Mi coartada

La brisa nocturna los envolvió cuando salieron del restaurante. Sophia se abrazó a sí misma, no tanto por frío, sino por la sensación de liviandad que la invadía tras la conversación con Thomas. Sentía su mente aliviada, pero su cuerpo vibraba con una tensión distinta, una electricidad silenciosa que se deslizaba entre ellos en cada mirada, en cada gesto.

Thomas no dijo nada mientras la guiaba hasta su auto. Le abrió la puerta y esperó a que se acomodara antes de cerrar y rodear el vehículo para tomar asiento al volante. El trayecto fue silencioso, pero no cómodo. Había algo denso en el aire, algo que pesaba y se aferraba a la piel como un susurro apenas contenido.

Cuando llegaron a casa de Sophia, él apagó el motor y se giró hacia ella. La mujer sintió su mirada recorriéndola con una calma estudiada, como si midiera cada uno de sus movimientos antes de hacer algo. Ella no habló. No se movió. Solo esperó.

—Vamos adentro —dijo él finalmente, con voz grave.

Sophia asintió y salió del au
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