Un mes después…
Me encuentro en la habitación con la niña y Nicoletta viene de visita a vernos. Una vez más estamos juntas las tres, tomando té al lado del estanque.
—Chicas, necesito que me hagáis un favor una de las dos.
—¿Qué necesitas? —dice Natasha.
—Necesito un predictor.
—¿Qué?, ¿de verdad? —pregunta Nicoletta, poniéndose muy nerviosa.
—Sí, pero no os hagáis muchas ilusiones, no quiero que Yurik se entere.
—Te lo conseguiré yo —dice Natasha.
Al caer la tarde, Yurik regresa a casa. Sale a buscarnos al jardín y se acerca a nosotras, me da un beso y…
—Cierra los ojos —dice sacando un pañuelo de seda de su bolsillo.
—¿Qué tienes preparado ya? —pregunto al ver la emoción de sus ojos.<
Ser adolescente es complicado. Los sentimientos fluyen cada día como un torrente y se adquiere un aluvión de experiencias que pueden llegar a ser abrumadoras.A mis quince años, creía saber muchas cosas de la vida, pero estaba equivocada, mi historia empieza ahora. Bajo mi actitud de niña indefensa, descubro que se esconde una gran luchadora de carácter fuerte. Mis experiencias vividas me envuelve en gran parte de mis problemas, problemas que tendré que aprender a solucionar yo sola. Creo que tengo los mejores padres del mundo. Decidieron ponerme Keyla, un nombre que me encanta, tiene algo de exótico y peligroso a la vez. Actualmente tengo veinte años, me considero una persona muy normal, mi cabello es rizado, largo y de color naranja, mis ojos son verdes, grandes y muy llamativos. El color de mi piel es como la porcelana, lo que hace que mis mejillas se tiñan de color rosado enseguida. Tengo unas pecas espantosas, alrededor de mi pequeña nariz, las cuales odio y tapo todos los dí
Lo más importante de toda esta historia que les voy a contar es cuando comienza a cambiar mi vida de verdad, enseguida empezaré a narrarlo. Todo comienza cuando retomo el contacto con mi amiga Esthela, a la que hacía tiempo que no veía, no sé cómo, ni de qué manera consiguió mi número de teléfono, me llamó y empezamos entablando una conversación. La cosa fue cambiando, a medida que íbamos hablando, teníamos más confianza. Esthela no paraba de contarme sus encuentros sexuales con su novio. Un día, hablando por teléfono, nos intercambiamos los e-mails para poder hablar de forma gratuita. Una semana después, recibo un correo electrónico de Esthela: Hola, Keyla, espero que estés muy bien y que cuando leas este e-mail, me contestes enseguida. Seguramente te estarás preguntando si sigo con el mismo chico. ¡PUES SÍ! Sigo con él y soy la mujer más feliz del mundo. El martes de la semana pasada me llevó a una tienda de lencería que hay aquí, y una vez dentro, comencé a probarme algunas
A la semana siguiente me llama para quedar y lo hacemos en una cafetería, que está un poco lejos de mi casa. Es sábado, son las cuatro de la tarde y llueve a mares. Llego a la puerta de la cafetería, sacudo el agua de mi paraguas, lo cierro y entro a la cafetería. Voy directa al baño a recolocar mi cabello, con la humedad de la calle se me ha encrespado. Al salir del baño, diviso una mesa con dos personas, un chico y una chica, me acerco despacio y me doy cuenta de que es Esthela. —¿Esthela? —Hola, Keyla. —Hola, ¡qué cambio has dado!, estás guapísima. Cuando Esthela se fue de aquí, tenía apenas quince años, era el patito feo de la clase; su cara estaba llena de granos. Ha cambiado mucho desde entonces, mide sobre metro sesenta, es rubia, con los ojos azules, lleva el cabello a media melena, y es bastante delgadita. Enseguida los dos se ponen de pie para saludarme. Esthela me presenta a su novio Carlos. Carlos es del montón, tirando a feíllo; es el típico chico de unos treinta
Pasado un mes, y después de hacerme algunas visitas más, Carlos y Esthela me invitan a pasar un fin de semana en su casa. Me costó mucho tomar la decisión, pero al final, me atreví y fui a Portugal. Un poquito antes de llegar allí, llamo a Esthela para que vengan a recogerme a la estación de autobuses. Una vez en Portugal, bajo a toda prisa del bus, y le pido mi maleta al chófer; antes de darme la vuelta, veo que Carlos y Esthela están detrás de mí por el reflejo del autobús. —Hola, Esthela. —Hola, Keyla. —Hola, Carlos —le digo sin mostrar mucho interés, cuando termino de abrazar a Esthela. —Hola, preciosa. ¿Nos vamos a casa? —dice dándome dos besos. —Sí, vámonos, pero… necesito estirar mis piernas un poco —les digo entre risas. Carlos coge la maleta de mis manos, nos guía hasta el coche, introduce la maleta en el maletero, y abre la puerta para que monte. Esthela va con él de copiloto. Al cabo de unos treinta minutos, llegamos al parking donde Carlos deja su coche, lo detie
