La vi perderse, completamente atontado y aproveché para hablarle a Ernesto, avisar que no iríamos esa noche y que por favor, me informara cualquier cosa que surgiera con mis dos hijos.
El enfado había menguado bastante en comparación al instante en que nos reencontramos. Sus gestos me indicaron que algunas cosas que tuvimos en la intimidad, no lo hicieron. Pero de todas maneras, eso no significaba que olvidaba todo lo ocurrido y le facilitaría las cosas.
Sin embargo, si íbamos a tener que vernos las caras de por vida, como bien dijo ella, al menos sería sensato llevar la fiesta en paz. Además, tenía que admitir que no deseaba se volviera a marchar de mala gana.
Estaba seguro que tendríamos que tener al niño por turnos, ya que no residíamos en la misma ciudad; ni siquiera vivíamos en el mismo país.
Ella seguramente debía ocuparse de sus asuntos y como bien dijo Liam, tenerla de enemiga solo me traería problemas para que mi hijo me aceptara.
Y e
—Está bien —respondió mientras subía sus piernas al sillón y se abrazaba a ellas—. Cuando te marchaste del aeropuerto, no fue Lucas quien apareció por mí, sino Bianca —comenzó, mientras yo le prestaba toda mi atención—. Ella estaba destrozada y apenas pudo decirme lo que estaba ocurriendo. Fuimos directo al hospital y en el trayecto me contó que Lucas había sido sometido a quimioterapia y que casi moría en el proceso. En ese momento entré en shock, porque no sabía que estaba enfermo y cuando lo vi, no pude creer que se tratara de la misma persona que había dejado días atrás en Londres.»El medico prácticamente lo sentenció a muerte, ya que Bianca no era compatible para ser su donante de médula, y cuando salió a colación que era su prometida, nos exigió que procreáramos un niñ
Declaró y a pesar de que sus palabras eran de lo más acertadas, me dolía en el alma que lo dijera, que confesara que no estaba allí por mí, ni para ser parte de mi vida de nuevo.—Sé que de nada sirve decirte que te amaba, al punto de que los primeros tiempos, me sentía sucia por haberme marchado con otro hombre, y sé que no te interesa ni mucho menos, pero para mí fue como si te estaba traicionando. Ya cuando todo llegó al extremo y estaba en juego mi salud por la falta de sueño, por mi pérdida de apetito, Lucas decidió que parara, como él decía, con mi autotortura de llorarte de aquella manera. Dolió mucho dejarte, dolió mucho mentirte para que te alejaras y al final de todo, lo que pudo habernos unido para siempre en aquel momento y arreglar las cosas, terminó por separarnos definitivamente. Porque sé, que el hecho de que pensaras que e
¿Cuántas veces ha intentado alejarse este día y no la he dejado?¿Por qué si me dolía tanto no la dejaba marcharse?Ni yo mismo me entendía.—Ana, por favor —miré el sillón y a duras penas, volvió a sentarse—. Necesito saber algo que decía esa maldita carta —frunció sus ojos—. ¿Es verdad que todo este tiempo nunca me olvidaste?—Si digo la verdad, no me creerás. Y si miento, te enfadarás. ¿Cuál de las dos respuestas quieres oír? —preguntó sobrepasada, con el cuerpo temblando, con la mirada dolida y angustiada.—La verdad, por supuesto —dije seguro.—Es verdad, Diego. Nunca te olvidé, y para mi propio pesar, nunca lo haré. Sea cual sea la situación y los sentimientos, es imposible que lo haga.—No puedo creerlo…
—Buenos días. No te sentí llegar, ¿quieres desayunar? —preguntó mientras me enseñaba lo que había preparado. Había tocino, huevos revueltos con tostadas, café y jugo natural, tal y como me gustaba.—Por supuesto, muero de hambre —respondí, mientras ella servía el desayuno, y yo llenaba nuestras tazas con el humeante café.—Espero lo disfrutes —dijo mientras dejaba el plato para mí y ocupaba otro lugar en el desayunador.Cuando terminamos el desayuno, se lo agradecí mientras retiraba los platos y bebía algo de café.—¿Puedes llevarme al hotel? Necesito ver a mi hijo —dijo de manera suave y una intensa ansiedad se instaló en mis adentros.—Claro. De seguro ya trajeron la todoterreno —respondí, mientras me limpiaba la boca y me ponía de pie—. Creo que debe
