Enrico avanzó rápidamente hacia la cabaña, con el corazón latiendo aceleradamente en su pecho. Sus hombres lo seguían de cerca, armas en mano, listos para cualquier eventualidad. Mientras se acercaban, el silencio que envolvía el lugar era casi opresivo, roto solo por el crujir de las hojas secas bajo sus pies. Al llegar a la puerta de la cabaña, Enrico hizo una señal a sus hombres para que se prepararan. Con un movimiento rápido, derribó la puerta de una patada y entró, su arma apuntando hacia adelante. El interior de la cabaña estaba oscuro y polvoriento. Los rayos del sol poniente se filtraban por las ventanas sucias, iluminando débilmente el espacio. Enrico escaneó rápidamente la habitación, buscando cualquier señal de su hijo. —¡Dante! —gritó, su voz resonando en las paredes vacías. No hubo respuesta. Enrico y sus hombres registraron meticulosamente cada rincón de la cabaña, pero no encontraron nada más que muebles viejos y polvo. No había señales de que alguien hubiera esta
La tensión en el aire era palpable mientras todos miraban expectantes a Inés. Ella sintió el peso de la decisión sobre sus hombros, consciente de que lo que dijera a continuación cambiaría el curso de sus vidas.Inés miró a su hijo, que la observaba con ojos curiosos y confundidos. Luego, su mirada se posó en Carolina, su mejor amiga, que le ofrecía seguridad y apoyo incondicionales. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de Enrico, el hombre que tanto miedo le había causado en el pasado, pero que acababa de arriesgar su vida para salvar a su hijo.Respiró profundamente antes de hablar.—Enrico, —comenzó, su voz firme a pesar del temblor en sus manos—, —agradezco lo que has hecho por Dante. Nunca podré pagarte por haberlo salvado. Pero...Se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas. —Pero no puedo irme contigo así, lo que Dante necesita es estabilidad y seguridad y tú no puedes dármela.Enrico frunció el ceño, claramente descontento con sus palabras. —Bianca, —dijo, u
—¿Estás bien? —le preguntó Carolina, acercándose a ella.Inés asintió, aunque su rostro mostraba cansancio.—Sí, pero sé que esto no ha terminado.Carolina la abrazó, murmurando palabras de consuelo mientras Dante se aferraba a ella.Lisandro, en silencio, observó la escena. Había algo en la fuerza de Inés que lo conmovía profundamente. Aunque sabía que lo que los esperaba no sería fácil, estaba decidido a protegerla, a ella y a Dante, ella había protegido a Carolina y a sus hijos, y ahora les tocaba a ellos devolverle el favor.—Inés, por ahora creo que es mejor que vayas a nuestra casa, allí llevamos a tu hermano y a tu mamá. Allí estarán todos seguros mientras decides qué hacer.El viaje de regreso a la casa de Lisandro y Carolina transcurrió en un silencio tenso. Inés mantenía a Dante abrazado contra su pecho, como si temiera que en cualquier momento pudieran arrebatárselo nuevamente. El niño, agotado por la experiencia traumática, se había quedado dormido poco después de subir al
Enrico y Tomasso se arrastraron hacia la puerta, tosiendo por el humo que rápidamente llenaba la oficina. Las llamas se propagaban con voracidad, consumiendo todo a su paso.—¡Por aquí! —gritó Tomasso, señalando hacia una salida de emergencia.Justo cuando estaban llegando a la puerta, una nueva explosión sacudió la casa. Enrico sintió que algo lo golpeaba en la espalda y cayó al suelo, aturdido.Tomasso lo agarró del brazo arrastrándola fuera de la oficina en llamas. —¡Muévete, jefe! —urgió Tomasso. —¡Levántate! Vienen por nosotros.Sin embargo, Enrico no pudo hacerlo, y la sangre comenzó a empapar su camisa. Un trozo de metralla de la explosión se había incrustado en su espalda.—No puedo... —jadeó Enrico, el dolor nublando su visión. —Vete tú, Tomasso. Sálvate.—Ni lo sueñes, jefe —gruñó Tomasso, pasando el brazo de Enrico sobre sus hombros. —Si tú te quedas, yo me quedo.Las llamas rugían con fuerza, devorando todo, mientras el aire se llenaba del acre olor a humo y el sonido de
