– Cesare, hablemos, por favor. Lo sé, lo sé. Suena mucho peor de lo que piensas. Pero no es así.Los ojos desesperados de la mujer parecían negros por el susto y el miedo que sentía. Miraba fijamente a cada uno de aquellos hombres mientras intentaba cubrir su propio cuerpo con una sábana muy fina, pero ya no importaba. Las fotos para los periódicos ya habían sido tomadas, y ella sabía que esta iba a ser la peor pesadilla de su vida. – No tengo nada que hablar contigo, Sara.– ¡No! Por favor. ¿Qué vas a hacer?– ¡Quítate de en medio! – le ordenó.– No, Cesare. No le hagas daño.El hombre volvió la cara hacia los ojos, completamente humedecidos por las lágrimas de la mujer que suplicaba por la vida de una escoria a sus pies. La miró de una forma tan superior, como si no fuera más que un maldito insecto, que estaba seguro de que le dolía por la forma en que parpadeaba, provocando que más lágrimas brotaran de sus ojos.Al Sr. Santorini no le importó.– ¡Fuera! No quiero hacer daño a una
"Querido Charles, los días no son los mismos después de lo que vi. Y a pesar de tanta abominación, no me explicó nada. No creo que lo necesitara. Estoy tan asqueada, pero mamá me hizo jurar en mi lecho de muerte que cuidaría de él. ¿Ella lo sabía, Charles? Prefiero creer que no".Cesare Santorini recordó aquellas palabras que había leído en el diario, como tantas otras, y se preguntó lo mismo. ¿Lo sabía ella? ¿Por qué Madson Reese no le había dicho nada? ¿Por qué no lo utilizó para vengarse cuando descubrió la traición de su hermana contra ella? La señorita Madson era, en efecto, muy reservada, pero ¿por qué estaba dispuesta a ocultar un secreto tan terrible?El joven investigador sujetaba los brazos de la mujer que intentaba deshacerse de él a toda costa, mientras una pistola apuntaba al cerebro de Amiro Reese, que, desesperado, miraba a todos con ojos suplicantes. Nadie estaba dispuesto a ayudarle. De hecho, si conseguía librarse de él, difícilmente podría reintegrarse de nuevo en l
El anciano casi conmueve a algunos por la desesperación que mostró al ver su casa consumida por las llamas. Pero no a Cesare Santorini. A él no le importaban las lágrimas, la desesperación o la muerte de aquel hombre.Amiro Reese había sido despiadado desde el nacimiento de Madson, y aunque sabía que la había hecho sufrir mucho en vida, no podía acercarse a aquel hombre. Lo que vio, por lo que tuvo que pasar y guardar como el peor secreto de su vida, le hizo imaginar lo que probablemente sufría cada vez que su padre la tocaba o se acercaba a ella. Tal vez el hecho de que se enamorara tan rápido de él y se entregara de la forma en que lo hizo tuviera algo que ver con su brutal pasado. Ella necesitaba amor y afecto, y él se los dio. Cesare se aprovechó, incluso sin saberlo, de una fragilidad que nunca habría imaginado. Y si lo hubiera sabido de antemano, habría hecho las cosas de otra manera. Si hubiera tenido otra oportunidad...El Sr. Santorini soltó al hombre y lo primero que hizo fu
El gran vientre de Madson le sirvió para confirmarse a sí misma que había dos bebés, y ahora casi se estaba volviendo loca. ¿Por qué tenía que liarse con un hombre que no era bueno y tenía antecedentes familiares de gemelos? Pero al menos la suegra merecía la pena.Se vistió con un perfecto color rojo brillante y se peinó en un sofisticado recogido antes de salir de la habitación. Mientras bajaba las escaleras, pudo oír la música cada vez más alta y animada. Lady Lucy sí que sabía cómo celebrar algo.La mansión estaba en plena efervescencia. El personal se afanaba en rellenar las copas de los invitados, que probablemente saldrían de la fiesta completamente borrachos.Madson tocó por fin con los pies el último peldaño de la escalera, y un amable caballero la ayudó rápidamente a bajar y la acompañó hacia el salón. Ella sonrió sinceramente, aunque seguía encontrando extraña toda la amabilidad de aquella gente.– Madson, querida. Por fin has bajado. – La dama, que llevaba un vestido verde
