Heinst sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era una mezcla de cansancio y desafío, como si disfrutara viendo esa reacción en ella.—No me respondas con evasivas, Clara. Sé que algo te molesta, y no es solo mi estado —replicó él, acercando aún más su rostro al de ella, hasta el punto en que podía sentir el calor de sus labios a escasos centímetros de los suyos.Clara se quedó en silencio, sus emociones batiendo dentro de ella como una tormenta. Parte de ella quería alejarse, gritarle, reprocharle todo lo que sentía. Pero otra parte se negaba a moverse, atrapada en ese momento cargado de algo que no lograba definir del todo.Finalmente, con un movimiento brusco, Clara se soltó del agarre de Heinst, retrocediendo unos pasos. Sus ojos, aún llenos de furia, no se apartaron de los de él.—No te hagas el ingenuo, Heinst. Sabes perfectamente qué me molesta —dijo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la puerta, sin darle tiempo a replicar.Heinst la observó mientras se alejaba, con una
Román no era el tipo de hombre que se rendía fácilmente. Su mente afilada siempre estaba trabajando, trazando nuevas estrategias, anticipando los movimientos de sus enemigos y preparando su siguiente jugada. Sabía que su situación actual era delicada, pero eso no lo intimidaba en lo más mínimo. Para él, estar tras las rejas era simplemente un contratiempo, una pausa momentánea en su incesante juego de poder.Mientras seguía silbando con una calma casi perturbadora, sus pensamientos se centraban en un solo nombre, Clara Miller. Román sabía que ella era la clave para desestabilizar a Heinst, para sacarlo de su aparente seguridad y romper la calma que tanto se esforzaba por mantener. Clara era más que la esposa de Heinst; era su punto débil, el elemento que, si se manejaba correctamente, podría derrumbar todo el mundo controlado por su esposo.Román sonrió con una frialdad que se reflejaba en sus ojos. Clara era un objetivo complicado, pero no imposible de manipular. Él entendía que la f
El guardia, aún con la mente llena de preguntas, se encontraba sentado frente a su escritorio. El nombre que Román había mencionado seguía resonando en su cabeza: Clara Miller. Con un aire de incertidumbre, comenzó a buscar información en la base de datos interna. A medida que leía, su expresión cambió drásticamente. No podía creer lo que estaba viendo: la mujer mencionada no era otra que la esposa del propio Heinst Conrab, su superior y uno de los agentes más respetados. El hecho de que Clara fuera hija de un criminal de alto riesgo como Román ponía en duda todo lo que el guardia pensaba que sabía.El dilema se aferró a su pecho como un peso que no podía ignorar. Sabía que, por ley, Román tenía derecho a realizar una llamada, y aunque la situación le resultaba incómoda, no podía negárselo. La obligación profesional chocaba con la moralidad, pero las reglas estaban claras.—Vamos, apresúrate en llamar... No hagas que me arrepienta —dijo el guardia, Román con una sonrisa que irradiaba
En ese momento, una carcajada de Darién la sacó momentáneamente de sus pensamientos. Volteó para ver cómo él y Elisa bromeaban, mientras Analia sonreía con complicidad. La escena contrastaba dolorosamente con la tensión que sentía Clara por dentro. Todos parecían tan despreocupados, tan ajenos a la tormenta que se avecinaba. Nadie allí sospechaba que ella estaba sopesando si traicionar la confianza de Heinst o lanzarse en un juego peligroso por su cuenta.Finalmente, Clara decidió que debía mantener la fachada. Si iba a asistir a ese encuentro, tenía que hacerlo sin levantar sospechas, y para eso necesitaba que Heinst no desconfiara de ella. Apretó los labios, decidida a jugar su propio juego. Sin embargo, muy en el fondo, sabía que esto no era sostenible. Heinst tenía sus propios recursos, y tarde o temprano, si no encontraba respuestas claras, empezaría a indagar. Era solo cuestión de tiempo antes de que su curiosidad lo empujara a investigar y descubrir qué estaba ocultando.El amb
