Por su parte, Lisandro no podía dejar de pensar en lo que iba a suceder en ese momento. Su corazón latió rápido mientras esperaba de lo que decía Carolina, quien caminaba a su lado, a una velocidad que solo reflejaba lo mucho que estaba en juego. Todo en él estaba tenso, como si estuviera a punto de entrar en un escenario donde no sabía cómo reaccionar. Había tantas emociones mezcladas, tantas preguntas sin respuesta en su mente. Sin embargo, lo que lo dominaba era una sensación indescriptible, un anhelo profundo de poder abrazar a esos niños.Carolina, al ver la ansiedad en su rostro, le apretó la mano con suavidad, como un recordatorio de que no estaba solo. —Vamos despacio —, le dijo, con una voz tranquila, como quien sabe que cada paso tiene su propio tiempo. Lisandro asintió, aunque sus piernas se sentían como si no pudieran moverse con la misma calma que su mente le pedía. —¿Les vas a decir quién soy yo? —, preguntó, mirando a Carolina, aunque su voz temblaba, traicionando l
Lisandro se quedó sin palabras por un momento, sorprendido por la perspicacia de Trina. Miró a Carolina, quien asintió levemente, dándole ánimo para continuar.—Sí, princesa —, dijo, finalmente, su voz llena de emoción. —Soy tu papá.Trina soltó un grito de alegría, cubriéndose la boca, luego extendió sus brazos hacia Lisandro. Él la abrazó con fuerza, sintiendo que su corazón podría estallar de felicidad.Izan, por su parte, se quedó quieto, procesando la información. Su rostro reflejaba una mezcla de emociones: confusión, sorpresa y algo que parecía esperanza.—¿Por qué no estuviste con nosotros antes? —, preguntó el niño, su voz seria, pero temblorosa.Lisandro sintió que se le formaba un nudo en la garganta. ¿Cómo explicarle a un niño de cuatro años las complejidades de la vida adulta?—Izan —, comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —A veces, suceden cosas que escapan de nuestro control, o cometemos errores sin darnos cuenta. Tu mamá y yo nos amábamos mucho, pero hubo per
La sonrisa de Genoveva se desvaneció, reemplazada por una expresión fría y calculadora.—No sé de qué estás hablando, Lisandro.—¡No me mientas! —gritó Lisandro, golpeando el escritorio con sus palmas. —Sé que fuiste tú quien orquestó nuestra separación. Quien le hizo creer a Carolina que yo quería que abortara. ¡Maldita sea, madre! ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿Cómo pudiste intentar matar a tu propio nieto? Es que ni los animales se comportan como tú.Genoveva palideció por un instante, pero rápidamente recuperó la compostura. Su rostro se endureció mientras miraba fijamente a su hijo.—Veo que esa mujer te ha llenado la cabeza de mentiras, —dijo con voz fría. —No hice nada, solo está inventando, seguramente para alejarnos y poder tener control sobre ti. Tú no puedes creerle, fue ella quien quiso abortar, y pidió que le pagaran una clínica. Te expliqué lo que pasó. Esa mujer no es digna de ti, de nuestra familia.Lisandro golpeó el escritorio con fuerza, haciendo que Genoveva se sobres
Inés sintió el sudor frío recorrer su espalda cuando Enrico tomó su teléfono y la miró con una expresión fría y controladora. —Desbloquéalo, Bianca —dijo, su voz suave, pero llena de amenaza.Ella lo miró, temblando ligeramente. No había forma de negarlo, él sabía que estaba bajo su control. Pero no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.—No lo haré —respondió Inés con firmeza desde la cama, aunque su corazón latía desbocado en su pecho. Enrico la observó un momento, evaluando sus palabras, antes de dar un paso más cerca, reduciendo la distancia entre ellos. Su mirada se tornó aún más intimidante.—¡Hazlo! —dijo, con una sonrisa cruel—. Si no desbloqueas ese maldito teléfono, y llamas a alguien importante para ti... Tu amiga no la pasará bien.Las palabras fueron como un golpe seco que resonó en su cabeza. Inés tragó saliva, el miedo y la rabia se entremezclaban en su estómago. ¿Cómo podía alguien manipularla así, jugando con sus emociones y relaciones?—No lo haré —repitió, aunq
