—Oh, sí... claro, estoy bien —respondió en voz baja, con la mente aún enredada en la verdad que lo atormentaba. Clara, visiblemente frustrada, se alejó del lugar, dejándolo solo con sus pensamientos oscuros.Impulsado por la necesidad de verificar lo que había descubierto, Heinst continuó investigando en los archivos confidenciales. Fue entonces cuando encontró una grabación de audio oculta en una carpeta olvidada. El archivo, etiquetado con un código críptico, lo llevó a un punto de no retorno. Al reproducirlo, el sonido nítido de la voz de su padre resonó en la sala. Había una frialdad en su tono mientras hablaba sin remordimientos sobre el "accidente". En la conversación, los padres de Clara eran descritos como un “problema” que debía ser eliminado para asegurar los negocios de la organización. La crudeza y la indiferencia en las palabras de su padre eran aterradoras, y Heinst sintió un nudo en el estómago, asimilando por primera vez la despiadada naturaleza del hombre al que había
—Oh, sí... claro, estoy bien —respondió en un susurro, pero la mentira era evidente en su voz. Clara, frustrada e impotente, se alejó, dejándolo solo con sus demonios.Motivado por la necesidad de confirmar las horribles sospechas que lo atormentaban, Heinst pasó horas revisando documentos y archivos. Finalmente, encontró lo que buscaba: una grabación oculta en una carpeta olvidada. El archivo estaba marcado con un código críptico, pero al reproducirlo, la voz de su padre llenó la habitación. Era fría, calculadora, desprovista de cualquier atisbo de humanidad. En la conversación, se refería a los padres de Clara como un “problema” que debía ser eliminado. La crudeza con la que discutía su destino era insoportable. Heinst sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de la verdadera naturaleza del hombre al que había admirado y seguido ciegamente.Con la rabia ardiendo en su pecho, Heinst dejó la grabación sobre la mesa de su habitación y salió decidido a confrontar a su padre. Sabía q
—No te acerques —le advirtió con firmeza, aunque su voz temblaba por la mezcla de emociones que la consumían. La barrera invisible entre ellos ahora parecía insuperable.El silencio volvió a instalarse, pero esta vez era un silencio cargado de resignación y desesperanza. Ambos sabían que, después de esa revelación, nada volvería a ser igual.Clara, con los ojos aún llenos de lágrimas, lo miró fijamente, buscando algún atisbo de justicia o remordimiento en Heinst. Su voz temblaba al hacer la pregunta que tanto temía:—¿Lo denunciarás, verdad? —se animó a preguntar Clara.La incertidumbre en su tono reflejaba el temor de que Heinst optara por proteger a su padre en lugar de hacer lo correcto. Él, atrapado en un conflicto interno, no supo qué responder de inmediato. Con la mano en su cintura y caminando de un lado al otro, Heinst intentaba encontrar una solución a este dilema que lo destrozaba por dentro. Sabía que cualquiera de las decisiones que tomara afectaría tanto a Clara como a su
Después de asegurarse de que Clara estaba completamente sedada, se levantó y volvió a enfocarse en sus prioridades. Sabía que cada minuto contaba y que tenía que actuar rápido para completar lo que había planeado durante tanto tiempo. Este era su momento para llevar a cabo su estrategia, terminar con aquellos que lo amenazaban y, finalmente, enfrentarse a su propio padre.Pero en algún lugar de su mente, una pequeña voz le recordaba que lo que acababa de hacer no tenía perdón. Sabía que una vez que Clara despertara, nada volvería a ser igual. Sin embargo, esa voz fue rápidamente acallada por la frialdad de su determinación. Para él, no había opción. La única manera de preservar su mundo era tomar decisiones difíciles, sin importar el costo emocional.Con un último vistazo hacia Clara, quien dormía profundamente ajena al caos que se desataba a su alrededor, Heinst salió de la habitación. La puerta se cerró tras él con un suave clic, dejando tras de sí un silencio perturbador y un vacío
