—¿Alessandro? —pronuncié sorprendida, sintiendo su mano, estrechándose con la mía.
—¿Isabel? ¡Vaya! —su asombro se reflejaba en su rostro mientras me abrazaba y luego volvía a mirarme. —¡Vaya! No me esperaba esto realmente. —dijo, sentándose con una expresión de sorpresa evidente.
—¡Qué alegría verte! —respondí sinceramente.
—¿Cómo has estado? Esa noche en el restaurante, te vi muy exaltada. —mientras hablaba, organizaba algunos papeles en su escritorio.
—No es nada, solo… decidí poner fin a las cosas. —mi incomodidad con el tema era palpable, y él lo notó.
—No tienes que hablar de ello. A lo que vinimos… —Alessandro mostró una sonrisa confiada. Asentí, y él continuó.
—En este puesto, me toca darte la introducción, ya que trabajarás directamente conmigo. Aunque el título oficial sea Gerente General, Ortega lo ocupa desde hace meses, así que, en realidad, serás mi nueva asistente. No te preocupes por el salario, será el mismo que el de Gerente, solo que deberás estar disponible para mí cuando lo necesite. —cada palabra resonaba en mi mente, creando una sensación de esclavitud que no pude ignorar. Mis expresiones no pasaron desapercibidas.
—¿Es mucho para ti? —preguntó, adoptando un tono más serio.
—No, solo creo que suena bastante parecido a la esclavitud. —respondí sin reservas.
—Al final del día, eres mi mano derecha. Donde yo vaya, tú vas. Si salto, saltas. ¿Entendido? —su tono se volvió más autoritario.
—Qué arrogante. —comenté levantando una ceja.
—No, Isabel, aquí no se tolerará nada. —dijo, en ese momento sus ojos se deslizaron hacia mi escote y la longitud de mi falda. —Tu vestimenta debe ser más recatada, más profesional. Tengo algunas reglas que debes seguir. Te las daré mañana cuando empieces.
Tomé apuntes en mi libreta, y al levantar la vista, me di cuenta de que la oscuridad había caído sin que me diera cuenta.
—No tienes un horario fijo. Si es necesario, te pagaré horas extras por los días en los que te quedes. Ahora, Isabel… —se acercó a mí, creando una atmósfera densa. Tocó mi mano, y la mirada se detuvo en mi escote abierto. —Eso me distrae de mis labores…
Aquellas palabras hicieron que algo en mí vibrara de una manera inesperada. Tragué saliva al sentir su mano deslizarse por mi escote, ascendiendo hasta mi quijada.
—Necesito trabajar y concentrarme en lo mío. Y esto, o sea, tú… No puedo sacarme de la mente aquella noche, Isabel… —dijo con seriedad.
—Entonces, no me contrates… —respondí, poniéndome de pie y tratando de llegar a la puerta.
—Alto. —corrió hacia mí, apoyándome sobre la puerta. —Sabes mucho sobre el hotel, fuiste la mejor empleada durante años, Isabel. Quien conoce mejor el funcionamiento de la empresa, eres tú.
Su rostro estaba a centímetros del mío, y la tensión en el aire era palpable. Sentí el deseo crecer en mí, anhelando que me tomara en la mesa de esa sala.
—Sí, es cierto. Pero si soy una distracción, sería mejor que no tomara el empleo… —dije nerviosa.
—Conoces el negocio, has estado aquí desde que mi hermano inició su imperio hotelero. Sabes lo que se hace dentro de la compañía Korch en general. —se detuvo y se apartó de encima de mí. —Perdona, hablé de más. Puedes irte, te veré mañana.
