—Pasarás el resto de tu vida tras las rejas —dijo Erick, su voz cargada de una mezcla de determinación y emociones contenidas. Sus ojos estaban cristalizados, reflejando la resolución y el dolor de años de sufrimiento. Finalmente, había logrado poner tras las rejas al responsable de la muerte de su madre. El recuerdo de aquel momento desgarrador en la morgue, cuando tuvo que reconocer el cuerpo de su madre, se transformaba en un propósito cumplido. La justicia, aunque tardía, finalmente había llegado para Román.Román, con la furia y la rabia que le quedaban, no podía soportar el hecho de ser derrotado. Su rostro se torció en una mueca de desprecio y odio mientras miraba a Erick, el hombre que había creído como un hijo. A pesar de estar herido y siendo sostenido por dos agentes que se aseguraban de llevarlo tras las rejas, su amenaza no dejó de resonar en el aire.—Chico, muy pronto saldré de la cárcel... y me vengaré de ti —amenazó Román con una voz llena de veneno. Sus palabras eran
—¿Qué haces? ¿Quién te dio el derecho de husmear entre mis pertenencias? —preguntó Clara con autoridad, su enojo evidente en su tono.—Tienes que venir con nosotros. Debemos ir al hospital. Heinst fue disparado de gravedad —dijo Elisa, observando cómo la sorpresa y el miedo comenzaban a reflejarse en el rostro de Clara.—¿Qué?... ¿Heinst está herido, cómo? —preguntó Clara, el shock y la preocupación claramente marcados en su voz mientras intentaba procesar la gravedad de la situación.Clara llegó al hospital junto al padre de Heinst y a Elisa, un silencio tenso rodeando a los tres mientras se dirigían al área de emergencias. La escena era una mezcla de ansiedad y desesperación, con luces de neón brillando a través de las ventanas y el sonido constante del ajetreo hospitalario. Una vez en el hospital, se encontraron con un lugar abarrotado de actividad, y el grupo se dirigió hacia la sala de espera.Clara se sentó frente al padre de Heinst, Darién, con una expresión dura y fija en su r
El contacto era suave pero lleno de significado. La mano de Heinst, aún tibia pero sin respuesta consciente, fue envuelta por la de Darién, quien sostuvo su mano con una fuerza tranquila. Era un gesto cargado de amor y esperanza, un símbolo de apoyo incondicional y el deseo de que su hijo se recuperara por completo. Darién sintió un nudo en la garganta mientras miraba a Heinst, su corazón lleno de un cariño que no necesitaba ser expresado en palabras. Sabía que su afecto y devoción eran evidentes en cada movimiento, en cada gesto silencioso.El silencio en la sala estaba interrumpido solo por el suave zumbido de los monitores y el ocasional clic de los equipos médicos que verificaban los parámetros de Heinst. Elisa, observando desde un rincón de la habitación, compartía la emoción de Darién, aunque sus sentimientos eran mixtos. Mientras se acercaba a la cama, sus ojos estaban llenos de lágrimas de alivio y gratitud, sabiendo que el estado de aquel hombre que amaba en silencio había me
—Tú... eres un agente —susurró Clara, dirigiéndose a Erick con una voz que temblaba entre la incredulidad y el desconcierto. Era como si las piezas del rompecabezas empezaran a encajar, revelando una verdad incómoda. Sabía que algo no cuadraba con Erick desde hacía tiempo, pero ahora, frente a ella, tenía una revelación que no podía ignorar.El silencio que siguió a su declaración se extendió por la sala de espera como una sombra pesada. Cada uno de los presentes sintió cómo el aire se volvía denso, cargado de tensión y preguntas sin respuestas. Erick evitó el contacto visual con Clara, sintiendo el peso de la verdad que aún no podía admitir abiertamente. Analia, por su parte, observaba la situación con una expresión neutral, pero sus ojos brillaban con una chispa de advertencia. Sabía que cualquier palabra mal medida podría desatar un conflicto mayor.Darién, notando la creciente tensión, cambió ligeramente su postura. Aunque intentaba mantener su fachada de autoridad y control, no p
