"Querido Charles, hoy es mi duodécimo cumpleaños, y sé que todos los niños sueñan con que sus padres se acuerden de él, pero a mí me gustaría que los míos se olvidaran hoy de mí. Eso sí que sería un regalo.Charles, no me gusta cuando entra en mi habitación y me arrastra por el pelo mientras grita. Ojalá entendiera por qué me odia tanto. El olor a alcohol es siempre tan fuerte, y me pregunto por qué le gusta tanto beber. Me duele el corazón cuando veo que la muerte de mamá no ha hecho más que empeorarle.Mamá siempre hablaba de lo lista que era, pero no hace falta eso para saber que un padre que me pega el día de mi cumpleaños no me quiere. ¿Por qué Sara me odia tanto? ¿Por qué inventa tantas cosas sobre mí? ¿Soy una mala persona, Charles?".El hombre sentado en la mesa de su despacho pasaba de una página a otra. Aquella infancia no era normal. ¿Y por qué Amiro Reese trataba así a su hija? Millones de preguntas inundaban la mente de Cesare Santoroni. Siempre había creído que su difunt
"Querido Charles, hoy papá me ha vuelto a pegar. Prometió que no volvería a hacerlo, pero ya sabes que nunca me ha cumplido una promesa.Creo que se está matando lentamente después de la muerte de mamá. ¿Por qué tiene que beber tanto?".A Cesare Santorini se le apretó el corazón. La niña de aquel diario solo tenía trece años y no conocía otra vida que las palizas y humillaciones de su propia familia. Tragó saliva y hojeó rápidamente las páginas. Solo pudo ver: "Cariño, Charles, hoy ha vuelto a abusar de mí. Hoy me ha dado un puñetazo en la cara, Charles... Hoy él...". Le producía un odio tan terrible que se sentía impotente. Ya no podía quedarse de brazos cruzados. Y sabía muy bien que había un acuerdo. Cesare nunca había roto una promesa a nadie, excepto a Madson Reese. Y eso lo carcomería por el resto de su vida. Y cuando por fin encontró una página diferente a la de sus informes habituales, le preocupó aún más."Charles, está amaneciendo, pero no puedo dormir. He oído algo tan alar
– Sra. Lucy, más despacio.– La Sra. Lucy no, cariño. Me siento como una anciana.– ¡Pero eres vieja, mamá!– Vete de aquí, niña. No soy vieja en absoluto. La edad es un estado mental, y yo tengo dieciocho.– Si tú lo dices. – La niña se echó a reír.A Madson Reese le divertía la confusión de aquellas mujeres que le hacían los días mucho más agitados de lo que debían ser. Más de lo que solían ser, cuando aún vivía con su padre, o incluso cuando empezó a vivir en aquel convento aislado y frío, donde siempre parecía estar nevando por alguna razón que no era evidente.La mujer de la gran barriga se sentó en la hierba con dificultad. No debería estar sufriendo tanto con un embarazo de cinco meses, y por eso sabía que algo iba mal. Tal vez no fuera malo, o tal vez sí. Aún no tenía forma de saber por qué no solía ir al médico con rigurosa atención. De hecho, permitir que la tocara alguien que no fuera de su círculo íntimo de amigos no era de su agrado. Nunca lo había sido.Arqueó el cuello
Un hombre vestido de negro llevaba un abrigo y un sombrero de forma un tanto exagerada. Le gustaba pensar que estaba en una especie de película de espías y que eso encajaría con su estilo. Así que se escondió detrás de una columna de la pared cuando la mujer de pelo negro y labios gruesos miró hacia atrás con los ojos llenos de maquillaje. ¿Adónde iba vestida tan exquisitamente? Ni siquiera le había dado ninguna información a Cesare Santorini antes de salir de casa. Pero Sara Reese se limitó a entrar en una tienda, seguida de otra, y otra. Estaba viviendo el sueño de su vida. Su meta. Lo que siempre había soñado que tendría si lograba casarse con Amitt Santorini, el hermano mayor de Cesare. Su difunto marido, sin embargo, nunca fue un hombre tonto, y aunque prácticamente se vio obligado a casarse con ella, nunca le dejó crecer las alas. Existía cierto grado de amistad. Amitt sabía secretos que solo Lady Lucy y su difunto marido conocían. Sara se sentía extremadamente atrapada en su o
