Inés luchó con todas sus fuerzas contra los hombres que la sujetaban, pero era inútil. Eran demasiado fuertes para ella.—¡Suéltenme! ¡Auxilio! —gritó desesperada, pero sus gritos se perdieron en la soledad del lugar.Genoveva se acercó a ella con una sonrisa cruel en el rostro.—Vaya, vaya. Parece que tenemos una pequeña espía —dijo con voz fría—. ¿Qué vamos a hacer contigo? Pero antes respóndeme: ¿Quién eres tú?Uno de los hombres le respondió.—Ella es Inés Martínez, la mejor amiga de Carolina.Inés la miró con odio.—No se saldrá con la suya. Carolina y Lisandro sabrán la verdad… es usted una vieja desgraciada… ¿Cómo fue capaz de hacerle daño a su propia sangre?Genoveva soltó una carcajada.—¿Y quién se los dirá? ¿Tú? Me temo que no estarás en condiciones de hablar con nadie por un buen tiempo.Con un gesto, ordenó a sus hombres que metieran a Inés en una camioneta negra que acababa de llegar. Inés forcejeó y gritó, pero fue en vano. La metieron a la fuerza en el vehículo.—Lléve
Inés se encontraba atrapada en la camioneta, sus manos atadas y la cabeza llena de pánico. Los hombres la miraban con desprecio, sin la intención de mostrar compasión alguna.—¡Déjenme ir! —gritó, forcejeando contra las cuerdas que la mantenían inmóvil.Uno de ellos se giró, su mirada fría y sin emociones.—Cálmate, mujer. No te hará bien resistir.Inés dejó escapar un suspiro de frustración. La desesperación le invadía el pecho, y el miedo a lo que podría sucederle era abrumador.Genoveva se había asegurado de que no pudiera comunicarse con nadie. Mientras tanto, la mujer iba en camino hacia la casa de campo; sin embargo, no podía estar tranquila.“¿Cómo era posible que ese niño se pareciera tanto a su hijo? ¡No podía ser!”, pensó sin poder creer cómo, a pesar de que le había pagado al doctor Tabares, los niños estaban allí. “¿Será posible que me haya engañado? ¿Qué ese hombre me haya traicionado?”—Orto, debes buscar al médico Tabares, necesito interrogarlo —expresó.Pese a su mole
Mientras iban camino al hospital, Carolina comenzó a marcarle a Inés; sin embargo, cada intento que hacía para comunicarse era infructuoso. El celular salía apagado, aumentando la preocupación de la mujer.—Lisandro, algo debió pasarle a Inés, porque ella nunca deja sin responderme una llamada. Si en el momento no puede hacerlo, al minuto me marca —respondió con preocupación.—No te preocupes, vamos a averiguar qué le pasó, además, esperemos si se comunica contigo.Sin embargo, los minutos pasaron y no recibió ninguna llamada, lo que angustiaba más a Carolina. Lisandro se apresuró a conducir al hospital, mientras que Carolina sentía la ansiedad creciendo con cada segundo que pasaba. El silencio en el auto era tenso, ambos sumidos en sus propios pensamientos y preocupaciones.Cuando llegaron, corrieron hacia la habitación de Trina. María los recibió con una expresión de alivio en su rostro.—¡Gracias a Dios que están aquí! —exclamó.Carolina se acercó rápidamente a la cama de su hija,
Inés sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. La amenaza de Genoveva era real y aterradora. Por un momento, se quedó sin palabras, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una salida. La posibilidad de perder a su familia y a su hijo por el simple hecho de conocer la verdad le parecía cada vez más concreta.—¿Cómo...? ¿Cómo sabes eso? —Logró preguntar, finalmente, su voz, apenas un susurro. No podía creer que, tras tanto tiempo, su vida pudiera colapsar de esa manera tan rápida y cruel.Genoveva sonrió con satisfacción, claramente disfrutando de la tensión que se generaba en el aire.—Tengo mis recursos, querida. No llegué a donde estoy sin saber cómo obtener información valiosa —dijo, jugando con las palabras mientras observaba a Inés con una frialdad inquietante—. Ahora, la pregunta es: ¿estás dispuesta a arriesgar la vida de tu hermano, la tuya y la de tu hijo, solo para contar una verdad que, francamente, no cambiará nada? Por cierto, me encanta la casita que le
