Carolina abrazó a Inés, tratando de consolarla mientras procesaba toda la información que acababa de recibir. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una solución.—Tenemos que decírselo a Lisandro —, dijo finalmente. —Él tiene derecho a saber la verdad sobre su madre.Inés la miró con preocupación. —¿Estás segura? ¿Y si no nos cree? Genoveva es su madre después de todo.Carolina suspiró. —Nos va a creer. Hay demasiadas cosas que no cuadran y ahora todo tiene sentido. Además, tenemos que proteger a los niños.—Creo que esa mujer no debería darse cuenta de que son sus nietos… no sé lo que sea capaz de hacerles… ella me preguntó y le dije que no eran… debes protegerlos.En ese momento, se escuchó el timbre de la puerta. Cuando Carolina, abrió, estaba Lisandro.—Carol, ¿todo está bien? —preguntó con tono de preocupación.—Sí, necesito conversar urgentemente contigo.Inés y Carolina se sentaron de nuevo en el sofá. El peso de la verdad aún en sus hombros. Las dos mujer
Lisandro se quedó en silencio, con el rostro blanco, mientras intentaba asimilar todo lo que acababa de escuchar. Por todos esos años pensó que no había tenido oportunidad de ser padre, que su hijo no había nacido, y ahora no tenía uno, sino dos. Sintió que el mundo se tambaleó bajo sus pies de la impresión.Su mente no podía creer que, por culpa de una mentira, hubiese estado engañado y alejado de quienes amaba durante todo ese tiempo. Los niños... ¡Eran suyos! Y él ni siquiera lo había sabido.Lisandro sintió que le faltaba el aire. Se dejó caer en el sofá, con la mirada perdida. Su mente era un torbellino de emociones: shock, alegría, rabia, culpa. Todo lo que creía saber se había derrumbado en un instante.—Izan y Trina... son mis hijos —, murmuró, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real. Levantó la mirada hacia Carolina, con los ojos llenos de lágrimas contenidas.—¿Por qué no me lo dijiste antes?Carolina se acercó y se arrodilló frente a él, tomando sus manos entre l
Lisandro sintió que el dolor de los años perdidos, la rabia por las mentiras y los engaños, se desvanecieron, al menos por un instante. Su corazón latía con fuerza, un ritmo acelerado marcado por la intensidad del reencuentro, por la angustia de los recuerdos y por la promesa que ahora, finalmente, tenía la oportunidad de cumplir: proteger a su familia.Carolina, abrazada a él, sintió que el peso de la culpa y el miedo comenzaban a aligerarse. Los años de angustia, de vivir con la verdad oculta, de temer que todo se desmoronara en cualquier momento, se desvanecían lentamente mientras sentía la calidez de Lisandro envolviéndola. El dolor, aunque aún presente, parecía más soportable, porque finalmente había dicho la verdad.—Te amo, Carolina —dijo Lisandro, apartándose ligeramente para mirarla a los ojos, esos ojos que había extrañado tanto. Su voz era baja, pero llena de emoción, y sus manos temblaban levemente cuando las posó sobre su rostro, como si temiera perderla de nuevo. —Nunc
El hombre salió de las sombras, revelando un rostro duro y curtido. Sus ojos oscuros se clavaron en Inés con una mezcla de rabia y dolor.—Sí, soy yo, —respondió Enrico. —Por fin te conozco y te tengo al frente. Han pasado cinco años, Bianca o debo decir, Inés Martínez. Cinco años buscándote a ti y a mi hijo. ¿De verdad creías que podías esconderte de mí para siempre?Inés sintió que le faltaba el aire. El momento que tanto había temido finalmente había llegado.Los fríos ojos del hombre se clavaron en ella. —Enrico, yo...—¡Silencio! —rugió él, haciendo que Inés se estremeciera. —No quiero oír tus excusas. Me robaste a mi hijo, me quitaste mi derecho a ser padre… tú y yo teníamos un contrato, pero decidiste romperlo. ¿Tienes idea de lo que he pasado estos años?Las lágrimas corrían por el rostro de Inés. —Lo siento, —susurró. —Tenía miedo. Yo... no podía entregártelo, es mío.Enrico la interrumpió nuevamente. —¿Miedo? Si realmente hubieses tenido miedo, no te habrías atrevido a ha
