Por unos instantes me hipnotizo al ver el movimiento tan sexy que hacen sus labios; creo que retarlo esta noche ha sido una buena jugada, su fuego se va calmando y algo de dulzura se va apoderando de él. Pongo mi mano en su muslo, y subo despacio a su entrepierna.—¡Para! —dice en un golpe seco de voz.—No. Esta noche mando yo —digo, poniendo cara de pícara.—¡Para! No puedes hacerme esto —dice, sujetando mi mano para poder tragar saliva.—Sí, sí que puedo, tú apuestas y yo te reto.—Eso me pone aún más.—Ya lo sé, yo soy una persona que toma sus propias decisiones y no voy a dejar que me domestiques como a un animal enjaulado. Creo que no me has mirado bien.—Sí, si lo he hecho.—Muy bien, ¡descríbeme!—¿Qué quieres de postre?—Un té —digo con una sonrisa sabiendo que no sabe describirme. Levanta su mano, se acerca al camarero, y pide el postre y té. Mete su mano en bolsillo y el tanga empieza a vibrar.—¿Dónde vas?—Ahora vengo, no tardo nada. Voy al baño, me quito el tanga, lo envu
Poniéndome en pie, cojo mi móvil y llamo a Carlos. No me coge el teléfono y decido llamar al de Esthela.—Hola, Keyla.—Hola. ¿Ya ha llegado Carlos? Le llamé a su teléfono, pero no me lo cogió.—Sí. Llegó y se quedó dormido.—Vale, muchas gracias, besos.—Besos, chao.Cuelgo el teléfono. Sandra y Rubén me miran atentamente.—Si tenéis algo que decir, podéis decirlo.—Te diría muchas cosas, pero prefiero callarme y que te des cuenta tú sola —dice Sandra.—¿Darme cuenta de qué?—No seas ciega y empieza a pensar —dice Rubén.—¿Qué debo pensar?—¿No lo ves?, esos dos están juntos.—Sandra, que no, no sé cómo puedes pensar así.—Porque Esthela vive con Carlos, y trabaja aún en su cafetería, hace todo lo que quiere. ¿No te das cuenta de que la maneja a su antojo? Pronto tú serás su próxima víctima —dice Sandra muy cabreada.Sandra se pone en pie, coge un papel y un bolígrafo.—¿Qué haces, Sandra?—Apuntar sus nombres, por si algún día los necesito. ¡Vamos, dámelo! —dice con impaciencia.—Es
Cuando me despierto por la mañana no puedo casi ni moverme por el dolor que tengo sobre mi cuerpo. Intento ponerme en pie para ir al baño. Caigo sobre mis rodillas.Carlos me ve desde la cama, y se viene corriendo a sujetarme.—¿Estás bien?—¿Qué te importa? —digo y me da una arcada.Me tapo enseguida la boca con la mano, me intento poner en pie lo antes posible para ir al baño derecha; pero antes de conseguirlo, vomito encima de la manta casi sin poderme mover.Carlos me sujeta, coge su almohada y apoya mi cabeza. Busca una toalla y limpia el vómito enseguida.—Quita, déjame —digo, quitándole la toalla de las manos, mientras vuelvo a llorar.Sale un poco de la habitación y me deja aquí sola. Cuando me canso de llorar, salgo f
Estoy tan cansada, que no puedo ni moverme. Coge una toalla y me limpia despacio.—¿Te ha gustado? —pregunta, acostándose a mi lado y abrazándome.—Es un poco incómodo y doloroso.—Solo las primeras veces, luego es placentero.—¿Por qué has hecho eso?—Algún día, agradecerás todo lo que te estoy enseñando y si me obedecieras más lo llevarías mejor.—¿Llevar mejor el qué?, ¿de qué estás hablando ahora?—Te quiero, pero la vida tiene momentos difíciles.—¿Intentas decirme algo?—Hoy es sábado, iremos al Infinite Night —dice, levantándose de la cama.—¿Dónde vas?
Un hilo de voz sale de mi boca llamando a Carlos. Quiero que me ayude, abro mis ojos todo lo que puedo y no veo nada, solo oscuridad.Me despierto aturdida, mareada y con sabor a vómito en la boca. Siento frío. Me incorporo un poco, quedándome sentada en el suelo. Intento recordar cómo he llegado hasta aquí.Aturdida y sin poder reaccionar, llamo a Carlos para que me ayude. Quiero saber lo que está pasando, ¿por qué esta vez no viene?Muevo mi cabeza y algo se clava en mi garganta, pongo mis manos sobre ella y siento un collar de cuero cerrado por un candado, enganchado a una cadena. Me pongo en pie y tiro tan fuerte como puedo hasta que el frío del cemento se clava en ellos.Pasando las manos por mi cuerpo me doy cuenta de que estoy desnuda, miro a mi alrededor y veo un rayo de sol atravesando una pared. Intento llegar a ella, pero la ca
Yo no les hice nada a ninguno de los dos; al ver esas fotos, un pequeño recuerdo se apodera de mi mente y visualizo la sala de Pedro y lo que pasó esa noche.—¿Eres Pedro?Este se levanta sin contestar, se va dejando a otro tipo en la nave conmigo.Me coloca a cuatro patas, sobre el cemento, y apoya su mano en mi nuca, para dejar mi sexo expuesto a él.—No llores, preciosa, después de esto, cuando estés con tu nuevo dueño, vas a agradecer nuestras caricias.Por la rabia que siento al recordar las fotos y lo que Carlos me ha hecho, cuando quita su mano de mi nuca me levanto de golpe, y le doy un cabezazo en la nariz para que pare de violarme.—¡Puta asquerosa! —Escucho, perdiendo la conciencia por el golpe que propicia en mi espalda.Al notar que el dolor de mi
El sonido del disparo se extiende por toda la nave. Veo cómo le ha matado. Un ataque de pánico se apodera de mí, me hace temblar y llorar al mismo tiempo. Carlos se acerca rápido a la cama, me besa, me abraza, me consuela durante un buen rato.—Ya, ya, ya, pequeña, no llores, dentro de quince días te irás de aquí, no volverás a vernos —dice, mientras me acuna entre sus brazos, hasta que consigue que me quede dormida.Ya ha pasado una semana, voy espabilándome de mi sueño poco a poco. Escucho sus voces, están cerca de mí, abro mis ojos despacio y veo a Pedro y a Carlos hablando de mí.—Dentro de una semana se hará el intercambio. Ya la han comprado, en cuanto llegu
Sé que Esthela ha venido a depilarme para venderme.—¿Estás segura de que te quieres casar con Carlos? —pregunto a Esthela.—Sí. ¿Tienes algún problema?—Yo… qué va, amiga, ninguno, solo que quiero que te acuerdes siempre de mí.—Lo haré, tranquila, siempre recordaré que, con el dinero que recibimos por ti, me case con Carlos.—Ay, no es por eso, hombre, es más, es porque sé que cuando se acuesta contigo piensa en mí.—¿Qué estás diciendo?—Tu clítoris es el más jugoso que he visto en mi vida. Las muñequitas son muy ricas para comer —me decía todo eso y mucho más, creo que soy bastante especial para él.—¡Cállate! —dice con lágrimas al borde de los ojos, mientras calienta la cera para