CAPITULO 135

—¡Bájame, Diego! ¡Bájame ya! —comenzó a gritar mientras me golpeaba en la espalda y sacudía las piernas.

—¡Ya basta! —grité sin interrumpir mi marcha—. ¡Mantente quieta o terminaremos en el suelo y nos tomará más tiempo llegar!

—¡Solo bájame! —suplicó en medio de sollozos y suspiré.

—Lo haré si prometes ir conmigo sin protesta alguna. No es momento para tus niñerías —dije por lo alto, con cierto matiz de enfado.

—Está bien, tú ganas, ¡pero bájame ya! —concluyó y así lo hice.

Cuando su cuerpo se separó del mío, sentí un frío aterrador que se había desvanecido cuando sentí su contacto. Ambos nos medimos, allí, bajo la lluvia, como dos completos idiotas.

—Ven —

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