—¿De verdad? —inquirió, aún incrédulo tratando de leer la expresión de Aria. —Sí —admitió sintiendo que su corazón estaba tan agitado que en cualquier momento podría salirte de su pecho—. Me gustaría que pasáramos la noche juntos. Es decir, solo dormir, no creas que... Después de un instante que pareció eterno, Maxwell asintió, una sonrisa se dibujó en su rostro. —Está bien, acepto. Iré al auto por mis cosas. —¿Tus cosas? —Suelo traer artículos de higiene y alguna ropa extra por si acaso. Aria asintió, casi lo había olvidado, Maxwell siempre había sido tan meticuloso y eso no había cambiado en él. —De acuerdo. Maxwell le dedicó una sonrisa antes de marcharse, en menos de cinco minutos estaba de regreso y ella le indicó que podía usar el baño. Mientras Maxwell se estaba duchando, Aria pensó que sería una buena idea preparar algunas cosas y ver una peli juntos en el sofá. En poco tiempo echó algunos snacks en un bol, también sacó de la nevera varias latas de refresco y pr
Al día siguiente cuando despertó, Maxwell no pudo evitar sonreír al verla pacíficamente dormida, ella era como un ángel, su ángel. Después del arrebato pasional anoche, recordar los hechos hacía explotar su corazón. Ella se removió un poco, así que trató de no despertarla y se marchó después de vestirse. Apenas llegó a su piso se duchó y se arregló para manejar al trabajo. Aria cuando despertó se sintió un poco desorientada y luego de recordar lo que sucedió con Maxwell, el calor volvió a apoderarse de su cuerpo. Se dio dos suaves golpes en las mejillas para dejar de pensar en eso. Antes de que los trillizos despertaran, se zafó de las sábanas y se dio una ducha. Ellos aún dormían cuando comenzó a preparar el desayuno, pero no podía dejarlos dormir más, tenían que ir al jardín de infantes. —Se hace tarde —soltó en el ajetreo. Aquel día Maxwell decidió desviarse de su camino a la compañía y estacionó el auto a las afueras de la cafetería de Alessandro. Cuando ingresó a
—Señor Kensington —habló Amanda haciendo acto de presencia con la tableta en la mano —. Su padre, el señor Kensington quiere verlo. —¿Ah sí? Déjalo entrar. Ella asintió y salió. Maxwell desde su lugar pudo escuchar los improperios de su padre y el reclamo en su voz contra la empleada. Pero Amanda solo estaba siguiendo órdenes de avisar antes de permitir que cualquier persona ingresara a la oficina de Maxwell. Máximo, entró con cara de pocos amigos, todavía rabioso se sentó frente a su hijo, tirando sobre el escritorio un sobre amarillo que dejó confundido al hombre. —¿Qué es eso, padre? —Esta será la única vez que te insista. Revísalo. Maxwell con el sobre entre sus manos, sustrajo el contenido dejándolo todo sobre el escritorio. En poco tiempo se dio cuenta de lo que se trataba. Varias hojas agrupadas se presentaron frente a él, casi un detallado informe de varias mujeres. —¿Qué significa esto? —¿No te das cuenta o te haces? Son candidatas, futuras candidatas con las
El dolor de cabeza y la sensación de malestar lo invadían, y todo lo que quería era que esa incomodidad desapareciera. Sabía que tal vez debería llamar a un doctor, pero no tenía ánimo para nada; solo quería que su cuerpo se liberara de esa sensación tan molesta. Mientras se acomodaba en la cama, Maxwell estaba tan distraído por su malestar que dejó la puerta principal sin seguro. Fue entonces cuando Amanda llegó, empujó la puerta y entró sin dudarlo. Al instante, su mirada se iluminó al ver el lujoso apartamento. Se sentía afortunada de estar allí, disfrutando de la opulencia que la rodeaba. —Maxwell, ¿estás aquí? —llamó, pero no recibió respuesta. La emoción de estar en su espacio personal la llevó a mirar un poco más. Mientras recorría el lugar, su mente comenzó a divagar. Se imaginó viviendo allí como la señora de la casa, disfrutando de privilegios. Sin embargo, esa sonrisa maliciosa se desvaneció rápidamente al recordar la relación de Maxwell con Aria. La odiaba, y esa idea
Aria se levantó de la cama con cuidado, asegurándose de no despertar a Maxwell. Sabía que necesitaba hacer una llamada importante. Se dirigió a la sala y buscó su teléfono. Con un suspiro, marcó el número de Estela. —Estela —pronunció cuando la llamada fue atendida—. Quería pedirte un favor. Maxwell está un poco enfermo, y aunque su fiebre ha disminuido un poco, creo que sería mejor que me quedara con él esta noche.Estela, siempre comprensiva, respondió rápidamente.—No te preocupes, Aria. Entiendo la situación. Cuidaré muy bien de los trillizos. ¿Necesitas que haga algo más? Sabes que cuentas conmigo. —No, solo que estén tranquilos y no le digas nada sobre la situación, no quiero preocuparlos. Estoy segura de que Maxwell se sentirá mejor pronto —dijo, sintiendo un alivio al saber que sus hijos estarían en buenas manos.—Perfecto. Manténme informada, ¿sí? —dijo Estela con una voz cálida.—Claro, gracias, Estela. Te lo agradezco mucho. Hablamos luego —respondió Aria antes de colgar.