Por su parte, Lisandro no podía dejar de pensar en lo que iba a suceder en ese momento. Su corazón latió rápido mientras esperaba de lo que decía Carolina, quien caminaba a su lado, a una velocidad que solo reflejaba lo mucho que estaba en juego. Todo en él estaba tenso, como si estuviera a punto de entrar en un escenario donde no sabía cómo reaccionar. Había tantas emociones mezcladas, tantas preguntas sin respuesta en su mente. Sin embargo, lo que lo dominaba era una sensación indescriptible, un anhelo profundo de poder abrazar a esos niños.Carolina, al ver la ansiedad en su rostro, le apretó la mano con suavidad, como un recordatorio de que no estaba solo. —Vamos despacio —, le dijo, con una voz tranquila, como quien sabe que cada paso tiene su propio tiempo. Lisandro asintió, aunque sus piernas se sentían como si no pudieran moverse con la misma calma que su mente le pedía. —¿Les vas a decir quién soy yo? —, preguntó, mirando a Carolina, aunque su voz temblaba, traicionando l
Lisandro se quedó sin palabras por un momento, sorprendido por la perspicacia de Trina. Miró a Carolina, quien asintió levemente, dándole ánimo para continuar.—Sí, princesa —, dijo, finalmente, su voz llena de emoción. —Soy tu papá.Trina soltó un grito de alegría, cubriéndose la boca, luego extendió sus brazos hacia Lisandro. Él la abrazó con fuerza, sintiendo que su corazón podría estallar de felicidad.Izan, por su parte, se quedó quieto, procesando la información. Su rostro reflejaba una mezcla de emociones: confusión, sorpresa y algo que parecía esperanza.—¿Por qué no estuviste con nosotros antes? —, preguntó el niño, su voz seria, pero temblorosa.Lisandro sintió que se le formaba un nudo en la garganta. ¿Cómo explicarle a un niño de cuatro años las complejidades de la vida adulta?—Izan —, comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —A veces, suceden cosas que escapan de nuestro control, o cometemos errores sin darnos cuenta. Tu mamá y yo nos amábamos mucho, pero hubo per
La sonrisa de Genoveva se desvaneció, reemplazada por una expresión fría y calculadora.—No sé de qué estás hablando, Lisandro.—¡No me mientas! —gritó Lisandro, golpeando el escritorio con sus palmas. —Sé que fuiste tú quien orquestó nuestra separación. Quien le hizo creer a Carolina que yo quería que abortara. ¡Maldita sea, madre! ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿Cómo pudiste intentar matar a tu propio nieto? Es que ni los animales se comportan como tú.Genoveva palideció por un instante, pero rápidamente recuperó la compostura. Su rostro se endureció mientras miraba fijamente a su hijo.—Veo que esa mujer te ha llenado la cabeza de mentiras, —dijo con voz fría. —No hice nada, solo está inventando, seguramente para alejarnos y poder tener control sobre ti. Tú no puedes creerle, fue ella quien quiso abortar, y pidió que le pagaran una clínica. Te expliqué lo que pasó. Esa mujer no es digna de ti, de nuestra familia.Lisandro golpeó el escritorio con fuerza, haciendo que Genoveva se sobres
Inés sintió el sudor frío recorrer su espalda cuando Enrico tomó su teléfono y la miró con una expresión fría y controladora. —Desbloquéalo, Bianca —dijo, su voz suave, pero llena de amenaza.Ella lo miró, temblando ligeramente. No había forma de negarlo, él sabía que estaba bajo su control. Pero no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.—No lo haré —respondió Inés con firmeza desde la cama, aunque su corazón latía desbocado en su pecho. Enrico la observó un momento, evaluando sus palabras, antes de dar un paso más cerca, reduciendo la distancia entre ellos. Su mirada se tornó aún más intimidante.—¡Hazlo! —dijo, con una sonrisa cruel—. Si no desbloqueas ese maldito teléfono, y llamas a alguien importante para ti... Tu amiga no la pasará bien.Las palabras fueron como un golpe seco que resonó en su cabeza. Inés tragó saliva, el miedo y la rabia se entremezclaban en su estómago. ¿Cómo podía alguien manipularla así, jugando con sus emociones y relaciones?—No lo haré —repitió, aunq