Me encontraba llena de emoción, meticulosamente preparando en el hogar de José para la bienvenida de su viaje, mi compañero de una década. Nuestra historia se remontaba a nuestros años de adolescencia, cuando nos conocimos a la edad de doce años en la escuela. Fue allí, después de ganar una beca para ingresar a una prestigiosa institución, que floreció nuestra amistad, que eventualmente se transformó en un amor que perduró a lo largo de los años. Sin embargo, nuestras vidas estaban marcadas por notables diferencias: yo provenía de un barrio humilde, luchando tenazmente por mis metas, mientras que él vivía en la opulencia. Adaptarme a sus expectativas resultó ser un desafío considerable.
La casa, testigo mudo de la prosperidad de la familia de José, estaba destinada a convertirse en su herencia nupcial, un detalle que se hacía cada vez más evidente mientras me afanaba en los preparativos. Con el rostro ligeramente cubierto de harina, había solicitado a mi suegra el espacio necesario para recibir a José, quien, como heredero de una familia adinerada, se movía en esferas muy diferentes a las mías.
—¡Ah, debe ser el postre que encargué! —exclamé, apresurándome hacia la puerta para recibir al repartidor con una sonrisa y realizar el pago correspondiente.
De vuelta en la cocina, completé la preparación de la mesa con el resultado de mis esfuerzos culinarios, esfuerzos que se habían visto limitados en los últimos meses debido a las restricciones impuestas por José. Su mentalidad conservadora sostenía que una mujer debía permanecer en casa, aunque yo, respaldada por mis ahorros, no veía problema en ello. Sin embargo, las tensiones surgían, y mi adaptación a sus exigencias se volvía cada vez más complicada.
Tras finalizar los arreglos, subí a la habitación para darme un baño y seleccionar cuidadosamente la mejor lencería de mi colección. Contemplándome en el espejo, fui alertada por el sonido de las llaves en la puerta. Decidí, con resolución, dirigirme a la habitación contigua a la de José para sorprenderlo. Dejé la puerta entreabierta, consulté el reloj, marcando las 9:00 p. m., y esbocé una risa auténtica que pronto se extinguiría al escuchar otras risas.
—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó una voz femenina entre risas. Abriendo la puerta ligeramente, asomé la cabeza para presenciar a José llevando a una mujer hasta su habitación. Mi corazón comenzó a latir desbocado. Cerré la puerta con cuidado y me apoyé en ella, respirando con dificultad. La oscuridad de la habitación se cernía sobre mí, solo interrumpida por la tenue luz lunar que se filtraba entre las cortinas. Fue entonces cuando una mano tocó mi hombro.
—¿Estás bien? —inquirió una voz masculina. Me sobresalté, ya que se suponía que estaba sola en casa. Sin embargo, en la penumbra, unos ojos marrones se revelaron, iluminados por la luz tenue que se filtraba. Mi corazón latía con fuerza; había olvidado por completo la lencería que llevaba puesta, revelando más de lo que pretendía. Corrí hacia el baño adjunto y me envolví en una bata.
—¡Perdona! —murmuré. —No era mi intención. No sabía que había alguien más aquí… Yo…
Mis lágrimas brotaron cuando él tomó mi mano y me condujo hasta la cama.
—¿Isabel, verdad? —comenzó. Asentí. —Pensé que ya te lo había dicho. Parece que mi hermano prefiere que José se case con alguien de su mismo estatus social. José es un verdadero perdedor… ¿Cómo podría cambiar una mujer así?
Traté de ajustar mis ojos a la tenue luz; él tenía la mano en mi muslo, y la proximidad era tal que un beso podría robarse. Enfurecida por lo de José, tomé el rostro del joven y me instalé en sus piernas.
—¿Me encuentras atractiva? —inquirí con voz provocadora.
—Ahora que haces esto, eres sensual, Isabel —respondió él, colocando sus manos en mis caderas. Apenas veía algo, pero podía sentir su respiración en mi cuello. Debajo de mí, percibí cómo crecía su intimidad. En ese instante, mi provocación se desvaneció y descendí bruscamente de sus piernas.
—Debo irme… José no puede saber que estuve aquí.
—¿Te llevo? —ofreció él sin insistir.
Detuve mi reflexión sobre si sería apropiado regresar a mi apartamento en una bata, en autobús. Asentí, recordando de repente que la bata no sería suficiente para la ocasión.
—Si no es molestia… —vacilé, consciente de la intriga de mi elección. No debía permitir que él hiciera lo que José hacía. ¿O sí? Extrañamente, no me sentía tan culpable como debería. Aguardé en la cama mientras él se cambiaba.
