Inés quedó congelada en el umbral de la puerta, sus ojos recorriendo la escena caótica. Carolina y Lisandro estaban allí, rodeados por la desesperación de una situación que no podía ignorar. Su madre y su hermano estaban sentados, con vendas en la frente, y algo en sus ojos les daba un aire de confusión y miedo.—¿Qué… qué pasó aquí? —preguntó Inés, su voz, apenas un susurro, temerosa de escuchar lo que ya temía.Carolina se acercó a ella, con una expresión que mezclaba tristeza y alivio. Sus ojos brillaban con lágrimas reprimidas mientras extendía una mano hacia Inés, pero no llegó a tocarla.—Inés... lo siento tanto... —dijo Carolina, su voz quebrada por la angustia.Inés, con el corazón acelerado, giró hacia ella, su mente frenética, tratando de comprender la magnitud de lo que le estaba diciendo.—¡¿Dante?! —susurró, su cuerpo temblando mientras daba unos pasos hacia la sala, sus ojos fijos en los rostros familiares, pero vacíos. ¡Como si ya no fueran los mismos! Como si todo lo
Lisandro sintió que la sangre se le helaba ante las palabras de Enrico. Por un momento, se quedó sin habla, dividido entre su deseo de justicia y el instinto de proteger a su madre, a pesar de todo."Vas a ser huérfano de madre". Las palabras resonaban en su mente, cargadas de una amenaza que no podía ignorar.Finalmente, logró encontrar su voz.—Entiendo tu rabia, Enrico —dijo con firmeza—. Pero no permitiré que tomes la justicia por tu mano. Si mi madre está detrás de esto, pagará por sus crímenes, pero ante la ley.Enrico soltó una risa amarga.—¿La ley? —escupió con desdén—. La ley nunca hace nada contra alguien como tu madre. Ellos siempre lo compran todo. La gente como ella siempre se sale con la suya.—No, esta vez —insistió Lisandro—. Hay pruebas de su culpabilidad, no escapará de la justicia. Pero necesitamos pruebas primero.Inés, que había estado observando el intercambio en silencio, intervino.—Por favor —suplicó, su voz quebrada por la angustia—. Lo único que importa aho
Enrico condujo a toda velocidad hacia el lugar de la reunión con Genoveva, mientras Inés se aferraba al asiento, su mente llena de preocupación por Dante. Cuando llegaron al restaurante Il Giardino, Enrico entró a una especie de garaje cerrado, se detuvo y miró a Inés. —Quédate aquí, —ordenó. —Yo me encargaré de esto. —De ninguna manera, —respondió Inés con firmeza. —Voy contigo. Necesito ver a esa mujer cara a cara. Enrico volteó los ojos. —No lo harás, seré yo quien hable con ella, si te ve a ti, quizás ya no quiera decir nada. Deja que haga las cosas a mi modo. Si quiere entrar, yo la paso a un privado y tú nos ves a través de las cámaras para que sepa lo que pasa. Inés miró a Enrico con frustración, pero sabía que tenía razón. Asintió de mala gana. —Está bien, pero quiero escuchar todo lo que diga esa mujer. Enrico asintió. —Lo harás, ahora vamos, pero no hagas nada estúpido. —¿Este lugar es tuyo? —preguntó de pronto con curiosidad. Enrico esbozó una sonrisa enigmática.
