Había llegado el gran día, todos estuvimos bastante nerviosos en la oficina aquel día, algunos ya venían vestidos para la ocasión, pues les era imposible volver a casa a cambiarse para ir a la cena, y otros, como en mi caso, tenían el tiempo justo de llegar a casa, asearse un poco, cambiarse de ropa e ir al punto de encuentro.
Quizás por eso llegué media hora tarde al restaurante, pagué al taxi y me bajé de este con mi vestido dorado y el cabello bien acicalado y con volumen, había sido toda una suerte que mi madre me hubiese ayudado a arreglarlo, pues ella solía ser peluquera antes del accidente, del que ya os hablaré en otro momento, en este momento centrémonos en mí, en lo maravillosa que iba, pues había estado ahorrando todo un mes para poder comprar ese hermoso traje.
Caminé nerviosa hacia el restaurante, algo apurada por la hora que era, sin apenas poder caminar con aquellos tacones de aguja.
Apenas había llegado a la puerta cuando tropecé con algo que no logro recordar y caí de bruces contra la puerta del estacionamiento, imaginaos el espectáculo que di a los presentes, yo tan patosa como siempre, ¿quién me mandaba a mí a ponerme tacones con lo torpe que soy?, debía haberme puesto unas simples manoletinas como le dije a Beca, pero ella insistía en que debía llevar tacones en una noche tan especial.
Un hombre muy amable me ayudó a ponerme en pie, supuse que era uno de los camareros del local, y apenas levanté la vista para mirarle, tan sólo me dejé ayudar. El chico me sentó en los taburetes junto a la barra, y llamó a otro camarero para que le trajese un poco de agua.
Él pareció perder la compostura de golpe, sus buenos modales, su amabilidad, … todo. Parecía una persona completamente diferente.
Agarró su pañuelo, donde yo aún lo sujetaba taponando mi nariz, de malas maneras, me miró como si fuese inferior a él y continuó su camino hacia la mesa, sin tan siquiera despedirse.
El señor Duarte se dio la vuelta y siguió caminando detrás del susodicho, al mismo tiempo que yo me levantaba del taburete y los seguía, pues parecía que mi nariz había dejado de sangrar.
Me senté junto a Beca y a Isaac en aquella larga mesa, observando como ambos cuchicheaban hacia mí.
...
Me pasé el resto de la noche totalmente avergonzada por lo que había pasado, por la forma tan atroz en la que había conocido al hijo del jefe, por el aspecto tan lamentable que habría tenido frente a él y por un largo etc que os abrumaría, porque suelo ser bastante detallista en estas cosas.
El restaurante había organizado una barra libre solo para nosotros, en realidad tan pronto como el resto de clientes se marcharon cerraron las puertas y nos dejaron allí, con la barra libre, la música y todo el salón libre de mesas para que pudiésemos bailar si nos apetecía.
Matías el de recursos humanos y Matilde, la responsable del material de oficina, bailaban agarrados de la cintura una bonita melodía, mientras el resto, donde me incluía, bebíamos una copa tras otra.
Estaba resultando una tarea realmente difícil la de pasar desapercibida ante él, pues Beca no dejaba de intentar acercarse para hacerse la encontradiza con él, que en aquel momento hablaba con Jessica, la responsable de ventas, y Marina, la responsable de eventos.
Me disculpé con mi amiga con la excusa de que tenía que ir al baño y me escabullí de allí, pues ella estaba empeñada en hablar con Miguel Ángel Duarte y yo no quería volver a acercarme a él, y menos aún después de la escena tan lamentable que habíamos protagonizado.
Me escondí detrás de la pared la cual daba al otro lado del salón, y me dejé caer sobre ella, sintiendo el frío de esta en mi piel.
Levanté el móvil que tenía en la mano y miré hacia la pantalla para ver la hora que era, ya eran más de las cuatro, tenía que ir pensando en recogerme, pues no quería que mi madre se preocupase demasiado, así que no podía quedarme mucho más. Me di la vuelta, dispuesta a caminar hacia la barra, donde había dejado a Beca minutos antes, y tropecé de nuevo, con esa persona que temía tropezar, provocando que tanto mi móvil, como el suyo, cayesen al suelo, a nuestros pies.
