Llevaba más de dos años trabajando en la gran empresa de publicidad de los hermanos Duarte, mi labor era en el departamento de marketing, era la secretaria del jefe del departamento, y lo cierto es que me iba bastante bien, estaba bastante feliz en aquel lugar, tenía amigos y me llevaba súper bien con mi jefe, que tenía dos niñas y una mujer preciosa.
Mi vida era bastante triste en cuanto a lo sentimental se refiere, aún vivía con mi madre, no por gusto, sino porque después de morir mi padre, mi madre se quedó tan sola y desubicada que me parecía una burrada dejarla sola o internarla en un lugar para ancianos. No, ella estaba mucho mejor conmigo, y eso sin contar que mi padre apenas le había dejado una buena pensión con la que sobrevivir.
No tenía novios, ni nada que se le pareciese. Lo cierto era que estaba un poco harta de los hombres, aún no había encontrado a alguno que se preocupase por mí y por lo que me ocurría, todos estaban mucho más ocupados mirándose el ombligo, como para darse cuenta de lo que le ocurría a nuestra relación. Seamos sinceros, los hombres solo sirven para una cosa hoy en día, y sinceramente, en el siglo en el que estamos no hace falta tener pareja para eso.
Así que no, no tengo novio, y tampoco quiero algo como eso.
Aquel día era como cualquier otro, uno de esos agitados días, en los que una no paraba ni para poder tomarse un café, de un lado a otro de la oficina, recibiendo llamadas, enviando fax, posponiendo reuniones, convocando otras, enviando emails a los altos ejecutivos con la información de nuestros próximos clientes, … y un largo etc que sinceramente creo que os aburriría si os lo contara.
Casi eran las dos de la tarde, y yo estaba deseando llegar a casa, aunque sabía que aquella tarde me tocaba volver al trabajo. Sí, así era mi vida, vivía para trabajar, y apenas tenía tiempo de vivir fuera de él. Aunque lo cierto es que no me podía quejar, pues al menos tenía los fines de semana libres, o esa era la teoría, porque a veces también tenía que enviar emails o responder llamadas en aquellos días.
Bien, volviendo a aquel día, Beca llegó a mi oficina cuando casi había terminado de enviar el último email de la mañana.
El viernes era la cena de navidad, sí, por si se me ha olvidado decíroslo estábamos en esa magnífica fecha en la que la gente se amontona en las calles del centro para comprar un regalo, en el que cuando entras en una tienda hay colas y colas para llegar a la caja, en la que todo el mundo se vuelve loco, se olvida de que estamos en crisis y se pone a despilfarrar como si no hubiese un mañana, sí, es obvio y está claro que odio la navidad. Mi estación favorita es el otoño, siempre me ha gustado los hermosos paisajes que deja esa estación a su paso.
Volvamos a la cena de navidad, pues bien, estábamos todos invitados, y ahora parecía que también aparecería el hijo predilecto del dueño. Era el favorito del señor Duarte, según había escuchado hablar a mis compañeros, pues lo cierto es que yo aún no lo conocía, a decir verdad, no conocía a casi nadie, la empresa era muy amplia, y tan sólo conocía a los de mi departamento y a los que trataba directamente con este.
Miguel Ángel Duarte se había pasado la mayor parte de su vida en Estados Unidos, estudiando y formándose para ser todo un magnate en eso de los negocios. Según lo definían parecía ser una persona responsable y correcta, justo igual que su padre.
Había visto al señor Alfonso Duarte unas cuantas veces, y siempre había sido muy amable conmigo, la que no lo era tanto era su esposa, que parecía ser una señora de clase, orgullosa y prepotente. El matrimonio tenía tres hijos, y Miguel Ángel era el mayor, le seguían Samuel y Carolina.
Bajamos en el ascensor junto a Débora la de contabilidad y Matías el responsable de Recursos Humanos, hasta llegar al recibidor. Por supuesto, Beca no dejaba de hablarme sobre la perfecta y maravillosa vida de Miguel Ángel Duarte. Al parecer estaba prometido con una de las más prestigiosas modelos de Nueva York e iban a casarse en un año, no parecía ser una persona muy cercana, cosa que me extrañó, pues todo el mundo lo retrataba como la viva imagen de su padre, y él si era una persona amable. Pero Beca opinaba que el famoso hijo predilecto tenía el carácter severo y orgulloso de su madre.
Nada más salir del ascensor nos topamos con Isaac nuestro gran amigo, éramos los tres mosqueteros, o así es como mi jefe solía llamarnos.
