"Frágil, no débil".
Elisa se lo repetía constantemente.
Delgada, pálida y pequeña, su cuerpo era de naturaleza frágil, su salud también, pero su carácter no lo era. Prueba de eso era que mientras se arreglaba a toda prisa, solo podía pensar en lo hija de puta que era su cuñada por haberle elegido un vestido dos tallas menos que la suya.
Elisa sentía que se asfixiaba, que apenas podía respirar, pero ya no había tiempo para cambios, así que se calzó los tacones y corrió escaleras abajo para encontrarse con la “bruja menor”.
—¿A esta hora te apareces? —la increpó Joanne molesta—. ¡Y mira cómo vienes! ¿Crees que ese es el aspecto que debe tener una futura condesa?
Elisa se tocó el cabello y la cara instintivamente. Creía que se había arreglado bien, solo que no había tenido tiempo para peinados elaborados y se había dejado el cabello suelto.
—Estaba dejando todo listo para la cena, Joanne, no puedo estar en dos lugares a la misma vez...
—Pues esta es una velada importante para Alton. Si no eres capaz de llevar toda la responsabilidad de ser su esposa, entonces debiste quedarte en la cocina —graznó su cuñada.
Elisa estaba a punto de responderle cuando una voz se escuchó tras ellas y sintió la mano de Alton alrededor de su cintura.
—Joanne, deja de molestar a mi esposa —siseó él con tono neutro—. Estoy seguro de que esta noche será maravillosa, y tú, amor, te ves increíble, estás muy bella —le dijo Alton con esa sonrisa que la había conquistado desde el primer día—. No le hagas caso a Joanne. Recuerda que mañana tienes un día importante con el doctor y no quiero que vayas estresada.
Elisa asintió abrazándolo.
—Sé que me demoré en la cocina, pero solo quería que todo fuera perfecto esta noche.
—No te preocupes, estoy seguro de que te encargaste de todo muy bien.
Alton le ofreció su brazo para entrar al salón como los anfitriones y Elisa se colgó de él mientras su cuñada le dirigía una mirada asesina. Joanne la odiaba porque Elisa ocuparía, aunque fuera por matrimonio, un título que ella ansiaba para sí misma: el de condesa de Brickstow.
Alton y ella entraron en el gran salón y comenzaron a recibir a los invitados, venían de todo Londres y más allá, veinte inversionistas mayores a los que su esposo quería involucrar en la explotación del tungsteno en Asia.
Elisa fue amable y educada con todos y muy pronto se dirigieron a la mesa del banquete. Cena de siete tiempos servida bajo la aguda mirada de la “bruja mayor”: su suegra. La expresión de Adalin de Brickstow se relajó cuando los invitados comenzaron a alabar la comida, sin embargo Elisa no podía relajarse.
Aquel maldito vestido la estaba asfixiando, apenas podía probar la comida o beber agua. ¡Qué demonios, apenas podía respirar! Prácticamente estaba concentrada en mantenerse viva cuando escuchó al voz chillona y sutil de su suegra.
—¿No le ha gustado este plato, señor Black? No lo ha tocado.
Los ojos de Elisa buscaron desesperadamente al hombre que iba a responder, y cuando despegó los labios quiso que la tierra se la tragara. Era el motivo de aquella velada, Kainn Black.
—Me disculpo, señora condesa, pero no como carne roja —respondió él con educación y su suegra la miró con tanto reproche que ella casi se echó a temblar.
—Al contrario, yo soy quien se disculpa, señor Black —dijo Elisa con voz entrecortada—. Enseguida mandaré a prepararle algo diferente...
—Señora Harlow. —El hombre la interrumpió y Elisa sintió que enmudecía cuando él la miró a los ojos. Tenía una mirada oscura y penetrante, enmarcada por una piel bronceada y un cabello largo recogido a medias en la nuca—. Por favor, no se moleste. La cena es excelente y yo como muy poco, seis platos son más que suficientes para mí.
