Thomas sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se quedó en silencio, observando el rostro de Sophia con una mezcla de sorpresa y preocupación.—¿Se mató? —repitió en un susurro.Sophia asintió, con la mirada fija en un punto indefinido de la mesa. Jugaba distraídamente con su servilleta entre los dedos, como si mantener sus manos ocupadas evitara que las emociones la abrumaran.—Fue un accidente de tránsito —explicó tras un largo suspiro—. Me llamaron en la madrugada para avisarme. Un choque en la autopista. El auto quedó destrozado… y él no sobrevivió.Thomas notó el tono contenido en su voz, como si las palabras fueran piezas frágiles de un rompecabezas que no quería armar. Pensó en tomar su mano, pero temió que ella se alejara, así que esperó.—Lo siento mucho, Sophia —dijo con sinceridad.—Yo también lo sentí —murmuró ella—. Pero no por las razones que creerías.Thomas frunció el ceño.—¿Qué quieres decir?Sophia cerró los ojos un instante, como si reunir las palabras le costa
Thomas no soltó la mano de Sophia. No hizo ademán de abrazarla ni de decirle que todo estaría bien, porque sabía que no era lo que ella necesitaba. En cambio, se quedó en silencio, dándole el tiempo que ella quisiera para respirar, para recomponerse.El sonido de los cubiertos y las conversaciones a su alrededor parecía lejano, casi inexistente. Sophia intentó retirar su mano, sin brusquedad, sino con un gesto medido, como quien pone distancia sin cerrar del todo la puerta, pero Thomas no se lo permitió. Cuando sintió el suave movimiento de la mano de su novia intentando alejarse de él, el rugbier cerró aún más los dedos, impidiendo que se vaya.—No estás sola en esto —le recordó. Sophia lo miró con sus expresivos ojos. Thomas identificó en ellos años de profundo dolor y sufrimiento. Tristeza y trauma por su pasado. Parecían los ojos de un perro o un gato maltratado, implorando a la persona que tenía en frente que por favor no le haga más daño del que ya había pasado, porque había suf
La brisa nocturna los envolvió cuando salieron del restaurante. Sophia se abrazó a sí misma, no tanto por frío, sino por la sensación de liviandad que la invadía tras la conversación con Thomas. Sentía su mente aliviada, pero su cuerpo vibraba con una tensión distinta, una electricidad silenciosa que se deslizaba entre ellos en cada mirada, en cada gesto.Thomas no dijo nada mientras la guiaba hasta su auto. Le abrió la puerta y esperó a que se acomodara antes de cerrar y rodear el vehículo para tomar asiento al volante. El trayecto fue silencioso, pero no cómodo. Había algo denso en el aire, algo que pesaba y se aferraba a la piel como un susurro apenas contenido.Cuando llegaron a casa de Sophia, él apagó el motor y se giró hacia ella. La mujer sintió su mirada recorriéndola con una calma estudiada, como si midiera cada uno de sus movimientos antes de hacer algo. Ella no habló. No se movió. Solo esperó.—Vamos adentro —dijo él finalmente, con voz grave.Sophia asintió y salió del au
Thomas despertó antes que ella. Acostado de lado, la observó respirar con la tranquilidad de quien, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado un refugio seguro. Sophia dormía con el rostro relajado, con los labios apenas entreabiertos y una mano descansando cerca de su boca. Sus senos habían sido tapados por el borde de la sábana rosada, y su cabello estaba desordenado sobre la almohada, largo y sedoso, se extendía. Thomas, con un gesto instintivo, deslizó los dedos por algunas hebras sueltas, apartándolas de su rostro con la misma reverencia con la que se toca algo sagrado.No quería moverse. No quería hacer nada que rompiera la quietud de ese instante. Pero su mente, disciplinada por años de exigencia en el rugby, ya estaba despierta, procesando la noche anterior y el abismo en el que había caído sin remedio. No era solo deseo. No era solo necesidad. Era algo más profundo, algo mucho más importante que sólo amor. Era devoción plena hacia ella que tanto había arriesgado sólo