El equipo de amigos del C.I.O se había tomado muy en serio la tarea de preparar el escenario. Disfrazados como operarios de los barcos, se pasaron todo el día trabajando en el muelle, atentos a cada detalle y vigilando que nada escapara de su control. Sabían que el éxito de la operación dependía de su discreción y precisión. Cada movimiento estaba calculado; su misión era garantizar que no hubiese sorpresas, y para ello se mezclaron entre los trabajadores del puerto, pasando desapercibidos mientras observaban con ojo crítico.Mientras tanto, Heinst pasó la mayor parte del día en las instalaciones del C.I.O, concentrado en un interrogatorio crucial. Habían logrado capturar a un criminal de alto perfil, y Heinst tenía claro que obtener información sería un reto. Caminó con paso firme hacia el ala de interrogatorios, donde un hombre de aspecto peligroso esperaba, esposado a una mesa de metal. La tensión en el aire era palpable. Al entrar en la sala, Heinst cerró la puerta con calma y, si
Heinst giró lentamente, ocultando la satisfacción que sentía al ver que su estrategia comenzaba a dar frutos. Anthony levantó la mirada por primera vez desde que había comenzado el interrogatorio, sus ojos llenos de una súplica desesperada. Sabía que estaba atrapado y que su única salida era cooperar.El agente se acercó nuevamente, con pasos lentos y medidos, como un depredador que sabe que su presa está acorralada. Heinst disfrutaba de la sensación de control absoluto sobre la situación. Ambos hombres estaban decididos a hacer lo que fuera necesario para alcanzar sus objetivos, pero en este duelo de voluntades, era evidente quién tenía la ventaja.—Hablemos entonces —dijo Heinst, con voz suave, como si estuviera ofreciéndole un favor —Dime todo lo que quiero saber, y veré qué puedo hacer por ti. Pero no olvides una cosa, Anthony, estás a un paso de caer en un infierno que tú mismo creaste.El intercambio de miradas fue intenso, una mezcla de desafío y sumisión. Anthony sabía que est
Finalmente, tomó su arma reglamentaria, un acto que realizó con la familiaridad de alguien que ha hecho esto cientos de veces, pero con la seriedad de quien sabe que cada bala podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Revisó el cargador con detenimiento, asegurándose de que estaba completamente lleno y listo para ser utilizado en el instante en que fuera necesario.El silencio en la habitación era casi absoluto, solo interrumpido por el sonido metálico del arma al encajarla en su lugar. Los pensamientos de Heinst volvieron a centrarse en Clara por un breve momento. Sabía que, cuando despertara, todo habría cambiado. Ella no tendría idea de lo que había sucedido mientras dormía, pero él estaba decidido a mantenerla a salvo, incluso si eso significaba hacer lo impensable.Con una última mirada al espejo, donde su reflejo mostraba a un hombre concentrado y listo para la acción, Heinst se dirigió hacia la salida. Sabía que no estaba solo en esta misión; sus compañeros del C.I
Anthony, lo esperaba de pie, intentando mantener la calma, aunque el sudor en su frente y su postura rígida delataban su nerviosismo. Sabía que estaba bajo vigilancia tanto de los hombres de Román como del equipo de Heinst, lo que añadía una presión abrumadora. No podía permitirse fallar; cualquier error podía costarle la vida en ese mismo instante. Román, con una mirada que examinaba cada detalle, avanzaba con pasos lentos y calculados, su mente trabajando a toda velocidad para detectar cualquier señal de peligro.Desde su escondite elevado, Heinst observaba cada movimiento con la precisión de un cazador acechando a su presa. Sus ojos no perdían detalle la forma en que Román interactuaba con sus hombres, los gestos que intercambiaban, e incluso la forma en que el líder criminal movía la cabeza ligeramente, como si intentara captar cualquier ruido fuera de lo normal. La tensión en el puerto era palpable, una especie de calma tensa antes de la tormenta. Heinst sabía que la menor provoc