—El señor Darién me ha dado un par de sugerencias sobre cómo levantar las ventas caídas en la empresa —mintió Clara, forzando una sonrisa mientras trataba de mantener la calma. Sin embargo, Heinst conocía demasiado bien a su esposa; sus gestos, su tono de voz, incluso la manera en que desviaba la mirada, le decían que algo no estaba bien.Heinst no dijo nada más, pero su desconfianza crecía con cada segundo que pasaba. Sabía que Clara no le estaba diciendo toda la verdad, y esa sospecha lo inquietaba profundamente. Darién, por su parte, mantenía su expresión serena, como si todo fuera parte de un juego del que solo él conocía las reglas.Clara, atrapada entre su esposo y su suegro, sentía que las paredes se cerraban a su alrededor. Sabía que tarde o temprano Heinst descubriría la verdad, y temía las consecuencias de ese momento. Mientras tanto, Darién continuaba sonriendo, satisfecho con la semilla de duda que había plantado en su hijo.—¿Cómo es que mi adorada esposa no me ha mencion
—Me alegra que mi padre haya encontrado una pareja —dijo Heinst, su voz sonaba controlada, pero Clara, que no lo conocía tan bien podía ver su incomodidad ante la mujer, podía percibir la tensión detrás de sus palabras. Luego, sin esperar respuesta, se sentó nuevamente en la mesa, tratando de enfocarse en cualquier cosa que no fuera la perturbadora presencia de Elisa.Darién, por su parte, sonreía de manera satisfecha, como si disfrutara de la extraña dinámica que se estaba desarrollando. Su sonrisa tenía un tinte sarcástico, como si las palabras de su hijo le resultaran una broma interna que solo él comprendía.Elisa, ajena o quizás totalmente consciente de la tensión que había creado, se sentó tranquilamente al costado de Darién y comenzó a degustar su desayuno. Cada uno de sus movimientos parecía calculado, como si estuviera disfrutando de un espectáculo privado en el que ella era la protagonista.—Vaya, cariño... qué hijo tan considerado tienes —comentó Elisa, dirigiéndose a Darié
—Como te dije antes, se me olvidó por todos los problemas que he tenido —respondió Clara, tratando de sonar convincente mientras ajustaba los botones de su camisa. Su tono era firme, pero el ligero temblor en sus manos delataba la verdad: la presión de mantener tantas mentiras a flote empezaba a pesarle.Heinst no se dejó convencer tan fácilmente. Se acercó a Clara, deteniéndose justo detrás de ella. Desde esa posición, ambos podían verse reflejados en el espejo, pero era como si un abismo se hubiera abierto entre ellos. Sus miradas se encontraron en el vidrio, y Clara sintió que el interrogatorio de Heinst apenas comenzaba.—No me mientas, Clara —dijo Heinst, con una mezcla de dureza y desespero en su voz—. Sé que algo más está pasando. Desde que mi padre regresó, todo ha cambiado, y necesito saber qué es. —El dolor en su tono la hizo dudar, pero Clara sabía que no podía revelar todo lo que sabía. Era por su seguridad, por la de ambos.—No hay nada más, Heinst —insistió Clara, giránd
Esperó en la penumbra, observando cada movimiento, cada sombra que cruzaba las ventanas del edificio. Sabía que debía mantenerse firme y no actuar precipitadamente. Esta era su oportunidad de descubrir las verdaderas intenciones de Elisa y, posiblemente, de adelantarse a los movimientos de Román.La tensión se palpaba en el aire, y Heinst se preparó mentalmente para lo que fuera que estaba a punto de descubrir. Sabía que el riesgo era enorme, pero también sabía que no podía permitirse fallar. La vida de Clara, su propia vida, y el destino de todo lo que había construido estaban en juego.El joven agente subió las escaleras del viejo edificio, sus pasos resonando en el silencio mientras su mente estaba absorta en pensamientos confusos. No podía comprender qué podría haber llevado a una mujer como Elisa, con su elegancia y sofisticación, a un lugar tan lúgubre y abandonado. Cada peldaño que ascendía lo acercaba más al misterio que envolvía a esa mujer, y el aire a su alrededor se sentía
