—Estoy… estoy estudiando para el examen—, le miré por un segundo y luego bajé la mirada al cuaderno. —Pero aún falta para los exámenes—, dijo al quitarme el cuaderno de las manos. Apreté los labios y le miré. Sentía mi rostro quemar, podía jurar que estaba sonrojada ante la cercanía y mirada de Adiel. El sonrió y preguntó —¿Qué tienes? Estás roja, pareces un tomate. Joder, tuve que dirigir la mirada a otra parte porque no podía seguir mirándole. —Nada, es del sol—, me excusé porque había pasado casi diez minutos bajo el sol. Por supuesto Adiel no se tragó ese cuento —Puede entregarme mi cuaderno—, dije al mirarlo. Adiel me miró intensamente, fue tan intensa su mirada que el sonido de mi corazón tapó mis oídos, este órgano golpeaba con tanta fuerza mi pecho que incluso me estaba quedando sin aliento, mis manos y pies se helaron, más cuando el lápiz rodó de mis dedos y cayó por mis pies. Adiel se inclinó a recogerlo, pero no desconectó la mirada de mí y su rostro se acercó demasiado al
—¡Crys! —, musitó. Estaba sin camisa, dejándome ver su abdomen cuadriculado, sus pechos firmes y sus brazos fuertes. Me fue imposible retirar la mirada de su cuerpo desnudo. Cuando levanté la mirada, cuando la conecté con la suya, sentí que alguien me empujaba desde atrás hacia él. Pero no era nadie, era mi misma conciencia que hacía fuerza para que me lanzara a sus brazos. Adiel cerró los ojos y suspiró profundo cuando me vio acercar. Pude ver como su piel se erizó al momento que mis yemas de los dedos tocaron su pecho. Aquello detonó que la suavidad de su piel desapareciera dejando un contraste notable. ¿Lo estaba tocando? ¡Mierda! Me había tomado el atrevimiento de tocar su cuerpo, el cual me jalaba como un imán y me era difícil de alejarme. Cuando levanté la mirada, y la volví a conectar con sus ojos, él, me tomó de improviso por la cintura y me apegó a su cuerpo. Respiré agitada cuando su frente se afirmó a la mía, cuando mi pecho chocó con el suyo. —¡Perdóname por lo que voy hac
“Segunda hora de examen, pasillo 12, aula izquierda” Aquella nota levantó mi estado de ánimo, aunque no sabía que era lo que iba a decirme, pero solo el hecho de saber que nos reuniríamos en un lugar solitario me emocionaba. Por ello empecé a resolver las preguntas. Los ejercicios estaban muy difíciles, pero como había estudiado no se me complicó, lo bueno era que me aprendí cada fórmula y así se me hizo más fácil resolverlos. Me concentré tanto en el examen que por primera vez olvidé que estaba en clase de Adiel. Terminando la tercera pregunta levanté la mirada y la posé al frente. No lo encontré en el escritorio, corrí la mirada a la puerta y ahí estaba, cruzado de brazos observando. —Crys, ayúdame con la dos—, pidió mi compañero del frente. Todavía a quien le preguntaba, a la alumna con peor promedio de matemáticas, sobre todo, a la que el profesor no le quitaba la mirada de encima. —Señor, la mirada a su hoja—, Johann se enderezó. Me hubiera encantado ayudarlo como en años anteri
En esta vez me besó con más deseo, afán, ganas, cosa que sentí la humedad correr por mis bragas y mi centro palpitar con gran ímpetu, más cuando sentí el bulto debajo de mis piernas incrementarse. Tras soltar mis labios, Adiel respiró agitadamente y yo también, nos miramos fijamente, mis labios ardían, pero quería más, quería seguir probando del néctar de sus labios, aquellos labios que eran tan apetitivos cómo los había soñado. Mirándome fijamente pasó una de sus manos por mi frente y apartó el mechón que había dejado suelto —¿Desde cuándo? —, preguntó, rodó su dedo pulgar por mi rostro y lo detuvo en mis labios, separó el inferior del superior, acercó a los suyos y entre sus perfectos dientes agarró el inferior. Antes de soltarlo arremetió contra mi boca, introduciendo su lengua para profundizar un tercer beso que me hizo soltar un gemido cuando ya me quedaba sin aliento. Mi pecho sonaba como parlante de discoteca, y mis piernas se ajustaban cada segundo porque la calentura que inva
