CAPÍTULO 4
Estaba literalmente helada, tocando mis brazos, intentando entrar en calor mientras él hacía unas llamadas, para solucionar el problema que él había provocado.
“Iluso” pensé “¿crees que yo no he intentado llamar a los de dentro?” “pero están todos bailando y la música está muy alta”
Tengo que reconocer que cada vez me caía peor aquel sujeto, cada vez estaba más de acuerdo con mi compañero Isaac, aquel tipo había sacado el carácter arrogante e insípido de su madre.
Tal y como pensé, aquel tipo no se quitó la chaqueta para cedérmela en ningún momento, justo como esperaba, no era más que un patán como el resto de hombres que había conocido. Siempre pensando en ellos mismos. No podía ser de otra forma.
Colgó el teléfono y lo guardó en el bolsillo del pantalón, para luego saludar con la mano a su padre, la persona que venía a abrirnos.
Corrí hacia mis amigos, justo después de haberme despedido del señor Duarte, admirando como estos me miraban sorprendidos de verme otra vez allí.
Agarré mi bolso y mi abrigo, y me encaminé hacia la puerta. Habían sido demasiadas emociones para un solo día y estaba deseando llegar a casa.
Salí a la calle y levanté la mano para llamar a un taxi, pero todos parecían estar ocupados.
Escuché la puerta detrás de mí y giré la cabeza para ver de quién se trataba. Era aquel idiota, así que no le di importancia y continué con mi labor, lo cual pareció funcionar aquella vez, pues un taxi acababa de pararse delante de mí.
Abrí la puerta y me dispuse a entrar, pero antes de haberlo hecho aquel idiota volvía a interponerse en mi camino, cosa que ya empezaba a cabrearme.
El resto del trayecto fue incómodo, pues ni él ni yo estábamos dispuestos a hablar, la verdad es que el lugar de la cena estaba bastante lejos de mi casa.
Vivía en el barrio Jerónimos, junto al parque del retiro, en Madrid, en un lindo y sexto apartamento, bastante antiguo cabe destacar, pues el ascensor era de esos antiguos y estaba para tirarlo a la b****a. Era una casa grande, de dos baños y tres habitaciones, y esa era la razón por la que solíamos alquilar habitaciones a estudiantes. Eso era todo un plus, no sólo para nuestra economía, sino también para que le hicieran compañía a mi madre, que estaba bastante sola, pues al ser hija única no tenía a nadie más a quien acudir, pues mis abuelos y mis tíos por parte de madre vivían en Granada.
Mi padre había trabajado para el banco de España toda su vida, pero con la crisis todo fue un infierno, y le despidieron. Esa había sido la razón principal de su muerte, pues tras su despido, al verse encerrado en la casa, sin un trabajo que le distrajese y con lo poco que le habían dado de finiquito, no tenía mucho a lo que aferrarse. Por esto entró en una larga y delicada situación de depresión, que provocó el accidente de auto en el que iban mis padres. Por desgracia mi padre murió en el acto, gracias a dios mi madre pudo salvarse.
Rebusqué dentro del bolso mi cartera y saqué el monedero, pues el auto acababa de detenerse frente a mi casa.
Caminé hacia casa, con los zapatos en la mano, pues me dolían los pies horrores de pasar toda la noche con aquellos zapatos que no estaba acostumbrada a usar.
Rebusqué en el bolso las llaves de casa, abrí el portal y caminé por el frío y resplandeciente suelo hasta el viejo ascensor, pulsé el botón y esperé pacientemente, pues al ser tan viejo solía tardar bastante en llegar a bajo.
Lo cierto, es que de normal no solía coger el ascensor, solía subir las escaleras a buen trote. Pero estaba demasiado cansada aquel día como para no hacerlo. Solía pensar que el ascensor no era para la gente joven como yo, era para las personas que no podían darse el lujo de subir las escaleras sin acabar medio muertas al llegar a su destino. Por esa razón siempre dejaba que mis vecinos ancianos lo cogiesen, mientras yo subía a pie.