—Por cierto, soy Alessandro —se presentó, estrechándome la mano. Salimos de la habitación, y yo salí primero para evitar que José sospechara. Al descender las escaleras, capté susurros.
—¿Tío? —era la voz de José. —¿Estabas aquí?
—Sí, llegué por la mañana. Tu madre me dio la llave. Voy a salir… ¿Estás con Isa?
—Sí, con ella. —Quise subir y enfrentarlo, pero salí de la casa y esperé afuera.
Alessandro salió, y fue entonces cuando lo noté: su piel canela, su presencia imponente y, sin duda, un cuerpo esculpido por el ejercicio. Algo en mí empezó a sentirse extraño, una sensación que creía haber perdido en los últimos años, algo que resurgía en ese instante.
De vuelta a mi apartamento, junto a Alessandro, observaba el paisaje a través de la ventana mientras reflexionaba sobre la conversación que había tenido José con su tío. —¿Eres su tío? —pregunté, dirigiéndole una mirada. —No tenía idea. —Sí, estuve estudiando en el extranjero durante años. Regresé hace unos meses. La verdad es que quería alejarme de las peleas empresariales de la familia. —comentó, manteniendo sus ojos en la carretera. —Pareces demasiado joven para ser su tío. —Soy el menor de mis hermanos; Federico es el hermano del medio. Mi llegada fue inesperada; le llevo tres años a José. Casi podríamos ser primos. —Vaya, desconocía por completo tu existencia, lo juro. Conozco a casi toda la familia de José gracias a nuestra larga relación… que ahora… —Es extraño que él no te lo haya dicho, o que no lo recuerdes. Hace un año que están saliendo, y mi hermano siempre ha compartido la creencia de mi madre de que debemos casarnos dentro de nuestro mismo estatus social. Suspiré
Después de una semana de agónica espera tras la entrevista, estaba completamente segura de que el hotel no se molestaría en llamarme. En la cocina, preparaba la cena mientras mi teléfono recibía, como de costumbre, numerosas llamadas de José. Esa noche, su tono cambió cuando me llamó para informarme que tenía que hacer un viaje y regresaría anoche. En una llamada posterior, propuso vernos en nuestro restaurante favorito esta noche. Dejé la sartén y contesté.—¿Sí? —dije.—¿Por qué tan seca? ¿Asistirás a la cena? —preguntó él.—¿Quieres que vaya?—Sí, vamos. Es tu favorito.—Corrijo, tu favorito.—Estoy abajo esperando. —al escuchar eso, mi sangre hirvió y apagué la estufa. Fui a mi closet, tomé un abrigo y me miré al espejo. Con mis jeans, un suéter negro de cuello alto, estaba más que formal para la ocasión. ¿De qué serviría vestirme linda para alguien que ya sabía que no se casaría conmigo? Caminé hacia el auto de él.—José… —él estaba fuera de su auto apoyado en él. Se acercó para
La noche había transcurrido sin que pudiera conciliar el sueño, mi mente giraba en torno a José, quien me había llamado incesantemente durante toda la noche. Sorprendentemente, noté que la ruptura me afectaba más de lo que inicialmente creía. Sin embargo, las palabras de mi madre antes de su fallecimiento resonaron en mi cabeza. —Debes experimentar más, has pasado 10 años con ese chico, no te has dado la oportunidad de conocer a otros hombres, para saber cuál es el correcto. —su consejo tenía una verdad innegable. Aunque esas reflexiones ocupaban mi mente, no podía centrarme en ellas en ese momento. Me levanté de la cama para apagar el persistente sonido de mi celular, que seguía recibiendo llamadas de un número desconocido. —Buenos días. —respondí abruptamente. —Señorita Isabel, le hablamos nuevamente del Hotel. Es para decirle que acaba de ser contratada. La esperamos hoy a las 5 pm en nuestras instalaciones para el seminario de introducción. —la emoción se apoderó de mí, apenas
—¿Alessandro? —pronuncié sorprendida, sintiendo su mano, estrechándose con la mía. —¿Isabel? ¡Vaya! —su asombro se reflejaba en su rostro mientras me abrazaba y luego volvía a mirarme. —¡Vaya! No me esperaba esto realmente. —dijo, sentándose con una expresión de sorpresa evidente. —¡Qué alegría verte! —respondí sinceramente. —¿Cómo has estado? Esa noche en el restaurante, te vi muy exaltada. —mientras hablaba, organizaba algunos papeles en su escritorio. —No es nada, solo… decidí poner fin a las cosas. —mi incomodidad con el tema era palpable, y él lo notó. —No tienes que hablar de ello. A lo que vinimos… —Alessandro mostró una sonrisa confiada. Asentí, y él continuó. —En este puesto, me toca darte la introducción, ya que trabajarás directamente conmigo. Aunque el título oficial sea Gerente General, Ortega lo ocupa desde hace meses, así que, en realidad, serás mi nueva asistente. No te preocupes por el salario, será el mismo que el de Gerente, solo que deberás estar disponible p
