Después de una semana de agónica espera tras la entrevista, estaba completamente segura de que el hotel no se molestaría en llamarme. En la cocina, preparaba la cena mientras mi teléfono recibía, como de costumbre, numerosas llamadas de José. Esa noche, su tono cambió cuando me llamó para informarme que tenía que hacer un viaje y regresaría anoche. En una llamada posterior, propuso vernos en nuestro restaurante favorito esta noche. Dejé la sartén y contesté.
—¿Sí? —dije.
—¿Por qué tan seca? ¿Asistirás a la cena? —preguntó él.
—¿Quieres que vaya?
—Sí, vamos. Es tu favorito.
—Corrijo, tu favorito.
—Estoy abajo esperando. —al escuchar eso, mi sangre hirvió y apagué la estufa. Fui a mi closet, tomé un abrigo y me miré al espejo. Con mis jeans, un suéter negro de cuello alto, estaba más que formal para la ocasión. ¿De qué serviría vestirme linda para alguien que ya sabía que no se casaría conmigo? Caminé hacia el auto de él.
—José… —él estaba fuera de su auto apoyado en él. Se acercó para darme un abrazo, el cual acepté, pero lo alejé enseguida, mirándolo con enojo y molestia.
—¿Todo bien? —preguntó él, tomándome por el hombro.
—Sí, ¿nos vamos? —nos subimos al auto y condujo hasta aquel restaurante donde nos hicimos novios, donde me prometió una vida entera y donde servían la lasaña que me gustaba. Al llegar, comencé a sentirme incómoda por mi vestimenta tan corriente. Pero no me importó, esta era mi esencia y siempre había estado aparentando algo que realmente no era.
Nos sentamos en nuestro lugar habitual, con esa vista magnífica a la ciudad. Miré a través del cristal mientras él, como siempre, pensaba en qué comer para luego pedir lo de siempre. Esperé a que el mesero llegara a la mesa, momento en el cual José habló.
—Me traes unas almejas de entrada, plato fuerte, quiero una ensalada César y para ella… —me señaló con la mirada.
—Me traes una lasaña y una limonada. —dije cortante. Miré a José y entregué mi menú, volviendo a perderme en el cristal que daba a la ciudad.
—¿Tienes algo? —dijo él, tomando mi mano, a lo que, sin quererlo, retiré la mía de inmediato.
—No, solo es cansancio. He estado buscando empleo y… —me di cuenta de su mirada, se puso rígido y carraspeó. Sabía que volvería aquella discusión.
—Ya sabes lo que dije… No tienes que trabajar, para eso estoy yo. Yo puedo darte una vida llena de lujos. —dijo, inflando el pecho. Cuando volví a mirar el cristal, vi el reflejo de alguien acercándose. ¿Alessandro? Me volteé para ver cómo tocaba el hombro de José.
—¡Alessandro! —exclamó José, levantándose para darle un abrazo. —Quiero presentártela. —me señaló, y aunque aún miraba a Alessandro, recordé aquella noche de hace una semana. Sin pensarlo, me levanté y extendí la mano.
—Isabel, un gusto… —y como si él supiera que su presencia despertaba pensamientos inapropiados, tomó mi mano y la besó, enviando un escalofrío por todo mi cuerpo.
—Es un placer, mi lady. —aquellas palabras salidas de sus labios me hacían estremecer. José se dio cuenta de mi reacción e interrumpió nuestro saludo.
—¿Estás en una cita?
—Sí, de trabajo. —él miró su mesa, donde una rubia esbelta y elegante aguardaba. Fue entonces cuando me miré a mí misma, sabiendo que Alessandro me observaba y predecía que me estaba comparando con ella.
—Vaya, ¡qué mujer! —comentó José.
—Yo no haría eso, ¿frente a tu novia? —dijo Alessandro, mirándome a los ojos. —Ella también es linda a los ojos de otros. Deberías cuidarla. —José bufó y rio.
—Ella sabe que la amo, no hace falta decirle cosas lindas ahora, después de tantos años juntos.
—¡Ay, José! No porque seas dueño de la Industria, significa que no debes trabajar en ella. —Alessandro rio, y en ningún momento dirigió su mirada hacia José. —Cuidado, podrías perder algo que supuestamente es seguro. —le guiñó un ojo y se retiró.
Lo vi alejarse y sentarse con la chica en la mesa. Parecían estar en una cita, más que en una reunión de trabajo. Pero, ¿por qué me importaba lo que él hacía? Si no éramos nada. En ese momento, me di cuenta de que José había estado hablando todo el tiempo. No sabía cómo decirle que estuve presente el día que llevó a esa chica a casa. Pero en ese momento, sentía tanta rabia que no me contuve en mis palabras.
—¿José? —dije seria y sin nervios. —¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Qué? ¿Qué me iré de nuevo a Francia? —preguntó él emocionado.
—¿Te irás de nuevo? ¿Por qué no te mudas mejor? —añadí.