Carolina abrazó a Inés, tratando de consolarla mientras procesaba toda la información que acababa de recibir. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una solución.—Tenemos que decírselo a Lisandro —, dijo finalmente. —Él tiene derecho a saber la verdad sobre su madre.Inés la miró con preocupación. —¿Estás segura? ¿Y si no nos cree? Genoveva es su madre después de todo.Carolina suspiró. —Nos va a creer. Hay demasiadas cosas que no cuadran y ahora todo tiene sentido. Además, tenemos que proteger a los niños.—Creo que esa mujer no debería darse cuenta de que son sus nietos… no sé lo que sea capaz de hacerles… ella me preguntó y le dije que no eran… debes protegerlos.En ese momento, se escuchó el timbre de la puerta. Cuando Carolina, abrió, estaba Lisandro.—Carol, ¿todo está bien? —preguntó con tono de preocupación.—Sí, necesito conversar urgentemente contigo.Inés y Carolina se sentaron de nuevo en el sofá. El peso de la verdad aún en sus hombros. Las dos mujer
Lisandro se quedó en silencio, con el rostro blanco, mientras intentaba asimilar todo lo que acababa de escuchar. Por todos esos años pensó que no había tenido oportunidad de ser padre, que su hijo no había nacido, y ahora no tenía uno, sino dos. Sintió que el mundo se tambaleó bajo sus pies de la impresión.Su mente no podía creer que, por culpa de una mentira, hubiese estado engañado y alejado de quienes amaba durante todo ese tiempo. Los niños... ¡Eran suyos! Y él ni siquiera lo había sabido.Lisandro sintió que le faltaba el aire. Se dejó caer en el sofá, con la mirada perdida. Su mente era un torbellino de emociones: shock, alegría, rabia, culpa. Todo lo que creía saber se había derrumbado en un instante.—Izan y Trina... son mis hijos —, murmuró, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real. Levantó la mirada hacia Carolina, con los ojos llenos de lágrimas contenidas.—¿Por qué no me lo dijiste antes?Carolina se acercó y se arrodilló frente a él, tomando sus manos entre l
Lisandro sintió que el dolor de los años perdidos, la rabia por las mentiras y los engaños, se desvanecieron, al menos por un instante. Su corazón latía con fuerza, un ritmo acelerado marcado por la intensidad del reencuentro, por la angustia de los recuerdos y por la promesa que ahora, finalmente, tenía la oportunidad de cumplir: proteger a su familia.Carolina, abrazada a él, sintió que el peso de la culpa y el miedo comenzaban a aligerarse. Los años de angustia, de vivir con la verdad oculta, de temer que todo se desmoronara en cualquier momento, se desvanecían lentamente mientras sentía la calidez de Lisandro envolviéndola. El dolor, aunque aún presente, parecía más soportable, porque finalmente había dicho la verdad.—Te amo, Carolina —dijo Lisandro, apartándose ligeramente para mirarla a los ojos, esos ojos que había extrañado tanto. Su voz era baja, pero llena de emoción, y sus manos temblaban levemente cuando las posó sobre su rostro, como si temiera perderla de nuevo. —Nunc
El hombre salió de las sombras, revelando un rostro duro y curtido. Sus ojos oscuros se clavaron en Inés con una mezcla de rabia y dolor.—Sí, soy yo, —respondió Enrico. —Por fin te conozco y te tengo al frente. Han pasado cinco años, Bianca o debo decir, Inés Martínez. Cinco años buscándote a ti y a mi hijo. ¿De verdad creías que podías esconderte de mí para siempre?Inés sintió que le faltaba el aire. El momento que tanto había temido finalmente había llegado.Los fríos ojos del hombre se clavaron en ella. —Enrico, yo...—¡Silencio! —rugió él, haciendo que Inés se estremeciera. —No quiero oír tus excusas. Me robaste a mi hijo, me quitaste mi derecho a ser padre… tú y yo teníamos un contrato, pero decidiste romperlo. ¿Tienes idea de lo que he pasado estos años?Las lágrimas corrían por el rostro de Inés. —Lo siento, —susurró. —Tenía miedo. Yo... no podía entregártelo, es mío.Enrico la interrumpió nuevamente. —¿Miedo? Si realmente hubieses tenido miedo, no te habrías atrevido a ha