Thomas avanzó con pasos largos y firmes por la casa, con Sophia pisándole los talones. Revisaron el salón, la sala de estar y la biblioteca, pero no había rastro de Claire ni de Xavier.—¿Dónde demonios los metió? —murmuró Thomas, con la mandíbula apretada.De repente, una voz infantil rompió el silencio.—¡Papá!El alivio que Sophia sintió al escuchar a Xavier fue instantáneo. Giraron hacia la derecha y vieron al niño corriendo por el sendero del jardín.—¿Dónde estabas? —le preguntó, con una preocupación mal disimulada—. Te buscamos por toda la casa.Xavier se encogió de hombros.—La abuela me llevó a dar un paseo —dijo con naturalidad—. Quería hablar conmigo sin que nadie nos interrumpiera.Sophia notó cómo Thomas aguantó la expresión antes de mirar a su madre.—Ah, ¿sí? —su voz sonó controlada, pero con un filo peligroso—. ¿Y de qué hablaron?Antes de que Xavier pudiera responder, Claire intervino con su tono más dulce.—Nada de qué preocuparse, Thomas. Sólo quería tener una conve
Luego del almuerzo, y de lo que había pasado con Claire y Xavier, el almuerzo fue bastante tenso. Thomas y su familia seguían la conversación como si nada hubiese pasado, pero Sophia seguía en su estado de catatonia generalizada, incapaz de decir ni hacer nada que no sea mantenerse muda y quieta en su asiento, observando como el resto de los comensales se tiraban comentarios entre ellos. Y mientras tanto las palabras de su amiga se repetían, como un loop infernal en su cabeza: Nunca vas a ser su familia.No pudo evitar sentirse totalmente fuera de lugar… Le hubiese gustado poder irse de allí luego de lo que Claire le había dicho, pero eso no era posible. Ella era una de las homenajeadas, y dejar la mesa no era algo simplemente posible. Así que tuvo que armarse de paciencia y soportar la sensación de ser parte del decorado hasta que los familiares de Thomas empezaron a retirarse.—Bueno, gracias por la comida, hijo. —la primera en tomar su cartera fue Claire, junto con la bandeja de pl
Un pie se movía insistente contra el suelo. Con el metatarso apoyado, la musculosa pierna de Thomas temblaba mientras esperaba en la sala de conferencias del club las nuevas de Red, el entrenador de Los Espartanos. Todos sus compañeros estaban tan nerviosos como él, pues iban a anunciar a los elegidos para formar parte del equipo de la selección nacional ese año. Debido a su mal comportamiento en los años anteriores, había sido excluido del seleccionado, pero algo le decía que las cosas iban a cambiar para esa ocasión.Mientras sus compañeros hablaban y se reían entre ellos, Thomas tenía la concentración al máximo, viendo un punto fijo de la sala y esperando a que el entrenador en jefe haga su entrada triunfal con la lista de los cinco elegidos para lucir la ansiada camiseta.La puerta se abrió para dejar pasar, no sólo a Red, sino a todo el staff deportivo y directivo del club. Thomas dejó de mover el pie y observó atento a los que ingresaban. El presidente de Los Espartanos hizo act
Sophia caminó hacia el estudio de su casa con una taza de te en la mano y cubierta por su camperón de lana que ella misma había tejido a crochet. El día estaba helado y lluvioso, ideal para quedarse en casa todo el día, tomando algo calentito, escribir o simplemente acostada en la cama viendo televisión. Pero tenía que trabajar. Tenía que entregar los últimos capítulos de la novela que había escrito inspirada en la vida de Thomas. La idea le había encantado a su editor y consideraba que era una idea muy rentable publicarla en físico. Sophia sentía la presión de los nervios de publicar su primer libro en físico. Si todo salía bien, esta podría ser su oportunidad para poder despegar como escritora.Tomó asiento frente a su computadora y revisó los últimos detalles de la historia. Todo parecía estar correcto: No había errores de ortografía, ni tampoco de redacción. Su trabajo era impecable como siempre había sido. Adjuntó el archivo en un correo electrónico y lo envió a su editor. El men
