El disparo resonó por toda la finca, atrayendo la atención de todos los presentes. El instructor yacía en el suelo, sujetándose el brazo herido mientras gemía de dolor. Inés, aún en shock, se debatía entre ayudarlo y enfrentar a Enrico.Bajó del caballo rápidamente, su corazón latiendo con fuerza. Apenas podía procesar lo que acababa de suceder. El hombre que acababa de ser herido se retorcía en el suelo, sujetándose el brazo con una mezcla de miedo y dolor. La mirada de Enrico, fría y calculadora, parecía desafiarla a decir algo.—¡¿Te has vuelto loco?! —gritó Inés, dando un paso hacia él, sus ojos llenos de furia y confusión.Enrico no apartó la mirada, ni siquiera pudo responderle, su mandíbula apretada con una calma perturbadora.—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! —gritó Inés, su voz temblando de rabia y miedo.Enrico, con el arma aún en la mano, la miró con una expresión fría y calculadora.—Recordándote cuál es tu lugar, querida —respondió con una calma escalofriante—. Y
El ambiente en la casa de Carolina y Lisandro era sofocante. La tensión que flotaba en el aire era tan espesa que parecía capaz de cortar con un cuchillo. María, sentada en el sofá de la sala de estar con las manos entrelazadas nerviosamente, miraba a su hija de reojo, buscando una señal de apertura. Sin embargo, a Carolina no le daba ni un resquicio de oportunidad. Carolina había pasado parte de la mañana revisando unos documentos de trabajo en la mesa de la sala de estar, su expresión rígida y seria, claramente enfocada en ignorar cualquier intento de conversación. Sus movimientos eran deliberadamente ruidosos, como si quisiera dejar claro que no estaba dispuesta a ceder ni un centímetro.María suspiró profundamente, incapaz de soportar más el silencio. Decidió intentar una vez más. Se levantó y caminó lentamente hacia la mesa donde estaba su hija. —Carolina, cariño… ¿Podemos hablar? —preguntó con voz temblorosa, deteniéndose a un par de pasos de la mesa.Carolina levantó la mirad
Enrico estaba a punto de seguir a Inés, cuando Liliana apareció frente a él, bloqueando su camino con una sonrisa coqueta que él ya encontraba más irritante que seductora.—¿Qué pasa, mi amor? ¿Por qué tanta prisa? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza mientras jugueteaba con el borde de su cabello.Enrico apretó la mandíbula, tratando de contener su creciente frustración. —Ya basta, Liliana. Apártate. No estoy de humor para tus juegos, y si piensas que vas a venir aquí a complicar las cosas más entre Inés y yo, estás muy equivocada, porque no voy a permitírtelo —respondió con firmeza, su mirada helada.Liliana no se movió. En lugar de eso, su sonrisa se ensanchó y dio un paso más cerca, levantando una mano para acariciar el brazo de Enrico.—¿Complicar las cosas? Por favor, Enrico, tú y yo tenemos una historia. Sabes que hay atracción entre nosotros. Siempre la ha habido y por lo que acabo de ver lo que tienes con esa mujer no es real, su matrimonio es una farsa, dicho por ell
Enrico subió las escaleras de la mano de su hijo, decidido a lograr que las cosas entre él e Inés mejoraran, y si su hijo podía ayudarlo mejor, después de todo era por la tranquilidad y felicidad de los tres.No pudo evitar esbozar una leve sonrisa, porque era la primera mujer que no caía de rodillas ante sus deseos. Inés era diferente, no le tenía miedo, le decía lo que pensaba y le resbalaba si él era mafioso, no lo trataba con temor, todo lo contrario vivía retándolo constantemente.Cada paso resonaba en el silencio de la casa, y aunque su mente estaba llena de posibles maneras de disculparse con Inés, sabía que nada funcionaría si ella no le daba una oportunidad. Al llegar frente a la puerta de su habitación, levantó la mano para tocar, pero se detuvo un instante, respirando hondo antes de golpear suavemente.Desde el otro lado de la puerta, la respuesta fue inmediata y cargada de furia.—¡Vete al diablo, Enrico! No quiero verte ni escucharte. Déjame en paz. ¡Vete con tu amante!L