Abrí la puerta de casa, cuando hube llegado, y caminé despacio, intentando hacer el menor ruido posible hacia mi habitación. Dejé el abrigo sobre el sillón de la sala, para que mi madre supiese que había llegado a casa, pues ella solía preocuparse bastante si se levantaba en mitad de la noche a por un vaso de agua y no veía nada que le indicase que yo estaba en allí.
Entré en mi habitación, cerrando la puerta tras de mí, con sigilo, y me quité la ropa, para ponerme el pijama. Estaba realmente cansada.
Me metí en la cama, sin pensar en nada más, pero cuando cerré los ojos me acordé del móvil. Tenía que sacarle del bolso y ponerlo a cargar, pues de lo contrario se descargaría durante la noche y al día siguiente no tendría absolutamente nada de batería para empezar el día.
Me levanté de nuevo, con sigilo, y caminé con mis zapatillas hasta llegar a la silla donde lo había puesto, junto al vestido que acababa de quitarme. Lo agarré y comencé a rebuscar en su interior, pero por una extraña razón no lograba encontrar el maldito teléfono.
¿Dónde demonios podría estar? - Me pregunté a mí misma, volviendo a dejar el bolso donde estaba, para correr hacia el salón, pues debía de estar en el abrigo, no había otra opción.
Llegué al salón y me agaché junto al sillón, rebuscando en los bolsillos de mi abrigo, intentando encontrar mi teléfono, pero de nuevo tampoco estaba allí.
¡Mierda! – pensé, para luego caminar molesta hacia la habitación, mientras pensaba dónde podría haberlo dejado – quizás se me habría caído en el taxi, al sacar el monedero para pagar al conductor. ¡Mierda!
Cuando me levanté a la mañana siguiente, con una resaca de mil demonios, me aseé y salí a comprar el pan. Pues a pesar de que podría seguir durmiendo un poco más y dejar que se me pasara un poco aquella borrachera… tenía mil cosas que hacer. Así que aprovecharía que aquella mañana podía hacerlas con calma, pues tenía la mañana libre.Así que me entretuve más de lo que solía hacerlo en la panadería, probando algunos panes recién hechos que Gustavo, el dueño, me ofrecía a menudo, pero por tener siempre tanta prisa me era imposible aceptar. También me detuve más de la cuenta en el supermercado, a hablar con la cajera, sobre los productos que estaban de oferta ese día. Y al llegar al estanco a comprar tabaco para mi madre, también me detuve a charlar con Paquita, mi vecina, que casualmente hab&
Caminé con mis tacones por el largo pasillo hacia el despacho del nuevo subdirector, nerviosa, emitiendo un pequeño eco a cada paso que daba, al chocar contra el frío suelo de mármol.Miré hacia el escritorio de su secretaria, percatándome de que no había nadie en ese lugar, preguntándome si quizás ese sería mi nuevo puesto.Llamé pausadamente a su puerta, escuchando entonces un breve “adelante” que me hizo empujar la puerta y observar a un apuesto hombre detrás de su elegante escritorio, haciendo una llamada telefónica, mientras movía levemente su silla giratoria al mismo tiempo que apretaba lo que parecía ser una pelota de goma-espuma.Lo necesito para mañana – aclaraba con voz alta y clara hacia la persona que se encontraba al otro lado del teléfono, mientras yo, me sentía torpe e insegura al estar
Recogí el escritorio, me puse el abrigo y el bolso, y caminé a paso ligero hacia el ascensor. Debía ser la única que aún quedaba en el edificio, pues quería dejarlo todo preparado para el día siguiente.Sí así era yo, haciendo horas extras incluso cuando no debía, para adelantar trabajo para el día siguiente. Mi jefe hacía ya largo tiempo que se había marchado.Entré en el ascensor y pulsé la tecla cero, esperando pacientemente a que se cerraran las puertas, pero antes de haberlo hecho, una mano las detuvo, impidiendo que se cerraran.Las puertas se abrieron y admiré sorprendida a los dos señores Duarte. Ahora comprendía que mi jefe no se había marchado a casa, tan sólo había ido a recoger a su padre a su oficina.Señorita Castaño – saludó don Alfonso mientras yo s