Cesare Santorini golpeaba fuerte y rítmicamente la madera de la mesa con los dedos, esperando respuestas. Después de tanto tiempo, estaba realmente ansioso. Los diarios estaban guardados en cajones como verdaderas reliquias que debía conservar a toda costa, porque nadie más debía tocarlos. Y siempre miraba en dirección a los cuadernos de vez en cuando, con la esperanza de tener más tiempo para leer los misterios de la vida de Madson Reese bajo llave, como si fueran su mantra. Como una guía que debía seguir para ser tan digno de ella en la muerte como lo fue en vida. El joven cruzó la habitación sin preocuparse de que la mujer tumbada en el sofá pudiera reconocerle y se encaminó en dirección a las escaleras. Entró en el despacho de Cesare con la misma rapidez que la primera vez. Sin avisar, sin esperar invitación. Sin modales. Cesare Santorini se levantó apresuradamente de la silla y volvió a sentarse. – Por fin. ¡Siéntese! – ¡No! La forma en que reaccionó ante la invitación a sent
"Querido Charles, hoy el hombre que dijo ser mi padre me envió otra carta. ¿Debo contestarla? Quizá aún tenga las respuestas que necesito, o quizá me queme las manos otra vez. ¿Es una prueba de papá, o realmente se ha arrepentido? No lo sé. Tengo miedo de equivocarme otra vez. Charles, dime qué hacer". – ¿Qué lees tanto en esos malditos cuadernos? – No te interesa. – Todo lo que lee mi marido me interesa. – No soy tu marido, Sara. De hecho, ya no soy el tuyo. – Después de la muerte del sin gracia, deberíamos haber formalizado todo. Mi bebé no puede nacer como bastardo fuera del matrimonio, pero tú no lo aceptas. – Exactamente. No quiero aceptarlo. Sara Reese puso los ojos en blanco con total falta de paciencia. Después de soportar tantos abusos por parte de Cesare Santorini, por fin se había hartado de fingir que se preocupaba por él o que le dolía lo que decía. – No eres justo conmigo, Cesare. ¿Recuerdas que fuiste tú quien le pidió a mi padre que me dejara quedarme a tu lado?
Todo estaba en silencio en la finca, como si la gente, las plantas e incluso los pájaros supieran que habría un desastre en aquellas tierras y lo hubieran abandonado por ello. Cesare avanzó sin preocuparse de ningún peligro ni de los guardias que pudieran estar vigilando la invasión de forasteros o criminales. Unos cuantos hombres caminaban detrás de él, siguiendo lo que parecía casi una marcha de hombres peligrosos y brutales. Un fotógrafo muy curioso que no paraba de hacer fotos del paisaje le irritaba profundamente, pero no estaba dispuesto a ser grosero. Aquel día, nada le disgustaría más que la posibilidad de que el plan saliera mal, o de que él se hubiera equivocado en sus conclusiones. Pero en cualquier caso, si eso fuera cierto, todo habría terminado. La propiedad, la vida lujosa, la palabra y sobre todo el acuerdo hecho entre dos hombres sin escrúpulos llegarían a su fin. Los animales corrieron hacia los invasores armados mientras Cesare sonreía. Aquella simpática criatura
– Cesare, hablemos, por favor. Lo sé, lo sé. Suena mucho peor de lo que piensas. Pero no es así.Los ojos desesperados de la mujer parecían negros por el susto y el miedo que sentía. Miraba fijamente a cada uno de aquellos hombres mientras intentaba cubrir su propio cuerpo con una sábana muy fina, pero ya no importaba. Las fotos para los periódicos ya habían sido tomadas, y ella sabía que esta iba a ser la peor pesadilla de su vida. – No tengo nada que hablar contigo, Sara.– ¡No! Por favor. ¿Qué vas a hacer?– ¡Quítate de en medio! – le ordenó.– No, Cesare. No le hagas daño.El hombre volvió la cara hacia los ojos, completamente humedecidos por las lágrimas de la mujer que suplicaba por la vida de una escoria a sus pies. La miró de una forma tan superior, como si no fuera más que un maldito insecto, que estaba seguro de que le dolía por la forma en que parpadeaba, provocando que más lágrimas brotaran de sus ojos.Al Sr. Santorini no le importó.– ¡Fuera! No quiero hacer daño a una