—Quiero que acabes con él... Y antes de matarlo, asegúrate de que sepa de quién es el mensaje. ¿Supongo que no es difícil para ti? —alegó Clara, con una voz que no dejaba lugar a interpretaciones. Sus ojos, enrojecidos por la furia y el dolor, brillaban con una intensidad que solo podía venir de un corazón destrozado.Román observó la imagen durante unos segundos, sus labios torcidos en una sonrisa malévola. Para él, esto no era más que un simple trabajo. Clara acababa de cruzar la línea, entrando en un mundo del que no habría retorno. Para ella, este camino no era solo cuestión de venganza, sino también de dejar atrás la vida que alguna vez conoció. Cada traición y cada mentira habían construido en su interior una oscuridad que la estaba consumiendo.Mientras tanto, Heinst, quien había estado escuchando la conversación a través del micrófono oculto, sintió que algo dentro de él se rompía. Frenó bruscamente en medio de la carretera, el sonido chirriante de los neumáticos resonando en
—No te das cuenta, Clara... Estás eligiendo el lado equivocado. Si sigues por este camino, no habrá vuelta atrás. Ni para ti ni para nosotros —dijo Heinst, soltándola finalmente, pero con la mirada fija en ella, tratando de encontrar algún rastro de la mujer que una vez conoció. Sin embargo, Clara solo lo miró con indiferencia. Para ella, el punto de no retorno ya había sido cruzado.Sin más palabras, Clara se alejó de él, su decisión sellada. Heinst observó cómo se dirigía hacia su auto, sintiendo un dolor profundo en su pecho. Sabía que la guerra que se avecinaba no solo sería contra Román, sino también contra la mujer que amaba. Y, aunque esa verdad lo destrozaba, estaba decidido a luchar hasta el final, incluso si eso significaba enfrentarse a Clara y todo lo que ella representaba ahora.Después de intentar sin éxito razonar con su esposa, Heinst sintió que la frustración y la preocupación se mezclaban en su pecho como una tormenta. Sabía que Clara estaba tomando decisiones que la
—No es solo él, padre. Está actuando bajo las órdenes de alguien más... Alguien que ha estado esperando verte tras las rejas —agregó Heinst, buscando captar toda la atención de Darién. La gravedad en su voz dejaba claro que esto no era un simple aviso.Darién, ahora completamente serio, se acercó a su hijo con la mirada fija, como si tratara de descifrar cada detalle de la situación. El silencio en la oficina se volvió denso, cargado de tensión. Por primera vez en mucho tiempo, Darién sintió que el control que siempre había mantenido comenzaba a desmoronarse.—¿Quién está detrás de esto? —preguntó finalmente Darién, con un tono más bajo pero lleno de determinación. Su seguridad habitual había dado paso a una mezcla de precaución y desconfianza. Sabía que si Román estaba involucrado, esto no era una simple amenaza pasajera.Heinst tragó saliva, consciente de que la verdad no sería fácil de digerir para su padre. Pero sabía que debía ser claro y directo. Su vida, y la de toda la familia
—¿Es que realmente estás dispuesta a arriesgarlo todo, incluso tu vida, por esa venganza? —preguntó Heinst, con una mezcla de desesperación y rabia en la voz.Clara finalmente levantó la mirada para encontrarse con los ojos de su esposo. Lo que vio en ellos era una mezcla de dolor, preocupación y, sobre todo, una insistencia que la irritaba profundamente. Ella sabía que Heinst intentaba protegerla, pero en su interior ya había tomado una decisión que nadie podía cambiar.—Lo que decida hacer con mi vida es asunto mío, no tuyo. No te interpongas en mi camino, Heinst —respondió Clara, con una firmeza que dejó claro que no había espacio para la negociación.El silencio volvió a dominar el ascensor, pero esta vez estaba cargado de una hostilidad contenida. Heinst sabía que estaba perdiendo la batalla, pero se negaba a rendirse. En su mente, buscar una solución era lo único que lo mantenía aferrado a la esperanza de que aún había algo que pudiera hacer para salvarla, para salvarlos a ambos
