CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4

Estaba literalmente helada, tocando mis brazos, intentando entrar en calor mientras él hacía unas llamadas, para solucionar el problema que él había provocado.

“Iluso” pensé “¿crees que yo no he intentado llamar a los de dentro?” “pero están todos bailando y la música está muy alta”

Tengo que reconocer que cada vez me caía peor aquel sujeto, cada vez estaba más de acuerdo con mi compañero Isaac, aquel tipo había sacado el carácter arrogante e insípido de su madre.

Tal y como pensé, aquel tipo no se quitó la chaqueta para cedérmela en ningún momento, justo como esperaba, no era más que un patán como el resto de hombres que había conocido. Siempre pensando en ellos mismos. No podía ser de otra forma.

  • ¿puedes abrir? – preguntó, tras largo rato intentando contactar con alguien – estoy fuera.

Colgó el teléfono y lo guardó en el bolsillo del pantalón, para luego saludar con la mano a su padre, la persona que venía a abrirnos.

  • ¿qué ha pasado? – Preguntó mirando hacia ambos - ¿por qué estáis fuera?
  • Se cerró la puerta – aclaré, mientras él entraba sin tan si quiera dar una sola explicación.
  • Entre, señorita Castaño – me invitaba el señor Duarte, amablemente, haciendo que entrase de nuevo en el local.

Corrí hacia mis amigos, justo después de haberme despedido del señor Duarte, admirando como estos me miraban sorprendidos de verme otra vez allí.

  • Pensé que te habías ido – comenzaba Isaac – cómo tardabas tanto…
  • Salí a atender una llamada … - les explicaba – pero un idiota cerró la puerta y ya no podía volver a entrar.
  • ¿entonces no te vas? – preguntó Beca, mientras yo asentía.
  • Sí, me iré ahora, mi madre estará preocupada – les informé, para luego darle un par de besos a cada uno y correr hacia la mesa, donde estaban los abrigos y los bolsos del personal.

Agarré mi bolso y mi abrigo, y me encaminé hacia la puerta. Habían sido demasiadas emociones para un solo día y estaba deseando llegar a casa.

Salí a la calle y levanté la mano para llamar a un taxi, pero todos parecían estar ocupados.

Escuché la puerta detrás de mí y giré la cabeza para ver de quién se trataba. Era aquel idiota, así que no le di importancia y continué con mi labor, lo cual pareció funcionar aquella vez, pues un taxi acababa de pararse delante de mí.

Abrí la puerta y me dispuse a entrar, pero antes de haberlo hecho aquel idiota volvía a interponerse en mi camino, cosa que ya empezaba a cabrearme.

  • Búscate otro taxi – aclaró, con voz alta y clara, mientras se introducía en el auto por la otra puerta. Pero lejos de hacerle caso, entré - ¿pero qué haces?
  • ¿por qué tengo que buscar otro taxi? – pregunté, molesta con aquel tipo
  • Porque este taxi lo he llamado yo – aclaró, alto y claro, dejándome algo abochornada – me ha costado bastante porque parece que está saturado el servicio y …
  • ¿no podemos compartirlo? – pregunté, haciendo que él me mirase molesto, pero yo no estaba dispuesta a perder el taxi, quería llegar a casa cuanto antes.
  • No – aclaró, con mala cara – bájate ahora.
  • ¿a dónde los llevo? – preguntó el taxista, bajando el cristal que nos separaba de él.
  • A la calle de atocha, en Jerónimos – dije hacia el taxista, provocando que él me mirase con mala cara.

El resto del trayecto fue incómodo, pues ni él ni yo estábamos dispuestos a hablar, la verdad es que el lugar de la cena estaba bastante lejos de mi casa.

Vivía en el barrio Jerónimos, junto al parque del retiro, en Madrid, en un lindo y sexto apartamento, bastante antiguo cabe destacar, pues el ascensor era de esos antiguos y estaba para tirarlo a la b****a. Era una casa grande, de dos baños y tres habitaciones, y esa era la razón por la que solíamos alquilar habitaciones a estudiantes. Eso era todo un plus, no sólo para nuestra economía, sino también para que le hicieran compañía a mi madre, que estaba bastante sola, pues al ser hija única no tenía a nadie más a quien acudir, pues mis abuelos y mis tíos por parte de madre vivían en Granada.

Mi padre había trabajado para el banco de España toda su vida, pero con la crisis todo fue un infierno, y le despidieron. Esa había sido la razón principal de su muerte, pues tras su despido, al verse encerrado en la casa, sin un trabajo que le distrajese y con lo poco que le habían dado de finiquito, no tenía mucho a lo que aferrarse. Por esto entró en una larga y delicada situación de depresión, que provocó el accidente de auto en el que iban mis padres. Por desgracia mi padre murió en el acto, gracias a dios mi madre pudo salvarse.

Rebusqué dentro del bolso mi cartera y saqué el monedero, pues el auto acababa de detenerse frente a mi casa.

  • Yo pagaré lo mío – aclaré, provocando que el taxista parase el contador y me dijese cuánto dinero es el que debía. Puse el dinero en su mano y me bajé del coche.

Caminé hacia casa, con los zapatos en la mano, pues me dolían los pies horrores de pasar toda la noche con aquellos zapatos que no estaba acostumbrada a usar.

Rebusqué en el bolso las llaves de casa, abrí el portal y caminé por el frío y resplandeciente suelo hasta el viejo ascensor, pulsé el botón y esperé pacientemente, pues al ser tan viejo solía tardar bastante en llegar a bajo.

Lo cierto, es que de normal no solía coger el ascensor, solía subir las escaleras a buen trote. Pero estaba demasiado cansada aquel día como para no hacerlo. Solía pensar que el ascensor no era para la gente joven como yo, era para las personas que no podían darse el lujo de subir las escaleras sin acabar medio muertas al llegar a su destino. Por esa razón siempre dejaba que mis vecinos ancianos lo cogiesen, mientras yo subía a pie.

Abrí la puerta de casa, cuando hube llegado, y caminé despacio, intentando hacer el menor ruido posible hacia mi habitación. Dejé el abrigo sobre el sillón de la sala, para que mi madre supiese que había llegado a casa, pues ella solía preocuparse bastante si se levantaba en mitad de la noche a por un vaso de agua y no veía nada que le indicase que yo estaba en allí.

Entré en mi habitación, cerrando la puerta tras de mí, con sigilo, y me quité la ropa, para ponerme el pijama. Estaba realmente cansada.

Me metí en la cama, sin pensar en nada más, pero cuando cerré los ojos me acordé del móvil. Tenía que sacarle del bolso y ponerlo a cargar, pues de lo contrario se descargaría durante la noche y al día siguiente no tendría absolutamente nada de batería para empezar el día.

Me levanté de nuevo, con sigilo, y caminé con mis zapatillas hasta llegar a la silla donde lo había puesto, junto al vestido que acababa de quitarme. Lo agarré y comencé a rebuscar en su interior, pero por una extraña razón no lograba encontrar el maldito teléfono.

¿Dónde demonios podría estar? - Me pregunté a mí misma, volviendo a dejar el bolso donde estaba, para correr hacia el salón, pues debía de estar en el abrigo, no había otra opción.

Llegué al salón y me agaché junto al sillón, rebuscando en los bolsillos de mi abrigo, intentando encontrar mi teléfono, pero de nuevo tampoco estaba allí.

¡Mierda! – pensé, para luego caminar molesta hacia la habitación, mientras pensaba dónde podría haberlo dejado – quizás se me habría caído en el taxi, al sacar el monedero para pagar al conductor. ¡Mierda!

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