Un segundo. Solo un segundo le bastó a Kainn para darse cuenta de que algo iba mal. Los insultos fueron sustituidos por sollozos, los sollozos por jadeos desesperados y luego ella peleaba contra el corsé de su vestido antes de balancearse peligrosamente hacia el suelo.
La alcanzó en dos pasos y la sostuvo contra su cuerpo viendo cómo sus ojos se perdían.
—¡Señora Harlow! —la llamó, recostándola en la hierba de inmediato, pero aunque sus labios se movían ella no podía hablar. Las manos le temblaban sobre el pecho hasta que de repente se quedaron quietas—. ¡Maldición! —gruñó él sacando la pequeña phurba* (Daga de tres filos) que siempre llevaba encima y poniendo una de las afiladas hojas bajo su nariz sin que esta se empañara.
Separó sus labios para darle respiración boca a boca pero al primer intento fue como soplar contra una pared y entonces lo entendió: por qué ella se rascaba tan desesperadamente el vestido.
Sin dudarlo metió el filo de la hoja bajo la primera capa de piel e hizo una mueca.
—¡Igual jamás he sido un caballero!
Con un gruñido de esfuerzo deslizó la daga hacia abajo, abriendo el vestido en canal hasta la altura de su vientre y se inclinó sobre su cuerpo, mientras de su boca a la suya pasaba el aire. Sintió aquel pecho levantarse, a ella intentar respirar por sí misma, aturdida, y no pudo evitar deslizar sus ojos hacia abajo.
Curvas hermosas y sensuales, facciones delicadas, piel suave, blanca hasta el infinito, con una pequeña mancha roja donde uno de los filos la había cortado sin querer.
—Tranquila, todo está bien, respire... —Era todo lo que Elisa podía escuchar hasta que por fin logró abrir los ojos; pero sintió que de nuevo perdía el aliento cuando lo vio sobre ella, como si su cuerpo estuviera ardiendo justo donde él presionaba con su mano.
—Lo siento mucho, señora Harlow, creo que la lastimé —dijo Kainn y levantó un poco su palma para que ella viera el diminuto corte, pero Elisa solo dejó caer la cabeza y negó.
—Lo lamento... de verdad lo lamento... —balbuceó mientras sentía como si aquellos dedos quemaran sobre su piel—. Gracias, señor Black... ¡Dios, yo...! —se detuvo por un instante. Estar casi desnuda delante de él era nada si pensaba que podía haber muerto—. Gracias...
Kainn se quitó la gabardina con un movimiento fluido y la puso sobre ella mientras la ayudaba a sentarse.
—Todo está bien. ¿Quiere que llame a su...? —Ni siquiera terminó, porque vio el temblor en aquellos labios y no supo por qué, pero recordó su sabor como un latigazo—. ¿Hay algún acceso más... privado a la casa?
Elisa asintió tratando de enfocarse.
—La puerta de servicio —murmuró—. En el ala oeste... está vacía.
Kainn pasó los brazos bajo su cuerpo y la levantó sin ningún esfuerzo. La sintió encogerse contra su pecho, pero ninguno de los dos dijo nada mientras él rodeaba la propiedad y la bajaba con delicadeza en la puerta de aquella ala oscura y fría.
—¿Va a estar bien, señora Harlow? —preguntó haciendo un gesto negativo cuando ella intentó devolverle su gabardina.
—Yo... sí, por supuesto. No tengo como pagarle, señor Black... yo... usted... —Elisa miró hacia los setos, como si de repente no entendiera algo—. ¿Qué hacía afuera?
—Salí a fumar un momento —respondió él y ella arrugó el ceño porque aquel hombre olía a madera de cedro y sándalo, pero a nada más.
—Una excusa para no estar en la reunión, comprendo —murmuró—. Parece que después de todo Alton no lo conseguirá como socio.
Kainn achicó los ojos.
—¿Eso sería una tragedia? —la interrogó y vio la duda en su tono.
—No lo sé, yo... no sé de esas cosas... —rio ella nerviosa—. Casi siempre estoy en la cocina...
El hombre asintió con su mismo gesto severo, el futuro conde no debía ser muy inteligente si tenía a aquella mujer en la cocina.
—No le digamos esto a nadie, señora Harlow —le dijo—. Y lamento mucho lo de su herida.
Elisa respiró profundo y negó.