El salón se llenaba lentamente de murmullos y el ruido de los cubiertos chocando contra las bandejas de metal. Pero en medio de ese caos, Román permanecía inmóvil, su mirada fija en la botella de agua, como si fuera el centro de su universo en ese instante. Los demás reclusos lo observaban con recelo, conscientes de que aquel hombre, aunque parecía tranquilo, era una bomba de tiempo que podía estallar en cualquier momento.Finalmente, uno de los reclusos, un hombre corpulento y con un rostro marcado por cicatrices de múltiples peleas, se acercó a la mesa de Román. Sus pasos eran lentos, calculados, y su mirada estaba fija en Román. Cuando llegó a la mesa, se detuvo por un instante, como si estuviera considerando sus opciones. Luego, sin decir una palabra, se sentó frente a él, sus ojos intentando descifrar las intenciones de Román.—¿Qué trabajos deseas imponer, Román? Han pasado años desde que nadie se atrevía a poner esta señal aquí adentro —dijo el hombre, su tono de voz revelando
Mientras tanto, en una de las celdas más oscuras y alejadas, Román estaba recostado en su cama, disfrutando de la perturbación que había causado. La luz que entraba por la pequeña ventana de la celda apenas iluminaba su rostro, pero la sonrisa que se dibujaba en sus labios era inconfundible. Sabía que todo estaba marchando según sus planes, y la sensación de control absoluto lo llenaba de satisfacción.Los otros reclusos lo miraban con respeto y temor. Para ellos, Román no era simplemente un hombre; era una leyenda viviente, un ser casi mitológico cuyo poder trascendía las rejas y muros del reclusorio. Había ganado su apodo, "El demonio", no solo por sus actos de crueldad, sino por la frialdad con la que ejecutaba sus planes, sin un atisbo de duda o remordimiento.Los rumores de su despiadada naturaleza corrían como un río entre los pasillos del reclusorio. Cuentos sobre cómo había torturado a aquellos que se atrevían a cruzarse en su camino, cómo había manipulado y destruido vidas si
La cena se llevó a cabo en una mansión imponente, un lugar que exudaba riqueza y poder. Los invitados, ataviados con sus mejores trajes y vestidos, conversaban animadamente, brindando por futuros negocios y alianzas. Clara, con su vestido negro elegante, caminaba al lado de su esposo, irradiando la misma confianza que siempre la había caracterizado. Pero en las sombras, los ojos de los asesinos estaban fijos en ella.Uno de los hombres, el contratado por Darién, se movía con sigilo entre la multitud, buscando el momento en que Clara quedara sola, vulnerable. Sabía que no podía actuar precipitadamente; necesitaba el momento perfecto, un instante de debilidad en el que pudiera acercarse y ejecutar la orden que le habían dado. Para él, Clara no era más que un objetivo, una tarea que debía cumplir sin cuestionamientos.El otro hombre, el enviado por Román, también vigilaba de cerca. Sabía que su misión no era solo eliminar a Darién, sino también enviar un mensaje claro y contundente a tra
Mientras Heinst luchaba por someter al hombre, un segundo disparo se escuchó desde el interior del lugar. El sonido reverberó por las paredes del recinto, llenando el aire con una tensión palpable. Heinst, con el corazón en la garganta, se dio cuenta de que algo terrible había sucedido dentro, pero en ese momento no podía hacer nada al respecto. Toda su atención estaba concentrada en el hombre que intentaba acabar con la vida de Clara.Finalmente, después de una intensa y agotadora lucha, Heinst logró someter al asesino. Con una habilidad que había adquirido a lo largo de años de entrenamiento, inmovilizó al hombre y lo dejó completamente incapacitado. Con el enemigo neutralizado, Heinst lo arrastró hacia un lugar seguro, su mente ya calculando los próximos pasos. Sabía que debía mandar al hombre directamente al Comando de Inteligencia de Operaciones (C.I.O), donde sería interrogado y se averiguaría quién estaba detrás del intento de asesinato.Pero a pesar de haber salvado a Clara en