Inés rodó los ojos, cruzó los brazos y miró a Enrico con una mezcla de enojo y frustración.—¿En serio, Enrico? ¿Ahora usas a nuestro hijo para manipularme? —preguntó, su tono lleno de reproche.—No fue manipulación, Inés. Solo necesitaba que me dieras una oportunidad para explicarme, y sabía que Dante es la única persona en el mundo que tú siempre escuchas —respondió, levantando las manos en señal de rendición.—Lo que sea, Enrico. Solo asegúrate de que Dante pase un buen rato. Porque si haces algo para arruinar esto, no solo tendrás que lidiar conmigo, sino también con tu hijo —dijo, antes de entrar en su habitación para cambiarse.Enrico la observó entrar, sin poder contener una sonrisa de satisfacción en su rostro. Sabía que aún quedaba mucho trabajo por hacer, pero al menos había dado un paso en la dirección correcta. Y todo gracias a su pequeño aliado. *****En el parque, Dante corría de un lado a otro, emocionado por estar con ambos padres. Enrico e Inés caminaban a cierta dis
Inés lo fulminó con la mirada, claramente furiosa por la situación en la que la estaba poniendo. Sin embargo, Dante la miraba con tanta esperanza que finalmente dejó escapar un suspiro de resignación.—¡Esto es solo por Dante! —aclaró, apuntándolo con un dedo antes de volverse hacia Enrico.Enrico asintió solemnemente, pero sus labios ya tenían una sonrisa contenida.Inés se acercó a él, y con rapidez, le dio un beso breve y seco en los labios. Pero antes de que pudiera retirarse del todo, él la tomó por la cintura y profundizó el beso dejándola casi sin aliento. Ella quería sumirse en el deleite de sus labios, sin embargo, se apartó como si quemara.—¿Contento, Dante? —preguntó, girándose hacia su hijo, quien ahora saltaba de alegría.—¡Sí! Ahora sí parecen unos verdaderos papá y mamá —dijo Dante, corriendo hacia ellos para abrazarlos a ambos.Enrico aprovechó el abrazo para deslizar un brazo alrededor de la cintura de Inés, acercándola un poco más mientras ella intentaba apartarse s
Enrico finalmente rompió el silencio, su voz tensa.—Sí, Carolina es mi hermana menor, —confirmó, su voz cargada de una mezcla de emociones.Inés miró entre los dos, claramente sorprendida por la revelación. —Pero... ¿Cómo? ¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó, dirigiéndose a Carolina.Carolina suspiró profundamente. —Porque yo tampoco lo sabía hasta hace poco. Nuestra madre... nos ocultó muchas cosas… me hizo creer que mi padre nos había abandonado cuando al parecer fue ella quien salió huyendo.Enrico soltó una risa amarga. —¿Ocultar cosa? Eso es quedarse corto. Nos mintió durante años.—Por eso estoy aquí, —dijo Carolina, volviéndose hacia Enrico. —Necesito saber la versión de la historia de nuestro padre. ¿Por qué nuestra madre huyó? ¿Qué pasó realmente?Enrico se pasó una mano por el cabello, claramente incómodo. —Es una larga historia, Carolina. Y no estoy seguro de que te guste lo que vas a oír —expresó con seriedad.—No me importa, —insistió ella. —Necesito la verdad. T
Carolina, aunque todavía visiblemente afectada, asintió con determinación.—Si hay algo que pueda aclarar lo que pasó, tenemos que intentarlo —afirmó, su voz más firme.Enrico lideró el camino, y los tres se dirigieron a la habitación que había pertenecido al padre de Enrico. Era un lugar, aunque últimamente había entrado más de lo que había hecho años atrás. Y es que le daba la sensación de que las paredes de la habitación aguardaban ecos de la presencia imponente y aterradora de su progenitor.La habitación estaba perfectamente conservada, como si el tiempo se hubiera detenido allí. Los muebles de madera oscura, el escritorio con papeles desordenados y una vieja caja fuerte empotrada en la pared creaban un ambiente pesado, cargado de recuerdos.—¿Por dónde empezamos? —preguntó Carolina, mirando alrededor con incertidumbre.Enrico señaló el escritorio.—Revisemos los papeles primero. Si mi padre dejó algo escrito sobre María, probablemente esté allí.Los tres comenzaron a buscar entr