Sophia caminó hacia el estrado con paso seguro, llevando consigo únicamente su valor y su coraje. Se acomodó el vestido verde esmeralda que usaba y prestó juramento de decir la verdad. Gabriel se la comía con la mirada, observando a la mujer de la que se había obsesionado lista para dar su testimonio.—Su Señoría, como bien se sabe, no puedo interrogar a la testigo ya que tengo un vínculo paternofilial con la misma —se excusó Charles desde su asiento—. Así que, si me lo permite, será mi socio y colega, el doctor Billar, quien se encargará del testimonio de la señorita Milstein.—Veamos qué tiene que decir la parte demandante. —El juez Samuelson miró hacia el doctor Hilton. Jona se puso de pie para que se lo escuche mejor.—Por nuestra parte, no hay ningún problema —dijo Hilton. Con el visto bueno del juez, el socio de Charles, Paul Billar, se puso de pie y se acercó a Sophia.—Señorita Milstein, buenos días. Me gustaría empezar por una pregunta sencilla. Primero que nada, ¿a qué se de
Thomas observaba desde su asiento, con las manos tensas sobre los muslos y el corazón latiéndole con fuerza. Cada palabra que Sophia había pronunciado en el estrado resonaba en su mente como un eco, desnudando no solo su pasado, sino también el camino que había recorrido para llegar hasta ese momento. No era fácil escuchar a alguien hablar de sus errores y redención frente a una sala llena de extraños, pero Sophia lo hacía con una mezcla de firmeza y ternura que lo dejó sin aliento.Desde el otro extremo de la sala, Gabriel no quitaba los ojos de Sophia. Había algo en su expresión que la incomodaba: una mezcla de deseo y rencor que le ponía los pelos de punta.El juez Samuelson carraspeó, devolviendo la atención a la sesión.—Señor Hilton, ¿tiene preguntas para la testigo? —inquirió con tono severoJona Hilton se levantó con calma, ajustándose las gafas antes de acercarse al estrado. Llevaba consigo una carpeta llena de documentos que colocó cuidadosamente sobre la mesa frente a Sophi
Hilton ajustó su corbata con deliberación, su sonrisa era apenas contenida mientras miraba a Sophia con una intensidad que solo podía describirse como depredadora.—Señorita Milstein —empezó, su tono estaba cargado de falsa cordialidad—, dado que insiste en que su relación con el señor Sclavi es estrictamente profesional, permítame preguntarle lo siguiente: ¿puede asegurar, bajo juramento, que jamás ha sentido algo más allá de una conexión profesional hacia él? Ni siquiera un momento de duda, de atracción o de interés personal. ¿Ni una sola vez?El silencio cayó como un manto pesado sobre la sala. Sophia sintió que el aire se volvía denso, difícil de inhalar. La pregunta no solo era personal: Era una trampa. Una bala diseñada para perforar su credibilidad, sin importar cómo respondiera.Desde su asiento, Thomas inclinó la cabeza hacia adelante, con sus ojos clavados en Hilton, como si evaluara si intervenir sería peor que quedarse inmóvil. Gabriel, en el otro extremo de la sala, cruzó
Mientras todos se ponían de pie para recibir al juez y al jurado, Thomas tenía la mandíbula encajada y se torcía un dedo con nerviosismo. Su postura de pie sólo duró un par de segundos, porque nuevamente tomó asiento mientras el juez Samuelson revisaba sus apuntes y corroboraba la siguiente prueba.—¿Los abogados están listos para continuar? —preguntó el magistrado. Con el asentimiento de ambos profesionales, el juez ordenó que el juicio proceda.Retomando su papel de abogado de la defensa, Charles se puso de pie.—Su Señoría, al señor Sclavi le gustaría prestar declaración —expresó Charles. El juez dio el visto bueno.—Esta Corte llama a Thomas Sclavi a subir al estrado —llamó la voz del alguacil.El único sonido que se escuchó fue el del obturador de los paparazzis, capturando el momento en el que Thomas se acercaba al estrado y tomaba asiento.Charles se puso de pie, acomodándose el traje, y sonriendo para transmitirle paz a su cliente, aunque el pobre Thomas deseaba que se lo trag