El resto del viaje fue algo confuso, recuerdo lo que ocurrió, pero a trozos, como si no hubiese estado consciente del todo, y puesto que estaba medio dormida, era algo normal.Dormía plácidamente cuando el señor Duarte me despertó de malas maneras, zarandeándome el brazo con fuerza, provocando que despertase soñolienta y mirase hacia él sin apenas poder vislumbrarle con claridad.Venga, hemos llegado – me informó, mientras cogía mi bolsa y caminaba detrás de él, aún algo dormida. Bajó las escaleras con elegancia, mientras yo me tropezaba y caía sobre él. Algo típico en mí - pero ¿qué está haciendo? – preguntó enfadado, mientras miraba hacia mí, que acababa de caer al suelo, y en ese momento me tocaba las rodillas, dolorida – Daniel – llamó hacia el chófe
Cuando me levanté a la mañana siguiente me acordé de que el imbécil de mi jefe me había citado esa mañana a las 6 y media, lo que me hizo llevarme las manos a la cabeza al darme cuenta de que eran más de las siete.Me levanté de la cama de golpe, con el cabello alborotado y comencé a correr por la habitación, de un lugar a otro, buscando ropa para vestirme, acicalándome el cabello y limpiándome la cara en el baño para que no se me viese legañosa, mientras daba grititos histéricos y me odiaba a mí misma una y otra vez por no haberme acordado de poner el despertador.¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Seré idiota! Sí, soy idiota, no hay otra explicación para ser tan despistada y torpe, mis padres debían haber sido primos en otra vida y por eso era tan sumamente subnormal.Llegué a la puert
Entre en el local, aterrada, por haber podido estropear la relación entre mi jefe y su novia, tan sólo por haber sido tan torpe de agarrar su teléfono en vez del mío. Estaba horrorizada, no tenía ni idea de cómo saldría de aquel marrón en el que me había metido de cabeza.¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda! – maldecía, a cada paso que daba.Llegué hasta la mesa, tropezándome con la mirada de mi jefe, que miraba hacia mí, sin comprender lo que ocurría.Me senté junto a él, intentando parecer calmada, y luego le di su teléfono, provocando que él volviese a mirar hacia mí, sorprendido por lo que acababa de hacer.He vuelto a equivocarme de teléfono – le aseguré, con la mirada fija en el centro de la pista, admirando como el señor Davis y su esposa llegaban hasta nosotr
Desayunamos cada uno en nuestra habitación, nos preparamos, recogimos nuestras cosas y nos encontrábamos en el recibidor. Me sentía demasiado estúpida como para mantenerle la mirada, así que simplemente le evitaba todo el tiempo.El chófer nos llevó al aeródromo y de ahí nos subimos a su jet privado. Ninguno de los dos dijo nada en todo el camino, era un silencio realmente incómodo.Tardamos un poco más de 11 horas en llegar a España, yo estaba realmente cansada y tan sólo quería llegar a casa. Llegamos a las tres de la tarde, hora española.El coche condujo hacia mi casa, y justo antes de bajarme él habló, era lo primero que me decía desde la noche anterior.Descansa hoy y el lunes, y vuelve al trabajo el martes por la tarde – aclaró, dejándome claro que me daría esos días libr
El resto de la tarde fue bien, trabajé mucho aquel día, pues tenía que ponerme al día después del fin de semana, ordenar la información del nuevo trato que teníamos con el señor Davis, preparar la reunión de accionistas del día siguiente, y un largo etc aburrido.Cuando terminé me marché a casa, sin tan siquiera despedirme de mi jefe, pues aún me sentía algo incómoda después de nuestra última reunión bastante subidita de tono. Si aquello continuaba así caería en sus fauces, y eso no era lo mejor en aquel momento, pues a pesar de todo el seguía siendo mi jefe y yo su secretaria.Llegué a casa, mi madre aún no había llegado, así que cené algo ligero (una ensalada) y me fui a la ducha, necesitaba relajarme con mis sales de baño, aceites y demás, mientras el agua cal