Sophia seguía mirando por la ventana, con el celular en la mano y el corazón latiéndole en los oídos. No veía la camioneta de Thomas aún, pero sabía que no tardaría en llegar.Se pasó una mano por el cabello y exhaló, tratando de pensar con claridad. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo se suponía que debía manejar la situación cuando apenas podía ordenar sus propios pensamientos?Caminó de un lado a otro de la habitación, con la respiración acelerada. Sabía que había estado evitándolo, pero no tenía fuerzas para enfrentar una discusión con él en ese momento.Y menos después de la conversación con Roger.El frío de la tormenta se colaba por las ventanas de su casa, haciéndola estremecer. Se percató que no era el clima helado, o las frías y duras gotas de lluvia, lo que provocaban sus temblores: Eran los mismos nervios de enfrentar a su novio de más de ciento veinte kilos de puro músculo. Cuando vio los faros de la camioneta iluminando la calle mojada no pudo no tragar saliva.—No… —murmuró.La a
Sophia sintió que las lágrimas amenazaban con caer, pero no quería llorar frente a él. No cuando ni siquiera sabía si servía de algo.Thomas, por su parte, la miró incrédulo ante lo que había dicho su novia.—¿Acaso no estoy contigo? —le preguntó con la voz áspera y oscura que usaba cuando su paciencia empezaba a acabarse—. ¿No fui yo el que te dijo que quiero que no nos mantengamos en secreto? ¿Por qué piensas que no estoy a tu lado cuando lo único que hice fue estar a tu lado? Si te quiero proteger no es porque te considere débil, ya tuvimos esta conversación. Pero no creas que eres la única persona en esta relación, Sophia. Yo también estoy aquí.—¿Y qué te piensas que estuve haciendo los últimos meses? ¿Te dejé sólo o estuve a tu lado apoyándote, paso a paso, en cada una de las etapas de tu probation?—No todo se basa en mi probation, Sophia —la interrumpió Thomas—. No hablo sólo de eso. Hablo de nuestra relación. De lo que significamos juntos…—¿Y qué es nuestra relación, Thomas?
La pregunta de Sophia quedó suspendida en el aire, como si fuese una pelota arrojada en un line out y que Thomas debía de agarrar con uno de los saltadores. Pero el capitán de Los Espartanos, en vez de responder de manera inmediata, se le quedó mirando con el ceño fruncido.La reacción de Thomas descolocó a Sophia. Se quedó de pie frente a su novio que seguía mirándolo con la mirada seria y el ceño contraído. Tenía la misma mirada que usaba cuando Xavier hacía algo incorrecto o le respondía mal.—¿De verdad me estas preguntando eso? —respondió Thomas sin dejar de observarla—. ¿Te piensas que no quiero estar contigo sólo porque, de vez en cuando, me haces estas preguntas y planteos?—¿Y qué pretendes? ¿Quieres que me quede callada y no te diga nada de lo que siento y pienso, y finja que todo va de mil maravillas?—¡Claro que no!—¡Dijiste que a veces sientes que soy una carga!—¡Yo no dije eso! ¿Cuándo salieron esas palabras de mi boca? Yo dije que no sé si siento que a veces eres una
Los empleados de la librería iban y venían, ajustando cada detalle para la presentación del libro. Los carteles con el nombre de Sophia destacaban en cada rincón, mientras las gigantografías de la portada captaban la atención de quienes pasaban por allí. En el centro, la ilustración mostraba a un rugbier con uniforme ajustado, cargando en su hombro a un niño de seis años. Un poco más atrás, en una pose ceñuda y con los brazos cruzados, una mujer los observaba. El título se lucía sobre sus cabezas junto con el nombre completo de Sophia: Milagro en la yarda 22.Sophia recorrió el lugar con la mirada. Nunca se había acostumbrado del todo a la idea de ver su nombre en grandes letras, y menos aún a la emoción nerviosa que le revolvía el estómago cada vez que tenía que hablar en público. Pero esta vez, el nerviosismo tenía otra causa.Thomas no sabía nada sobre su nueva novela.Había intentado decírselo muchas veces, pero siempre terminaba frenándose. Thomas era reservado con su vida privad