5. ¿Eres tú?

—¿Alessandro? —pronuncié sorprendida, sintiendo su mano, estrechándose con la mía.

—¿Isabel? ¡Vaya! —su asombro se reflejaba en su rostro mientras me abrazaba y luego volvía a mirarme. —¡Vaya! No me esperaba esto realmente. —dijo, sentándose con una expresión de sorpresa evidente.

—¡Qué alegría verte! —respondí sinceramente.

—¿Cómo has estado? Esa noche en el restaurante, te vi muy exaltada. —mientras hablaba, organizaba algunos papeles en su escritorio.

—No es nada, solo… decidí poner fin a las cosas. —mi incomodidad con el tema era palpable, y él lo notó.

—No tienes que hablar de ello. A lo que vinimos… —Alessandro mostró una sonrisa confiada. Asentí, y él continuó.

—En este puesto, me toca darte la introducción, ya que trabajarás directamente conmigo. Aunque el título oficial sea Gerente General, Ortega lo ocupa desde hace meses, así que, en realidad, serás mi nueva asistente. No te preocupes por el salario, será el mismo que el de Gerente, solo que deberás estar disponible para mí cuando lo necesite. —cada palabra resonaba en mi mente, creando una sensación de esclavitud que no pude ignorar. Mis expresiones no pasaron desapercibidas.

—¿Es mucho para ti? —preguntó, adoptando un tono más serio.

—No, solo creo que suena bastante parecido a la esclavitud. —respondí sin reservas.

—Al final del día, eres mi mano derecha. Donde yo vaya, tú vas. Si salto, saltas. ¿Entendido? —su tono se volvió más autoritario.

—Qué arrogante. —comenté levantando una ceja.

—No, Isabel, aquí no se tolerará nada. —dijo, en ese momento sus ojos se deslizaron hacia mi escote y la longitud de mi falda. —Tu vestimenta debe ser más recatada, más profesional. Tengo algunas reglas que debes seguir. Te las daré mañana cuando empieces.

Tomé apuntes en mi libreta, y al levantar la vista, me di cuenta de que la oscuridad había caído sin que me diera cuenta.

—No tienes un horario fijo. Si es necesario, te pagaré horas extras por los días en los que te quedes. Ahora, Isabel… —se acercó a mí, creando una atmósfera densa. Tocó mi mano, y la mirada se detuvo en mi escote abierto. —Eso me distrae de mis labores…

Aquellas palabras hicieron que algo en mí vibrara de una manera inesperada. Tragué saliva al sentir su mano deslizarse por mi escote, ascendiendo hasta mi quijada.

—Necesito trabajar y concentrarme en lo mío. Y esto, o sea, tú… No puedo sacarme de la mente aquella noche, Isabel… —dijo con seriedad.

—Entonces, no me contrates… —respondí, poniéndome de pie y tratando de llegar a la puerta.

—Alto. —corrió hacia mí, apoyándome sobre la puerta. —Sabes mucho sobre el hotel, fuiste la mejor empleada durante años, Isabel. Quien conoce mejor el funcionamiento de la empresa, eres tú.

Su rostro estaba a centímetros del mío, y la tensión en el aire era palpable. Sentí el deseo crecer en mí, anhelando que me tomara en la mesa de esa sala.

—Sí, es cierto. Pero si soy una distracción, sería mejor que no tomara el empleo… —dije nerviosa.

—Conoces el negocio, has estado aquí desde que mi hermano inició su imperio hotelero. Sabes lo que se hace dentro de la compañía Korch en general. —se detuvo y se apartó de encima de mí. —Perdona, hablé de más. Puedes irte, te veré mañana.

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