Levantó la cabeza para mirar quién había provocado esto, y frunció los labios, molesto, al encontrarme frente a él.
Ambos nos agachamos, sin decir si quiera una palabra y recogimos nuestros móviles para seguir con nuestro camino.
No dejé de reír en todo ese tiempo, bailando con mi amigo, dejándome llevar por la música, mientras Beca iba al baño.
El teléfono comenzó a vibrar en mi mano, lo que hizo que perdiese la sonrisa, me disculpase con mi compañero y corriese hacia la puerta para coger el teléfono, pues era imposible escuchar nada allí con todo aquel ruido.
Salí a la calle y dejé la puerta abierta, pues si la cerraba luego no podría volver a entrar, ya que era de esas típicas puertas que sólo se abrían desde dentro.
Descolgué el teléfono y lo llevé a mi oreja, seguramente sería mi madre, preocupada por mí, pero tan pronto como escuché la voz supe que no era ella…
Reaccioné en ese justo instante: me quité el móvil de la oreja y miré hacia él, encontrando mi número reflejado en la pantalla. Él tenía razón, aquel no era mi teléfono.
Me arrebató el teléfono de las manos de malas maneras, y casi me tiró el mío. Era un idiota, sin lugar a dudas Isaac tenía razón sobre él.
Se puso el celular en su oreja y comenzó a hablar en inglés con alguien, mientras yo me percataba de algo, aquel imbécil había cerrado la puerta del local. Agarré el pomo y giré, esperanzada, pero nada ocurría.
Levanté los puños y llamé con insistencia, pero nadie podía escucharme con aquella música a todo volumen. Agarré el teléfono y llamé a Isaac y luego a Beca, pero ninguno de los dos parecía escuchar el teléfono.
Me di la vuelta, enfadada, observando como él seguía hablando por el móvil, parecía estar despidiéndose, porque apenas unos segundos después colgó y se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón, para luego caminar hacia mí, con la intención de hacerme a un lado y entrar por la puerta.
Me crucé de brazos y miré hacia él triunfante, provocando que este zarandease la puerta con fuerza, algo molesto e incómodo.
CAPÍTULO 4Estaba literalmente helada, tocando mis brazos, intentando entrar en calor mientras él hacía unas llamadas, para solucionar el problema que él había provocado.“Iluso” pensé “¿crees que yo no he intentado llamar a los de dentro?” “pero están todos bailando y la música está muy alta”Tengo que reconocer que cada vez me caía peor aquel sujeto, cada vez estaba más de acuerdo con mi compañero Isaac, aquel tipo había sacado el carácter arrogante e insípido de su madre.Tal y como pensé, aquel tipo no se quitó la chaqueta para cedérmela en ningún momento, justo como esperaba, no era más que un patán como el resto de hombres que había conocido. Siempre pensando en ellos mismos. No podía ser de otra forma.¿puedes a
Cuando me levanté a la mañana siguiente, con una resaca de mil demonios, me aseé y salí a comprar el pan. Pues a pesar de que podría seguir durmiendo un poco más y dejar que se me pasara un poco aquella borrachera… tenía mil cosas que hacer. Así que aprovecharía que aquella mañana podía hacerlas con calma, pues tenía la mañana libre.Así que me entretuve más de lo que solía hacerlo en la panadería, probando algunos panes recién hechos que Gustavo, el dueño, me ofrecía a menudo, pero por tener siempre tanta prisa me era imposible aceptar. También me detuve más de la cuenta en el supermercado, a hablar con la cajera, sobre los productos que estaban de oferta ese día. Y al llegar al estanco a comprar tabaco para mi madre, también me detuve a charlar con Paquita, mi vecina, que casualmente hab&
Caminé con mis tacones por el largo pasillo hacia el despacho del nuevo subdirector, nerviosa, emitiendo un pequeño eco a cada paso que daba, al chocar contra el frío suelo de mármol.Miré hacia el escritorio de su secretaria, percatándome de que no había nadie en ese lugar, preguntándome si quizás ese sería mi nuevo puesto.Llamé pausadamente a su puerta, escuchando entonces un breve “adelante” que me hizo empujar la puerta y observar a un apuesto hombre detrás de su elegante escritorio, haciendo una llamada telefónica, mientras movía levemente su silla giratoria al mismo tiempo que apretaba lo que parecía ser una pelota de goma-espuma.Lo necesito para mañana – aclaraba con voz alta y clara hacia la persona que se encontraba al otro lado del teléfono, mientras yo, me sentía torpe e insegura al estar
