Subió las escaleras con pasos lentos, sus dedos rozando la barandilla de mármol, mientras sus pensamientos se arremolinaban sin descanso. Al entrar en su habitación, cerró la puerta tras de sí con un suave clic, como si quisiera aislarse del mundo exterior. Se dejó caer pesadamente sobre la cama, hundiendo su cuerpo en las sábanas de satén, y sus ojos se quedaron fijos en el techo. La opulencia de la habitación, con su decoración lujosa y sus detalles refinados, se desvanecía en su mente, eclipsada por la tormenta que la invadía.Las palabras de Román volvían una y otra vez, como un mantra insidioso que se negaba a desvanecerse. "Clara Miller... eres la clave." Esa frase se repetía hasta el punto de volverla loca. ¿Qué quería realmente? ¿Qué esperaba de ella? Clara sabía que no podía subestimarlo; Román siempre había sido calculador, manipulador, un maestro en mover piezas en el tablero. Si había decidido contactar con ella, era porque tenía un plan, y ese plan la involucraba de una f
A pesar de las dudas, su determinación no flaqueaba. Clara, a quien él había protegido y cuidado, ahora se había convertido en un misterio, y Heinst no dejaría nada al azar. Sabía que no podía permitirse ser vulnerable, no cuando había tantos enemigos acechando en las sombras, esperando cualquier señal de debilidad. Así que, mientras mantenía los ojos fijos en la pantalla, Heinst se preparó mentalmente para lo que pudiera venir. En su mundo, la traición no era algo inesperado, y si Clara estaba jugando un doble juego, él sería quien decidiría el desenlace.El silencio en la habitación fue interrumpido por un leve pitido que indicaba que el micrófono había captado algo. Heinst se inclinó hacia la pantalla, atento a cada palabra que pudiera salir de la boca de Clara. Este era solo el comienzo de una partida en la que ambos jugaban con reglas no escritas, y el desenlace aún estaba lejos de definirse.Clara recibió la ubicación en su teléfono mientras contemplaba su vida, una vida que una
—¿Incapaz de engañar? —repitió con burla, saboreando cada palabra —Pues parece que hasta a ti te engañó… Esa mujer a la que tanto idealizas era una criminal, igual que tu padre. Una delincuente astuta, hija mía.El veneno en sus palabras hizo que Clara sintiera un nudo en la garganta. Apretó con fuerza su cartera, aferrándose a ella como si fuera un ancla en medio de una tormenta emocional. La rabia comenzó a crecer en su interior, una mezcla de dolor, impotencia y negación. La figura de su madre, una mujer que había adorado y admirado, ahora se tambaleaba, manchada por las acusaciones de Román.—¡Cállate! —gritó Clara, dejando que su voz retumbara con furia en la habitación —¡Ya es suficiente de tus maldades! No me importa lo que pienses ni las mentiras que quieras inventar… Mi madre fue una mujer honorable, y no dejaré que mancilles su memoria con tu veneno.La tensión en el aire era palpable. Román, sin embargo, no se inmutó ante el estallido de Clara. Observó a su hija con una m
—Quiero que acabes con él... Y antes de matarlo, asegúrate de que sepa de quién es el mensaje. ¿Supongo que no es difícil para ti? —alegó Clara, con una voz que no dejaba lugar a interpretaciones. Sus ojos, enrojecidos por la furia y el dolor, brillaban con una intensidad que solo podía venir de un corazón destrozado.Román observó la imagen durante unos segundos, sus labios torcidos en una sonrisa malévola. Para él, esto no era más que un simple trabajo. Clara acababa de cruzar la línea, entrando en un mundo del que no habría retorno. Para ella, este camino no era solo cuestión de venganza, sino también de dejar atrás la vida que alguna vez conoció. Cada traición y cada mentira habían construido en su interior una oscuridad que la estaba consumiendo.Mientras tanto, Heinst, quien había estado escuchando la conversación a través del micrófono oculto, sintió que algo dentro de él se rompía. Frenó bruscamente en medio de la carretera, el sonido chirriante de los neumáticos resonando en
