—No te acerques —le advirtió con firmeza, aunque su voz temblaba por la mezcla de emociones que la consumían. La barrera invisible entre ellos ahora parecía insuperable.El silencio volvió a instalarse, pero esta vez era un silencio cargado de resignación y desesperanza. Ambos sabían que, después de esa revelación, nada volvería a ser igual.Clara, con los ojos aún llenos de lágrimas, lo miró fijamente, buscando algún atisbo de justicia o remordimiento en Heinst. Su voz temblaba al hacer la pregunta que tanto temía:—¿Lo denunciarás, verdad? —se animó a preguntar Clara.La incertidumbre en su tono reflejaba el temor de que Heinst optara por proteger a su padre en lugar de hacer lo correcto. Él, atrapado en un conflicto interno, no supo qué responder de inmediato. Con la mano en su cintura y caminando de un lado al otro, Heinst intentaba encontrar una solución a este dilema que lo destrozaba por dentro. Sabía que cualquiera de las decisiones que tomara afectaría tanto a Clara como a su
Después de asegurarse de que Clara estaba completamente sedada, se levantó y volvió a enfocarse en sus prioridades. Sabía que cada minuto contaba y que tenía que actuar rápido para completar lo que había planeado durante tanto tiempo. Este era su momento para llevar a cabo su estrategia, terminar con aquellos que lo amenazaban y, finalmente, enfrentarse a su propio padre.Pero en algún lugar de su mente, una pequeña voz le recordaba que lo que acababa de hacer no tenía perdón. Sabía que una vez que Clara despertara, nada volvería a ser igual. Sin embargo, esa voz fue rápidamente acallada por la frialdad de su determinación. Para él, no había opción. La única manera de preservar su mundo era tomar decisiones difíciles, sin importar el costo emocional.Con un último vistazo hacia Clara, quien dormía profundamente ajena al caos que se desataba a su alrededor, Heinst salió de la habitación. La puerta se cerró tras él con un suave clic, dejando tras de sí un silencio perturbador y un vacío
El equipo de amigos del C.I.O se había tomado muy en serio la tarea de preparar el escenario. Disfrazados como operarios de los barcos, se pasaron todo el día trabajando en el muelle, atentos a cada detalle y vigilando que nada escapara de su control. Sabían que el éxito de la operación dependía de su discreción y precisión. Cada movimiento estaba calculado; su misión era garantizar que no hubiese sorpresas, y para ello se mezclaron entre los trabajadores del puerto, pasando desapercibidos mientras observaban con ojo crítico.Mientras tanto, Heinst pasó la mayor parte del día en las instalaciones del C.I.O, concentrado en un interrogatorio crucial. Habían logrado capturar a un criminal de alto perfil, y Heinst tenía claro que obtener información sería un reto. Caminó con paso firme hacia el ala de interrogatorios, donde un hombre de aspecto peligroso esperaba, esposado a una mesa de metal. La tensión en el aire era palpable. Al entrar en la sala, Heinst cerró la puerta con calma y, si
Heinst giró lentamente, ocultando la satisfacción que sentía al ver que su estrategia comenzaba a dar frutos. Anthony levantó la mirada por primera vez desde que había comenzado el interrogatorio, sus ojos llenos de una súplica desesperada. Sabía que estaba atrapado y que su única salida era cooperar.El agente se acercó nuevamente, con pasos lentos y medidos, como un depredador que sabe que su presa está acorralada. Heinst disfrutaba de la sensación de control absoluto sobre la situación. Ambos hombres estaban decididos a hacer lo que fuera necesario para alcanzar sus objetivos, pero en este duelo de voluntades, era evidente quién tenía la ventaja.—Hablemos entonces —dijo Heinst, con voz suave, como si estuviera ofreciéndole un favor —Dime todo lo que quiero saber, y veré qué puedo hacer por ti. Pero no olvides una cosa, Anthony, estás a un paso de caer en un infierno que tú mismo creaste.El intercambio de miradas fue intenso, una mezcla de desafío y sumisión. Anthony sabía que est
