Cuando me levanté a la mañana siguiente, con una resaca de mil demonios, me aseé y salí a comprar el pan. Pues a pesar de que podría seguir durmiendo un poco más y dejar que se me pasara un poco aquella borrachera… tenía mil cosas que hacer. Así que aprovecharía que aquella mañana podía hacerlas con calma, pues tenía la mañana libre.
Así que me entretuve más de lo que solía hacerlo en la panadería, probando algunos panes recién hechos que Gustavo, el dueño, me ofrecía a menudo, pero por tener siempre tanta prisa me era imposible aceptar. También me detuve más de la cuenta en el supermercado, a hablar con la cajera, sobre los productos que estaban de oferta ese día. Y al llegar al estanco a comprar tabaco para mi madre, también me detuve a charlar con Paquita, mi vecina, que casualmente había ido a por un poco de tabaco de mascar para su marido.
Llegué a casa con los bolsillos un poco más vacíos, pero las manos un poco más cargadas con bolsas. Dejé las bolsas en la cocina y fui a darle un beso a mi madre, que estaba en el sillón viendo la tele.
Guardé las bolsas de la compra, y el pan, y caminé a paso ligero hacia mi madre, dándole el tabaco, observando como ella sonreía hacia mí, agradecida.
Me pasé el resto de la mañana limpiando a fondo mi casa, y cuando quise darme cuenta ya era la hora de comer, y un ligero olorcillo a cocido gallego se adentraba en las habitaciones que acababa de limpiar.
Guardé la fregona en su lugar, y me encaminé por el pasillo hacia el salón, donde mi madre colocaba los platos y los cubiertos, todo listo para empezar a comer.
Lo cierto es que ella era la que solía cocinar y hacer las cosas de la casa, pero yo siempre le ayudaba cada vez que podía. Ella solía ir a comprar cuando yo no podía, y solíamos repartirnos las tareas de manera que ambas hiciésemos un poco de todo. Pero siempre que había que ir más lejos de la cuenta y debíamos coger un coche para hacerlo, ella me dejaba a mí esa responsabilidad, pues ella había cogido miedo a los coches después del accidente, cosa que no podía reprocharle.
El cocido estuvo delicioso, y al terminar de almorzar, recogí la cocina mientras mi madre veía su telenovela.
Me preparé para ir a la oficina y salí al salón, donde mi madre se había quedado dormida y ahora roncaba estrepitosamente. Agarré una manta del sofá y la coloqué sobre ella, para luego caminar hacia la mesita del teléfono, agarrarlo con desgana y marcar el número de mi teléfono perdido, pues necesitaba recuperarlo.
Y sin decir nada más me colgó el teléfono, haciendo que comprendiese de quien se trataba, el idiota tenía mi teléfono.
Unos golpes en la puerta me hicieron salir de mis pensamientos, colgué el teléfono y corrí hacia ella, para abrirla después.
Salí de casa, con prisas, como siempre, de nuevo se me había hecho tarde, corrí hacia el metro y gracias a dios entré antes de que cerrasen las puertas del vagón.
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Cuando llegué al trabajo me percaté de algo de lo más extraño, Sergio, mi jefe aún no había llegado.
Dejé el abrigo y el bolso en un lado del escritorio, para coger el teléfono y marcar el número de su móvil, pero por alguna extraña razón lo tenía apagado. Aquello no era propio de él y era de lo más raro.
Un ruido en la madera me hizo salir de mis pensamientos, provocando que mirase hacia la puerta, donde alguien llamaba con calma. Esa persona entró y me levanté de golpe al encontrar frente a mí a María, la secretaria del director.
Y sin más se marchó, dejándome totalmente en shock con todo aquello.
