A la semana siguiente me llama para quedar y lo hacemos en una cafetería, que está un poco lejos de mi casa.
Es sábado, son las cuatro de la tarde y llueve a mares. Llego a la puerta de la cafetería, sacudo el agua de mi paraguas, lo cierro y entro a la cafetería. Voy directa al baño a recolocar mi cabello, con la humedad de la calle se me ha encrespado.
Al salir del baño, diviso una mesa con dos personas, un chico y una chica, me acerco despacio y me doy cuenta de que es Esthela.
—¿Esthela?
—Hola, Keyla.
—Hola, ¡qué cambio has dado!, estás guapísima.
Cuando Esthela se fue de aquí, tenía apenas quince años, era el patito feo de la clase; su cara estaba llena de granos.
Ha cambiado mucho desde entonces, mide sobre metro sesenta, es rubia, con los ojos azules, lleva el cabello a media melena, y es bastante delgadita.
Enseguida los dos se ponen de pie para saludarme. Esthela me presenta a su novio Carlos.
Carlos es del montón, tirando a feíllo; es el típico chico de unos treinta y tantos, de pelo castaño oscuro, con ojos color marrón chocolate. Lo único bueno que tiene es su altura y su musculatura impresionante, me da la impresión de que va mucho al gimnasio.
Terminando las presentaciones, nos sentamos en la mesa. Carlos mira de forma muy extraña, mientras Esthela y yo nos ponemos al día.
—Chicos, voy al baño —dice Esthela poniéndose en pie.
—Aquí te esperamos, Gatita —dice Carlos.
—¡Perdón!, ¿Gatita? —pregunto entre risas.
—Sí, es mi Gatita —dice Carlos.
Esthela se pone en pie y se dirige al baño, dejándonos solos. Decido romper el silencio para acortar las miradas:
—¿Sabes que puedes hablar?, tengo veinte años y aún no me he comido a nadie.
—Esthela me habló tan bien de ti, que vine a conocerte, dice que eres su mejor amiga, que te quiere mucho, pero… nunca me hubiese imaginado que fueses así.
—¿Yoo?, y… ¿cómo soy?
—Eres especialmente guapa, pareces una muñeca de porcelana —dice muy picaresco.
—Gracias, pero espero que sepas que mi amiga es tu novia.
Han pasado apenas cinco minutos cuando Esthela llega del baño.
—¡Chicosss, ya estoy aquí!, ¿ya os habéis conocido?
—Sí. —Afirmo con la cabeza.
Siento que algo no va bien entre nosotros, la tensión va aumentando a medida que vamos conociéndonos. A las dos horas, más o menos, me pongo en pie y me despido de los dos.
Llego a casa sobre las siete de la tarde. Abro la puerta y al entrar en casa, me encuentro a Sandra sentada a horcajadas en las piernas de Rubén, morreándose a todo lujo.
—Chicos, dejadlo ya, que estoy aquí. Os tengo dicho que no comáis delante de los pobres —digo entre risas.
—Hola, Keyla, estábamos esperándote, ¿qué tal te fue con estos dos?
—A mí me fue bien, pero no sé yo si las cosas van muy bien entre los dos. Carlos me parece un poco rarito. —Las carcajadas salen de los tres.
—¿Qué más ha pasado? —pregunta Sandra.
—Ella me parece un poco lela, dice que está enamoradísima de él, que se quiere casar y que tengo que ir a su boda.
—Espero que les vaya muy bien, que sean felices y que coman perdices, como en los cuentos. —Una vez más las carcajadas brotan de nuestras bocas.
—Chicas… sois malas, pero malas… malas —dice Rubén, mientras se ríe con nosotras.
Después de contarles cómo me fue, Sandra me comunica que mañana se van a conocer a los padres de Rubén.
Sobre las nueve de la noche, cenamos, recogemos la mesa, y nos vamos a todos a la cama, ya que estos dos, mañana madrugan.
Me pongo mi pijama de gatitos, mientras intento no reírme mucho cuando me acuerdo de Gatita y Carlos. Entro en la cama, y recuerdo que Sandra no me ha dicho nada de cuándo van a volver.
Ufff, qué pereza me da tener que salir de la cama. Voy al cuarto de Sandra, toco a la puerta y esta se abre un poco; debía de estar mal cerrada, y la llamo. Como no me contesta, abro un poco más la puerta y…
—Upss. Perdón, perdón, perdón —les digo muy avergonzada, tapándome la cara con la mano.
—¡Keyla!, ¡sal de aquí! —dice Sandra.
—Sí, sí. ¡Fue sin querer!
Salgo del cuarto y cierro corriendo la puerta. Me dirijo al mío para dormirme ya.
Me acuesto en la cama, muy acalorada por lo que acabo de ver: Sandra estaba galopando encima de Rubén a todo trapo, ja, ja, ja, menos mal que estaba cubierta por la sábana y no he visto nada. Parecía estar pasándoselo realmente bien, o por lo menos, sus gemidos eran muy reales.