No puedo dejar de pensar en todo el desayuno, estoy de los nervios. ¿Por qué he tenido ese sueño con Carlos? Será que me gustó el beso de anoche, qué vergüenza estoy pasando; el chico, que era el novio de mi amiga, me besó anoche y encima tengo sueños eróticos con él. Al terminar, recogemos la mesa y dejamos a Carlos solo en la cocina para que friegue la loza. Nosotras nos vamos al cuarto de Esthela para hablar. Ella no para de pintarme el mundo de color de rosa con Carlos y doy por finalizada la conversación. Después de comer, hemos ido a ver la cafetería que tiene Carlos, en Castelo Blanco (Portugal). Se llama Pequeño Placer. Es bastante grande, con doce empleados, casi todos son chicas y una de sus empleadas es Esthela. Carlos prepara un chocolate con churros delicioso y echa el cierre por hoy al local. De regreso a casa, suena el móvil de Carlos; creo que son sus amigos, quieren quedar con él para salir esta noche. —Esta noche nos vamos de fiesta, Gatita —dice Carlos, muy dec
Mi cuerpo empieza a temblar por el miedo que siento, chillo pidiendo ayuda. Me tapa la boca y pega su frente a la mía. —Perdóname, no debí hacer eso —dice, mientras huele mi pelo. —¡SUÉLTAME! —repito llorando, llena de rabia e indefensa. —Cuando estés tranquila te soltaré poco a poco, no quiero que nadie piense que soy un depravado —dice, mientras limpia las lágrimas que recorren mi cara, a medida que me va soltando. —Que me dejes en paz —le digo empujándolo. Carlos me abraza, acaricia mi pelo y me pide perdón otra vez. No me va a dejar ir hasta que no me tranquilice, y deje de llorar. Pasó un ratito y volvimos al pub con Pedro y Esthela. A lo largo de la noche, Pedro me trae las copas. Antes de terminar la que tengo en la mano, con el paso de la noche me voy notando contentilla, en realidad, no sé cuántas copas llevo, creo que unas tres o cuatro quizás. Salimos todos a la calle, para que Pedro pueda fumarse un cigarro, y Carlos se da cuenta de que me río demasiado. —Mírame a
Recuperando el aliento, casi sin poder moverme, me doy cuenta de que tuve un orgasmo brutal en su boca. Está tan impresionado, que sigue mirando mi entrepierna, pasa sus dedos, los moja, y se los lleva a la boca para saborear mi dulce néctar; al terminar, cierra mis piernas y tira del camisón para sacarlo de mi cuerpo, levanto un poco mis caderas y lo ayudo a sacarlo. Me pongo de lado, tapándome con la sábana, él me acurruca. Estoy tan sofocada, que me vuelvo a quedar dormida. Busco a Carlos en la cama para abrazarlo y me doy cuenta de que no está. Miro el reloj; son las doce del mediodía. Me tapo bien al escuchar que se abre la puerta del cuarto. —Buenos días, preciosa. —Buenos días —contesto muy feliz. Carlos se arrima a la cama, e intenta besarme mientras escondo mi cara en la almohada. —¿Qué pasa, muñequita?, ¿por qué te escondes? —No me mires, me da mucha vergüenza. —¡Eeeh! Ni se te ocurra. Cuando te miro, me gustas entera, te quiero solo para mí. Sus palabras son músi
Hacemos una parada en un puesto de kebab. Me fijo en cómo el rollo de carne da vueltas y con un cortador sacan láminas muy finas de él. —¿Pollo o ternera?, ¿qué prefieres? —me pregunta Carlos. —Pollo, pero… no lo he comido nunca, no sé si me gustará. —Keyla, confía en nosotros, sabemos lo que comemos — dice Esthela. —Dos de ternera, uno de pollo y tres coca colas —pide Carlos al chico. —Sí, señor —le contesta el camarero. El chico es guapísimo. Creo que es de raza turca. Moreno, y sus ojos de color café son preciosos. Es bastante resultón, percibo cómo me contesta con la mirada cuando le miro. —Deja de mirarle —dice Carlos al darse cuenta del cruce de miradas. —Qué dices. Solo lo miraba, no voy a tener nada con él. —Por eso, vete a aquella mesa, siéntate y espera a que yo lleve la comida. —¡NO! —Esthela, llévatela de aquí. Esthela me coge del brazo y tira de mí hasta la mesa, separa una silla y dice: —Siéntate. —No pienso sentarme, pareces un soldado, siempre haces lo qu