Un pie se movía insistente contra el suelo. Con el metatarso apoyado, la musculosa pierna de Thomas temblaba mientras esperaba en la sala de conferencias del club las nuevas de Red, el entrenador de Los Espartanos. Todos sus compañeros estaban tan nerviosos como él, pues iban a anunciar a los elegidos para formar parte del equipo de la selección nacional ese año. Debido a su mal comportamiento en los años anteriores, había sido excluido del seleccionado, pero algo le decía que las cosas iban a cambiar para esa ocasión.Mientras sus compañeros hablaban y se reían entre ellos, Thomas tenía la concentración al máximo, viendo un punto fijo de la sala y esperando a que el entrenador en jefe haga su entrada triunfal con la lista de los cinco elegidos para lucir la ansiada camiseta.La puerta se abrió para dejar pasar, no sólo a Red, sino a todo el staff deportivo y directivo del club. Thomas dejó de mover el pie y observó atento a los que ingresaban. El presidente de Los Espartanos hizo act
Sophia caminó hacia el estudio de su casa con una taza de te en la mano y cubierta por su camperón de lana que ella misma había tejido a crochet. El día estaba helado y lluvioso, ideal para quedarse en casa todo el día, tomando algo calentito, escribir o simplemente acostada en la cama viendo televisión. Pero tenía que trabajar. Tenía que entregar los últimos capítulos de la novela que había escrito inspirada en la vida de Thomas. La idea le había encantado a su editor y consideraba que era una idea muy rentable publicarla en físico. Sophia sentía la presión de los nervios de publicar su primer libro en físico. Si todo salía bien, esta podría ser su oportunidad para poder despegar como escritora.Tomó asiento frente a su computadora y revisó los últimos detalles de la historia. Todo parecía estar correcto: No había errores de ortografía, ni tampoco de redacción. Su trabajo era impecable como siempre había sido. Adjuntó el archivo en un correo electrónico y lo envió a su editor. El men
Sophia seguía mirando por la ventana, con el celular en la mano y el corazón latiéndole en los oídos. No veía la camioneta de Thomas aún, pero sabía que no tardaría en llegar.Se pasó una mano por el cabello y exhaló, tratando de pensar con claridad. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo se suponía que debía manejar la situación cuando apenas podía ordenar sus propios pensamientos?Caminó de un lado a otro de la habitación, con la respiración acelerada. Sabía que había estado evitándolo, pero no tenía fuerzas para enfrentar una discusión con él en ese momento.Y menos después de la conversación con Roger.El frío de la tormenta se colaba por las ventanas de su casa, haciéndola estremecer. Se percató que no era el clima helado, o las frías y duras gotas de lluvia, lo que provocaban sus temblores: Eran los mismos nervios de enfrentar a su novio de más de ciento veinte kilos de puro músculo. Cuando vio los faros de la camioneta iluminando la calle mojada no pudo no tragar saliva.—No… —murmuró.La a
Sophia sintió que las lágrimas amenazaban con caer, pero no quería llorar frente a él. No cuando ni siquiera sabía si servía de algo.Thomas, por su parte, la miró incrédulo ante lo que había dicho su novia.—¿Acaso no estoy contigo? —le preguntó con la voz áspera y oscura que usaba cuando su paciencia empezaba a acabarse—. ¿No fui yo el que te dijo que quiero que no nos mantengamos en secreto? ¿Por qué piensas que no estoy a tu lado cuando lo único que hice fue estar a tu lado? Si te quiero proteger no es porque te considere débil, ya tuvimos esta conversación. Pero no creas que eres la única persona en esta relación, Sophia. Yo también estoy aquí.—¿Y qué te piensas que estuve haciendo los últimos meses? ¿Te dejé sólo o estuve a tu lado apoyándote, paso a paso, en cada una de las etapas de tu probation?—No todo se basa en mi probation, Sophia —la interrumpió Thomas—. No hablo sólo de eso. Hablo de nuestra relación. De lo que significamos juntos…—¿Y qué es nuestra relación, Thomas?