Después de reírme un buen rato por la escena que acabo de ver, consigo quedarme dormida.
Al día siguiente, suena mi móvil. Me arrastro por la cama para llegar a él de forma muy perezosa, pensando que será Sandra y decirme que ya han llegado, pero para mi sorpresa… —Hola, Keyla. —Reconozco la voz de Esthela.
—Hola, Gatita, buenos días —le digo entre risas.
—¡Ey!, no soy tu Gatita —me contesta también entre risas.
—Ok, GA… TI… TA… ¿hoy también quieres quedar? — pregunto medio dormida.
—Keyla, hoy no podemos quedar, de hecho, ya estamos llegando a fortaleza (Portugal).
—Pensé que os quedaríais unos días más.
—Qué va, no podemos. Mañana tiene que trabajar Carlos.
—Ok, pero dile a Carlos que te tiene que traer más veces.
—Carlos me ha dicho que le gustas mucho y que no puedo tener una amiga mejor, iremos pronto a verte.
Pasado un mes, y después de hacerme algunas visitas más, Carlos y Esthela me invitan a pasar un fin de semana en su casa. Me costó mucho tomar la decisión, pero al final, me atreví y fui a Portugal. Un poquito antes de llegar allí, llamo a Esthela para que vengan a recogerme a la estación de autobuses. Una vez en Portugal, bajo a toda prisa del bus, y le pido mi maleta al chófer; antes de darme la vuelta, veo que Carlos y Esthela están detrás de mí por el reflejo del autobús. —Hola, Esthela. —Hola, Keyla. —Hola, Carlos —le digo sin mostrar mucho interés, cuando termino de abrazar a Esthela. —Hola, preciosa. ¿Nos vamos a casa? —dice dándome dos besos. —Sí, vámonos, pero… necesito estirar mis piernas un poco —les digo entre risas. Carlos coge la maleta de mis manos, nos guía hasta el coche, introduce la maleta en el maletero, y abre la puerta para que monte. Esthela va con él de copiloto. Al cabo de unos treinta minutos, llegamos al parking donde Carlos deja su coche, lo detie
No puedo dejar de pensar en todo el desayuno, estoy de los nervios. ¿Por qué he tenido ese sueño con Carlos? Será que me gustó el beso de anoche, qué vergüenza estoy pasando; el chico, que era el novio de mi amiga, me besó anoche y encima tengo sueños eróticos con él. Al terminar, recogemos la mesa y dejamos a Carlos solo en la cocina para que friegue la loza. Nosotras nos vamos al cuarto de Esthela para hablar. Ella no para de pintarme el mundo de color de rosa con Carlos y doy por finalizada la conversación. Después de comer, hemos ido a ver la cafetería que tiene Carlos, en Castelo Blanco (Portugal). Se llama Pequeño Placer. Es bastante grande, con doce empleados, casi todos son chicas y una de sus empleadas es Esthela. Carlos prepara un chocolate con churros delicioso y echa el cierre por hoy al local. De regreso a casa, suena el móvil de Carlos; creo que son sus amigos, quieren quedar con él para salir esta noche. —Esta noche nos vamos de fiesta, Gatita —dice Carlos, muy dec
Mi cuerpo empieza a temblar por el miedo que siento, chillo pidiendo ayuda. Me tapa la boca y pega su frente a la mía. —Perdóname, no debí hacer eso —dice, mientras huele mi pelo. —¡SUÉLTAME! —repito llorando, llena de rabia e indefensa. —Cuando estés tranquila te soltaré poco a poco, no quiero que nadie piense que soy un depravado —dice, mientras limpia las lágrimas que recorren mi cara, a medida que me va soltando. —Que me dejes en paz —le digo empujándolo. Carlos me abraza, acaricia mi pelo y me pide perdón otra vez. No me va a dejar ir hasta que no me tranquilice, y deje de llorar. Pasó un ratito y volvimos al pub con Pedro y Esthela. A lo largo de la noche, Pedro me trae las copas. Antes de terminar la que tengo en la mano, con el paso de la noche me voy notando contentilla, en realidad, no sé cuántas copas llevo, creo que unas tres o cuatro quizás. Salimos todos a la calle, para que Pedro pueda fumarse un cigarro, y Carlos se da cuenta de que me río demasiado. —Mírame a
Recuperando el aliento, casi sin poder moverme, me doy cuenta de que tuve un orgasmo brutal en su boca. Está tan impresionado, que sigue mirando mi entrepierna, pasa sus dedos, los moja, y se los lleva a la boca para saborear mi dulce néctar; al terminar, cierra mis piernas y tira del camisón para sacarlo de mi cuerpo, levanto un poco mis caderas y lo ayudo a sacarlo. Me pongo de lado, tapándome con la sábana, él me acurruca. Estoy tan sofocada, que me vuelvo a quedar dormida. Busco a Carlos en la cama para abrazarlo y me doy cuenta de que no está. Miro el reloj; son las doce del mediodía. Me tapo bien al escuchar que se abre la puerta del cuarto. —Buenos días, preciosa. —Buenos días —contesto muy feliz. Carlos se arrima a la cama, e intenta besarme mientras escondo mi cara en la almohada. —¿Qué pasa, muñequita?, ¿por qué te escondes? —No me mires, me da mucha vergüenza. —¡Eeeh! Ni se te ocurra. Cuando te miro, me gustas entera, te quiero solo para mí. Sus palabras son músi