Recogí el escritorio, me puse el abrigo y el bolso, y caminé a paso ligero hacia el ascensor. Debía ser la única que aún quedaba en el edificio, pues quería dejarlo todo preparado para el día siguiente.Sí así era yo, haciendo horas extras incluso cuando no debía, para adelantar trabajo para el día siguiente. Mi jefe hacía ya largo tiempo que se había marchado.Entré en el ascensor y pulsé la tecla cero, esperando pacientemente a que se cerraran las puertas, pero antes de haberlo hecho, una mano las detuvo, impidiendo que se cerraran.Las puertas se abrieron y admiré sorprendida a los dos señores Duarte. Ahora comprendía que mi jefe no se había marchado a casa, tan sólo había ido a recoger a su padre a su oficina.Señorita Castaño – saludó don Alfonso mientras yo s
El resto del viaje fue algo confuso, recuerdo lo que ocurrió, pero a trozos, como si no hubiese estado consciente del todo, y puesto que estaba medio dormida, era algo normal.Dormía plácidamente cuando el señor Duarte me despertó de malas maneras, zarandeándome el brazo con fuerza, provocando que despertase soñolienta y mirase hacia él sin apenas poder vislumbrarle con claridad.Venga, hemos llegado – me informó, mientras cogía mi bolsa y caminaba detrás de él, aún algo dormida. Bajó las escaleras con elegancia, mientras yo me tropezaba y caía sobre él. Algo típico en mí - pero ¿qué está haciendo? – preguntó enfadado, mientras miraba hacia mí, que acababa de caer al suelo, y en ese momento me tocaba las rodillas, dolorida – Daniel – llamó hacia el chófe
Cuando me levanté a la mañana siguiente me acordé de que el imbécil de mi jefe me había citado esa mañana a las 6 y media, lo que me hizo llevarme las manos a la cabeza al darme cuenta de que eran más de las siete.Me levanté de la cama de golpe, con el cabello alborotado y comencé a correr por la habitación, de un lugar a otro, buscando ropa para vestirme, acicalándome el cabello y limpiándome la cara en el baño para que no se me viese legañosa, mientras daba grititos histéricos y me odiaba a mí misma una y otra vez por no haberme acordado de poner el despertador.¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Seré idiota! Sí, soy idiota, no hay otra explicación para ser tan despistada y torpe, mis padres debían haber sido primos en otra vida y por eso era tan sumamente subnormal.Llegué a la puert
Entre en el local, aterrada, por haber podido estropear la relación entre mi jefe y su novia, tan sólo por haber sido tan torpe de agarrar su teléfono en vez del mío. Estaba horrorizada, no tenía ni idea de cómo saldría de aquel marrón en el que me había metido de cabeza.¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda! – maldecía, a cada paso que daba.Llegué hasta la mesa, tropezándome con la mirada de mi jefe, que miraba hacia mí, sin comprender lo que ocurría.Me senté junto a él, intentando parecer calmada, y luego le di su teléfono, provocando que él volviese a mirar hacia mí, sorprendido por lo que acababa de hacer.He vuelto a equivocarme de teléfono – le aseguré, con la mirada fija en el centro de la pista, admirando como el señor Davis y su esposa llegaban hasta nosotr
Desayunamos cada uno en nuestra habitación, nos preparamos, recogimos nuestras cosas y nos encontrábamos en el recibidor. Me sentía demasiado estúpida como para mantenerle la mirada, así que simplemente le evitaba todo el tiempo.El chófer nos llevó al aeródromo y de ahí nos subimos a su jet privado. Ninguno de los dos dijo nada en todo el camino, era un silencio realmente incómodo.Tardamos un poco más de 11 horas en llegar a España, yo estaba realmente cansada y tan sólo quería llegar a casa. Llegamos a las tres de la tarde, hora española.El coche condujo hacia mi casa, y justo antes de bajarme él habló, era lo primero que me decía desde la noche anterior.Descansa hoy y el lunes, y vuelve al trabajo el martes por la tarde – aclaró, dejándome claro que me daría esos días libr