9.

9. Cicatrices en el alma.

Me echó una última mirada antes de volver al local, dejándome en aquel callejón completamente sola. Pero no fue eso lo que me destrozó, si no la mirada de despedida que puso sobre mí.

Caminé calle abajo, a pasos pausados, pues me había dañado un poco con su brusquedad, y me dolía terriblemente mi intimidad al andar. Con aquella falda celeste un poco manchada, los cabellos alborotados y mi alma llena de cicatrices.

Ya no me quedaba ni un ápice de dignidad, nada en lo absoluto a lo que aferrarme.

Seguí adentrándome más y más en la oscuridad de la noche, sin saber a dónde ir ni que hacer, mientras miles de pequeñas lágrimas se derramaban por mi rostro, echando a perder el maquillaje.

Me detuve cerca del parque, dándome cuenta de algo: me había convertido en mi

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