A la mañana siguiente, durante el trayecto en el transporte, me sumergí en la lectura de una noticia que databa de hace cinco años. En ese momento, los Korch perdieron a su padre, lo que llevó a la división del Imperio Korch entre sus dos hijos. Alessandro heredó la industria hotelera, mientras que las ramas financiera e inmobiliaria quedaron bajo la dirección del padre de José. Sin embargo, Justin, el padre de José, confiado, llevó adelante otra empresa hotelera. Ahí estaba la respuesta a mis preguntas. Alessandro me necesitaba porque conocía a fondo las operaciones durante la gestión de su padre. Al llegar, me instalé en mi oficina, que estaba a escasos metros de la de Alessandro. Desde mi posición, podía ver su escritorio, como si pudiera llamar mi atención con la mirada en cualquier momento.Decidí revisar la agenda de Alessandro para adaptarme a las nuevas responsabilidades. Mientras leía las reuniones programadas para ese día, lo vi entrar en su oficina. Me apresuré tras él para
Alessandro me observaba con atención mientras esperaba su respuesta.—¿No piensas responderme? —dije, aguardando que confirmara si realmente estaba verificando si alguien más me había invitado.—Eres muy franca, Isabel. —respondió finalmente. —Esa sinceridad puede acarrear muchas consecuencias negativas.—¿Como cuáles? —pregunté, llevando mi primer bocado a la boca.—Por ejemplo, decirle a alguien lo que no quiere escuchar. Eso puede terminar en desgracia. —Su comentario no era nuevo para mí; mi madre solía recordármelo constantemente. Pero para mí, la honestidad era un don maravilloso. No ocultar lo que pensaba o sentía era perfecto para mí.En silencio, disfruté de mi lasaña, mientras él había solicitado una ensalada césar para seguir su dieta. Cuando terminé por completo, lo miré fijamente.—Si vamos a trabajar juntos, necesito saber: ¿por qué yo? —Mis preguntas parecían incomodarlo de vez en cuando, pero para mí, eran interrogantes que debían responderse por razones sencillas.—No
Sentada en mi escritorio, aguardaba la llegada de Alessandro a su oficina desde su reunión. Coordinaba un par de detalles para dejar todo preparado para su llegada. La demora de Alessandro fue tan considerable que, al final, decidí entrar en su despacho y dejar algunos documentos antes de salir. Fue al salir que me topé con el rostro desafiante de José, lo cual me asustó. Mis piernas, castigadas por los tacones, temblaron al verlo. Miré de nuevo a José. —No pareces tan segura como anoche… ¿Miedo de perder tu trabajo? Es mi tío, puedo hacer lo que quiera. —dijo mientras tomaba mi muñeca y la apretaba con fuerza, sentía que estaba a punto de quebrarla, cuando el «ding» del elevador sonó. —Te salvó la campana. —dijo soltándome para mirar de frente a Alessandro. —José, ¿qué haces por aquí? —dijo él, dándole un par de palmadas en la espalda. José me miró y le sonreí. —Isabel, ¿me traes un poco de café? Entraron en la oficina mientras yo intentaba servir el café. Sin embargo, había gene
Habían transcurrido aproximadamente tres meses desde que comencé a trabajar para Alessandro, quien había decidido asignarme un guardaespaldas. Su preocupación por mí era palpable, aunque siempre intentaba negarlo. Últimamente, sus viajes frecuentes habían hecho que apenas lo viera en estos días. Una llamada a mi celular interrumpió mis pensamientos.—Hola, Isabel. ¿Qué planes tienes para el fin de semana? —preguntó Alessandro al otro lado de la línea.—Ah, no trabajo los fines de semana. —respondí, tratando de esquivar cualquier carga adicional de trabajo, dado que ya había dedicado dos de mis fines de semana a organizar papeles.—No, no se trata de eso. Quiero… Quiero que me acompañes al quinceaños de mi ahijada.—¿Un quinceaños? —reí. —Mi tiempo para ir a quinceaños pasó hace mucho. —Alessandro se unió a mi risa.—¿Puedes? —preguntó casi suplicante.—Mmm, podría decirse que sí. La cuestión es si quiero. —contesté pensativa.—Eh, ¿quieres? —dijo él, ahora con un tono más serio. Sabía