—Hay otras que duelen más. Gracias de nuevo, señor Black, creo que estoy en deuda con usted.
Kainn la vio desaparecer en la oscuridad del corredor de servicio y se quedó allí un instante, pensando en lo contradictoria que era Elisa Harlow. Serena después de estar a punto de morir. Tan valiente y tan sumisa.
"Tan frágil y tan grosera" rio. "Tan estéril..."
Había escuchado cada palabra de Adalin de Brickstow. Planeaba mandar a su hijo a volar, a ver qué carajo iba a hacer el futuro conde sin un "ricachón sin nobleza" que invirtiera en su idea. Pero en lugar de eso se encontró entrando de nuevo a la biblioteca y estrechando la mano de Alton.
—Señor de Brickstow, pensaré en su propuesta y le daré mi respuesta en los próximos días —sentenció.
Los ojos de Alton se iluminaron, y apenas despidió a todos los invitados subió de dos en dos los escalones para ir a darle a Elisa la buena noticia.
—¡No entiendes lo importante que es! —exclamó emocionado—. ¡Kainn Black tiene las mayores minas de Birmania y no hace negocios con cualquiera! ¿Sabes cómo le dicen? El Escorpión Negro. Es más poderoso… ¡y peligroso! que cualquier otro inversionista. ¡Donde ese hombre pone su mano sale oro!
Elisa tragó en seco pensando que ella había sentido algo diferente cuando la había tocado.
—¡Elisa! ¿Qué te pasa? ¿Por qué no me respondes?
Ella respiró profundo y negó.
—No es nada, Alton, es solo... La cita de mañana, van a hacerme más pruebas para saber por qué no puedo quedar embarazada. Estoy preocupada por los resultados, y estoy preocupada porque dicen que es dolorosa... —murmuró con ansiedad—. ¿No puedes venir conmigo?
Alton se agachó frente a ella y tomó sus manos.
—Sabes que no puedo, tengo que preparar un plan de inversión para el señor Black, pero mi madre irá contigo —intentó consolarla—. No tienes que preocuparte, Elisa. No importa lo que los doctores digan, no cambiará el hecho de que yo te quiero y siempre estaré contigo, pase lo que pase.
Ella asintió porque no podía hacer otra cosa, pero esa noche tuvo malos sueños, con las pruebas, con el hospital y con unos ojos penetrantes que la hicieron despertar sudando varias veces.
Al día siguiente Elisa se levantó temprano y se dirigió al hospital acompañada de la bruja mayor. El procedimiento era invasivo y doloroso, pero se mantuvo fuerte hasta que todo terminó.
—Será mejor que descanse al menos una hora, le pondremos calmantes para el dolor y discutiremos los resultados después —le dijo el médico.
Elisa asintió y se hizo un ovillo en la cama. Realmente estaba muy adolorida, pero estaba más nerviosa por los resultados. Solo quería que le dieran una opción, una oportunidad para darle un hijo a su esposo como él se lo merecía. Así que solo media hora después logró ponerse de pie y salió a buscar al doctor.
Caminando por los pasillos del hospital sentía temor, angustia, ansiedad. ¿Qué pasaría si los resultados no eran buenos? Estaba preparada para lo peor, pero definitivamente nada la había preparado para aquellas palabras de su suegra.
—¡Que lo desaparezcas, te dije! —le gruñía al médico y Elisa se parapetó detrás de aquella esquina como si fuera invisible—. ¡Cambia el informe, desaparécelo, no me importa, pero a ella le vas a decir lo mismo de siempre, que es estéril! ¡Elisa tiene que seguir creyendo que no puede tener hijos!
El grito de sorpresa de la muchacha solo fue detenido por su mano sobre su boca.
—Pero, señora condesa... si ella va a otro doctor, si pide una segunda opinión...
—¡Cállate! —graznó Adalin—. ¡Llevo años pagándote muy bien para que nadie sepa la verdad! ¿Tienes idea de lo que pasaría si llega a saberse que es Alton quien es estéril? ¡Claro que no sabes porque solo eres un pobre diablo, pero para nosotros los nobles eso representa mucho! —escupió la mujer—. Así que ya sabes, el mismo resultado de siempre, dile a la estúpida esa que es estéril, y que lo siga creyendo hasta que logre deshacerme de ella. ¿Entendido?