– Madson, cariño. Abre la puerta. Solo quiero hablar contigo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué te has aislado así?Lady Lucy parecía muy preocupada al otro lado de la puerta. La mujer mayor aún intentaba comprender por qué demonios Madson Reese había abandonado su propia fiesta de una manera tan abrupta.Pero la joven que yacía en la cama parecía demasiado conmocionada para reaccionar y dejar entrar a nadie. No quería hablar, y tampoco quería tener que responder a las preguntas de los curiosos en cuanto supieran cuál era su apellido. Así que Madson cerró los ojos durante un rato, hasta que no pudo aguantar más. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba desahogarse de su dolor, y aunque sabía que Lady Lucy merecía toda la confianza del mundo, no era para ella que debían revelarse secretos. Así que se sentó en la cama y buscó bajo la almohada de plumas el pequeño diario de aspecto nuevo. Y antes de que su pluma tocara las páginas en blanco, reflexionó un momento.Las imágenes aún estaban m
La mujer intentaba caminar por la calle con la cabeza alta, a pesar de que ya no le quedaba nada. Atrás quedaban la ropa, las joyas, la herencia e incluso el bebé. Y aunque perder un hijo puede parecer demasiado doloroso para la mayoría de las mujeres, Sara Reese solo estaba agradecida. Nunca había querido ser madre, ni siquiera cuando estaba con Cesare Santorini, y todo lo que había hecho y cómo había actuado había sido a instancias de su propio padre.– Oye, preciosa, ¿no quieres venir a visitarme más tarde? Tengo una cama calentita para ti en la parte de atrás... – Gritó un desaliñado caballero desde el otro lado de la calle con una voz de puro desenfreno.Sara Reese se agarró al brazo de su padre y le devolvió la mirada, pero las miradas de todas aquellas personas que se detenían a juzgarla eran incesantes.– Oye, preciosa, ya sé que no soy tu padre, pero podemos fingir, ¿no? Dicen que estuve genial en el teatro.Los periódicos en sus manos indicaban algo que la improbable pareja
– Lady Lucy, ¿de verdad cree que esto ayudará?– Querida, por supuesto, que sí. Este doctor puede hacer milagros con sus manos.– Es solo que estoy tan acostumbrada a tenerlas así. Los guantes ya ni siquiera me molestan. De hecho, me gustan.– Querida, no puedes pasarte la vida llevando guantes, y cuando tengas a tu bebé, querrás tocarlo con manos sanas. Créeme.– Siempre creo en ti.La mujer entrecerró los ojos. – No es verdad. Una vez te dije que bajaras a la cascada conmigo y no quisiste.– ¿Y qué pasó?– Me caí...– Y sabes que si me hubieras convencido de ir, yo también me habría caído contigo, ¿no?La mujer apartó la mirada, intentando disimular. – Vale, pero todo estaba bajo control. Fue deliberado.– Si usted lo dice...La señora entornó los ojos y la miró fijamente antes de coger una almohada para golpearla. –No te rías de mí, Madson Reese.– No pasa nada. – Madson contuvo la risa. Ella reaccionó poniéndose las manos delante de la cara, pero seguía sonriendo.El hombre del tr
"Querido Charles, pensaba que Cesare Santorini era el hombre más bello que había conocido en toda mi desdichada vida. Es hermoso como un ángel y cálido como el dios del amor, pero no es una buena persona. ¿Por qué gana tanto dinero y sus empleados pasan tanta hambre?". El hombre recordó las palabras escritas en un diario manchado de algo que parecía tierra, y recordó cómo, aunque la mujer era tan delicada como una pluma flotando en el aire, también era lo bastante fuerte y valiente para cabalgar durante horas sujetando las riendas con las manos magulladas.El señor Santorini cabalgó furiosamente alrededor de la granja, hasta que llegó al lugar donde se suponía que los empleados vivían muy bien, porque los fondos se enviaban todos los meses. Y desde que Madson Reese había muerto y le habían contado por lo que pasaban los pobres jornaleros, se había preguntado qué pasaba, aunque su pena no le había permitido investigar más.El hombre alto se detuvo frente a unas casas muy bien hechas y