Lisandro y Carolina se dirigieron rápidamente hacia el muelle mencionado en la llamada. La adrenalina corría por sus venas mientras él conducía a toda velocidad, porque cada segundo contaba.Cuando llegaron, aún los hombres no habían llegado, pero ellos dos empezaron la búsqueda.—Tú vas a la izquierda y yo a la derecha, en cinco minutos nos volvemos a encontrar aquí.Así lo hicieron, comenzaron a buscar, mientras no dejaban de llamar a la pequeña.—¡Trina! ¿Dónde estás? —gritó Lisandro mientras no dejaba de observar en cada rincón. Cada minuto que pasaba su ansiedad aumentaba.Lisandro y Carolina recorrían frenéticamente el muelle abandonado, sus voces resonando en la oscuridad mientras llamaban a Trina. El frío viento nocturno azotaba sus rostros, pero apenas lo notaban, concentrados únicamente en encontrar a la pequeña.—¡Trina! ¡Trina, mi amor! Mi pequeña princesa, grita algo ¿Dónde estás mi corazón? —gritó Carolina, su voz quebrándose por la desesperación. Lisandro escudriñaba c
Carolina estaba absorta en la mirada de su hija, acariciando su frente, aliviada de tenerla de vuelta, aunque fuera en una cama de hospital. Mientras tanto, Lisandro las miraba, con una mezcla de ternura y anhelo en su corazón. De repente, Trina giró la cabeza hacia Lisandro, sus ojos aún llenos de sueño, pero con un destello de curiosidad.—¡Ven para que conozcas a mi princesa! —dijo Carolina con una voz suave, señalando a Lisandro.Trina lo miró, sus ojos grandes y brillantes, llenos de inocencia. Lisandro sintió que su pecho se llenaba de una calidez indescriptible. Con un paso vacilante, se acercó a la cama, sintiendo que cada movimiento contaba.—Hola, pequeña —dijo Lisandro, sonriendo. A pesar de la situación, había algo reconfortante en la forma en que Trina lo miraba.La niña se quedó mirando a Lisandro embobada, con una expresión de admiración en su rostro. —Hola, eres mi salvador y ¡Eres muy guapo! —exclamó, lo que provocó que Carolina y Lisandro se miraran sorprendidos y
Lisandro observó al pequeño Izan, sintiendo una extraña mezcla de admiración y familiaridad ante su determinación. Decidió responder con honestidad.—Tienes razón, Izan. Mereces una explicación, —dijo Lisandro con voz suave pero firme. —Cometí un error al llevarme a tu madre sin su permiso. Estaba enojado y celoso, porque se comprometió con ese Eliot, cuando yo la amo y actué mal. En cuanto a la mujer que se llevó a tu hermana, te aseguro que no tenía mi aprobación para hacer algo así. Estoy tan molesto como tú por lo que hizo… y voy a investigar todo, y si la justificación que ella dio es mentira, te juro que lo va a pagar.Izan lo miró fijamente, como evaluando la sinceridad de sus palabras. Después de un momento, asintió levemente.—Está bien. Me gusta que me mires a los ojos… Eliot nunca lo hace… no me mira a los ojos… voy a aceptar tus palabras, pero si vuelves a lastimar a mi mamá o tu amiga, lástima a mi hermana, te las verás conmigo —advirtió el niño con seriedad.Lisandro no
Carolina caminó con paso firme hacia el auto de Lisandro, dejando atrás a un Eliot atónito y furioso.—Esto no voy a perdonártelo —gruñó Eliot, apretando los puños a un lado de su cuerpo.Lisandro la siguió rápidamente, lanzando una última mirada de advertencia a Eliot antes de subir al vehículo. Una vez dentro del auto, el silencio los envolvió. Carolina miraba por la ventana, su mente un torbellino de emociones. Lisandro la observaba de reojo, inseguro de cómo proceder.Finalmente, fue Carolina quien rompió el silencio.—Gracias por defenderme —dijo en voz baja, sin mirarlo directamente.Lisandro asintió, sus manos apretando el volante.—No tienes que agradecerme. Él no puede hablarte de esa manera porque eres mi mujer.Carolina se giró para mirarlo, sus ojos brillantes con lágrimas contenidas. Por un momento, no dijo nada.—Lisandro, necesitamos hablar. De verdad. Hay tantas cosas que no entiendo, tantas mentiras entre nosotros... pero quiero primero descansar. Han sido tantas cosa