A la mañana siguiente, durante el trayecto en el transporte, me sumergí en la lectura de una noticia que databa de hace cinco años. En ese momento, los Korch perdieron a su padre, lo que llevó a la división del Imperio Korch entre sus dos hijos. Alessandro heredó la industria hotelera, mientras que las ramas financiera e inmobiliaria quedaron bajo la dirección del padre de José. Sin embargo, Justin, el padre de José, confiado, llevó adelante otra empresa hotelera. Ahí estaba la respuesta a mis preguntas. Alessandro me necesitaba porque conocía a fondo las operaciones durante la gestión de su padre. Al llegar, me instalé en mi oficina, que estaba a escasos metros de la de Alessandro. Desde mi posición, podía ver su escritorio, como si pudiera llamar mi atención con la mirada en cualquier momento.Decidí revisar la agenda de Alessandro para adaptarme a las nuevas responsabilidades. Mientras leía las reuniones programadas para ese día, lo vi entrar en su oficina. Me apresuré tras él para
Alessandro me observaba con atención mientras esperaba su respuesta.—¿No piensas responderme? —dije, aguardando que confirmara si realmente estaba verificando si alguien más me había invitado.—Eres muy franca, Isabel. —respondió finalmente. —Esa sinceridad puede acarrear muchas consecuencias negativas.—¿Como cuáles? —pregunté, llevando mi primer bocado a la boca.—Por ejemplo, decirle a alguien lo que no quiere escuchar. Eso puede terminar en desgracia. —Su comentario no era nuevo para mí; mi madre solía recordármelo constantemente. Pero para mí, la honestidad era un don maravilloso. No ocultar lo que pensaba o sentía era perfecto para mí.En silencio, disfruté de mi lasaña, mientras él había solicitado una ensalada césar para seguir su dieta. Cuando terminé por completo, lo miré fijamente.—Si vamos a trabajar juntos, necesito saber: ¿por qué yo? —Mis preguntas parecían incomodarlo de vez en cuando, pero para mí, eran interrogantes que debían responderse por razones sencillas.—No
Sentada en mi escritorio, aguardaba la llegada de Alessandro a su oficina desde su reunión. Coordinaba un par de detalles para dejar todo preparado para su llegada. La demora de Alessandro fue tan considerable que, al final, decidí entrar en su despacho y dejar algunos documentos antes de salir. Fue al salir que me topé con el rostro desafiante de José, lo cual me asustó. Mis piernas, castigadas por los tacones, temblaron al verlo. Miré de nuevo a José. —No pareces tan segura como anoche… ¿Miedo de perder tu trabajo? Es mi tío, puedo hacer lo que quiera. —dijo mientras tomaba mi muñeca y la apretaba con fuerza, sentía que estaba a punto de quebrarla, cuando el «ding» del elevador sonó. —Te salvó la campana. —dijo soltándome para mirar de frente a Alessandro. —José, ¿qué haces por aquí? —dijo él, dándole un par de palmadas en la espalda. José me miró y le sonreí. —Isabel, ¿me traes un poco de café? Entraron en la oficina mientras yo intentaba servir el café. Sin embargo, había gene
Habían transcurrido aproximadamente tres meses desde que comencé a trabajar para Alessandro, quien había decidido asignarme un guardaespaldas. Su preocupación por mí era palpable, aunque siempre intentaba negarlo. Últimamente, sus viajes frecuentes habían hecho que apenas lo viera en estos días. Una llamada a mi celular interrumpió mis pensamientos.—Hola, Isabel. ¿Qué planes tienes para el fin de semana? —preguntó Alessandro al otro lado de la línea.—Ah, no trabajo los fines de semana. —respondí, tratando de esquivar cualquier carga adicional de trabajo, dado que ya había dedicado dos de mis fines de semana a organizar papeles.—No, no se trata de eso. Quiero… Quiero que me acompañes al quinceaños de mi ahijada.—¿Un quinceaños? —reí. —Mi tiempo para ir a quinceaños pasó hace mucho. —Alessandro se unió a mi risa.—¿Puedes? —preguntó casi suplicante.—Mmm, podría decirse que sí. La cuestión es si quiero. —contesté pensativa.—Eh, ¿quieres? —dijo él, ahora con un tono más serio. Sabía