Subió las escaleras con pasos lentos, sus dedos rozando la barandilla de mármol, mientras sus pensamientos se arremolinaban sin descanso. Al entrar en su habitación, cerró la puerta tras de sí con un suave clic, como si quisiera aislarse del mundo exterior. Se dejó caer pesadamente sobre la cama, hundiendo su cuerpo en las sábanas de satén, y sus ojos se quedaron fijos en el techo. La opulencia de la habitación, con su decoración lujosa y sus detalles refinados, se desvanecía en su mente, eclipsada por la tormenta que la invadía.Las palabras de Román volvían una y otra vez, como un mantra insidioso que se negaba a desvanecerse. "Clara Miller... eres la clave." Esa frase se repetía hasta el punto de volverla loca. ¿Qué quería realmente? ¿Qué esperaba de ella? Clara sabía que no podía subestimarlo; Román siempre había sido calculador, manipulador, un maestro en mover piezas en el tablero. Si había decidido contactar con ella, era porque tenía un plan, y ese plan la involucraba de una f
A pesar de las dudas, su determinación no flaqueaba. Clara, a quien él había protegido y cuidado, ahora se había convertido en un misterio, y Heinst no dejaría nada al azar. Sabía que no podía permitirse ser vulnerable, no cuando había tantos enemigos acechando en las sombras, esperando cualquier señal de debilidad. Así que, mientras mantenía los ojos fijos en la pantalla, Heinst se preparó mentalmente para lo que pudiera venir. En su mundo, la traición no era algo inesperado, y si Clara estaba jugando un doble juego, él sería quien decidiría el desenlace.El silencio en la habitación fue interrumpido por un leve pitido que indicaba que el micrófono había captado algo. Heinst se inclinó hacia la pantalla, atento a cada palabra que pudiera salir de la boca de Clara. Este era solo el comienzo de una partida en la que ambos jugaban con reglas no escritas, y el desenlace aún estaba lejos de definirse.Clara recibió la ubicación en su teléfono mientras contemplaba su vida, una vida que una
—¿Incapaz de engañar? —repitió con burla, saboreando cada palabra —Pues parece que hasta a ti te engañó… Esa mujer a la que tanto idealizas era una criminal, igual que tu padre. Una delincuente astuta, hija mía.El veneno en sus palabras hizo que Clara sintiera un nudo en la garganta. Apretó con fuerza su cartera, aferrándose a ella como si fuera un ancla en medio de una tormenta emocional. La rabia comenzó a crecer en su interior, una mezcla de dolor, impotencia y negación. La figura de su madre, una mujer que había adorado y admirado, ahora se tambaleaba, manchada por las acusaciones de Román.—¡Cállate! —gritó Clara, dejando que su voz retumbara con furia en la habitación —¡Ya es suficiente de tus maldades! No me importa lo que pienses ni las mentiras que quieras inventar… Mi madre fue una mujer honorable, y no dejaré que mancilles su memoria con tu veneno.La tensión en el aire era palpable. Román, sin embargo, no se inmutó ante el estallido de Clara. Observó a su hija con una m
—Quiero que acabes con él... Y antes de matarlo, asegúrate de que sepa de quién es el mensaje. ¿Supongo que no es difícil para ti? —alegó Clara, con una voz que no dejaba lugar a interpretaciones. Sus ojos, enrojecidos por la furia y el dolor, brillaban con una intensidad que solo podía venir de un corazón destrozado.Román observó la imagen durante unos segundos, sus labios torcidos en una sonrisa malévola. Para él, esto no era más que un simple trabajo. Clara acababa de cruzar la línea, entrando en un mundo del que no habría retorno. Para ella, este camino no era solo cuestión de venganza, sino también de dejar atrás la vida que alguna vez conoció. Cada traición y cada mentira habían construido en su interior una oscuridad que la estaba consumiendo.Mientras tanto, Heinst, quien había estado escuchando la conversación a través del micrófono oculto, sintió que algo dentro de él se rompía. Frenó bruscamente en medio de la carretera, el sonido chirriante de los neumáticos resonando en