Inés luchó con todas sus fuerzas contra los hombres que la sujetaban, pero era inútil. Eran demasiado fuertes para ella.—¡Suéltenme! ¡Auxilio! —gritó desesperada, pero sus gritos se perdieron en la soledad del lugar.Genoveva se acercó a ella con una sonrisa cruel en el rostro.—Vaya, vaya. Parece que tenemos una pequeña espía —dijo con voz fría—. ¿Qué vamos a hacer contigo? Pero antes respóndeme: ¿Quién eres tú?Uno de los hombres le respondió.—Ella es Inés Martínez, la mejor amiga de Carolina.Inés la miró con odio.—No se saldrá con la suya. Carolina y Lisandro sabrán la verdad… es usted una vieja desgraciada… ¿Cómo fue capaz de hacerle daño a su propia sangre?Genoveva soltó una carcajada.—¿Y quién se los dirá? ¿Tú? Me temo que no estarás en condiciones de hablar con nadie por un buen tiempo.Con un gesto, ordenó a sus hombres que metieran a Inés en una camioneta negra que acababa de llegar. Inés forcejeó y gritó, pero fue en vano. La metieron a la fuerza en el vehículo.—Lléve
Inés se encontraba atrapada en la camioneta, sus manos atadas y la cabeza llena de pánico. Los hombres la miraban con desprecio, sin la intención de mostrar compasión alguna.—¡Déjenme ir! —gritó, forcejeando contra las cuerdas que la mantenían inmóvil.Uno de ellos se giró, su mirada fría y sin emociones.—Cálmate, mujer. No te hará bien resistir.Inés dejó escapar un suspiro de frustración. La desesperación le invadía el pecho, y el miedo a lo que podría sucederle era abrumador.Genoveva se había asegurado de que no pudiera comunicarse con nadie. Mientras tanto, la mujer iba en camino hacia la casa de campo; sin embargo, no podía estar tranquila.“¿Cómo era posible que ese niño se pareciera tanto a su hijo? ¡No podía ser!”, pensó sin poder creer cómo, a pesar de que le había pagado al doctor Tabares, los niños estaban allí. “¿Será posible que me haya engañado? ¿Qué ese hombre me haya traicionado?”—Orto, debes buscar al médico Tabares, necesito interrogarlo —expresó.Pese a su mole
Mientras iban camino al hospital, Carolina comenzó a marcarle a Inés; sin embargo, cada intento que hacía para comunicarse era infructuoso. El celular salía apagado, aumentando la preocupación de la mujer.—Lisandro, algo debió pasarle a Inés, porque ella nunca deja sin responderme una llamada. Si en el momento no puede hacerlo, al minuto me marca —respondió con preocupación.—No te preocupes, vamos a averiguar qué le pasó, además, esperemos si se comunica contigo.Sin embargo, los minutos pasaron y no recibió ninguna llamada, lo que angustiaba más a Carolina. Lisandro se apresuró a conducir al hospital, mientras que Carolina sentía la ansiedad creciendo con cada segundo que pasaba. El silencio en el auto era tenso, ambos sumidos en sus propios pensamientos y preocupaciones.Cuando llegaron, corrieron hacia la habitación de Trina. María los recibió con una expresión de alivio en su rostro.—¡Gracias a Dios que están aquí! —exclamó.Carolina se acercó rápidamente a la cama de su hija,
Inés sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. La amenaza de Genoveva era real y aterradora. Por un momento, se quedó sin palabras, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una salida. La posibilidad de perder a su familia y a su hijo por el simple hecho de conocer la verdad le parecía cada vez más concreta.—¿Cómo...? ¿Cómo sabes eso? —Logró preguntar, finalmente, su voz, apenas un susurro. No podía creer que, tras tanto tiempo, su vida pudiera colapsar de esa manera tan rápida y cruel.Genoveva sonrió con satisfacción, claramente disfrutando de la tensión que se generaba en el aire.—Tengo mis recursos, querida. No llegué a donde estoy sin saber cómo obtener información valiosa —dijo, jugando con las palabras mientras observaba a Inés con una frialdad inquietante—. Ahora, la pregunta es: ¿estás dispuesta a arriesgar la vida de tu hermano, la tuya y la de tu hijo, solo para contar una verdad que, francamente, no cambiará nada? Por cierto, me encanta la casita que le