Inés sintió que su corazón se aceleraba al ver la mirada intensa de Enrico recorriendo su cuerpo desnudo. Una parte de ella quería cubrirse inmediatamente, pero otra parte, la parte que estaba desesperada por encontrar una salida, vio una oportunidad.Con movimientos deliberadamente lentos, Inés se agachó para recoger la toalla, asegurándose de que Enrico tuviera una vista completa de su cuerpo. Cuando se incorporó, envolvió la toalla alrededor de sí misma lentamente, pero no demasiado apretada.—Enrico, —dijo con voz suave, intentando ocultar el temblor en su tono. —No sabía que estabas aquí.Enrico dio un paso hacia ella, sus ojos aún fijos en su cuerpo.—Bianca, —gruñó, usando su antiguo nombre. —¿Qué crees que estás haciendo? ¿Tan rápido te recuperaste?Su pregunta hizo que Inés tragara saliva, sabiendo que estaba jugando un juego peligroso. Pero si podía distraer a Enrico, tal vez podría ganar algo de tiempo o incluso una oportunidad de escapar.—Solo me estaba duchando, y mis he
—Siéntate —dijo Enrico, señalando la cama con un gesto firme, pero no agresivo.Inés, que había estado de pie a un lado de la habitación, dudó por un momento antes de sentarse en el borde del colchón. El aire estaba cargado de tensión, una tensión que había ido creciendo desde que Enrico había entrado en la habitación sin previo aviso.Ella lo observó con cautela, intentando descifrar sus intenciones. Sabía que lo que estaba por decirle no iba a ser fácil, pero también entendía que había algo más grande en juego. Algo que ya no podría ignorar por mucho tiempo.Enrico, por su parte, no se movió. Su mirada estaba fija en ella, como si estuviera evaluando cada uno de sus gestos. Al principio, había pensado que sus emociones lo traicionarían, que su rabia lo llevaría a estallar de un momento a otro. Pero no. Su voz, aunque grave, permanecía sorprendentemente calmada.—He estado pensando —comenzó, rompiendo el silencio con palabras medidas—. Quizás hemos empezado con el pie izquierdo.Inés
Las palabras de Inés quedaron suspendidas en el aire, cargadas de determinación y desesperación. Enrico la miró fijamente, su rostro una máscara impenetrable.—Deja el drama, Inés —dijo, finalmente, su voz fría y controlada—. Si te hubiese querido matar, te habría dejado que te desangraras y con eso hubiese sido suficiente para deshacerme de ti, pero ya te dije que no quiero que el día de mañana mi hijo me acuse de haber acabado con la vida de su madre.Dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos. Inés tuvo que luchar contra el impulso de retroceder.—Sin embargo, quiero que me escuches bien —continuó Enrico—. No voy a permitir que sigas manteniendo a mi hijo alejado de mí. Tengo derecho a ser parte de su vida, y lo seré, con o sin tu consentimiento. Tú y yo tenemos un contrato, tal vez lo haga valer y te demande por incumplimiento —señaló en tono amenazante Inés sintió que la rabia bullía en su interior, pero si él pensó que la iba a intimidar, eso no ocurrió. Ella lo
Lisandro aflojó su agarre, pero no la soltó por completo. Andrea tosió un poco antes de comenzar a hablar.—Ella puede hacerme algo… tengo miedo.—Pues deberías temer también de mí, porque te juro que puedo llegar a ser peor que mi madre... así que habla antes de que me arrepienta de darte otra oportunidad —siseó con furia, y la mujer pudo ver en sus ojos su determinación y que si no hablaba él iba a cumplir su amenaza.—Ella me ordenó que secuestrara a Trina. Dijo que era la única forma de hacer que Carolina y tú no hablaran y descubrieran lo que hizo en el pasado para separarlos… aunque yo no estaba convencida, me amenazó. Dijo que si no lo hacía, se encargaría de arruinarme a mí y mi familia… mandó a unos hombres para que me golpearan, y de esa manera yo fingiera que habíamos sido atacados por otros… mientras dejaban a Trina en el muelle abandonado.Lisandro la escuchaba atentamente, su rostro, una máscara de furia contenida, apretó las manos a un lado de su cuerpo, tratando de con