A partir de ese día, las cosas fluyeron despacio entre Eros, su madre y yo.Liam regresó para que pudiéramos ponernos de acuerdo en relación a los tiempos que el niño compartiría con cada uno y ambos decidimos que estuviera cada tres meses conmigo. Por supuesto, su madre nos acompañaría hasta que creciera un poco más y pudiera hacerme cargo sin su ayuda.Del beso que le di, nada. No volvimos a tocar el tema, tampoco hablar de él y su vida a su lado. Era lo mejor. Meter el dedo en la llaga más dolorosa de nuestras vidas no borraría lo que ya sucedió.Las negociaciones entre nuestros abogados fueron más difíciles que el acuerdo en común al que había llegado con ella de manera rápida. Al parecer, Mónica era aún un tema delicado entre ellos. Sin embargo, de buena gana, ambos decidimos que los primeros tres meses el niño se quedaría conmigo para que pudiéramos conocernos. Aunque no estaba demasiado seguro, le pedí a Ana que se mudaran directamente conmigo y con Marcel.Adecuamos la habitac
Luego de que Pietro me diera una de las peores noticias, lo evadí como pude. Con demencia, me puse a buscar a Ana sin éxito alguno.Una hora después, regresé al hotel. Estaba cabreado por cómo se daban las circunstancias de nuevo. Maldije mi ineptitud para llevar por buen sendero las cosas con ella. Entretanto, veía a un Ernesto sonriente conversando con el hombre que esta vez presentía que sería un estorbo en mi camino.Traté de pasar desapercibido para esos dos, pero el idiota de Ernesto me llamó. Pietro aguardó por mí con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba tan enfadado que no me temblaría el puño para estamparlo contra su rostro engreído. Pero ¿a quién quería engañar? Todo era mi culpa.—Al parecer, nuestro querido amigo se ha flechado por completo —mencionó divertido el encargado. Logró que lo fulminara, amenazante, con la vista.—Ya me ha dicho —mascullé con sequedad sin un atisbo de emoción en mis palabras.—Y creo que su intuición ha hecho una muy buena elección. —Buscó provo
AnaDesde que toda la verdad se desató y desde que Lucas se fue para siempre de este mundo, supe que nada sería fácil cuando me reencontrara con Diego, ya que tenía razones de sobra para odiarme.A pesar de que nunca lo olvidé y que el amor que siempre sentí por él lo guardé bajo llave en lo profundo de mi ser, no imaginé todo el impacto que causaría en mí verlo de nuevo. Y las cosas no fueron diferentes a lo que pensé que serían: Diego no me toleraba.Sin embargo, luego de aquel beso inesperado que me dio, pensé que tal vez las cosas pudieran darse de manera distinta al notar que con el correr de los días nuestra relación iba mejorando.La tensión que sentí la primera vez que lo volví a ver, fue indescriptible porque rebasaba toda la capacidad de mi alma y mi corazón para dominar mis emociones. Recordaba a la perfección que el ardor de su beso no me había abandonado en muchos días; llenaba de fantasmas todas mis noches en las que rememoraba las huellas que dejó en mi piel con sus man
Cuando dije aquellas palabras, Ana me vio como si hubiera visto un fantasma.—No juegues conmigo de esa manera, Diego —resolló, nerviosa, y desvió la vista hacia el mar.—No lo hago en ningún sentido —repliqué con paciencia al dejarme caer en la arena a su lado. Quedarme de cuclillas frente a ella, la perturbaba. Lo sentía y me dolía—. ¿Cuándo he bromeado con cosas así?Soltó un largo suspiro.—Quizá has cambiado. Quién sabe —contestó como si estuviera lejos y removiera algunos recuerdos de cuando éramos uno.—Puede que sí —afirmé—, pero hay cosas que no cambiarán jamás —confesé con la voz rota y miré el horizonte sobre el mar. Sonrió. Su suave risa me supo a la melodía más dulce que había oído jamás, aunque lo hiciera con tristeza.—Ya lo sé —asintió con melancolía—. No hace falta que lo digas —acotó como si habláramos en el mismo idioma.Afirmé con la cabeza.—Dime algo, Ana —sus orbes vidriosos me vieron, dolidos. Sabía que mi pregunta no le gustaría, como también sabía que su resp