—No te das cuenta, Clara... Estás eligiendo el lado equivocado. Si sigues por este camino, no habrá vuelta atrás. Ni para ti ni para nosotros —dijo Heinst, soltándola finalmente, pero con la mirada fija en ella, tratando de encontrar algún rastro de la mujer que una vez conoció. Sin embargo, Clara solo lo miró con indiferencia. Para ella, el punto de no retorno ya había sido cruzado.Sin más palabras, Clara se alejó de él, su decisión sellada. Heinst observó cómo se dirigía hacia su auto, sintiendo un dolor profundo en su pecho. Sabía que la guerra que se avecinaba no solo sería contra Román, sino también contra la mujer que amaba. Y, aunque esa verdad lo destrozaba, estaba decidido a luchar hasta el final, incluso si eso significaba enfrentarse a Clara y todo lo que ella representaba ahora.Después de intentar sin éxito razonar con su esposa, Heinst sintió que la frustración y la preocupación se mezclaban en su pecho como una tormenta. Sabía que Clara estaba tomando decisiones que la
—No es solo él, padre. Está actuando bajo las órdenes de alguien más... Alguien que ha estado esperando verte tras las rejas —agregó Heinst, buscando captar toda la atención de Darién. La gravedad en su voz dejaba claro que esto no era un simple aviso.Darién, ahora completamente serio, se acercó a su hijo con la mirada fija, como si tratara de descifrar cada detalle de la situación. El silencio en la oficina se volvió denso, cargado de tensión. Por primera vez en mucho tiempo, Darién sintió que el control que siempre había mantenido comenzaba a desmoronarse.—¿Quién está detrás de esto? —preguntó finalmente Darién, con un tono más bajo pero lleno de determinación. Su seguridad habitual había dado paso a una mezcla de precaución y desconfianza. Sabía que si Román estaba involucrado, esto no era una simple amenaza pasajera.Heinst tragó saliva, consciente de que la verdad no sería fácil de digerir para su padre. Pero sabía que debía ser claro y directo. Su vida, y la de toda la familia
—¿Es que realmente estás dispuesta a arriesgarlo todo, incluso tu vida, por esa venganza? —preguntó Heinst, con una mezcla de desesperación y rabia en la voz.Clara finalmente levantó la mirada para encontrarse con los ojos de su esposo. Lo que vio en ellos era una mezcla de dolor, preocupación y, sobre todo, una insistencia que la irritaba profundamente. Ella sabía que Heinst intentaba protegerla, pero en su interior ya había tomado una decisión que nadie podía cambiar.—Lo que decida hacer con mi vida es asunto mío, no tuyo. No te interpongas en mi camino, Heinst —respondió Clara, con una firmeza que dejó claro que no había espacio para la negociación.El silencio volvió a dominar el ascensor, pero esta vez estaba cargado de una hostilidad contenida. Heinst sabía que estaba perdiendo la batalla, pero se negaba a rendirse. En su mente, buscar una solución era lo único que lo mantenía aferrado a la esperanza de que aún había algo que pudiera hacer para salvarla, para salvarlos a ambos
El salón se llenaba lentamente de murmullos y el ruido de los cubiertos chocando contra las bandejas de metal. Pero en medio de ese caos, Román permanecía inmóvil, su mirada fija en la botella de agua, como si fuera el centro de su universo en ese instante. Los demás reclusos lo observaban con recelo, conscientes de que aquel hombre, aunque parecía tranquilo, era una bomba de tiempo que podía estallar en cualquier momento.Finalmente, uno de los reclusos, un hombre corpulento y con un rostro marcado por cicatrices de múltiples peleas, se acercó a la mesa de Román. Sus pasos eran lentos, calculados, y su mirada estaba fija en Román. Cuando llegó a la mesa, se detuvo por un instante, como si estuviera considerando sus opciones. Luego, sin decir una palabra, se sentó frente a él, sus ojos intentando descifrar las intenciones de Román.—¿Qué trabajos deseas imponer, Román? Han pasado años desde que nadie se atrevía a poner esta señal aquí adentro —dijo el hombre, su tono de voz revelando