Al sentir el arma en su nuca, Lucca levantó sus manos en señal de que no estaba armado y que tenía toda la disposición de colaborar con sus asaltantes. Pensó en su interior que se trataba del hampa común y en lo profundo se aferraba encarecidamente a esa idea, rogaba de que no se tratara de los miembros de la mafia, porque prefería mil veces morir él, que poner la vida de su hijo en manos de esos miserables.
—Manténgase quieto, ni siquiera intente el mínimo movimiento no autorizado, porque hasta allí llegará su vida. ¡¿Entendido?! —Habló violentamente e
Alondra se quedó viéndolo y se dio cuenta del cambio de expresión, sabía que el mensaje que había recibido le había cambiado el semblante y su disposición, el rostro de felicidad se convirtió en una fría máscara y para adelantarse a lo que presumió iba a hacer le dijo con tono severo y mirándolo con ojos centelleantes de furia.— ¡¿Qué pasa Felipe?! —exclamó pidiéndole explicación molesta.
Felipe se irguió en la silla alarmado, sabía lo que se avecinaba, pero no quería desatar el caos delante de sus pequeños le urgía sacarlos de allí.Alondra atenta a cualquier maniobra de su amado, lo miraba a la cara interrogante; Nervioso le indica—Mi amor, levántate, toma a los niños y sigue a Carlo, por la vía de escape planificada—Antes de que terminara de tomarlos Felipe los besó y abrazó—No olvid
Lucca se despertó, trataba de abrir los ojos, sin embargo, sentía sus párpados demasiado pesados, producto de la hinchazón provocada por la golpiza que le propinaron. Hizo un amago de sentarse para recostarse de la pared, pero fue infructuoso su intento, aunque la segunda vez sí lo logró, porque hasta ese momento había permanecido tirado en el suelo, inconsciente, dormido ya no lo sabía. Solo estaba seguro de que no tenía ninguna parte de su cuerpo donde no sintiera dolor, lo habían golpeado en el rostro, en el estómago, sin compasión, de la forma más cruel. Con lentitud abrió los ojos, apenas pudo hacerlo en una mínima rendija.
Una vez que Felipe dejó a Alondra en la habitación, buscó a uno de los hombres de los diez que lo había ayudado a enfrentar a Los Nostro y lo paró frente a la habitación, no sin antes darle instrucciones—Por nada del mundo te separes de esa puerta. Me respondes con tu vida si algo le llega a pasar a ella ¿Entendido? —Completamente. No me moveré de aquí. Confíe que nada le pasara a su esposa—manifestó con seguridad el hombre.
Felipe respiró profundo y simuló una molestia que a decir verdad había dejado de sentir desde el mismo momento que ella lo había mirado con ese rostro lleno de ternura y esa resplandeciente sonrisa, pero tenía que hacerle entender el peligro que significaba que ella evadiera la seguridad que le colocaba, porque al quedarse desprotegida se volvía vulnerable y en consecuencia, se convertía en blanco de los traidores que estaban dentro de sus filas que por congraciarse con sus enemigos eran capaces de vender hasta su propia alma al diablo.—Alondra, está mal lo que acabas de hacer
Al oír sus palabras Felipe se quedó reflexionando y aunque en cierta manera le molestaba la actitud de ella de ponerse en riesgo y quería mantenerla protegida, no era menos cierto que si la dejaba allí con personas que la vigilaran podía terminar escapándose y haciéndose más vulnerable y fácil blanco de sus enemigos, por lo cual era preferible llevársela y mantenerla junto a él, ¡había tomado la decisión! — ¿No quieres llevarme contigo amorcito?—interrogó la chica besándolo y posando su mano en su hombría, comenzando pequeña
Felipe salió de la habitación con Alondra, se trasladaron al lugar del conflicto, el cual al principio pensó se estaba dando solo en el espacio exterior frontal de la mansión. Caminaban con cautela pegados a la pared. Ella echó afuera su cabeza con un gesto de curiosidad, para observar lo que estaba pasando, cuando de inmediato él la cuestionó.—Bonita, por favor procura mantener tu cabeza pegada a la pared, porque así evitas que una bala perdida te impacte—. Expresó y ella retomó la posici
Felipe se quedó viéndola y se acercó para besarla mientras le decía: —Se te está haciendo costumbre salvarme la vida. — ¡Para que veas! No sé quién fue el que dijo que nosotras las mujeres somos el sexo débil—expresó ella contrariada. —Un hombre que no tenía junto a él una dama como la mía, que lo que le falta de tamaño le sobra de p