Elisa, por su parte, observó en silencio, dejando que la escena se desarrollara sin intervenir más. Su mente trabajaba en posibles movimientos futuros, considerando las opciones que tenía para seguir manteniendo su influencia. Pero una cosa era despejada Heinst seguía siendo el punto de convergencia en este juego peligroso, y ninguna de las dos estaba dispuesta a ceder.Las horas pasaban lentamente en la habitación del hospital. La tensión se sentía en el aire mientras Clara y Elisa permanecían en la estancia, cada una inmersa en sus propios pensamientos. Heinst, aunque aún bajo el efecto de los sedantes, comenzó a mostrar señales de que estaba a punto de despertar. Sus cejas se fruncieron ligeramente, sus labios agrietados dejaron escapar un leve suspiro, y su cuerpo empezó a dar muestras del dolor que ahora se hacía más palpable.Finalmente, Heinst abrió los ojos, parpadeando lentamente mientras su visión se ajustaba a la luz de la habitación. Su mirada, algo desenfocada al principi
Heinst sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era una mezcla de cansancio y desafío, como si disfrutara viendo esa reacción en ella.—No me respondas con evasivas, Clara. Sé que algo te molesta, y no es solo mi estado —replicó él, acercando aún más su rostro al de ella, hasta el punto en que podía sentir el calor de sus labios a escasos centímetros de los suyos.Clara se quedó en silencio, sus emociones batiendo dentro de ella como una tormenta. Parte de ella quería alejarse, gritarle, reprocharle todo lo que sentía. Pero otra parte se negaba a moverse, atrapada en ese momento cargado de algo que no lograba definir del todo.Finalmente, con un movimiento brusco, Clara se soltó del agarre de Heinst, retrocediendo unos pasos. Sus ojos, aún llenos de furia, no se apartaron de los de él.—No te hagas el ingenuo, Heinst. Sabes perfectamente qué me molesta —dijo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la puerta, sin darle tiempo a replicar.Heinst la observó mientras se alejaba, con una
Román no era el tipo de hombre que se rendía fácilmente. Su mente afilada siempre estaba trabajando, trazando nuevas estrategias, anticipando los movimientos de sus enemigos y preparando su siguiente jugada. Sabía que su situación actual era delicada, pero eso no lo intimidaba en lo más mínimo. Para él, estar tras las rejas era simplemente un contratiempo, una pausa momentánea en su incesante juego de poder.Mientras seguía silbando con una calma casi perturbadora, sus pensamientos se centraban en un solo nombre, Clara Miller. Román sabía que ella era la clave para desestabilizar a Heinst, para sacarlo de su aparente seguridad y romper la calma que tanto se esforzaba por mantener. Clara era más que la esposa de Heinst; era su punto débil, el elemento que, si se manejaba correctamente, podría derrumbar todo el mundo controlado por su esposo.Román sonrió con una frialdad que se reflejaba en sus ojos. Clara era un objetivo complicado, pero no imposible de manipular. Él entendía que la f
El guardia, aún con la mente llena de preguntas, se encontraba sentado frente a su escritorio. El nombre que Román había mencionado seguía resonando en su cabeza: Clara Miller. Con un aire de incertidumbre, comenzó a buscar información en la base de datos interna. A medida que leía, su expresión cambió drásticamente. No podía creer lo que estaba viendo: la mujer mencionada no era otra que la esposa del propio Heinst Conrab, su superior y uno de los agentes más respetados. El hecho de que Clara fuera hija de un criminal de alto riesgo como Román ponía en duda todo lo que el guardia pensaba que sabía.El dilema se aferró a su pecho como un peso que no podía ignorar. Sabía que, por ley, Román tenía derecho a realizar una llamada, y aunque la situación le resultaba incómoda, no podía negárselo. La obligación profesional chocaba con la moralidad, pero las reglas estaban claras.—Vamos, apresúrate en llamar... No hagas que me arrepienta —dijo el guardia, Román con una sonrisa que irradiaba