La mañana llegó con una suave luz que se filtraba por las cortinas. Aria se despertó sintiéndose enérgica, y después de una agradable ducha, se detuvo frente al espejo de cuerpo completo en su habitación. Sus manos recorrieron suavemente la curva de su abdomen, que cada día se hacía más notoria.Una sonrisa iluminó su rostro mientras contemplaba su reflejo. Era increíble pensar que dentro de ella crecían tres pequeñas vidas, tres corazones que latían al compás del suyo. Sus dedos trazaron círculos sobre su vientre, imaginando cómo serían sus bebés.—¿Se parecerán a ti, Maxwell? —susurró para sí misma—. ¿Tendrán tus ojos? ¿Tu sonrisa?La idea de tener tres bebés la abrumaba y emocionaba a partes iguales. Nunca se había imaginado siendo madre de un bebé, y ahora tendría tres. Era un desafío enorme, pero uno que estaba dispuesta a enfrentar con todo su amor. —Mis pequeños bebés, son un milagro para mí —murmuró, acariciando su vientre—. Les prometo que daré lo mejor de mí. No los dejaré
El día de la cita mensual llegó, y Aria estaba ansiosa porque le dijeran el sexo de los bebés. Su madre la acompañó al consultorio, y mientras esperaban, Aria no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de descubrir. Cuando finalmente entraron, el médico realizó las ecografías y, tras unos momentos de espera que parecieron eternos, sonrió y les dio la noticia.—¡Felicidades! Tendrás una niña y dos niños.La alegría inundó el corazón de Aria. Una sonrisa radiante se dibujó en su rostro mientras miraba a su madre, que también estaba emocionada. La idea de tener una niña y dos niños era tan inesperado y bonito, y Aria ya comenzaba a imaginar cómo serían sus pequeños.—¿Qué nombres les pondremos? —inquirió a Jasmine. —Lo pensaremos muy bien, hija mía. Después de la cita, madre e hija regresaron a casa, donde decidieron preparar una deliciosa cena para celebrar la buena noticia. Aria se movía por la cocina más energías mientras su madre la miraba. Cuando Alessandro llegó a casa, d
Finalmente, el día de regresar a casa había llegado. Aria miraba con ternura a sus trillizos mientras Jasmine tenía a Arthur y Alessandro cargaba a Maximiliano. Ella sostenía a la pequeña princesa en su regazo, quién dormía plácidamente. —¿Estás lista para volver a casa, cariño? —inquirió Jasmine, con una sonrisa amplia. Aria asintió, aunque una sensación de nerviosismo la invadía. Regresar a casa significaba enfrentarse a la realidad de criar a sus hijos sin la presencia de Maxwell. Pero, en el fondo, también sabía que contaba con el respaldo de sus padres, quienes la habían apoyado en cada paso del camino.Cuando finalmente llegaron a su hogar, Aria se sintió abrumada por la calidez del lugar. Definitivamente lugar se sentía diferente, al tiempo que, una calidez tranquilizadora la rodeaba. —¡Bienvenidos a casa, pequeños! —exclamó Alessandro, mirando a Aria después.Jasmine se movió rápidamente para ayudar a su hija, colocando mantas suaves sobre los bebés mientras Aria se sentab
El hombre giró la cabeza hacia Noah, quien estaba entrando a la habitación, alegre de verlo despierto después de tanto tiempo. Incluso cuando menos lo esperaba, el abogado estaba derramando algunas lágrimas, y Maxwell lo tildó de exagerado.—Max, dime que esto no es un sueño.—No, definitivamente no lo es; es una maldita pesadilla —escupió, a lo que el moreno se desinfló sobre el asiento, sabiendo que, si bien había recuperado la conciencia, ahora tenía que lidiar con una invalidez.—Lo siento mucho, sé que toda esta situación es muy complicada y difícil para ti, en serio. Sin embargo, no puedo evitar sentirme aliviado de verte despierto. Todos estos meses se volvieron una eternidad, lo admito, también te extrañé —admitió, a lo que él asintió.—¿Ella se fue? —susurró de súbito, con la voz apagada y triste.Noah sabía a quién se refería. El moreno tomó asiento en una silla que arrastró hasta posicionarla al lado de la cama en la que su amigo estaba postrado.—Si te refieres a Aria, no
