Inés sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Las palabras de Tomasso resonaban en su cabeza como un eco lejano y aterrador."Dante es el heredero de la mafia".—No —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. No permitiré que mi hijo sea parte de ese mundo.Tomasso la miró con una mezcla de compasión y determinación.—No es una elección, Inés. Es su destino. El legado de Enrico debe continuar, y Dante es el único heredero.Lisandro, que había estado escuchando en silencio, dio un paso adelante.—Creo que no has entendido, Tomasso —dijo con voz firme—. Inés ha dicho que no. Y mientras estén bajo mi protección, nadie va a obligarlos a nada.Tomasso miró a Lisandro, evaluándolo. —Entiendo tu posición, Quintero. Pero esto va más allá de ti o de mí. Hay fuerzas en movimiento que no puedes detener. Si Dante no toma su lugar como heredero, otros vendrán por él. Y no serán tan amables como yo… los van a poner en peligro, lo van a querer sacar del camino, en cambio, yo puedo protegerlo.I
El silencio que siguió a la decisión de Inés fue roto únicamente por el sonido de las voces infantiles en la cocina. Lisandro tomó las riendas de la organización del plan con precisión quirúrgica, asegurándose de que cada detalle estuviera calculado.Lisandro, con su característico temple, le pidió a su suegra quedarse con los niños mientras se reunió con Tomasso, Inés y Carolina al despacho para detallar los pasos a seguir. Sacó un mapa del área montañosa donde se realizaría el supuesto accidente y delineó la ruta del auto. Carolina, aunque angustiada, tomó notas, dispuesta a colaborar en cada aspecto del plan.—Necesitamos un vehículo que no esté vinculado a nosotros, uno que pueda desaparecer sin dejar rastros y dos más para trasladarnos —explicó Lisandro.—Yo me encargaré de eso —respondió Tomasso—. Puedo proporcionar el auto del accidente y asegurarme de que nadie haga preguntas.Mientras tanto, Carolina comenzó a reunir ropa y artículos que ayudarían a Inés y Dante a cambiar de
El sonido de las olas, rompiéndose suavemente contra la orilla, llenaba el aire, mezclándose con las risas de los niños que corrían por la arena. Dante, Izan y Trina competían por construir el castillo de arena más grande, mientras Carolina y Lisandro los observaban desde la sombra de una sombrilla, disfrutando del momento de tranquilidad que tanto habían anhelado.Carolina respiró profundamente, dejando que el aire salado llenara sus pulmones. La playa parecía un oasis en medio de la tormenta que había sido su vida durante las últimas semanas. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía relajarse, aunque fuera solo un poco.Lisandro, sentado a su lado en una silla de playa, mantenía la mirada fija en los niños. Su expresión era serena, pero Carolina podía notar la ligera tensión en sus hombros, un recordatorio de que él nunca dejaba de estar alerta.—Gracias por esto, Lisandro —dijo Carolina, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi un susurro—. No sabes cuánto necesitaba
Las palabras de Lisandro enviaron un escalofrío por la espalda de Carolina. Se apartó ligeramente para mirarlo a los ojos, encontrando en ellos un deseo ardiente que hizo que su corazón se acelerara.—¿Aquí afuera? ¿En esta terraza? —susurró, mirando alrededor nerviosamente. Lisandro sonrió, acariciando suavemente su mejilla.—Los niños están dormidos, y estamos completamente solos. Nadie nos verá.Carolina sintió cómo el calor se extendía por su cuerpo ante la idea. La brisa marina acariciaba su piel, mezclándose con el aroma de Lisandro, creando una combinación embriagadora.—Está bien —accedió finalmente, su voz apenas audible.Lisandro no necesitó más invitación. Con un movimiento suave, pero firme, la atrajo hacia sí y capturó sus labios en un beso apasionado. Carolina respondió con igual fervor, sus manos deslizándose por el cuello de Lisandro hasta enredarse en su cabello.Las manos de Lisandro recorrieron el cuerpo de Carolina, memorizando cada curva, cada textura. Con delica