Thomas aparcó la camioneta frente a la casa de su madre y apagó el motor. Se quedó un momento en silencio, con las manos sobre el volante, respirando hondo. Sabía que la conversación con Xavier sería crucial. Aunque confiaba en que su hijo lo entendería, no podía evitar sentirse nervioso. Después de todo, Xavier había sido testigo de los conflictos con su madre y, aunque nunca hablaba demasiado del tema, Thomas sabía que guardaba sus propias heridas… Aunque él fingiera que le daba lo mismo.Bajó del vehículo y tocó el timbre. La puerta se abrió casi al instante y su madre, con los labios fruncidos, lo recibió con una mirada severa.—Llegas tarde —fue lo primero que dijo.Thomas soltó un suspiro.—Buenos días, mamá. También me da gusto verte.—Se supone que te lo iba a cuidar hasta la noche. No me dijiste nada de que se iba a quedar a dormir.—Lo sé, y te pido disculpas, fue… algo que simplemente surgió.—Bueno, la próxima vez que no “surja”. Mándalo con una muda de ropa limpia, al men
Xavier salió de la ducha con la toalla envuelta en la cintura, con el cabello aún goteando, y descalzo. Pasó corriendo al lado de su padre, que iba en dirección hacia su habitación, chorreando agua y semidesnudo.—¡Xavier, no corras descalzo y mojado! —le gritó su padre, pero el niño solo carcajeó y se encerró en su habitación. Hoy nada ni nadie podría a sacarle el buen humor. Su padre finalmente iba a presentar a Sophia a toda la familia como su novia oficial, y no daba más de la emoción. Había sido testigo de las miradas que ellos dos se dedicaban, de las palabras que se habían dicho. desde que su padre estaba con Sophia, Xavier lo veía más feliz y tolerante. Aunque intentaran ocultarlo, las miradas, las palabras y los gestos de cariño entre ellos los delataban. Creían que él no se daba cuenta, pero los niños siempre observan y aprenden en silencio. Observan, aprenden y callan.Se quitó la toalla y empezó a secarse. ¿Qué podía usar? Ese día estaba bastante frío. Y no quería escuchar
Sophia se acercó con la caja de la pastelería en las manos y saludó a Claire con la normal social de rigor, completamente ajena a todo lo que había sucedido entre Thomas y su madre.—Hola, Claire. Un gusto volver a verla —saludó Sophia acercándose a ella. Xavier la seguía de cerca, observando a la mujer con una sonrisa de admiración en la cara. Claire la saludó con fingida amabilidad.—Vaya, ¿qué traes allí, Sophia? Espero que no hayas gastado demasiado.—No, no. Sólo es un pequeño detalle, nada más. Es sólo una atención.—Pues a mí me parece bien que Sophia nos consienta así —rio Jules acercándose al grupo.—A ti todo lo que tenga comida te parece bien —gruñó Thomas—. Y a ver si puedes colaborar con las ensaladas, esta vez.—¿No quieres que…? —empezó Sophia, pero Thomas la interrumpió en seco.—No. Quiero que él lo haga —gruñó señalando a su hermano.No sin blanquear los ojos, Jules se puso manos a la obra.Mientras Jules se retiraba para acatar las órdenes de su hermano, Sophia se q
Jules, que estaba a punto de llevarse un trozo de carne a la boca, se detuvo en seco con los ojos abiertos de par en par. Claire enarcó una ceja, con una expresión que era una mezcla entre incredulidad y desaprobación. Xavier, en cambio, sonriendo de oreja a oreja y tomó la mano de Sophia con entusiasmo. Mathew se ahogó con la cerveza que estaba tomando, pero las cuñadas de Thomas sonrieron al escuchar la noticia.—¿Saliendo? —repitió Anna, observando a Sophia con una sonrisa. Sus ojos pasaron de Thomas a Sophia, esperando que alguno de los dos se ría y le diga que sólo estaban tomándole el pelo. Pero la sonrisa llena de paz de Sophuia (y el nerviosismo latente que se podía leer en el tenso rostro de Thomas) le confirmaron la verdad—. ¿De verdad?El asentimiento que Sophia hizo con la cabeza confirmó el anuncio de Thomas. Pauline no se quedó atrás.—¡Bueno, no es algo que nos hubiera sorprendido a decir verdad! Ya que Thomas se confesó en plena declaración.—No me recuerdes eso.Sophi