La madrugada estaba en calma, pero el silencio se rompió por el llanto de la pequeña bebé de Aria. Despertándose de un sueño ligero, Aria se levantó rápidamente, sintiendo el habitual cansancio que la invadía cada vez que uno de sus trillizos lloraba. Con ternura, tomó a su hija en brazos, acunándola suavemente mientras la mecía.—Shhh, pequeña, todo está bien —susurró Aria, intentando calmarla. Sabía que su bebé tenía hambre, así que se dirigió a la cocina para preparar un biberón.Mientras calentaba la leche, comenzó a cantar una suave canción de cuna, una melodía que siempre había encontrado reconfortante. La silla mecedora en la sala era su refugio favorito para esos momentos. Una vez que el biberón estuvo listo, se sentó en la silla, acomodando a su hija en su regazo y ofreciéndole el biberón.Jasmine, que había estado descansando en la habitación contigua, se despertó por el llanto y salió para ver qué sucedía. Al ver a Aria en la mecedora, con la pequeña en brazos, se acercó co
Semanas después, Maxwell tomó la decisión de comenzar la fisioterapia y otros tratamientos para recuperar la capacidad de caminar. Aunque al principio se había mostrado renuente, la necesidad de avanzar y mejorar lo impulsó a dar ese paso. El proceso era agotador y, a menudo, se sentía desanimado. Sin embargo, su amigo Noah estaba a su lado, apoyándolo y recordándole que no debía rendirse.—Vamos, Maxwell, un paso más —dijo Noah, animándolo mientras lo ayudaba a levantarse de la silla de ruedas.—Es fácil para ti decirlo —respondió Maxwell, con un suspiro de frustración—. No estás en mi lugar. Cada vez que intento dar un paso, siento que el mundo se me viene abajo.Noah lo miró con seriedad. —Lo sé, pero tienes que seguir intentándolo. No puedes dejar que esto te derrote. Recuerda por qué estás haciendo esto.Maxwell asintió, aunque la lucha interna era intensa. A medida que avanzaba en su rehabilitación, se dio cuenta de que su desequilibrio emocional también necesitaba atención. De
Al día siguiente, el sol brillaba radiante y parecía una perfecta oportunidad para cambiar de ambiente. Estela, habitual energía, decidió que un día de compras sería lo ideal para que Aria se distrajera.—¡Vamos, Aria! —expresó, emocionada mientras se arreglaba—. Necesitamos salir un poco. Quiero comprarle unas ropitas a los trillizos como regalo. ¡Tú eliges lo que quieras!Aria sonrió, aunque una parte de ella se sentía incómoda.—Estela, no es necesario que gastes tu dinero en eso. Realmente, no quiero que lo hagas.—No me hagas caso —expresó sacudiendo la mano con despreocupación—. Quiero hacerlo. Vamos, será un buen momento.Aria no pudo resistirse a la emoción de su amiga. Sonriendo, finalmente cedió. 
Maxwell estaba en su habitación profundamente triste, las lágrimas se resbalaban por su rostro como si era inevitable expulsar el dolor que estaba en su interior, eso que había estado reprimiendo. Se sentía atrapado en su invalidez, en un cuerpo que no respondía, y la desesperación que no lo dejaba. Giró sobre la cama y tomó la ecografía entre sus manos, sintiendo un nudo en la garganta. La imagen de los trillizos, tan pequeños y perfectos, le recordaba lo que había perdido y lo que aún podía perder. Se preguntaba si habían nacido bien, cómo estaba Aria, si ella se arrepentía aunque sea un poco de su decisiónEn ese momento, Noah entró en la habitación. Al ver a su amigo en ese estado, su corazón se hundió. —Maxwell… —comenzó Noah, serio—. ¿Qué está pasando?Maxwell, con la mirada perdida, apenas lo miró. —¿No es patético? —murmuró, sosteniendo la ecografía con fuerza—. Es lo único que me queda.—No, no es patético —respondió Noah, acercándose—. Es un recordatorio de que aún tienes