Llegué a casa emocionada. Apenas bajé de la motocicleta corrí a la casa y subí hasta mi habitación, Adiel también ingresó a casa, se puso a charlar con mi madre y hermano. Me lancé a la cama y cerré los ojos, inflé mi pecho y remembré todo lo sucedido el día de hoy. Agarré el diario y empecé a escribir, esta era y siempre sería la fecha más importante de mi vida. Me quería, me quería tanto como yo lo quería a él. Me había besado, mi sueño se había hecho realidad, era la novia de Adiel Brenes, el profesor más hermoso y bello de todo Tuntaqui. Estaba tan emocionada, dando gritos sobre la almohada, apretando esta entre mis brazos y descargando en ella la felicidad, cuando ingresó mi hermana. —Veo que estás feliz, ¿puedo saber a qué se debe esa alegría? Hasta ayer aún estabas afligida, y ya hoy estás que saltas en una pata. Mi hermana era toda linda, en ella siempre podía buscar un consuelo, solía dar buenos consejos, apoyo y todo lo que quisiera, pero de algo si estaba segura y era que,
Aquellos ojos negros me fulminaron, estaba perdida en su mirada, llena de terror por lo que podía ocasionar ese repentino beso que Will me dio, cuando este último pasó su brazo por mis hombros y me acercó de nuevo a él, quise rechazarlo, pero Carol nos estaba viendo. —¡Por favor Will! —, susurré en súplica, no quería ser grosera y sacarle el brazo, o levantarme de forma tosca, quería que él se alejara para que Adiel no se formara una película en la cabeza. —¿¡Qué!? — Se acercó más, me empujé un poco hacia atrás, su brazo me tenía bien sujetada, acercó sus labios a mi oído y susurró —Somos novios, ¿no? Si quieres que tus amigas no descubran que sales con otro, debes actuar bien. ¿Otro? Will sonrió y se alejó —Cambia esa cara hermosa—, me había quedado anonada con lo que había dicho, que ni lo vi venir nuevamente para volverme a besar —¿Quieren algo de tomar? —Sí, refrescos—, lentamente giré el rostro para buscar a Adiel, lo encontré dándome la espalda. Will corrió y se paró a su lado,
Subí a la motocicleta y me aferré a su espalda, sintiendo el viento azotar mis piernas, aspiraba de su rico aroma que expandía su ropa, cuerpo, todo él. Perdía la mirada en los altos cerros que rodeaban a nuestra hermosa capital, Tuntaqui. Eran tan altos que parecían topar con el cielo. Cuando la neblina bajaba dejaba la ciudad cubierta por completo, si te encontrabas en el cerro Tunqui podías ver una enorme nube sobre la ciudad, solo los altos edificios sobresalían. Al llegar al edificio donde Adiel se estaba quedando recibió una llamada, la cual contestó porque decía ser importante, y después de esa llamada los planes que teníamos cambiaron. Se acercó y agarrando entre sus manos mi rostro dijo —Tengo que irme—, suspiró —Te dejaré en tu casa... —¿Por qué? Íbamos a... Me abrazó y besó mi cabeza —No es posible—, dijo al inhalar profundo —Tengo que hacer algo y no puedo quedarme. —¿Qué cosa? ¿Puedo ir? — Adiel apretó los labios y volvió a suspirar. —Donde voy no se permite el ingreso de
POV DE ADIEL. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo vi? ¿Cinco años? ¿Sesenta meses? ¿Doscientos sesenta semanas? ¿Mil ochocientos veinticinco días? ¿cuarenta y tres mil ochocientas horas? Era tanto tiempo sin poder escuchar su voz. Llegué a prisión, me adentré a la sala de visitas, el abogado esperaba por mí, me saludó y solicitó que me siente —¿Accedió? —No quiere verte—, sentí un hoyo formarse en mi corazón, que después de tanto tiempo el abuelo siguiera rechazando mis visitas me destrozaba —Pero saldrá, piensa que solo estoy yo esperando por él. Las puertas se abrieron, me quedé con la mirada posada en el centro de la pequeña mesa, cuando escuché sus pasó giré el rostro —¿Dijiste que vendrías solo? —, rugió al verme. —Abuelo—, me levanté para abrazarlo, pero se negó a recibir mi abrazo. Fulminando con la mirada al abogado masculló —Te lo dije cada día, fue lo único que te pedí—, el abogado no dijo nada, bajó la mirada, y mi abuelo dirigió la suya a mí —No debes es