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Me dio la espalda y no habló más, se cruzó de brazos y con la mirada centrada en los alumnos que jugaban al fútbol —No… no le creo—, dije con voz suave. Adiel me miró sobre el hombro y replicó. —Por lo visto el amor les ciega—, retuve el aire cuando se giró y recostó su espalda en la pared y ventanas de cristal, guardó sus manos en los bolsillos del pantalón y me contempló fijamente —Si no me quiere creer, es su problema—, aclaró la garganta y volviendo al escritorio solicitó —Retírese—, justo cuando iba a volver a reprochar, la esposa del profesor Adiel ingresó. Al momento que él profesor Adiel la vio, cerró los ojos y pasó la mano por su rostro apretando la carne —Señorita Bruce, retírese—, volvió a pedir, y en esta vez con más autoridad. —¿Por qué la sacas? —, preguntó la mujer mirándome con ojos afilados —¿Es con esta mocosa que me engañas? —, Adiel se levantó y le echó una mirada asesina y pidió con los dientes apretados. —¡Aquí no! —, caminó hasta ella y la tomó del brazo sacánd
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