Carolina colgó el teléfono con el ceño fruncido, una sensación de inquietud creciendo en su pecho. La llamada de Inés había sido extraña, su voz tensa y sus palabras cuidadosamente elegidas. Y esa última frase sobre el "osito"... era la señal de peligro que habían acordado hace años, para proteger a Dante."Algo no está bien. ¿Por qué lo nombró? ¿Será que el padre del niño había aparecido?", pensó Carolina, mordiéndose el labio con preocupación. En ese momento, Lisandro entró a la habitación. Su rostro estaba tenso, como si acabara de pasar por una experiencia difícil.—¿Qué pasa, Carolina? Te ves preocupada —preguntó, acercándose a ella.Carolina lo miró, dudando por un momento si compartir sus sospechas. Finalmente, decidió que necesitaba su ayuda.—Es Inés —dijo en voz baja—. Acaba de llamar, pero algo no está bien. Creo que está en peligro.Lisandro frunció el ceño, su expresión volviéndose seria.—¿Qué te hace pensar eso?Carolina le explicó la extraña llamada y la señal de peli
Inés sintió que su corazón se aceleraba al ver la mirada intensa de Enrico recorriendo su cuerpo desnudo. Una parte de ella quería cubrirse inmediatamente, pero otra parte, la parte que estaba desesperada por encontrar una salida, vio una oportunidad.Con movimientos deliberadamente lentos, Inés se agachó para recoger la toalla, asegurándose de que Enrico tuviera una vista completa de su cuerpo. Cuando se incorporó, envolvió la toalla alrededor de sí misma lentamente, pero no demasiado apretada.—Enrico, —dijo con voz suave, intentando ocultar el temblor en su tono. —No sabía que estabas aquí.Enrico dio un paso hacia ella, sus ojos aún fijos en su cuerpo.—Bianca, —gruñó, usando su antiguo nombre. —¿Qué crees que estás haciendo? ¿Tan rápido te recuperaste?Su pregunta hizo que Inés tragara saliva, sabiendo que estaba jugando un juego peligroso. Pero si podía distraer a Enrico, tal vez podría ganar algo de tiempo o incluso una oportunidad de escapar.—Solo me estaba duchando, y mis he
—Siéntate —dijo Enrico, señalando la cama con un gesto firme, pero no agresivo.Inés, que había estado de pie a un lado de la habitación, dudó por un momento antes de sentarse en el borde del colchón. El aire estaba cargado de tensión, una tensión que había ido creciendo desde que Enrico había entrado en la habitación sin previo aviso.Ella lo observó con cautela, intentando descifrar sus intenciones. Sabía que lo que estaba por decirle no iba a ser fácil, pero también entendía que había algo más grande en juego. Algo que ya no podría ignorar por mucho tiempo.Enrico, por su parte, no se movió. Su mirada estaba fija en ella, como si estuviera evaluando cada uno de sus gestos. Al principio, había pensado que sus emociones lo traicionarían, que su rabia lo llevaría a estallar de un momento a otro. Pero no. Su voz, aunque grave, permanecía sorprendentemente calmada.—He estado pensando —comenzó, rompiendo el silencio con palabras medidas—. Quizás hemos empezado con el pie izquierdo.Inés
Las palabras de Inés quedaron suspendidas en el aire, cargadas de determinación y desesperación. Enrico la miró fijamente, su rostro una máscara impenetrable.—Deja el drama, Inés —dijo, finalmente, su voz fría y controlada—. Si te hubiese querido matar, te habría dejado que te desangraras y con eso hubiese sido suficiente para deshacerme de ti, pero ya te dije que no quiero que el día de mañana mi hijo me acuse de haber acabado con la vida de su madre.Dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos. Inés tuvo que luchar contra el impulso de retroceder.—Sin embargo, quiero que me escuches bien —continuó Enrico—. No voy a permitir que sigas manteniendo a mi hijo alejado de mí. Tengo derecho a ser parte de su vida, y lo seré, con o sin tu consentimiento. Tú y yo tenemos un contrato, tal vez lo haga valer y te demande por incumplimiento —señaló en tono amenazante Inés sintió que la rabia bullía en su interior, pero si él pensó que la iba a intimidar, eso no ocurrió. Ella lo