Había llegado el gran día, todos estuvimos bastante nerviosos en la oficina aquel día, algunos ya venían vestidos para la ocasión, pues les era imposible volver a casa a cambiarse para ir a la cena, y otros, como en mi caso, tenían el tiempo justo de llegar a casa, asearse un poco, cambiarse de ropa e ir al punto de encuentro.Quizás por eso llegué media hora tarde al restaurante, pagué al taxi y me bajé de este con mi vestido dorado y el cabello bien acicalado y con volumen, había sido toda una suerte que mi madre me hubiese ayudado a arreglarlo, pues ella solía ser peluquera antes del accidente, del que ya os hablaré en otro momento, en este momento centrémonos en mí, en lo maravillosa que iba, pues había estado ahorrando todo un mes para poder comprar ese hermoso traje.Caminé nerviosa hacia el restaurante, algo apurada por la hora que
CAPÍTULO 4Estaba literalmente helada, tocando mis brazos, intentando entrar en calor mientras él hacía unas llamadas, para solucionar el problema que él había provocado.“Iluso” pensé “¿crees que yo no he intentado llamar a los de dentro?” “pero están todos bailando y la música está muy alta”Tengo que reconocer que cada vez me caía peor aquel sujeto, cada vez estaba más de acuerdo con mi compañero Isaac, aquel tipo había sacado el carácter arrogante e insípido de su madre.Tal y como pensé, aquel tipo no se quitó la chaqueta para cedérmela en ningún momento, justo como esperaba, no era más que un patán como el resto de hombres que había conocido. Siempre pensando en ellos mismos. No podía ser de otra forma.¿puedes a
Cuando me levanté a la mañana siguiente, con una resaca de mil demonios, me aseé y salí a comprar el pan. Pues a pesar de que podría seguir durmiendo un poco más y dejar que se me pasara un poco aquella borrachera… tenía mil cosas que hacer. Así que aprovecharía que aquella mañana podía hacerlas con calma, pues tenía la mañana libre.Así que me entretuve más de lo que solía hacerlo en la panadería, probando algunos panes recién hechos que Gustavo, el dueño, me ofrecía a menudo, pero por tener siempre tanta prisa me era imposible aceptar. También me detuve más de la cuenta en el supermercado, a hablar con la cajera, sobre los productos que estaban de oferta ese día. Y al llegar al estanco a comprar tabaco para mi madre, también me detuve a charlar con Paquita, mi vecina, que casualmente hab&
Caminé con mis tacones por el largo pasillo hacia el despacho del nuevo subdirector, nerviosa, emitiendo un pequeño eco a cada paso que daba, al chocar contra el frío suelo de mármol.Miré hacia el escritorio de su secretaria, percatándome de que no había nadie en ese lugar, preguntándome si quizás ese sería mi nuevo puesto.Llamé pausadamente a su puerta, escuchando entonces un breve “adelante” que me hizo empujar la puerta y observar a un apuesto hombre detrás de su elegante escritorio, haciendo una llamada telefónica, mientras movía levemente su silla giratoria al mismo tiempo que apretaba lo que parecía ser una pelota de goma-espuma.Lo necesito para mañana – aclaraba con voz alta y clara hacia la persona que se encontraba al otro lado del teléfono, mientras yo, me sentía torpe e insegura al estar
Recogí el escritorio, me puse el abrigo y el bolso, y caminé a paso ligero hacia el ascensor. Debía ser la única que aún quedaba en el edificio, pues quería dejarlo todo preparado para el día siguiente.Sí así era yo, haciendo horas extras incluso cuando no debía, para adelantar trabajo para el día siguiente. Mi jefe hacía ya largo tiempo que se había marchado.Entré en el ascensor y pulsé la tecla cero, esperando pacientemente a que se cerraran las puertas, pero antes de haberlo hecho, una mano las detuvo, impidiendo que se cerraran.Las puertas se abrieron y admiré sorprendida a los dos señores Duarte. Ahora comprendía que mi jefe no se había marchado a casa, tan sólo había ido a recoger a su padre a su oficina.Señorita Castaño – saludó don Alfonso mientras yo s
El resto del viaje fue algo confuso, recuerdo lo que ocurrió, pero a trozos, como si no hubiese estado consciente del todo, y puesto que estaba medio dormida, era algo normal.Dormía plácidamente cuando el señor Duarte me despertó de malas maneras, zarandeándome el brazo con fuerza, provocando que despertase soñolienta y mirase hacia él sin apenas poder vislumbrarle con claridad.Venga, hemos llegado – me informó, mientras cogía mi bolsa y caminaba detrás de él, aún algo dormida. Bajó las escaleras con elegancia, mientras yo me tropezaba y caía sobre él. Algo típico en mí - pero ¿qué está haciendo? – preguntó enfadado, mientras miraba hacia mí, que acababa de caer al suelo, y en ese momento me tocaba las rodillas, dolorida – Daniel – llamó hacia el chófe
Cuando me levanté a la mañana siguiente me acordé de que el imbécil de mi jefe me había citado esa mañana a las 6 y media, lo que me hizo llevarme las manos a la cabeza al darme cuenta de que eran más de las siete.Me levanté de la cama de golpe, con el cabello alborotado y comencé a correr por la habitación, de un lugar a otro, buscando ropa para vestirme, acicalándome el cabello y limpiándome la cara en el baño para que no se me viese legañosa, mientras daba grititos histéricos y me odiaba a mí misma una y otra vez por no haberme acordado de poner el despertador.¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Seré idiota! Sí, soy idiota, no hay otra explicación para ser tan despistada y torpe, mis padres debían haber sido primos en otra vida y por eso era tan sumamente subnormal.Llegué a la puert
Entre en el local, aterrada, por haber podido estropear la relación entre mi jefe y su novia, tan sólo por haber sido tan torpe de agarrar su teléfono en vez del mío. Estaba horrorizada, no tenía ni idea de cómo saldría de aquel marrón en el que me había metido de cabeza.¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda! – maldecía, a cada paso que daba.Llegué hasta la mesa, tropezándome con la mirada de mi jefe, que miraba hacia mí, sin comprender lo que ocurría.Me senté junto a él, intentando parecer calmada, y luego le di su teléfono, provocando que él volviese a mirar hacia mí, sorprendido por lo que acababa de hacer.He vuelto a equivocarme de teléfono – le aseguré, con la mirada fija en el centro de la pista, admirando como el señor Davis y su esposa llegaban hasta nosotr