Mientras tanto, en el otro auto, donde Lisandro y Carolina, iban con el hermano y la madre de Carolina, continuaban con su propia búsqueda. En ese momento el teléfono de Lisandro sonó, interrumpiendo el tenso silencio.—¿Sí? —respondió, activando el altavoz."Señor Quintero", dijo la voz de uno de sus hombres. "Hemos rastreado la actividad reciente de su madre. Parece que tiene una reunión programada esta noche en el restaurante Il Giardino" Lisandro frunció el ceño.—¿Una reunión? ¿Con quién?"No lo sabemos con certeza, señor. Pero nuestras fuentes sugieren que podría ser con alguien peligroso."Carolina miró a Lisandro con preocupación.—¿Crees que podría ser con Enrico y estar relacionado con Dante? —le preguntó y Lisandro asintió lentamente.—Es posible. Tenemos que averiguarlo —prestó de nuevo atención a su llamada y dio una orden—, averigüen con quien, ofrézcanle más dinero a sus hombres para que hablen e infórmenme. Entretanto, Enrico observó a Genoveva con una calma inquietan
El sol ya comenzaba a ponerse, lanzando un brillo naranja sobre el paisaje mientras Genoveva avanzaba hacia la puerta. Enrico la seguía de cerca, sus pasos calculados, sus ojos vigilantes. La tensión entre ellos era palpable; Genoveva sabía que cualquier movimiento en falso, cualquier palabra equivocada, podría ser su última. Los hombres de Enrico la flanqueaban, observándola como si fuera una pieza más en el juego, dispuestos a intervenir si la situación lo requería.A medida que se acercaban al vehículo, Enrico se detuvo y la miró fijamente.—Recuerda lo que dijiste, Genoveva —dijo con voz grave, casi un susurro—. Si esto es una trampa, no solo será tu vida la que pague el precio… también soy capaz de matar a todos quienes más quieres, así que no juegues conmigo.—Lo sé, Enrico —respondió ella, apenas audiblemente, sin atreverse a mirar al grupo de hombres que la rodeaban —. ¿Crees que te engañaría? ¡Pues no! No voy a poner en riesgo a mi marido y a mi hijo —pronunció la mujer sin
Enrico avanzó rápidamente hacia la cabaña, con el corazón latiendo aceleradamente en su pecho. Sus hombres lo seguían de cerca, armas en mano, listos para cualquier eventualidad. Mientras se acercaban, el silencio que envolvía el lugar era casi opresivo, roto solo por el crujir de las hojas secas bajo sus pies. Al llegar a la puerta de la cabaña, Enrico hizo una señal a sus hombres para que se prepararan. Con un movimiento rápido, derribó la puerta de una patada y entró, su arma apuntando hacia adelante. El interior de la cabaña estaba oscuro y polvoriento. Los rayos del sol poniente se filtraban por las ventanas sucias, iluminando débilmente el espacio. Enrico escaneó rápidamente la habitación, buscando cualquier señal de su hijo. —¡Dante! —gritó, su voz resonando en las paredes vacías. No hubo respuesta. Enrico y sus hombres registraron meticulosamente cada rincón de la cabaña, pero no encontraron nada más que muebles viejos y polvo. No había señales de que alguien hubiera esta
La tensión en el aire era palpable mientras todos miraban expectantes a Inés. Ella sintió el peso de la decisión sobre sus hombros, consciente de que lo que dijera a continuación cambiaría el curso de sus vidas.Inés miró a su hijo, que la observaba con ojos curiosos y confundidos. Luego, su mirada se posó en Carolina, su mejor amiga, que le ofrecía seguridad y apoyo incondicionales. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de Enrico, el hombre que tanto miedo le había causado en el pasado, pero que acababa de arriesgar su vida para salvar a su hijo.Respiró profundamente antes de hablar.—Enrico, —comenzó, su voz firme a pesar del temblor en sus manos—, —agradezco lo que has hecho por Dante. Nunca podré pagarte por haberlo salvado. Pero...Se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas. —Pero no puedo irme contigo así, lo que Dante necesita es estabilidad y seguridad y tú no puedes dármela.Enrico frunció el ceño, claramente descontento con sus palabras. —Bianca, —dijo, u
—¿Estás bien? —le preguntó Carolina, acercándose a ella.Inés asintió, aunque su rostro mostraba cansancio.—Sí, pero sé que esto no ha terminado.Carolina la abrazó, murmurando palabras de consuelo mientras Dante se aferraba a ella.Lisandro, en silencio, observó la escena. Había algo en la fuerza de Inés que lo conmovía profundamente. Aunque sabía que lo que los esperaba no sería fácil, estaba decidido a protegerla, a ella y a Dante, ella había protegido a Carolina y a sus hijos, y ahora les tocaba a ellos devolverle el favor.—Inés, por ahora creo que es mejor que vayas a nuestra casa, allí llevamos a tu hermano y a tu mamá. Allí estarán todos seguros mientras decides qué hacer.El viaje de regreso a la casa de Lisandro y Carolina transcurrió en un silencio tenso. Inés mantenía a Dante abrazado contra su pecho, como si temiera que en cualquier momento pudieran arrebatárselo nuevamente. El niño, agotado por la experiencia traumática, se había quedado dormido poco después de subir al