Cuando me despierto por la mañana no puedo casi ni moverme por el dolor que tengo sobre mi cuerpo. Intento ponerme en pie para ir al baño. Caigo sobre mis rodillas.
Carlos me ve desde la cama, y se viene corriendo a sujetarme.
—¿Estás bien?
—¿Qué te importa? —digo y me da una arcada.
Me tapo enseguida la boca con la mano, me intento poner en pie lo antes posible para ir al baño derecha; pero antes de conseguirlo, vomito encima de la manta casi sin poderme mover.
Carlos me sujeta, coge su almohada y apoya mi cabeza. Busca una toalla y limpia el vómito enseguida.
—Quita, déjame —digo, quitándole la toalla de las manos, mientras vuelvo a llorar.
Sale un poco de la habitación y me deja aquí sola. Cuando me canso de llorar, salgo f
Estoy tan cansada, que no puedo ni moverme. Coge una toalla y me limpia despacio.—¿Te ha gustado? —pregunta, acostándose a mi lado y abrazándome.—Es un poco incómodo y doloroso.—Solo las primeras veces, luego es placentero.—¿Por qué has hecho eso?—Algún día, agradecerás todo lo que te estoy enseñando y si me obedecieras más lo llevarías mejor.—¿Llevar mejor el qué?, ¿de qué estás hablando ahora?—Te quiero, pero la vida tiene momentos difíciles.—¿Intentas decirme algo?—Hoy es sábado, iremos al Infinite Night —dice, levantándose de la cama.—¿Dónde vas?
Un hilo de voz sale de mi boca llamando a Carlos. Quiero que me ayude, abro mis ojos todo lo que puedo y no veo nada, solo oscuridad.Me despierto aturdida, mareada y con sabor a vómito en la boca. Siento frío. Me incorporo un poco, quedándome sentada en el suelo. Intento recordar cómo he llegado hasta aquí.Aturdida y sin poder reaccionar, llamo a Carlos para que me ayude. Quiero saber lo que está pasando, ¿por qué esta vez no viene?Muevo mi cabeza y algo se clava en mi garganta, pongo mis manos sobre ella y siento un collar de cuero cerrado por un candado, enganchado a una cadena. Me pongo en pie y tiro tan fuerte como puedo hasta que el frío del cemento se clava en ellos.Pasando las manos por mi cuerpo me doy cuenta de que estoy desnuda, miro a mi alrededor y veo un rayo de sol atravesando una pared. Intento llegar a ella, pero la ca
Yo no les hice nada a ninguno de los dos; al ver esas fotos, un pequeño recuerdo se apodera de mi mente y visualizo la sala de Pedro y lo que pasó esa noche.—¿Eres Pedro?Este se levanta sin contestar, se va dejando a otro tipo en la nave conmigo.Me coloca a cuatro patas, sobre el cemento, y apoya su mano en mi nuca, para dejar mi sexo expuesto a él.—No llores, preciosa, después de esto, cuando estés con tu nuevo dueño, vas a agradecer nuestras caricias.Por la rabia que siento al recordar las fotos y lo que Carlos me ha hecho, cuando quita su mano de mi nuca me levanto de golpe, y le doy un cabezazo en la nariz para que pare de violarme.—¡Puta asquerosa! —Escucho, perdiendo la conciencia por el golpe que propicia en mi espalda.Al notar que el dolor de mi
El sonido del disparo se extiende por toda la nave. Veo cómo le ha matado. Un ataque de pánico se apodera de mí, me hace temblar y llorar al mismo tiempo. Carlos se acerca rápido a la cama, me besa, me abraza, me consuela durante un buen rato.—Ya, ya, ya, pequeña, no llores, dentro de quince días te irás de aquí, no volverás a vernos —dice, mientras me acuna entre sus brazos, hasta que consigue que me quede dormida.Ya ha pasado una semana, voy espabilándome de mi sueño poco a poco. Escucho sus voces, están cerca de mí, abro mis ojos despacio y veo a Pedro y a Carlos hablando de mí.—Dentro de una semana se hará el intercambio. Ya la han comprado, en cuanto llegu
Sé que Esthela ha venido a depilarme para venderme.—¿Estás segura de que te quieres casar con Carlos? —pregunto a Esthela.—Sí. ¿Tienes algún problema?—Yo… qué va, amiga, ninguno, solo que quiero que te acuerdes siempre de mí.—Lo haré, tranquila, siempre recordaré que, con el dinero que recibimos por ti, me case con Carlos.—Ay, no es por eso, hombre, es más, es porque sé que cuando se acuesta contigo piensa en mí.—¿Qué estás diciendo?—Tu clítoris es el más jugoso que he visto en mi vida. Las muñequitas son muy ricas para comer —me decía todo eso y mucho más, creo que soy bastante especial para él.—¡Cállate! —dice con lágrimas al borde de los ojos, mientras calienta la cera para
La única forma es llamar la atención del hijo de Mareck esta noche. Recuerdo algunas cosas que me enseñó Esthela para atraer a los hombres.Abro el armario de la ropa, busco el vestido más sexy que hay. Me encuentro un vestido de lentejuelas verdes, atado al cuello, con mucho escote y la espalda al aire, a la altura de las rodillas, con una apertura en el lateral que deja ver mi muslo.Nicoletta vuelve con la comida. Me trae de primero pelmeri, que son unas bolas de pasta rellenas de carne molida por dentro. De segundo, unas brochetas de carne y verduras. De postre, un yogurt griego.Está todo tan rico, que como hasta que no puedo más. Me ha sobrado un montón, pero mi estómago no me permite comer más.&md
—Niña, vamos, el amo me dio permiso para que te vengas conmigo, solo tengo una hora para mí.—Gracias —digo y la vuelvo a besar.—Quiero que intentes reprimir tus ganas de sexo, hasta esta noche —dice, separando sus labios de los míos.Ella me coge del brazo y nos dirigimos a su habitación. Me siento en su cama a esperar mientras se ducha. Cuando sale, busca un vestido para ponerse.—¿Habrá mucha gente? —pregunto, preocupada.—Quiero que sepas algo, para que no te asustes esta noche.—¿Qué me quieres decir?—La fiesta se realizará en la sala principal que has visto desde los palcos, pero luego bajaremos al sótano. Intentaré no dejarte sola, te ayudaré con el idioma.—¿Cómo llegaste aquí?—Mis padres generaron una deuda, Mareck los mató y se
Comenzamos a andar. Cruzamos la sala y nos adentramos en un pasillo con el color de sus paredes un poco psicodélico; va pasando del blanco al rosa, del rosa al rojo, del rojo al morado, a medida que vamos avanzando se oscurecen los colores, hasta llegar al negro.El pasillo termina y llegamos a una puerta de madera vieja. Tiene un gran cerrojo en medio, parece una puerta de una mazmorra medieval.Mareck abre la puerta para que entren sus invitados, busco el techo y está sobre unos tres metros de altura.Entramos en fila, veo cómo sus invitados se dividen en cuatro grupos. Yurik me lleva de la mano y vemos a la primera chica.—Mírala, está atada a una cruz de San Andrés, se atan las manos y los pies a los extremos —dice Yurik señalando con la mano hacia ella.—No quiero ver esto, vámonos a otro sitio.—Más tarde nos iremos, pero primero aprende.Lleg