—No quiero irme sin ti. —no soporté aquellas excusas baratas.
—Por Dios, José. ¿Crees que puedes seguir ocultándolo? —empecé. —Hace una semana…
—¿Hace una semana? ¿No estaba llegando de otro viaje?
—Sí, y yo estaba como una tonta haciéndote cena para tu llegada. Preparaba una sorpresa para ti. —en ese momento, vi su rostro palidecer. Ya lo sabía.
—¿Tú? ¿Tú? ¿Estuviste allí?
—¡Uy! ¿Piensas que Dana haría unos maravillosos raviolis en salsa blanca solo porque se le antojó? ¿Sin una fecha especial?
—Isabel, perdóname… Yo… Yo te lo iba a decir… —tomó mi mano, la retiré y me levanté de la mesa.
—¿Ah, sí? ¿Cuándo? —dije enojada. —¿Cuándo le pusieras el anillo frente a tu familia? ¿Me ibas a invitar a tu boda? ¡José, he estado contigo 10 años, ¡¡¡10 AÑOS!!! ¿No es nada para ti? ¿Piensas que iba a estar contigo a pesar de estar casado? ¿Dónde queda mi dignidad? ¡Vete a la m****a, José! —tomé mi bolso y salí enfurecida del lugar. Justo cuando iba saliendo, un taxi se detuvo y lo tomé. Vi a José correr hacia el taxi, pero lo ignoré.
La noche había transcurrido sin que pudiera conciliar el sueño, mi mente giraba en torno a José, quien me había llamado incesantemente durante toda la noche. Sorprendentemente, noté que la ruptura me afectaba más de lo que inicialmente creía. Sin embargo, las palabras de mi madre antes de su fallecimiento resonaron en mi cabeza. —Debes experimentar más, has pasado 10 años con ese chico, no te has dado la oportunidad de conocer a otros hombres, para saber cuál es el correcto. —su consejo tenía una verdad innegable. Aunque esas reflexiones ocupaban mi mente, no podía centrarme en ellas en ese momento. Me levanté de la cama para apagar el persistente sonido de mi celular, que seguía recibiendo llamadas de un número desconocido. —Buenos días. —respondí abruptamente. —Señorita Isabel, le hablamos nuevamente del Hotel. Es para decirle que acaba de ser contratada. La esperamos hoy a las 5 pm en nuestras instalaciones para el seminario de introducción. —la emoción se apoderó de mí, apenas
—¿Alessandro? —pronuncié sorprendida, sintiendo su mano, estrechándose con la mía. —¿Isabel? ¡Vaya! —su asombro se reflejaba en su rostro mientras me abrazaba y luego volvía a mirarme. —¡Vaya! No me esperaba esto realmente. —dijo, sentándose con una expresión de sorpresa evidente. —¡Qué alegría verte! —respondí sinceramente. —¿Cómo has estado? Esa noche en el restaurante, te vi muy exaltada. —mientras hablaba, organizaba algunos papeles en su escritorio. —No es nada, solo… decidí poner fin a las cosas. —mi incomodidad con el tema era palpable, y él lo notó. —No tienes que hablar de ello. A lo que vinimos… —Alessandro mostró una sonrisa confiada. Asentí, y él continuó. —En este puesto, me toca darte la introducción, ya que trabajarás directamente conmigo. Aunque el título oficial sea Gerente General, Ortega lo ocupa desde hace meses, así que, en realidad, serás mi nueva asistente. No te preocupes por el salario, será el mismo que el de Gerente, solo que deberás estar disponible p
A la mañana siguiente, durante el trayecto en el transporte, me sumergí en la lectura de una noticia que databa de hace cinco años. En ese momento, los Korch perdieron a su padre, lo que llevó a la división del Imperio Korch entre sus dos hijos. Alessandro heredó la industria hotelera, mientras que las ramas financiera e inmobiliaria quedaron bajo la dirección del padre de José. Sin embargo, Justin, el padre de José, confiado, llevó adelante otra empresa hotelera. Ahí estaba la respuesta a mis preguntas. Alessandro me necesitaba porque conocía a fondo las operaciones durante la gestión de su padre. Al llegar, me instalé en mi oficina, que estaba a escasos metros de la de Alessandro. Desde mi posición, podía ver su escritorio, como si pudiera llamar mi atención con la mirada en cualquier momento.Decidí revisar la agenda de Alessandro para adaptarme a las nuevas responsabilidades. Mientras leía las reuniones programadas para ese día, lo vi entrar en su oficina. Me apresuré tras él para