Hacemos una parada en un puesto de kebab. Me fijo en cómo el rollo de carne da vueltas y con un cortador sacan láminas muy finas de él. —¿Pollo o ternera?, ¿qué prefieres? —me pregunta Carlos. —Pollo, pero… no lo he comido nunca, no sé si me gustará. —Keyla, confía en nosotros, sabemos lo que comemos — dice Esthela. —Dos de ternera, uno de pollo y tres coca colas —pide Carlos al chico. —Sí, señor —le contesta el camarero. El chico es guapísimo. Creo que es de raza turca. Moreno, y sus ojos de color café son preciosos. Es bastante resultón, percibo cómo me contesta con la mirada cuando le miro. —Deja de mirarle —dice Carlos al darse cuenta del cruce de miradas. —Qué dices. Solo lo miraba, no voy a tener nada con él. —Por eso, vete a aquella mesa, siéntate y espera a que yo lleve la comida. —¡NO! —Esthela, llévatela de aquí. Esthela me coge del brazo y tira de mí hasta la mesa, separa una silla y dice: —Siéntate. —No pienso sentarme, pareces un soldado, siempre haces lo qu
Carlos entra al cuarto y abre la persiana. Me despierta con el ruido y le miro.—Buenos días, preciosa.—¡Vete a la mierda! —respondo cabreada, poniéndome de rodillas en la cama.—¿Qué has dicho? —pregunta con cara de asombro.—Que… te… vayas… a la mierda —le deletreo para que se entere mejor.Se sienta de repente en la cama, tira de mis brazos, peleo como puedo con él y, en pocos segundos, me echa boca abajo sobre su regazo.—¿Quieres más? —pregunta, dándome un azote fuerte en el trasero.—No —respondo llorando.—Como no dejes de contestarme así, voy a seguir azotándote —dice, mientras acaricia mi trasero.—Suéltame.—No. Me gusta mucho este culo, y lo voy a tocar hasta que me apetezca y siempre que quiera.Sube el camisón a mi cintura, para dejar el trasero al aire, adornado por las cuerdas del mini tanga.—Me gusta cómo te queda el tanga, hace que tu culo sea perfectamente visible para mí, a partir de ahora usarás siempre tanga —dice, mientras pasa su mano.Separa un poco el tanga
Estoy tan cansada que solo me apetece relajarme. Me encuentro sola en casa, cojo una copa y me echo un poco de vino tinto de una botella que me regaló Sandra para una ocasión especial; creo que esta lo es, Carlos es mi primer novio.Doy un sorbo, me voy al baño, lleno la bañera de agua, apoyo la copa en el borde de la bañera y me meto dentro. Necesito reflexionar un poco sobre lo que me dijo Carlos. Pienso en Carlos, en Esthela y en cómo puede llegar a cambiar mi vida estando con Carlos.Cuando ya estoy más arrugada que una pasa, salgo de la bañera y me voy a mi cuarto, me meto en la cama, y empiezo a pensar en los orgasmos que tuve con Carlos y resurge un dolor en mi vientre de excitación.Decido tocarme un poco, pero no consigo nada más que mojarme un poco. Aburrida de ello me acuerdo del tanga blanco, lo busco en la maleta y me lo pongo para probarlo, me meto en la cama y le doy al mando.Nivel uno, la vibración es muy lenta. Nivel dos, ummm, vamos mejorando con algo más de alegría
Se sube a la cama y me abraza contra su pecho para relajarme con sus besos. Mi dolor desaparece pronto, y dejo de llorar.—¿Te ha dolido mucho?—Sí.—Lo siento, tenía que hacerlo de forma que no te dieras cuenta, de lo contrario no me habrías dejado. ¿Me perdonas?—¡NOOO! —exclamo, frunciendo mi ceño.—Sé que, me perdonarás. Te prometo que lo peor ya ha pasado, tenía que deshacerme de tu virginidad, quiero que te entregues a mí por completo, ve al baño y lávate la cara, no me gusta verte así.Asiento con la cabeza, voy al baño, me limpio y me meto en la cama. Lo abrazo con todas mis fuerzas, coge mi pierna y la pasa por su cintura, rodeándome con sus brazos, besa dulcemente mi frente.Cierro mis ojos. Su ternura me llena de felicidad por dentro. Carlos me quiere, me cuida, se preocupa por mí, sé que vendrá siempre que pueda a verme. Tengo que esforzarme más en quererle, cierro mis ojos y estoy tan relajada que enseguida entro en un profundo sueño.Percibo un pequeño hormigueo recorrer