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En esta vez me besó con más deseo, afán, ganas, cosa que sentí la humedad correr por mis bragas y mi centro palpitar con gran ímpetu, más cuando sentí el bulto debajo de mis piernas incrementarse. Tras soltar mis labios, Adiel respiró agitadamente y yo también, nos miramos fijamente, mis labios ardían, pero quería más, quería seguir probando del néctar de sus labios, aquellos labios que eran tan apetitivos cómo los había soñado. Mirándome fijamente pasó una de sus manos por mi frente y apartó el mechón que había dejado suelto —¿Desde cuándo? —, preguntó, rodó su dedo pulgar por mi rostro y lo detuvo en mis labios, separó el inferior del superior, acercó a los suyos y entre sus perfectos dientes agarró el inferior. Antes de soltarlo arremetió contra mi boca, introduciendo su lengua para profundizar un tercer beso que me hizo soltar un gemido cuando ya me quedaba sin aliento. Mi pecho sonaba como parlante de discoteca, y mis piernas se ajustaban cada segundo porque la calentura que inva
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