Seis meses después. Las luces de la mañana se filtraban a través de las rendijas de las cortinas que tenían las grandes ventanas de la habitación matrimonial de la lujosa mansión, mientras Carolina se acurrucaba junto a Lisandro en la cama, con la cabeza apoyada en el hombro de él. —No puedo creer lo perfecto que es todo, a veces tengo la sensación de estar en un sueño —, murmuró Carolina, con sus ojos azules mirando a Lisandro con adoración. Él sonrió, pasándole los dedos por el pelo oscuro en cascada. —Pues no mi hermosa, esto es la realidad, tú, yo y nuestros pequeños más unidos y felices que nunca… lo merecíamos después de tantas situaciones difíciles. —Lo sé… aunque a veces quisiera que Inés también pudiera ser feliz, es una buena chica y se merece lo mejor… sabes lo difícil que es para ella estar lejos de Dante… me parte el alma —dijo con un suspiro Carolina. —Te prometo que pronto va a estar con nosotros… pero no podemos bajar la guardia, porque no sabemos si los enemigos
Carolina caminaba hacia su auto, sumida en sus pensamientos sobre el nuevo trabajo y lo mucho que habían mejorado las cosas en los últimos meses. Estaba tan distraída que no notó la figura sombría que la observaba desde un auto estacionado al otro lado de la calle. Mientras abría la puerta de su vehículo, su teléfono comenzó a sonar. Era Lisandro.—Hola, mi amor —respondió con una sonrisa— ¿Cómo estás?“Bien, cariño. ¿Cómo te fue en la reunión?”, preguntó Lisandro.—¡Excelente! Firmé el contrato y empiezo mañana, el horario es flexible, así que podemos entre los dos cuidar a los niños. Estoy tan emocionada, Lisandro. Gracias por apoyarme en esto.“Me alegro mucho por ti, te lo mereces. ¿Qué te parece si salimos a cenar fuera para celebrar?” —Suena perfecto. Te amo.“Y yo a ti. Ten cuidado al conducir, nos vemos en casa”. Carolina colgó y encendió el auto, comenzó a conducir a la casa, sin percatarse de que el vehículo que la vigilaba arrancaba para seguirla discretamente.Mientras
La mañana siguiente llegó con un cielo nublado, reflejando el estado de ánimo de Lisandro. Se despertó antes que Carolina, sintiendo un peso en el pecho que no podía ignorar. A pesar de que había decidido hacerse un chequeo médico, la idea de dejar a su familia en un momento de vulnerabilidad lo inquietaba; además, temía que la enfermedad hubiese vuelto. Se levantó de la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido para no despertar a su esposa, y se dirigió a la cocina.Mientras preparaba un café, su mente divagaba entre los peligros que acechaban y la necesidad de proteger a su familia. La imagen de Genoveva, manipuladora y astuta, se cernía sobre él como una sombra. Sabía que no podía subestimar a su madre, y que cada movimiento que hacía debía ser calculado.El aroma del café llenó la cocina, y mientras lo servía, escuchó pasos detrás de él. Carolina apareció, con el cabello desordenado y una mirada de preocupación en sus ojos.—Buenos días, amor. ¿Cómo te sientes? —preguntó, ace
El día avanzaba y Carolina se sentía cada vez más emocionada por su primer proyecto en la nueva empresa. Había puesto su corazón y alma en la campaña publicitaria, y estaba ansiosa por presentarla al equipo. Sin embargo, la sensación de que algo no estaba bien seguía acechando en su mente, como una sombra que no podía ignorar.Mientras tanto, Lisandro se encontraba en casa, intentando concentrarse en su trabajo a pesar de la ansiedad que lo invadía. Había decidido no dejar que la preocupación por su salud lo detuviera, pero cada vez que pensaba en los resultados de los análisis, su mente se llenaba de dudas. El teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Era Carolina.“¡Hola, amor!”, dijo ella, su voz llena de energía. “Estoy a punto de presentar la campaña. Estoy un poco nerviosa, pero creo que todo saldrá bien”.—Estoy seguro de que lo harás increíble —respondió Lisandro, tratando de ocultar su propia inquietud—. ¿Cómo te sientes?“Un poco ansiosa, pero emocionada. Quiero que l