Finalmente, tomó su arma reglamentaria, un acto que realizó con la familiaridad de alguien que ha hecho esto cientos de veces, pero con la seriedad de quien sabe que cada bala podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Revisó el cargador con detenimiento, asegurándose de que estaba completamente lleno y listo para ser utilizado en el instante en que fuera necesario.El silencio en la habitación era casi absoluto, solo interrumpido por el sonido metálico del arma al encajarla en su lugar. Los pensamientos de Heinst volvieron a centrarse en Clara por un breve momento. Sabía que, cuando despertara, todo habría cambiado. Ella no tendría idea de lo que había sucedido mientras dormía, pero él estaba decidido a mantenerla a salvo, incluso si eso significaba hacer lo impensable.Con una última mirada al espejo, donde su reflejo mostraba a un hombre concentrado y listo para la acción, Heinst se dirigió hacia la salida. Sabía que no estaba solo en esta misión; sus compañeros del C.I
Anthony, lo esperaba de pie, intentando mantener la calma, aunque el sudor en su frente y su postura rígida delataban su nerviosismo. Sabía que estaba bajo vigilancia tanto de los hombres de Román como del equipo de Heinst, lo que añadía una presión abrumadora. No podía permitirse fallar; cualquier error podía costarle la vida en ese mismo instante. Román, con una mirada que examinaba cada detalle, avanzaba con pasos lentos y calculados, su mente trabajando a toda velocidad para detectar cualquier señal de peligro.Desde su escondite elevado, Heinst observaba cada movimiento con la precisión de un cazador acechando a su presa. Sus ojos no perdían detalle la forma en que Román interactuaba con sus hombres, los gestos que intercambiaban, e incluso la forma en que el líder criminal movía la cabeza ligeramente, como si intentara captar cualquier ruido fuera de lo normal. La tensión en el puerto era palpable, una especie de calma tensa antes de la tormenta. Heinst sabía que la menor provoc
La pelea comenzó con una violencia desatada sobre la cubierta del barco, ambos hombres intercambiando golpes con una ferocidad implacable. Los puños de Román se estrellaban contra el cuerpo de Heinst, que respondía con una técnica precisa y letal. Los golpes resonaban en el aire y el sonido de sus cuerpos chocando se mezclaba con el ruido de las olas. Cada movimiento estaba cargado de una tensión palpable, una lucha entre la justicia y el crimen, entre el deber y el deseo de sobrevivir.Román, a pesar de su aparente calma, luchaba con una fuerza salvaje, intentando dominar a Heinst con cada golpe. Sin embargo, Heinst se mantenía firme, utilizando su experiencia y habilidades en combate para bloquear y contraatacar. La lucha se movía por toda la cubierta, a veces acercándose al borde del barco, y otras veces desplazándose por los pasillos oscuros y resbaladizos.A medida que la pelea avanzaba, Heinst sintió el cansancio acumulándose, pero su determinación no flaqueó. Sabía que debía de
—Pasarás el resto de tu vida tras las rejas —dijo Erick, su voz cargada de una mezcla de determinación y emociones contenidas. Sus ojos estaban cristalizados, reflejando la resolución y el dolor de años de sufrimiento. Finalmente, había logrado poner tras las rejas al responsable de la muerte de su madre. El recuerdo de aquel momento desgarrador en la morgue, cuando tuvo que reconocer el cuerpo de su madre, se transformaba en un propósito cumplido. La justicia, aunque tardía, finalmente había llegado para Román.Román, con la furia y la rabia que le quedaban, no podía soportar el hecho de ser derrotado. Su rostro se torció en una mueca de desprecio y odio mientras miraba a Erick, el hombre que había creído como un hijo. A pesar de estar herido y siendo sostenido por dos agentes que se aseguraban de llevarlo tras las rejas, su amenaza no dejó de resonar en el aire.—Chico, muy pronto saldré de la cárcel... y me vengaré de ti —amenazó Román con una voz llena de veneno. Sus palabras eran