Inés sintió que el mundo se detenía por un instante. Las palabras de Lisandro resonaban en su cabeza, pero no lograba procesarlas del todo."Enrico está muerto".—No... no puede ser —murmuró, su voz apenas audible, mientras se llevaba una mano a la boca cubriéndosela. Carolina se acercó rápidamente a su amiga, rodeándola con sus brazos mientras Inés se desplomaba en una silla, el shock evidente en su rostro pálido.—¿Estás seguro, Lisandro? —preguntó Carolina, mirando a su esposo con preocupación.Lisandro asintió gravemente.—Mis fuentes son confiables. La casa de Enrico fue atacada anoche por uno de sus enemigos; al parecer, alguno de sus hombres lo vendieron. Estos llegaron allí disparando bazucas, hubo una explosión y un incendio. Las instalaciones se derrumbaron por completo. No encontraron sobrevivientes.Inés cerró los ojos, tratando de asimilar la noticia. A pesar de todo lo que había pasado entre ellos, a pesar del miedo y el dolor que Enrico le había causado, nunca había de
Inés sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Las palabras de Tomasso resonaban en su cabeza como un eco lejano y aterrador."Dante es el heredero de la mafia".—No —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. No permitiré que mi hijo sea parte de ese mundo.Tomasso la miró con una mezcla de compasión y determinación.—No es una elección, Inés. Es su destino. El legado de Enrico debe continuar, y Dante es el único heredero.Lisandro, que había estado escuchando en silencio, dio un paso adelante.—Creo que no has entendido, Tomasso —dijo con voz firme—. Inés ha dicho que no. Y mientras estén bajo mi protección, nadie va a obligarlos a nada.Tomasso miró a Lisandro, evaluándolo. —Entiendo tu posición, Quintero. Pero esto va más allá de ti o de mí. Hay fuerzas en movimiento que no puedes detener. Si Dante no toma su lugar como heredero, otros vendrán por él. Y no serán tan amables como yo… los van a poner en peligro, lo van a querer sacar del camino, en cambio, yo puedo protegerlo.I
El silencio que siguió a la decisión de Inés fue roto únicamente por el sonido de las voces infantiles en la cocina. Lisandro tomó las riendas de la organización del plan con precisión quirúrgica, asegurándose de que cada detalle estuviera calculado.Lisandro, con su característico temple, le pidió a su suegra quedarse con los niños mientras se reunió con Tomasso, Inés y Carolina al despacho para detallar los pasos a seguir. Sacó un mapa del área montañosa donde se realizaría el supuesto accidente y delineó la ruta del auto. Carolina, aunque angustiada, tomó notas, dispuesta a colaborar en cada aspecto del plan.—Necesitamos un vehículo que no esté vinculado a nosotros, uno que pueda desaparecer sin dejar rastros y dos más para trasladarnos —explicó Lisandro.—Yo me encargaré de eso —respondió Tomasso—. Puedo proporcionar el auto del accidente y asegurarme de que nadie haga preguntas.Mientras tanto, Carolina comenzó a reunir ropa y artículos que ayudarían a Inés y Dante a cambiar de
El sonido de las olas, rompiéndose suavemente contra la orilla, llenaba el aire, mezclándose con las risas de los niños que corrían por la arena. Dante, Izan y Trina competían por construir el castillo de arena más grande, mientras Carolina y Lisandro los observaban desde la sombra de una sombrilla, disfrutando del momento de tranquilidad que tanto habían anhelado.Carolina respiró profundamente, dejando que el aire salado llenara sus pulmones. La playa parecía un oasis en medio de la tormenta que había sido su vida durante las últimas semanas. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía relajarse, aunque fuera solo un poco.Lisandro, sentado a su lado en una silla de playa, mantenía la mirada fija en los niños. Su expresión era serena, pero Carolina podía notar la ligera tensión en sus hombros, un recordatorio de que él nunca dejaba de estar alerta.—Gracias por esto, Lisandro —dijo Carolina, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi un susurro—. No sabes cuánto necesitaba