Caminé con mis tacones por el largo pasillo hacia el despacho del nuevo subdirector, nerviosa, emitiendo un pequeño eco a cada paso que daba, al chocar contra el frío suelo de mármol.Miré hacia el escritorio de su secretaria, percatándome de que no había nadie en ese lugar, preguntándome si quizás ese sería mi nuevo puesto.Llamé pausadamente a su puerta, escuchando entonces un breve “adelante” que me hizo empujar la puerta y observar a un apuesto hombre detrás de su elegante escritorio, haciendo una llamada telefónica, mientras movía levemente su silla giratoria al mismo tiempo que apretaba lo que parecía ser una pelota de goma-espuma.Lo necesito para mañana – aclaraba con voz alta y clara hacia la persona que se encontraba al otro lado del teléfono, mientras yo, me sentía torpe e insegura al estar
Recogí el escritorio, me puse el abrigo y el bolso, y caminé a paso ligero hacia el ascensor. Debía ser la única que aún quedaba en el edificio, pues quería dejarlo todo preparado para el día siguiente.Sí así era yo, haciendo horas extras incluso cuando no debía, para adelantar trabajo para el día siguiente. Mi jefe hacía ya largo tiempo que se había marchado.Entré en el ascensor y pulsé la tecla cero, esperando pacientemente a que se cerraran las puertas, pero antes de haberlo hecho, una mano las detuvo, impidiendo que se cerraran.Las puertas se abrieron y admiré sorprendida a los dos señores Duarte. Ahora comprendía que mi jefe no se había marchado a casa, tan sólo había ido a recoger a su padre a su oficina.Señorita Castaño – saludó don Alfonso mientras yo s
El resto del viaje fue algo confuso, recuerdo lo que ocurrió, pero a trozos, como si no hubiese estado consciente del todo, y puesto que estaba medio dormida, era algo normal.Dormía plácidamente cuando el señor Duarte me despertó de malas maneras, zarandeándome el brazo con fuerza, provocando que despertase soñolienta y mirase hacia él sin apenas poder vislumbrarle con claridad.Venga, hemos llegado – me informó, mientras cogía mi bolsa y caminaba detrás de él, aún algo dormida. Bajó las escaleras con elegancia, mientras yo me tropezaba y caía sobre él. Algo típico en mí - pero ¿qué está haciendo? – preguntó enfadado, mientras miraba hacia mí, que acababa de caer al suelo, y en ese momento me tocaba las rodillas, dolorida – Daniel – llamó hacia el chófe
Cuando me levanté a la mañana siguiente me acordé de que el imbécil de mi jefe me había citado esa mañana a las 6 y media, lo que me hizo llevarme las manos a la cabeza al darme cuenta de que eran más de las siete.Me levanté de la cama de golpe, con el cabello alborotado y comencé a correr por la habitación, de un lugar a otro, buscando ropa para vestirme, acicalándome el cabello y limpiándome la cara en el baño para que no se me viese legañosa, mientras daba grititos histéricos y me odiaba a mí misma una y otra vez por no haberme acordado de poner el despertador.¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Seré idiota! Sí, soy idiota, no hay otra explicación para ser tan despistada y torpe, mis padres debían haber sido primos en otra vida y por eso era tan sumamente subnormal.Llegué a la puert
Entre en el local, aterrada, por haber podido estropear la relación entre mi jefe y su novia, tan sólo por haber sido tan torpe de agarrar su teléfono en vez del mío. Estaba horrorizada, no tenía ni idea de cómo saldría de aquel marrón en el que me había metido de cabeza.¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda! – maldecía, a cada paso que daba.Llegué hasta la mesa, tropezándome con la mirada de mi jefe, que miraba hacia mí, sin comprender lo que ocurría.Me senté junto a él, intentando parecer calmada, y luego le di su teléfono, provocando que él volviese a mirar hacia mí, sorprendido por lo que acababa de hacer.He vuelto a equivocarme de teléfono – le aseguré, con la mirada fija en el centro de la pista, admirando como el señor Davis y su esposa llegaban hasta nosotr
Desayunamos cada uno en nuestra habitación, nos preparamos, recogimos nuestras cosas y nos encontrábamos en el recibidor. Me sentía demasiado estúpida como para mantenerle la mirada, así que simplemente le evitaba todo el tiempo.El chófer nos llevó al aeródromo y de ahí nos subimos a su jet privado. Ninguno de los dos dijo nada en todo el camino, era un silencio realmente incómodo.Tardamos un poco más de 11 horas en llegar a España, yo estaba realmente cansada y tan sólo quería llegar a casa. Llegamos a las tres de la tarde, hora española.El coche condujo hacia mi casa, y justo antes de bajarme él habló, era lo primero que me decía desde la noche anterior.Descansa hoy y el lunes, y vuelve al trabajo el martes por la tarde – aclaró, dejándome claro que me daría esos días libr
El resto de la tarde fue bien, trabajé mucho aquel día, pues tenía que ponerme al día después del fin de semana, ordenar la información del nuevo trato que teníamos con el señor Davis, preparar la reunión de accionistas del día siguiente, y un largo etc aburrido.Cuando terminé me marché a casa, sin tan siquiera despedirme de mi jefe, pues aún me sentía algo incómoda después de nuestra última reunión bastante subidita de tono. Si aquello continuaba así caería en sus fauces, y eso no era lo mejor en aquel momento, pues a pesar de todo el seguía siendo mi jefe y yo su secretaria.Llegué a casa, mi madre aún no había llegado, así que cené algo ligero (una ensalada) y me fui a la ducha, necesitaba relajarme con mis sales de baño, aceites y demás, mientras el agua cal
Llegué al trabajo antes de la hora, y me dediqué a ordenar aquel caos que habían dejado en la mañana sobre mi escritorio: un revoltijo de papeles que había que presentar en la reunión de las siete, y tan sólo disponía de un par de horas para tenerlo todo listo.Dejé el abrigo y el bolso sobre la percha y comencé con aquella ardua tarea. No iba ni por la mitad cuando mi jefe llegó al despacho, me saludó con la cabeza y entró en su oficina, sin tan sólo darme las buenas tardes.Me levanté de golpe y llamé a su puerta, para luego entrar y verle dejar su chaqueta sobre el respaldar de su silla, me miró con detenimiento mientras se desabotonaba las mangas de la camisa y se las arremangaba.Tendrá la documentación de la reunión dentro de un rato – le comunicaba – acaban de traerla y está toda