una más inquietante que la anterior.Después de unos minutos de reflexión, Clara tomó una decisión. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, esperando a que la situación se resolviera por sí sola. Era consciente de que actuar impulsivamente podría empeorar las cosas, pero también sabía que mantener el silencio solo alimentaría sus dudas y temores. Tomó su cel
Erick no se dejó intimidar. Con movimientos precisos y controlados, tomó el vaso vacío que estaba sobre la mesa y se sirvió un poco de la bebida que había en una botella cercana. El líquido ámbar llenó el vaso con un sonido suave, y Erick lo levantó antes de hablar, asegurándose de que todos los presentes entendieran que él tenía el control.—Carlos, sabes muy bien que enfrentar a Román es una jugada peligrosa —dijo Erick con voz firme y medida.—No puedes intimidar a alguien como él sin esperar represalias. ¿Realmente estás dispuesto a arriesgar tu vida por esto? —preguntó Erick mientras veía el producto esparcido sobre la mesa, mercancía que Carlos aún no había pagado ni el diez por ciento.La pregunta quedó flotando en el aire, mientras Carlos lo miraba con una mezcla de odio y preocupación. Erick, sin apartar la mirada, tomó un sorbo de su vaso, mostrando una confianza inquebrantable que solo intensificó la tensión en la sala. Cada persona presente, aunque silenciosa, podía sent
La tensión en el aire era tan densa que parecía vibrar con cada palabra y movimiento. La mujer, con una mirada feroz y llena de determinación, mantuvo su postura desafiante mientras observaba a los hombres que la rodeaban, evaluando cualquier posible amenaza. Su voz, aunque controlada, era una amenaza en sí misma:—Si das un solo paso... me aseguraré de sacarte los ojos. Diles a tus hombres que bajen sus armas. ¡Ahora! —ordenó, sin un atisbo de duda en su tono.Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La amenaza no era vacía, y lo sabía. La seguridad en los ojos de la mujer le decía que ella estaba dispuesta a cumplir lo que prometía. Tragó saliva, notando cómo la presión en la habitación se volvía insoportable. Con la voz temblorosa, pero entendiendo que no tenía otra opción, ordenó:—Bajen... bajen las armas.La voz de Carlos sonó quebrada, casi sumisa. Sus hombres, aunque reacios, obedecieron. Sabían que su líder no era alguien que cediera fácilmente, por lo que la situac
Dentro de la caja de seguridad había una considerable cantidad de dinero en efectivo, pero lo que realmente captó su atención fueron varios sobres sellados con sellos oficiales, joyas costosas, y lo más sorprendentes de todo, un conjunto de documentos incriminatorios que vinculaban a varios nombres poderosos en una red de corrupción y tráficos de influencias. Todos estaban allí, cuidadosamente guardados, como si Carlos hubiera estado acumulando información para chantajear a personas mucho mas peligrosos que él.El silencio se apoderó de la habitación mientras todos procesaban lo que veían. Carlos, sabiendo que estaba en desventaja, esbozó una sonrisa nerviosa.— ¿Ves? Aquí tienes lo que te debo... y más —Analia no dijo nada, pero su mirada lo decía todo. La balanza de poder en la habitación acababa de inclinarse de una manera inesperada, y ahora estaba en manos de ella y de Erick decidir qué harían con esa información y con Carlos. Una cosa era segura: nadie saldría de esa habitació
Carlos tragó saliva, su mente corría en busca de una salida, pero antes de que pudiera responder, una nueva preocupación se apoderó de él.—Un momento… ¿Dijiste compañera? ¿Ella también es…? —Carlos no terminó de formular su pregunta cuando, de repente, el cañón de la pistola de Analia se encontró a solo centímetros de su rostro. La amenaza era inconfundible, y el silencio que siguió solo intensificó el terror en los ojos de Carlos.—Él ya sabe demasiado… debemos matarlo. No queda otra opción —intervino Analia con frialdad, su dedo listo para jalar el gatillo. Había una determinación oscura en sus ojos, una certeza de que eliminar a Carlos era la única solución para evitar complicaciones. El brillo metálico del arma reflejaba la luz tenue de la habitación, aumentando la tensión.Pero antes de que Analia pudiera disparar, Erick se movió con rapidez. Se puso delante de Carlos, interponiéndose entre él y la pistola. Con una mano firme, tomó el arma de Analia y la apartó suavemente. Sus o
Para Analia, la vida de Erick era una constante prueba de supervivencia. Sabía que su compañero estaba expuesto a amenazas a cada momento, no solo por los enemigos externos, sino también por aquellos que decían ser aliados dentro de la propia organización. Erick, con su carácter resuelto y una aparente calma, nunca mostraba sus verdaderas preocupaciones. Pero Analia, que lo conocía mejor que nadie, podía leer en su rostro las señales sutiles de la tensión acumulada. Ella tenía claro que su misión no solo consistía en obtener la información necesaria, sino en proteger a Erick desde dentro, actuando como sus ojos y oídos en el corazón del peligro.El ambiente dentro de la organización criminal era pesado, impregnado de sospecha y desconfianza. Los hombres de Carlos y otros cabecillas estaban siempre vigilantes, con una actitud feroz y desconfiada hacia cualquiera que pudiera parecer una amenaza. Analia, con su habilidad para camuflarse y su talento innato para ganar la confianza de los