Inés se movió con dificultad, por lo que a ella le parecieron horas, aunque tan solo habían sido minutos. Le dolía el pie, debió tomar un palo que usó como bastón para ayudarse a movilizar su corazón, latiendo desbocado en su pecho. Cada sonido la sobresaltaba, temiendo que en cualquier momento Enrico o sus hombres la alcanzaran. Pero siguió adelante, impulsada por el deseo desesperado de libertad y el anhelo de volver a ver a su hijo.Finalmente, exhausta, dolorida y desorientada, llegó a lo que parecía ser una carretera secundaria. El cielo ya comenzaba a aclararse, anunciando el amanecer. Inés se detuvo, jadeando, sudando, tratando de decidir qué hacer a continuación. En ese momento, vio las luces de un vehículo acercándose. Sin pensarlo dos veces, se paró en medio de la carretera, agitando uno de sus brazos frenéticamente. El auto frenó bruscamente a pocos metros de ella.—¡Por favor, ayúdeme! —gritó Inés, acercándose a la ventanilla del conductor. La puerta se abrió e Inés pudo
Inés quedó congelada en el umbral de la puerta, sus ojos recorriendo la escena caótica. Carolina y Lisandro estaban allí, rodeados por la desesperación de una situación que no podía ignorar. Su madre y su hermano estaban sentados, con vendas en la frente, y algo en sus ojos les daba un aire de confusión y miedo.—¿Qué… qué pasó aquí? —preguntó Inés, su voz, apenas un susurro, temerosa de escuchar lo que ya temía.Carolina se acercó a ella, con una expresión que mezclaba tristeza y alivio. Sus ojos brillaban con lágrimas reprimidas mientras extendía una mano hacia Inés, pero no llegó a tocarla.—Inés... lo siento tanto... —dijo Carolina, su voz quebrada por la angustia.Inés, con el corazón acelerado, giró hacia ella, su mente frenética, tratando de comprender la magnitud de lo que le estaba diciendo.—¡¿Dante?! —susurró, su cuerpo temblando mientras daba unos pasos hacia la sala, sus ojos fijos en los rostros familiares, pero vacíos. ¡Como si ya no fueran los mismos! Como si todo lo
Lisandro sintió que la sangre se le helaba ante las palabras de Enrico. Por un momento, se quedó sin habla, dividido entre su deseo de justicia y el instinto de proteger a su madre, a pesar de todo."Vas a ser huérfano de madre". Las palabras resonaban en su mente, cargadas de una amenaza que no podía ignorar.Finalmente, logró encontrar su voz.—Entiendo tu rabia, Enrico —dijo con firmeza—. Pero no permitiré que tomes la justicia por tu mano. Si mi madre está detrás de esto, pagará por sus crímenes, pero ante la ley.Enrico soltó una risa amarga.—¿La ley? —escupió con desdén—. La ley nunca hace nada contra alguien como tu madre. Ellos siempre lo compran todo. La gente como ella siempre se sale con la suya.—No, esta vez —insistió Lisandro—. Hay pruebas de su culpabilidad, no escapará de la justicia. Pero necesitamos pruebas primero.Inés, que había estado observando el intercambio en silencio, intervino.—Por favor —suplicó, su voz quebrada por la angustia—. Lo único que importa aho
Enrico condujo a toda velocidad hacia el lugar de la reunión con Genoveva, mientras Inés se aferraba al asiento, su mente llena de preocupación por Dante. Cuando llegaron al restaurante Il Giardino, Enrico entró a una especie de garaje cerrado, se detuvo y miró a Inés. —Quédate aquí, —ordenó. —Yo me encargaré de esto. —De ninguna manera, —respondió Inés con firmeza. —Voy contigo. Necesito ver a esa mujer cara a cara. Enrico volteó los ojos. —No lo harás, seré yo quien hable con ella, si te ve a ti, quizás ya no quiera decir nada. Deja que haga las cosas a mi modo. Si quiere entrar, yo la paso a un privado y tú nos ves a través de las cámaras para que sepa lo que pasa. Inés miró a Enrico con frustración, pero sabía que tenía razón. Asintió de mala gana. —Está bien, pero quiero escuchar todo lo que diga esa mujer. Enrico asintió. —Lo harás, ahora vamos, pero no hagas nada estúpido. —¿Este lugar es tuyo? —preguntó de pronto con curiosidad. Enrico esbozó una sonrisa enigmática.