Al llegar a mi apartamento, me despedí de Alessandro. —No, yo te espero. —dijo mientras tomaba su celular y se ponía a hacer cosas. Lo miré unos segundos y caminé hacia la puerta de mi edificio. Sin más, volteé y regresé al auto. —¿No prefieres esperar arriba? —dije con cierto nerviosismo. Él me miró y, sin decir palabra, tomó las llaves del auto y apagó todo. Me asusté al ver que los vidrios se subían. —¿Eso es un sí? Él caminó junto a mí hasta la puerta. —¿Tienes hambre? —dijo. —Puedo pedir algo mientras te preparas. —Solo es un fin de semana, ¿verdad? —dije, sintiendo que podrían ser más días. Lo miré. —Solo un fin de semana, ¿cierto? —Sí, solo que será un fin de semana en el paradisiaco Hawái. —mi expresión se tornó seria al escuchar el destino. Él rio, pero notó mi preocupación. —Tranquila, el domingo por la noche estaremos de regreso. Me volví y continué arreglando mi maleta. Tomé solo lo necesario; después de tantas mudanzas en mi vida, ya tenía en mi mente lo esencial y
Me encontraba rodeada de personas que conocían a José. Muchos me saludaron y preguntaron por él. Otros se sorprendieron al saber que había venido con Alessandro; algunas chicas comentaban que era de esperarse porque Alessandro era el más guapo. También surgían comentarios sobre mi supuesta procedencia de un nivel social más bajo que el de ellos. En ese momento, divisé a la Sra. Gertrudis, la abuela de José, quien, a mi parecer, nunca consideró a José como el nieto que deseaba. Se acercó a nosotros saludándome con entusiasmo. Aún no podía acostumbrarme a la idea de que ella era la madre de Alessandro. —Pequeña Isabel, ¡qué alegría tenerte aquí! —dijo, abrazándome efusivamente. —Mi hijo me ha contado que has comenzado a trabajar en su hotel. ¡Ah, es la mejor decisión! —asentí e intenté decir algo, pero ella estaba bien informada. —José no te merecía, mi niña. Necesitas un hombre con más carácter que él. Además, viniste con él, ¿verdad? —comentó con una sonrisa picarona, observando a A
Caminé indignada hacia el ascensor, dispuesta a retirarme a mi habitación, cuando alguien me tomó del brazo.—¡Ahora no, Alessandro! —dije molesta ante la interrupción, girándome para enfrentar al intruso. Mi sorpresa fue mayúscula al ver a José, esbozándome una sonrisa hipócrita.—No soy Alessandro, querida. Soy yo, tu novio. —mencionó mientras aferraba con más fuerza mi brazo.—No eres nada mío, José. Dejaste de serlo hace mucho. —me zafé de su agarre y corrí hacia el elevador, temerosa de que me siguiera, pues le tenía miedo. Sabía que era capaz de cualquier cosa. Descendí en mi piso, apresurándome hacia mi habitación, pero no tuve tiempo de cerrar la puerta. José corría tras de mí. Logré entrar a la habitación, pero no alcancé a cerrar la puerta. Corrí para evitar que me atrapara.Fue inútil; José ya me tenía en la cama con ambas manos sosteniéndome.—¡Ay, Isabel! Debiste elegirme a mí. No sabes lo que hice por tenerte a mi lado. —declaró él.—Pero tu padre parece querer que sigas
—Isabel, recuerda comportarte bien. Mañana temprano nos iremos. —mi padre, un hombre distinguido, fuerte y sin duda honesto y responsable, que trabajaba como chofer para el señor Clent, el patriarca de la familia que, con solo su mirada, imponía respeto. No permitía que jugara con su hijo debido a las diferencias de clase, aunque en ese momento solo tenía 8 años. Ese día, cuando mi padre partió para llevar al señor a su oficina, mi madre, quien desempeñaba el rol de ama de llaves, me llevó al comedor de empleados y me sirvió el desayuno. —Come, debes ir al colegio. Tu papá vendrá por ti y te llevará. —recuerdo el sabor de la avena con trozos de chocolate, la leche caliente y la banana. Al regresar, José y Alessandro me esperaban sentados en las escaleras. Corrí hacia ellos para abrazarlos; ambos habían prometido luchar por mi corazón, a pesar de mi inminente partida. Pasamos el día jugando hasta que José pidió permiso para ir al baño. —¿Isabel? —Alessandro se acercó a mí con una r