Después de salir del restaurante, luego del desayuno, tuvimos a una Lindsay emocionada detrás de nosotros. —¡Querida Isabel! —exclamó mientras corría tras nosotros—. Quería darte esto. —me entregó un sobre, y al voltearlo vi sus nombres impresos. —No falten, será una noche espectacular. —era una invitación a su boda. Me reí y le agradecí por el gesto. Subí al auto y miré a Alessandro con casi odio. —Arreglas esto. No pienso… —no terminé de hablar cuando él intervino. —Iremos. No podemos faltar, necesitamos tomar ideas para nuestra boda. —me guiñó el ojo y arrancó el auto. —¿No entiendes en lo que nos estamos metiendo? —dije con recelo. —Quizás no, pero estoy seguro de que te quiero a ti en mi vida. —arrancó el auto y me quedé pensando todo el trayecto hasta que noté que estábamos llegando al hotel. —¡Déjame a una calle del hotel! No quiero que los empleados vean que… —él tenía una expresión seria. Se detuvo a una distancia moderada, y me bajé, continuando a pie. Sabía que no le
Allí estábamos, Alessandro y yo, elegantemente vestidos, cuando recordé que la próxima semana sería el último juicio de sucesión.—Recuerda que el lunes es el último juicio —dije, ajustando mi vestido—. Creo que podemos ganar, si prestamos atención. Tu primo José, o quien sea, no tiene por qué ganarlo. Según las leyes…—Isabel, estaremos en una fiesta. Olvidemos un rato, todo ese ajetreo —rio él. Dejé de lado todas las preocupaciones y lo besé. Nuestra relación había mejorado desde aquella cena con lasaña en salsa blanca, pero aún manteníamos en secreto nuestra relación en el hotel, aunque me resultaba difícil contenerme con este hombre. Descendimos del auto y nos dirigimos al piso del hotel de la invitación. Alessandro tomó mi mano en el ascensor, pero no pude resistirme y lo besé con pasión. Él me correspondió y me pegó contra la pared del elevador. La temperatura subía solo por besarnos. Nos deseábamos como nunca antes. Sus manos exploraron la abertura de mi vestido, deslizándose p
La decisión de permanecer estática cuando la camioneta pasó había sido un grave error. La camioneta volvió. De ella salieron unos tipos que corrieron hacia mí. —Solo te diré dos cosas —dijo uno de ellos, colocando un arma en mi espalda—. Primero, no grites… —su voz era firme, amenazadora—. Y segundo, camina hacia la camioneta. No te haremos daño si sigues esas dos sugerencias. Sin más opción, avancé hacia la camioneta. En ese momento, vi a Alessandro llegar y correr hacia mí, pero era demasiado tarde; ya estaba dentro de la camioneta. Intenté luchar para liberarme y regresar a los brazos de Alessandro, pero antes de que pudiera hacer algo, sentí un golpe en la nuca que me hizo desplomar. Cuando recobré el conocimiento, todo estaba oscuro. Una bolsa cubría mi rostro, impidiéndome ver, y escuchaba las voces de hombres discutiendo sobre qué hacer conmigo. Intenté moverme, pero estaba atada de pies y manos, sentada y expuesta a una luz brillante. —¿Deberíamos esperar al patrón? —pregu
El miedo me paralizaba mientras sentía cómo el hombre se abalanzaba sobre mí, sus manos ásperas explorando mi cuerpo con violencia. Mi corazón latía con fuerza, mis manos atadas inútiles mente, mi boca reseca, incapaz de pronunciar una palabra. Cerré los ojos con fuerza, deseando con todas mis fuerzas que alguien viniera a salvarme. Entonces, un golpe seco resonó en la habitación. Abrí los ojos con sorpresa para ver al hombre retroceder, sosteniendo su mandíbula con expresión de dolor. Antes de que pudiera reaccionar, otro golpe lo hizo caer al suelo. Parpadeé aturdida, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. —¡Isabel, estoy aquí para salvarte! —una voz conocida resonó en la habitación. Levanté la vista para ver a Alessandro parado en la entrada, con la mandíbula tensa y los puños apretados. Mis ojos se llenaron de lágrimas de alivio al verlo. Alessandro se acercó rápidamente, desatando las cuerdas que me ataban y ayudándome a levantarme del suelo. Sen
Después de escapar del terrible secuestro, me encontraba en un estado de shock y agotamiento emocional. Alessandro me llevó a casa y se aseguró de que estuviera cómoda y segura antes de partir para ocuparse de algunos asuntos urgentes. Mientras tanto, me sumergí en un baño caliente, dejando que el agua caliente calmara mis nervios y lavara el miedo que aún se aferraba a mí.A medida que me recuperaba físicamente, mi mente comenzaba a dar vueltas. Me preocupaba qué había sido de aquellos hombres que me habían secuestrado. ¿Serían capturados y llevados ante la justicia? ¿O escaparían y continuarían causando daño a otras personas? La incertidumbre me carcomía por dentro, pero sabía que no podía permitir que el miedo me dominara.Después de un par de días de descanso, recibí la visita de Alessandro, quien en
El día del juicio por la demanda de secuestro y obstrucción de la justicia de Johan Korch llegó, y esta vez, yo estaba preparada para enfrentarlo no solo como víctima, sino también como mi propia abogada. Me había pasado noches enteras preparando mi caso, reuniendo pruebas y ensayando mis argumentos en el espejo.Me encontraba frente al tribunal, con los nervios a flor de piel pero determinada a hacer justicia. Johan estaba sentado en el otro lado de la sala, con una expresión arrogante en su rostro que solo avivaba mi determinación.
Después de la intensidad del juicio y la confirmación de la culpabilidad de Johan, Alessandro y yo decidimos celebrar nuestra victoria de una manera muy especial. Planificamos una cena romántica en el mejor restaurante de la ciudad, el mismo lugar donde tuvimos nuestro primer encuentro memorable. Queríamos marcar un nuevo comienzo juntos, celebrando no solo nuestra victoria legal, sino también nuestro amor y compromiso el uno con el otro.Nos vestimos con nuestras mejores galas para la ocasión. Alessandro lucía impecable en un elegante traje negro, y yo llevaba un deslumbrante vestido rojo que él había elegido especialmente para mí. Nos miramos el uno al otro con complicidad y emoción antes de salir de casa.Cuando llegamos al restaurante, nos recibieron con una cálida bienvenida y nos condujeron a nuestra mesa, estratégicamente ubicada en un rincón íntimo con vista
Me encontraba llena de emoción, meticulosamente preparando en el hogar de José para la bienvenida de su viaje, mi compañero de una década. Nuestra historia se remontaba a nuestros años de adolescencia, cuando nos conocimos a la edad de doce años en la escuela. Fue allí, después de ganar una beca para ingresar a una prestigiosa institución, que floreció nuestra amistad, que eventualmente se transformó en un amor que perduró a lo largo de los años. Sin embargo, nuestras vidas estaban marcadas por notables diferencias: yo provenía de un barrio humilde, luchando tenazmente por mis metas, mientras que él vivía en la opulencia. Adaptarme a sus expectativas resultó ser un desafío considerable. La casa, testigo mudo de la prosperidad de la familia de José, estaba destinada a convertirse en su herencia nupcial, un detalle que se hacía cada vez más evidente mientras me afanaba en los preparativos. Con el rostro ligeramente cubierto de harina, había solicitado a mi suegra el espacio necesario p