La pregunta de Sophia quedó suspendida en el aire, como si fuese una pelota arrojada en un line out y que Thomas debía de agarrar con uno de los saltadores. Pero el capitán de Los Espartanos, en vez de responder de manera inmediata, se le quedó mirando con el ceño fruncido.La reacción de Thomas descolocó a Sophia. Se quedó de pie frente a su novio que seguía mirándolo con la mirada seria y el ceño contraído. Tenía la misma mirada que usaba cuando Xavier hacía algo incorrecto o le respondía mal.—¿De verdad me estas preguntando eso? —respondió Thomas sin dejar de observarla—. ¿Te piensas que no quiero estar contigo sólo porque, de vez en cuando, me haces estas preguntas y planteos?—¿Y qué pretendes? ¿Quieres que me quede callada y no te diga nada de lo que siento y pienso, y finja que todo va de mil maravillas?—¡Claro que no!—¡Dijiste que a veces sientes que soy una carga!—¡Yo no dije eso! ¿Cuándo salieron esas palabras de mi boca? Yo dije que no sé si siento que a veces eres una
Los empleados de la librería iban y venían, ajustando cada detalle para la presentación del libro. Los carteles con el nombre de Sophia destacaban en cada rincón, mientras las gigantografías de la portada captaban la atención de quienes pasaban por allí. En el centro, la ilustración mostraba a un rugbier con uniforme ajustado, cargando en su hombro a un niño de seis años. Un poco más atrás, en una pose ceñuda y con los brazos cruzados, una mujer los observaba. El título se lucía sobre sus cabezas junto con el nombre completo de Sophia: Milagro en la yarda 22.Sophia recorrió el lugar con la mirada. Nunca se había acostumbrado del todo a la idea de ver su nombre en grandes letras, y menos aún a la emoción nerviosa que le revolvía el estómago cada vez que tenía que hablar en público. Pero esta vez, el nerviosismo tenía otra causa.Thomas no sabía nada sobre su nueva novela.Había intentado decírselo muchas veces, pero siempre terminaba frenándose. Thomas era reservado con su vida privad
El murmullo de la multitud parecía apagarse a medida que Thomas avanzaba entre la gente. Sophia lo vio acercarse con pasos firmes, las manos crispadas a los costados y la mandíbula apretada. Su ceño fruncido y el enrojecimiento de su rostro eran una señal clara de que ya lo sabía.Su peor temor se estaba haciendo realidad.Apenas unos segundos antes, su mente buscaba excusas, formas de suavizar el golpe, pero ahora que Thomas estaba frente a ella, todo se borró.—Dime que es una broma —fue lo primero que dijo él, con voz contenida pero llena de furia—. Dime que es una broma, porque si no lo es, Sophia… Si no llega a ser una broma de muy mal gusto voy a…Sophia tragó saliva.—Thomas, yo…Él alzó un ejemplar de Milagro en la yarda 22, sosteniéndolo como si quemara. Sus dedos apretaban las solapas con tal fuerza que parecía que iba a romperlas. Y la mirada que se reflejaba en los ojos de Thomas prometían desatar un infierno si no se les daba respuestas satisfactorias.—¿Cuándo planeabas
El murmullo de la multitud regresó poco a poco, como un zumbido lejano. Algunos aún miraban en dirección a la puerta por donde Thomas se había ido; otros intentaban fingir que nada había pasado. Pero Sophia sentía la tensión en el aire, la incomodidad en cada par de ojos que se desviaban de ella cuando intentaba levantar la cabeza.Su corazón latía con fuerza desbocada. Sabía que este momento llegaría, pero nunca imaginó que sería así. No con Thomas gritándole en público. No con ese brillo de traición en su mirada. No con ese vacío que ahora la devoraba por dentro.—Sophia. —la voz de Roger la sacó de su trance. El editor había aparecido junto a ella, con la expresión endurecida—. Hay una fila de personas esperando.El recordatorio la golpeó como un balde de agua fría. Estaban en plena presentación de su libro. A pesar de lo que acababa de pasar, aún había lectores con ejemplares en mano, esperando su firma.Con el estómago revuelto, Sophia obligó a sus labios a formar una sonrisa vac