—Veo que has encontrado una mujer que finalmente te ha movido los cimientos de tus pies, Heinst —comentó Elisa con una voz cargada de ironía, como si se deleitara en la idea de que el imperturbable Heinst hubiera caído en las trampas del amor. La sonrisa en su rostro se ensanchó, disfrutando del evidente malestar que sus palabras causaban en él.Heinst no tardó en reaccionar, su expresión endureciéndose aún más. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad ante Elisa, no cuando ella ya había descubierto lo que más le importaba en el mundo. Su respuesta fue rápida y cortante, un intento de reafirmar su posición y de recuperar el control de la situación.—Lo que siento por ella no es de tu incumbencia. Solo trata de no poner mi paciencia a prueba, Elisa —su voz salió fría y autoritaria, con una dureza que buscaba imponer límites claros. Sabía que Elisa no era alguien con quien se pudiera jugar, y que cada palabra que saliera de su boca debía ser calculada con precisión.Elisa, sin em
Cerró los ojos por un momento, tratando de calmar la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse. Su mente trabajaba a toda velocidad, intentando procesar lo que había visto y, sobre todo, preguntándose qué significaba.La pregunta que persistía en su mente era quién había enviado esa foto y con qué propósito. No era solo la imagen lo que la perturbaba, sino el hecho de que alguien, en algún lugar, había decidido que ella debía verla. Era evidente que esa foto no había llegado por accidente; alguien quería que Clara supiera lo que Heinst estaba haciendo. Pero, ¿quién? ¿Y por qué? Las posibilidades eran muchas, y cada una más inquietante que la anterior.Después de unos minutos de reflexión, Clara tomó una decisión. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, esperando a que la situación se resolviera por sí sola. Era consciente de que actuar impulsivamente podría empeorar las cosas, pero también sabía que mantener el silencio solo alimentaría sus dudas y temores. Tomó su cel
Erick no se dejó intimidar. Con movimientos precisos y controlados, tomó el vaso vacío que estaba sobre la mesa y se sirvió un poco de la bebida que había en una botella cercana. El líquido ámbar llenó el vaso con un sonido suave, y Erick lo levantó antes de hablar, asegurándose de que todos los presentes entendieran que él tenía el control.—Carlos, sabes muy bien que enfrentar a Román es una jugada peligrosa —dijo Erick con voz firme y medida.—No puedes intimidar a alguien como él sin esperar represalias. ¿Realmente estás dispuesto a arriesgar tu vida por esto? —preguntó Erick mientras veía el producto esparcido sobre la mesa, mercancía que Carlos aún no había pagado ni el diez por ciento.La pregunta quedó flotando en el aire, mientras Carlos lo miraba con una mezcla de odio y preocupación. Erick, sin apartar la mirada, tomó un sorbo de su vaso, mostrando una confianza inquebrantable que solo intensificó la tensión en la sala. Cada persona presente, aunque silenciosa, podía sent
La tensión en el aire era tan densa que parecía vibrar con cada palabra y movimiento. La mujer, con una mirada feroz y llena de determinación, mantuvo su postura desafiante mientras observaba a los hombres que la rodeaban, evaluando cualquier posible amenaza. Su voz, aunque controlada, era una amenaza en sí misma:—Si das un solo paso... me aseguraré de sacarte los ojos. Diles a tus hombres que bajen sus armas. ¡Ahora! —ordenó, sin un atisbo de duda en su tono.Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La amenaza no era vacía, y lo sabía. La seguridad en los ojos de la mujer le decía que ella estaba dispuesta a cumplir lo que prometía. Tragó saliva, notando cómo la presión en la habitación se volvía insoportable. Con la voz temblorosa, pero entendiendo que no tenía otra opción, ordenó:—Bajen... bajen las armas.La voz de Carlos sonó quebrada, casi sumisa. Sus hombres, aunque reacios, obedecieron. Sabían que su líder no era alguien que cediera fácilmente, por lo que la situac