Hace mucho tiempo atrás..Julieta se encontraba radiante mientras caminaba por los pasillos de la imponente mansión Kensington. Su corazón latía con emoción, pues hacía apenas un año que se había convertido en la esposa de Máximo, el hombre al que había amado desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron.Desde aquel día, Máximo había quedado cautivada por su peculiar mirada, un ojo de color azul y el otro ámbar, una peculiaridad que siempre había fascinado a quienes la rodeaban.Y, es que Julieta tenía heterocromia. Proveniente de una familia acomodada, ella era la única sobreviviente después de que sus padres y su hermano menor fallecieran en un trágico accidente, justo después de su matrimonio. En medio de ese dolor, Máximo se había convertido en su único apoyo, en su compañero y amigo.Ahora, caminando por los pasillos de casa, Julieta se sentía afortunada de vivir junto a Máximo. Había encontrado el amor y la estabilidad que tanto había anhelado. Nada podría empañar su
Entonces, un día la tragedia llegó. Su pecho se apretaba y la ansiedad la invadía. El ataque de asma llegó sin previo aviso, y en su mente solo había un pensamiento: su inhalador.—¡Abigail! —gritó con desesperación, su voz entrecortada—. ¡Necesito mi inhalador!Abigail, que se encontraba en la cocina hirviendo agua, la escuchó pero no se movió de su lugar. La fría indiferencia dominaba. Sin embargo, se dirigió hacia donde estaba la pobre mujer, en una habitación. —Julieta, ¿estás bien? —quiso saber, sin moverse, como si evaluara la situación desde la distancia.—¡No! No estoy bien. ¡Ven, por favor! —Julieta se esforzaba por hablar, sintiendo que su cuerpo luchaba contra la falta de aire.Sin embargo, en lugar de ayudarla, se quedó en la puerta de la habitación, observando el sufrimiento de Julieta con una mirada fría.—Tal vez deberías... intentar relajarte —sugirió Abigail, sin prisa por ayudarla.—¿Qué estás haciendo? —Julieta se llevó las manos al pecho, sintiendo que el aire s
Aria despertó esa mañana un poco desorientada y es que al abrir los ojos, se dio cuenta de que Maxwell no estaba a su lado. El corazón le dio un vuelco al darse cuenta de que aún seguía en la habitación de Maxwell y que, de alguna manera, había perdido la noción del tiempo. Aria pensó en los trillizos y se alarmó. De un salto dejó la cama y apresurada se dirigió hacia la cocina. Al abrir la puerta, se encontró con Maxwell, quién estaba de pie frente a la estufa, cocinando algo que olía delicioso. Él se veía tan bien, su figura se veía elegante, vistiendo un traje negro que le quedaba perfectamente.—Buen día, así que ya te has levantado —saludó, girándose hacia ella con una sonrisa en los labios. Aria pestañeó varias veces.—¿Cómo pasaste la noche? —inquirió.—Pude descansar bien. El malestar ya desapareció —aseguró Maxwell, sirviéndole un plato—. ¿Te apetece desayunar? No quiero que vuelvas a casa sin antes comer algo. Aria asintió, tomando asiento en un taburete alto en la isla