Lisandro aflojó su agarre, pero no la soltó por completo. Andrea tosió un poco antes de comenzar a hablar.—Ella puede hacerme algo… tengo miedo.—Pues deberías temer también de mí, porque te juro que puedo llegar a ser peor que mi madre... así que habla antes de que me arrepienta de darte otra oportunidad —siseó con furia, y la mujer pudo ver en sus ojos su determinación y que si no hablaba él iba a cumplir su amenaza.—Ella me ordenó que secuestrara a Trina. Dijo que era la única forma de hacer que Carolina y tú no hablaran y descubrieran lo que hizo en el pasado para separarlos… aunque yo no estaba convencida, me amenazó. Dijo que si no lo hacía, se encargaría de arruinarme a mí y mi familia… mandó a unos hombres para que me golpearan, y de esa manera yo fingiera que habíamos sido atacados por otros… mientras dejaban a Trina en el muelle abandonado.Lisandro la escuchaba atentamente, su rostro, una máscara de furia contenida, apretó las manos a un lado de su cuerpo, tratando de con
Inés se movió con dificultad, por lo que a ella le parecieron horas, aunque tan solo habían sido minutos. Le dolía el pie, debió tomar un palo que usó como bastón para ayudarse a movilizar su corazón, latiendo desbocado en su pecho. Cada sonido la sobresaltaba, temiendo que en cualquier momento Enrico o sus hombres la alcanzaran. Pero siguió adelante, impulsada por el deseo desesperado de libertad y el anhelo de volver a ver a su hijo.Finalmente, exhausta, dolorida y desorientada, llegó a lo que parecía ser una carretera secundaria. El cielo ya comenzaba a aclararse, anunciando el amanecer. Inés se detuvo, jadeando, sudando, tratando de decidir qué hacer a continuación. En ese momento, vio las luces de un vehículo acercándose. Sin pensarlo dos veces, se paró en medio de la carretera, agitando uno de sus brazos frenéticamente. El auto frenó bruscamente a pocos metros de ella.—¡Por favor, ayúdeme! —gritó Inés, acercándose a la ventanilla del conductor. La puerta se abrió e Inés pudo
Inés quedó congelada en el umbral de la puerta, sus ojos recorriendo la escena caótica. Carolina y Lisandro estaban allí, rodeados por la desesperación de una situación que no podía ignorar. Su madre y su hermano estaban sentados, con vendas en la frente, y algo en sus ojos les daba un aire de confusión y miedo.—¿Qué… qué pasó aquí? —preguntó Inés, su voz, apenas un susurro, temerosa de escuchar lo que ya temía.Carolina se acercó a ella, con una expresión que mezclaba tristeza y alivio. Sus ojos brillaban con lágrimas reprimidas mientras extendía una mano hacia Inés, pero no llegó a tocarla.—Inés... lo siento tanto... —dijo Carolina, su voz quebrada por la angustia.Inés, con el corazón acelerado, giró hacia ella, su mente frenética, tratando de comprender la magnitud de lo que le estaba diciendo.—¡¿Dante?! —susurró, su cuerpo temblando mientras daba unos pasos hacia la sala, sus ojos fijos en los rostros familiares, pero vacíos. ¡Como si ya no fueran los mismos! Como si todo lo
Lisandro sintió que la sangre se le helaba ante las palabras de Enrico. Por un momento, se quedó sin habla, dividido entre su deseo de justicia y el instinto de proteger a su madre, a pesar de todo."Vas a ser huérfano de madre". Las palabras resonaban en su mente, cargadas de una amenaza que no podía ignorar.Finalmente, logró encontrar su voz.—Entiendo tu rabia, Enrico —dijo con firmeza—. Pero no permitiré que tomes la justicia por tu mano. Si mi madre está detrás de esto, pagará por sus crímenes, pero ante la ley.Enrico soltó una risa amarga.—¿La ley? —escupió con desdén—. La ley nunca hace nada contra alguien como tu madre. Ellos siempre lo compran todo. La gente como ella siempre se sale con la suya.—No, esta vez —insistió Lisandro—. Hay pruebas de su culpabilidad, no escapará de la justicia. Pero necesitamos pruebas primero.Inés, que había estado observando el intercambio en silencio, intervino.—Por favor —suplicó, su voz quebrada por la angustia—. Lo único que importa aho
Enrico condujo a toda velocidad hacia el lugar de la reunión con Genoveva, mientras Inés se aferraba al asiento, su mente llena de preocupación por Dante. Cuando llegaron al restaurante Il Giardino, Enrico entró a una especie de garaje cerrado, se detuvo y miró a Inés. —Quédate aquí, —ordenó. —Yo me encargaré de esto. —De ninguna manera, —respondió Inés con firmeza. —Voy contigo. Necesito ver a esa mujer cara a cara. Enrico volteó los ojos. —No lo harás, seré yo quien hable con ella, si te ve a ti, quizás ya no quiera decir nada. Deja que haga las cosas a mi modo. Si quiere entrar, yo la paso a un privado y tú nos ves a través de las cámaras para que sepa lo que pasa. Inés miró a Enrico con frustración, pero sabía que tenía razón. Asintió de mala gana. —Está bien, pero quiero escuchar todo lo que diga esa mujer. Enrico asintió. —Lo harás, ahora vamos, pero no hagas nada estúpido. —¿Este lugar es tuyo? —preguntó de pronto con curiosidad. Enrico esbozó una sonrisa enigmática.