Alessandro me observaba con atención mientras esperaba su respuesta.—¿No piensas responderme? —dije, aguardando que confirmara si realmente estaba verificando si alguien más me había invitado.—Eres muy franca, Isabel. —respondió finalmente. —Esa sinceridad puede acarrear muchas consecuencias negativas.—¿Como cuáles? —pregunté, llevando mi primer bocado a la boca.—Por ejemplo, decirle a alguien lo que no quiere escuchar. Eso puede terminar en desgracia. —Su comentario no era nuevo para mí; mi madre solía recordármelo constantemente. Pero para mí, la honestidad era un don maravilloso. No ocultar lo que pensaba o sentía era perfecto para mí.En silencio, disfruté de mi lasaña, mientras él había solicitado una ensalada césar para seguir su dieta. Cuando terminé por completo, lo miré fijamente.—Si vamos a trabajar juntos, necesito saber: ¿por qué yo? —Mis preguntas parecían incomodarlo de vez en cuando, pero para mí, eran interrogantes que debían responderse por razones sencillas.—No
Sentada en mi escritorio, aguardaba la llegada de Alessandro a su oficina desde su reunión. Coordinaba un par de detalles para dejar todo preparado para su llegada. La demora de Alessandro fue tan considerable que, al final, decidí entrar en su despacho y dejar algunos documentos antes de salir. Fue al salir que me topé con el rostro desafiante de José, lo cual me asustó. Mis piernas, castigadas por los tacones, temblaron al verlo. Miré de nuevo a José. —No pareces tan segura como anoche… ¿Miedo de perder tu trabajo? Es mi tío, puedo hacer lo que quiera. —dijo mientras tomaba mi muñeca y la apretaba con fuerza, sentía que estaba a punto de quebrarla, cuando el «ding» del elevador sonó. —Te salvó la campana. —dijo soltándome para mirar de frente a Alessandro. —José, ¿qué haces por aquí? —dijo él, dándole un par de palmadas en la espalda. José me miró y le sonreí. —Isabel, ¿me traes un poco de café? Entraron en la oficina mientras yo intentaba servir el café. Sin embargo, había gene
Habían transcurrido aproximadamente tres meses desde que comencé a trabajar para Alessandro, quien había decidido asignarme un guardaespaldas. Su preocupación por mí era palpable, aunque siempre intentaba negarlo. Últimamente, sus viajes frecuentes habían hecho que apenas lo viera en estos días. Una llamada a mi celular interrumpió mis pensamientos.—Hola, Isabel. ¿Qué planes tienes para el fin de semana? —preguntó Alessandro al otro lado de la línea.—Ah, no trabajo los fines de semana. —respondí, tratando de esquivar cualquier carga adicional de trabajo, dado que ya había dedicado dos de mis fines de semana a organizar papeles.—No, no se trata de eso. Quiero… Quiero que me acompañes al quinceaños de mi ahijada.—¿Un quinceaños? —reí. —Mi tiempo para ir a quinceaños pasó hace mucho. —Alessandro se unió a mi risa.—¿Puedes? —preguntó casi suplicante.—Mmm, podría decirse que sí. La cuestión es si quiero. —contesté pensativa.—Eh, ¿quieres? —dijo él, ahora con un tono más serio. Sabía
Al llegar a mi apartamento, me despedí de Alessandro. —No, yo te espero. —dijo mientras tomaba su celular y se ponía a hacer cosas. Lo miré unos segundos y caminé hacia la puerta de mi edificio. Sin más, volteé y regresé al auto. —¿No prefieres esperar arriba? —dije con cierto nerviosismo. Él me miró y, sin decir palabra, tomó las llaves del auto y apagó todo. Me asusté al ver que los vidrios se subían. —¿Eso es un sí? Él caminó junto a mí hasta la puerta. —¿Tienes hambre? —dijo. —Puedo pedir algo mientras te preparas. —Solo es un fin de semana, ¿verdad? —dije, sintiendo que podrían ser más días. Lo miré. —Solo un fin de semana, ¿cierto? —Sí, solo que será un fin de semana en el paradisiaco Hawái. —mi expresión se tornó seria al escuchar el destino. Él rio, pero notó mi preocupación. —Tranquila, el domingo por la noche estaremos de regreso. Me volví y continué arreglando mi maleta. Tomé solo lo necesario; después de tantas mudanzas en mi vida, ya tenía en mi mente lo esencial y
Me encontraba rodeada de personas que conocían a José. Muchos me saludaron y preguntaron por él. Otros se sorprendieron al saber que había venido con Alessandro; algunas chicas comentaban que era de esperarse porque Alessandro era el más guapo. También surgían comentarios sobre mi supuesta procedencia de un nivel social más bajo que el de ellos. En ese momento, divisé a la Sra. Gertrudis, la abuela de José, quien, a mi parecer, nunca consideró a José como el nieto que deseaba. Se acercó a nosotros saludándome con entusiasmo. Aún no podía acostumbrarme a la idea de que ella era la madre de Alessandro. —Pequeña Isabel, ¡qué alegría tenerte aquí! —dijo, abrazándome efusivamente. —Mi hijo me ha contado que has comenzado a trabajar en su hotel. ¡Ah, es la mejor decisión! —asentí e intenté decir algo, pero ella estaba bien informada. —José no te merecía, mi niña. Necesitas un hombre con más carácter que él. Además, viniste con él, ¿verdad? —comentó con una sonrisa picarona, observando a A