Sonreía, él sonreía con una suavidad desconcertante y ella sintió un escalofrío cuando sus ojos se detuvieron en su boca. Era… era…
Asintió en silencio, desviando la mirada y acomodándose de nuevo en su silla. Sin embargo sabía que aquel error le costaría caro y lo peor: no era su culpa, la bruja de Joanne era la que le había dado las especificaciones de comida de todos los invitados ¡y no había incluido que el más importante no comía carne roja!
Apenas terminaron los postres, las mujeres se fueron al salón a charlar y los hombres se marcharon a la biblioteca a hablar de negocios. Elisa sintió que una mano la tomaba bruscamente del brazo y la arrastraba hacia el jardín.
"Detrás de los setos, para poder gritarme a gusto", recordó.
Durante mucho tiempo Elisa se había sentido como una Cenicienta moderna. "Futuro Conde de Brickstow se enamora de una plebeya", había salido en los titulares. No era tan crudo, el padre de Elisa había amasado una fortuna digna, pero sí era cierto que ella no pertenecía a la nobleza, y aun así Alton había defendido su amor hasta llevarla al altar. Sin embargo desde hacía un año, Elisa había dejado de sentirse como Cenicienta y realmente había empezado a parecerse a una… y no en el mejor sentido.
—¿¡Cómo puedes ser tan inútil!? —la increpó Adalin—. Kainn Black es el hombre con quien Alton quiere hacer negocios. Solo es un ricachón sin nobleza, pero es el dueño de las mayores minas de Birmania, ¡y tú lo dejaste sin cenar por tu estupidez!
Elisa negó con un suspiro.
—Lo siento, estuve todo el día metida en la cocina preparando una cena de siete platos para cincuenta personas. Pero no fui yo quien cometió un error. ¿Cómo iba a saber que no comía carne roja si Joanne no lo puso en la lista de alimentos?
—¡No te disculpes! ¡Siempre tienes una excusa para todo! ¡Así no llegarás a ser la condesa de Brickstow...! —se detuvo por un momento y la miró con desprecio—. ¡Pero la verdad es que no lo serás de ninguna manera si no consigues darle un hijo a Alton!
Elisa cerró los ojos y encajó el golpe, sabía que el Título necesitaba un heredero, y que a su suegra le gustaba recordarle que en tres años ella no había sido capaz de engendrar uno.
—Mañana iré al médico de nuevo... —murmuró Elisa—. Me harán otra prueba...
—¡Pueden hacerte todas las que quieran, igual ya sabemos el resultado! —ladró su suegra—. ¡Eres estéril! ¡Eres una mujer estéril que jamás estará a la altura de mi hijo, así que agradece que te dejemos quedarte aquí, agradece que Alton no te eche a la calle, y procura quedarte en la cocina donde yo te vea lo menos posible, porque al final ese es tu verdadero lugar!
Con un empujón Adalin la hizo a un lado y entró a la casa mientras Elisa se quedaba en el jardín, con los ojos llenos de lágrimas.
—Al menos el señor Black se portó como un caballero —siseó entre dientes con impotencia mientras empezaba a llorar—. ¡El ricachón sin nobleza tiene más educación que tú! ¡Maldita bruja, ojalá al viejo baboso de tu marido se le caiga todo lo que debe subir…!
Pero las lágrimas y aquel vestido no hacían buena combinación. Elisa se llevó una mano al pecho mientras intentaba controlar las náuseas, pero el pecho le apretaba, el aire se le escapaba y pronto el mundo comenzó a oscurecerse de un modo raro. Abrió la boca y trató de respirar pero algo no la dejaba. Sus dedos intentaron abrir desesperadamente el vestido pero no lo logró.
No sintió cuando sus rodillas cedieron, solo unos brazos recios que la sostenían y la hierba bajo su espalda.
Arriba estaba el cielo... y bajo el cielo Kainn Black... y en su mano un cuchillo.
“¿Qué vas… qué…?”