Mientras tanto, en el otro auto, donde Lisandro y Carolina, iban con el hermano y la madre de Carolina, continuaban con su propia búsqueda. En ese momento el teléfono de Lisandro sonó, interrumpiendo el tenso silencio.—¿Sí? —respondió, activando el altavoz."Señor Quintero", dijo la voz de uno de sus hombres. "Hemos rastreado la actividad reciente de su madre. Parece que tiene una reunión programada esta noche en el restaurante Il Giardino" Lisandro frunció el ceño.—¿Una reunión? ¿Con quién?"No lo sabemos con certeza, señor. Pero nuestras fuentes sugieren que podría ser con alguien peligroso."Carolina miró a Lisandro con preocupación.—¿Crees que podría ser con Enrico y estar relacionado con Dante? —le preguntó y Lisandro asintió lentamente.—Es posible. Tenemos que averiguarlo —prestó de nuevo atención a su llamada y dio una orden—, averigüen con quien, ofrézcanle más dinero a sus hombres para que hablen e infórmenme. Entretanto, Enrico observó a Genoveva con una calma inquietan
El sol ya comenzaba a ponerse, lanzando un brillo naranja sobre el paisaje mientras Genoveva avanzaba hacia la puerta. Enrico la seguía de cerca, sus pasos calculados, sus ojos vigilantes. La tensión entre ellos era palpable; Genoveva sabía que cualquier movimiento en falso, cualquier palabra equivocada, podría ser su última. Los hombres de Enrico la flanqueaban, observándola como si fuera una pieza más en el juego, dispuestos a intervenir si la situación lo requería.A medida que se acercaban al vehículo, Enrico se detuvo y la miró fijamente.—Recuerda lo que dijiste, Genoveva —dijo con voz grave, casi un susurro—. Si esto es una trampa, no solo será tu vida la que pague el precio… también soy capaz de matar a todos quienes más quieres, así que no juegues conmigo.—Lo sé, Enrico —respondió ella, apenas audiblemente, sin atreverse a mirar al grupo de hombres que la rodeaban —. ¿Crees que te engañaría? ¡Pues no! No voy a poner en riesgo a mi marido y a mi hijo —pronunció la mujer sin
Enrico avanzó rápidamente hacia la cabaña, con el corazón latiendo aceleradamente en su pecho. Sus hombres lo seguían de cerca, armas en mano, listos para cualquier eventualidad. Mientras se acercaban, el silencio que envolvía el lugar era casi opresivo, roto solo por el crujir de las hojas secas bajo sus pies. Al llegar a la puerta de la cabaña, Enrico hizo una señal a sus hombres para que se prepararan. Con un movimiento rápido, derribó la puerta de una patada y entró, su arma apuntando hacia adelante. El interior de la cabaña estaba oscuro y polvoriento. Los rayos del sol poniente se filtraban por las ventanas sucias, iluminando débilmente el espacio. Enrico escaneó rápidamente la habitación, buscando cualquier señal de su hijo. —¡Dante! —gritó, su voz resonando en las paredes vacías. No hubo respuesta. Enrico y sus hombres registraron meticulosamente cada rincón de la cabaña, pero no encontraron nada más que muebles viejos y polvo. No había señales de que alguien hubiera esta