Thomas sentía el peso de cada mirada clavada en su espalda mientras Hilton se acercaba al estrado con la precisión de un cazador. A diferencia de Charles, cuya presencia transmitía apoyo, Hilton era afilado, calculador, y sus ojos tenían un brillo frío que prometía problemas.—Señor Sclavi —comenzó Hilton, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—, antes de empezar, permítame expresar mi admiración por su carrera. He escuchado que tiene bastantes logros. Aunque, claro, también algunos... incidentes.Thomas no respondió de inmediato, manteniendo su mandíbula tensa. Charles le había advertido que Hilton intentaría provocarlo, y tenía que controlar su temperamento.—Gracias —respondió, sin más.—Bien, avancemos. Habló usted anteriormente sobre su relación con el señor Torr, y sobre cómo los problemas personales entre ustedes afectaron su vida profesional. Pero quiero enfocarme en otra relación. Una que, curiosamente, parece haber influido mucho en usted desde el inicio de esta probation
La sala volvió a llenarse tras el breve receso. Las tensiones se sentían como una carga eléctrica en el aire. En el centro de todas las miradas, Thomas se encontraba sentado, más tenso que nunca. Sophia permanecía en su lugar en la galería, su mirada estaba fija en sus manos entrelazadas, intentando no levantar los ojos porque sabía que iba a mirar a su novio y se iban a delatar. Por recomendación de su madre, se mantenía en silencio y sin mirar a nadie.El juez Samuelson dio un golpe seco con el mazo, llamando al orden.—Hemos llegado al momento de los alegatos finales. Señor Hilton, puede proceder.Hilton se levantó con la confianza de un hombre que sabe que ha jugado sus mejores cartas. Se dirigió al jurado, su tono persuasivo pero afilado.—Honorables miembros del jurado, lo que hemos visto aquí es a un hombre cuya historia está plagada de violencia y temperamento explosivo. El señor Sclavi es un jugador talentoso, eso nadie lo discute, pero su conducta fuera del campo ha demostra
Un viento frío se coló por debajo de la puerta de Sophia, provocando un extraño silbido, fantasmagórico y espectral. El clima había cambiado abruptamente, y ya no había cálidas tardes de otoño para disfrutar. Ahora los días se habían vuelto helados y grises, anunciando la inminente llegada de un crudo invierno.Un par de pies envueltos por unas pantuflas de un popular personaje de Disney aparecieron en el marco de la puerta. Era Sophia que iniciaba su jornada con su rutina diaria. En el sofá, Rex descansaba a gusto, con la manta envuelta sobre su cabeza, roncando y ladrando en sueños, ajeno a que su cuidadora había iniciado su jornada. Reprimiendo un bostezo, Sophia se acercó a la pava eléctrica y presionó el botón de encendido para hacerse un café. Miró a través de la ventana de la cocina y observó su jardín: Casi todos sus árboles estaban en estado latente, iniciando el sueño del invierno, y debería de aprovecha para podar algunas ramas.Un mensaje llegó a su teléfono, que le advirt
Sophia se quedó mirando a Thomas, asimilando sus palabras. La sinceridad en sus ojos oscuros le dejó claro que no se trataba de una advertencia para alejarla, sino de una invitación a entender plenamente lo que implicaba estar con él. Thomas no solo le ofrecía su amor, sino también los desafíos que venían con él, y ese nivel de transparencia la conmovió profundamente.Ella tomó aire, dejando que las emociones se asentaran antes de responder.—Siempre voy a querer estar contigo, aunque nos persigan todos los paparazzis del mundo.Thomas la miró fijamente durante un largo momento, su expresión se suavizó y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.—Sabía que eras fuerte, pero escucharlo de ti… —Sacudió la cabeza con admiración—. Eres increíble, amor.El camarero se acercó justo en ese momento, interrumpiendo el momento. Les ofreció el menú y, después de tomar sus pedidos, los dejó a solas nuevamente. La conversación se volvió más ligera, con Thomas compartiendo anécdotas del club y So